Aurora: Los Muertos Cubren Mi Cuerpo.
Seraphine explota los dragones delante de mí, veo como Demian aterriza y crea una ola expansiva que derriba a un buen número de soldados. Guío a Darius a congelar el fuego cerca del franco enemigo. Seraphine se aleja a perseguir a otros dragones, mi guardián esquiva las llamas de los demás dragones que nos persiguen. Creo con mis poderes un arco y flechas para disparar a los dragones, pero estas no sirven de nada. Me levanto ya con mi cuerpo de hielo, creo una lanza y me lanzo al dragón más próximo. Le clavo mi lanza y vuelvo a saltar, Darius me atrapa con sus garras mientras que sigue congelando.
Él me vuelve a soltar por encima de otro dragón. En el lomo se encuentran dos jinetes, uno se levanta con su cuerpo en llamas, le lanzo mi lanza y este la esquiva. Corre hacia a mí y yo hacia a él, esquivo sus golpes y con una daga creada en el momento, se la clavo en la pierna, el hombre grita y explota. Creo otra lanza y se la clavo al jinete y a su dragón. Salto y caigo al vacío, mi dragón se encuentra lejos de mí.
Con mis poderes creo una rampa y caigo al suelo. Una masa enorme de cadáveres se aproxima hacia a mí y echo a correr. No tengo tanta experiencia en combate como para enfrentarlos. Intento escapar lo más rápido que puedo, pero los muertos me alcanzan. Caigo al suelo y tengo sus cuerpos encima de mí. Los alejo con mis poderes y me levanto rápido.
—¡Auxilio! —grito desesperada. Los muertos están otra vez encima de mí—. Déjenme —chillo aterrada. Ellos intentan arañar mi cuerpo, pero no pueden por el hielo. Les clavo mi daga, pero no los detiene, nada logra detenerlos.
—¡Largo! —grita una voz masculina familiar. Empiezo a ver el cielo y a Demian con mi tío Stephan. Mi tío toma mi brazo y me levanta del suelo —¡Vámonos! —nos grita.
Los tres corremos lo más alejados que podemos, Demian está adelante, mientras que unas criaturas parecida a unos perros nos protegen a los costados. Llegamos hasta un hombre alto y de piel oscura que observa como un grupo de soldados oscuros asesinan de forma brutal los enemigos restantes.
—Ya deberían irse ustedes dos —habla el hombre moreno, lo detallo mejor y me doy cuenta que es el padre de Demian.
—Tengan —mi tío me entrega una bola transportadora—. Ve con tu padre lejos de esto —masculla enojado.
Mi dragón aterriza a un lado de nosotros y Demian toma mi mano y salimos corriendo a montarnos en el dragón. Los cadáveres están rodeando mi dragón, ya listos para atacar. Tomo la correa y la ajito para salir de allí. Volamos lo más lejos de ese maldito campo de batalla, Demian me abraza fuerte por la cintura. Pasamos la enfermería, el campamento y nos alejamos lo más alto que podemos. El cielo se encuentra despejado y caliente, cosa que es extraño ya que estamos en El Páramo.
—¿Estás bien? —pregunta Demian apoyando su cabeza en mi hombro.
—No ¿y tú? —respondo mirando al frente.
—No, ¿cómo nuestras familias pueden vivir después de una guerra así? —pregunta con la voz quebrada.
—No lo sé, mis padres nunca hablan de la conquista de El Páramo. Mi madre la pasó muy mal, al igual que mis abuelos maternos —respondo viendo por debajo a ver si ya estamos en la tribu de mis abuelos, pero aún no. Creo que nos falta como medio día para llegar a su tribu y unos tres para la de mis padres—. Llegaremos a la tribu de mis abuelos para recolectar comida para el viaje de uno tres días para la tribu de mis padres ¿o podemos usar la bola que nos dio mi tío?
—¿Sabes que puedo teletransportarnos? —cuestiona mirándome cansado.
—Bueno ¿y qué esperas en usarlo? —replico cansada. Demian me toma fuerte por la cintura y con la otra mano toca mi guardián.
—Piensa claro la tribu de tus padres —dice y yo asiento teniendo claramente mi hogar en mi mente.
El cambio de aire es notorio, más frío. Me asomo y ya estamos sobrevolando la tribu de mis padres. Me alejo de la ciudad para irme a la colina del castillo de mis padres. Aterrizo a la entrada de la colina, donde un grupo de guardias alzan sus armas amenazantes.
—¡Soy Aurora Nieves, hija del jefe de los Sigurd Arem y Gunilda Nieves! —grito alzando las manos. El grupo de guardias se relajan un poco.
—¿Aurora? —cuestiona la voz de mi hermano—. ¿Qué haces aquí?
—Venimos del campo de batalla, hermano —digo bajándome de mi guardián, Demian me sigue—. Hemos ganado.
El grupo de guardias se miran aliviados.
—Llévanos al castillo hermano —lo miro suplicante y él asiente. Mi guardián sale volando y se va a la arena de dragones cerca de la casa de mi madrina Miranda. Mi hermano nos guía a Demian y a mí hacia la entrada del castillo.
