🗡️ Capítulo 29 🗡️
Holandés
Mi daga vuelve a cortar el aire, de igual manera que la espada curva en busca de mi cuello. Pese a la neblina, a la sensación de que todo da vueltas, intento no seguir en el mismo lugar. Las órdenes del policía se repiten en mi cabeza. Río a carcajadas al recibir un corte en la espalda, giro e ignoro el escozor.
—¿Qué es aquello que olvidaste? —la voz de aquel que pregunta se torna un eco.
Trato de localizar el sonido y voy entonces hacia este. Distintos puntos de la neblina cobran la forma de mi madre, reemplazan a quien he de considerar mi contrincante.
—Me has decepcionado —no llego a escuchar lo último que dice.
Lucho contra la necesidad de cerrar los ojos. Retrocedo con dificultad para evitar los veloces cortes de una espada. La voz de mi madre, la del policía y los gritos de una mujer aumentan mi dolor de cabeza.
—Callaos —