—¡Abran las puertas! —grita mi hermano y no tardan mucho para que nos dejen entrar. Un grupo de soldados liderados por mi madre se encuentran en la entrada listos para atacar.
—¡Aurora! —exclama mi madre con una armadura de hielo—. Pero...
—Ganamos —exclamo cansada—. Por favor busca un médico para él —señalo a Demian y su costado completamente quemado.
Me regreso a mi forma normal y el cansancio me golpea. A parte de protegerme de las heridas físicas, también me mantenía con fuerza. Mi madre se acerca hacia nosotros y nos guía hacia el salón de banquete, el cual se encuentra lleno de armamento de cualquier tipo.
—Agradezco que ya no los tengamos que usar —responde mi madre dando las órdenes de traer unas sillas y al médico.
—Hablando de eso —digo conteniendo las ganas de caerme—. Creo que debes enviar personal médico y provisiones al campo de batalla —tres soldados traen cuatro sillas, me siento de inmediato, los demás copian mi acción—. Hay demasiados heridos y los médicos que están allí son muy pocos. Envíalos lo antes posible.
Mi madre le da la orden a mi hermano y él se va a buscar a todos los médicos y a reunir las provisiones que consiga para ayudar.
—La guerra no llegó a las aldeas —le digo a mi madre que me mira preocupada.
—Gracias a los dioses —comenta y entra una mujer joven con una armadura en su pecho y pantalones—. Teresa, por favor —señala a Demian, él se encuentra de pie porque le dolió sentarse.
—Estoy bien, me regenero —masculla cubriéndose el costado derecho.
—Estás todo quemado, deja al menos que calmen el dolor —le reprocho, él mira amenazador a la chica.
—Me acabo de graduar de la escuela de medicina y tengo experiencia en quemaduras señor —habla la chica acercándose y dejando su maletín en la silla de Demian—. Necesito que me permita quitarle las prendas de arriba.
Él iba a decir algo, pero se queda callado. La sangre plateada enchumba las prendas, la chaqueta quedó hecha jirones, el jubón igual y la camisa ya ni existe. Teresa trabaja en preparar un ungüento y el pecho de Demian se encuentra herido, con algunas que ya se están cicatrizando, mientras que el costado sigue de igual de quemado.
—¿Puedes mirar hacia otro lado? —nos dice a mi madre y a mí.
—Lo siento —digo avergonzada.
—Explícame ¿cómo te involucraste en la guerra? —cuestiona mi madre mirándome fijo mientras que Teresa empieza aplicar el ungüento en el pecho de Demian, él pone una mueca. Le cuento a mi madre como nos vinimos el señor Tristan y yo a lomos de mi guardián hacia acá—. Su hija había salido a enfrentarse a esos dragones y yo lo ayudé a perseguirla para que no le pasara nada.
—Por más amigos como tú —comenta Demian apretando la silla por el dolor.
—Solo porque me salvaste de esos cadáveres, no te diré nada —digo volviendo con mi madre.
—Que viva la amistad... —él le gruñe a la chica.
—Lo siento, está bastante quemado —comenta la chica disculpándose.
—No me diga —le dice mordiéndose el labio—. Solo termine y vende la herida.
—Que chillón —comento torciendo los ojos.
—A ti no te quemaron maestros fuego. No todos tenemos un cuerpo de hielo —exclama ácido.
—Hablando de maestros fuego, ¿viste a Miranda? ¿está...? —pregunta mi madre con la voz entrecortada.
—Cuando nos fuimos, estaba con la reina Luna y la madre de él ayudando con las sacerdotisas a llevarlas a la enfermería —le digo tranquilizándola—. Mi tío Stephan también está bien, él me salvó al igual que Demian —señalo a Demian.
—Un placer —dice con una sonrisa maliciosa.
—¿Ambos me pueden contar cómo fue la guerra y cómo terminó? —pregunta mi madre consternada
Demian y yo nos miramos y nuestras sonrisas desaparecen.
—Demasiados dragones, hasta el punto que el calor era abrasador —habla Demian con la mirada perdida—. Las personas matándose es...
—Cruel, la guerra es cruel e injusta. Las personas gritando por ser salvadas —digo con una mueca—. Los cadáveres levantándose y atacándonos...
—Una estrategia de mi padre —comenta Demian con el pecho envuelto por el vendaje—. Es una forma de no usar a más soldados en la contienda y que sus enemigos se maten entre sí. Tiene un punto de vista lógico y razonable, siempre y cuando no estés en el medio como Aurora.
Mi madre me mira asustada.
—Por eso le debo mi vida a ese niño mimado y a mi tío —me encojo de hombros.
—Teresa, ve a la cocina y pide que te preparen una sopa de costillas para ellos —le ordena mi madre y ella se va a cumplir su misión. Demian toma el maletín y se sienta con una mueca en su estúpido y hermoso rostro. Sus ojos oscuros, cejas pobladas y rostro marcado. Él es una mezcla de sus padres, donde predomina su padre a pesar de tener el color de piel de su madre—. En conclusión, ustedes dos no debieron estar en ese lugar, pero estoy convencida que ayudaron a un buen número de personas.
—Maté personas...
—La guerra es cruel e injusta, y gana el que tenga su moralidad apagada —comenta mi madre mirándose las manos—. Hicieron lo que tuvieron que hacer para sobrevivir, eso es lo único que importa.
—¿No estás molesta? —pregunto juntando mis manos y escondiéndolas entre mis rodillas.
—Lo estaría si me dijeran que moriste, pero no es el caso —ella se levanta—. Voy a buscarle ropa, su majestad.
Demian asiente y mi madre se va, entra Teresa con dos tazones de sopa humeante, ella nos los entrega y se retira.
—Eres un imán de chicas —comento con la sopa caliente, pongo las manos de hielo para evitar quemarme.
—Solo tengo ojos para una sola mujer —él atrae una silla con magia, pone la sopa en la silla y empieza a sorber la sopa.
—Y yo solo tengo ojos para un solo hombre —soplo la sopa y me la como despacio.
—Más te vale, mi amigo es el mejor —dice inclinado ante la sopa—. Él te ama.
—Y yo a él —digo y me como los trozos de carne. Él libera a su guardiana y le da de su costilla—. ¿Cómo está la sopa?
—Pasable, aunque con hambre todo es bueno —comenta comiendo una verdura—. ¿Cómo te sientes con todo lo que pasó?
Lo miro con una mueca.
—Mal, maté personas —digo observando la sopa—. No debió haber ocurrido, todas esas muertes ¿por qué sucedió en primer lugar? ¿por qué en estas tierras? ¿qué sucedió para que hubiera una guerra de esa magnitud? Ya estaba empezando a ver la vida de una forma optimista y sucede esto.
—Gente idiota —comenta tomando el tazón y llevándoselo a la boca para comerse el caldo.
—Creo que es una respuesta vaga —digo meneando la sopa.
—¿Y qué quieres que te diga? —pregunta dejando el tazón vacío—. Come, que se te va a enfriar.
—La verdad o al menos parte de ella —replico mirándolo molesta—. Personas murieron, decenas de miles. Mi familia pudo haber muerto, muchas familias quedaran destrozadas por esto.
—¿Y acaso crees que yo tengo la respuesta? Mi familia no me dice nada de eso, solo lo que no puedo hacer y créeme que rompí varias reglas viniendo hacia acá —él respira profundo—. Agradece que tienes a tu familia a salvo, que no te preocupen los demás.
—No puedo...
—Los muertos están muertos, se agradece su sacrificio, por supuesto. Pero no puedes revivirlos —él me mira serio—. Solo concéntrate en ser feliz en tu tribu y en tu música. Y déjale a los dioses resolver este embrollo.
—¿Esos dragones y ese ejército eran del reino de la luz? —pregunto temerosa.
—No, eran de una facción criminal de ese reino. El reino de la luz no atacó estas tierras —me mira molesto.
No digo nada porque entra mi madre con ropa en sus brazos.
—Me tardé porque me imagino querría ropa nueva —mi madre le entrega una camisa negra, un chaleco sencillo del mismo color y un grueso abrigo de piel blanco—. Espero que sea de su agrado, su majestad.
—Por supuesto, todo sea para no morir congelado —Demian se levanta y toma la camisa, mi madre deja las prendas en la silla y ayuda a Demian a ponerse la camisa.
—Con cuidado —le dice mi madre, ella le abotona la camisa. Toma el chaleco y le ayuda a ponérselo igual. Por último, queda el gran abrigo—. Disculpe el tamaño.
—No se preocupe, así es mejor —responde con una leve sonrisa—. Por cierto, estaba riquísima la sopa señora Nieves.
—Me alegro que le haya gustado, le daré su felicitación a la cocinera —responde mi madre, ella me mira—. Hija, la sopa se va a congelar ¿no tienes hambre?
—Eh... si, lo siento —tomo el tazón y me como el caldo de un tirón—. Demian y yo hablamos y se me fue el tiempo.
—Comprendo —ella sonríe—. Tu habitación está lista hija por si quieres descansar. También ordené que prepararan una habitación para usted, su majestad.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, pero tengo que volver a mi hogar, tengo asuntos que resolver —dice Demian amable—. Aurora, me encargaré de que traigan tus cosas y los músicos de El Páramo. Le diré a Alex si se quiere venir, pero considerando los aires, es mejor que se quede.
—Dile que venga —digo cayendo en cuenta de los músicos de la reina—. Tendremos una habitación para él.
—Como desees —dice con una leve sonrisa, él levanta con magia las prendas cubiertas de sangre y limpia el suelo hasta que no quede rastro alguno de su sangre divina—. Señora Nieves, muchas gracias por recibirme. Hasta luego Aurora.
—Hasta luego y gracias por salvarme —digo más tranquila.
—Me debes algo y de nada —él se desvanece al igual que su guardiana.
—Creo que lo mejor es que descanses —mi madre me toma de la mano y me guía a mi habitación. No me molesto en cambiarme porque voy directo a la cama.
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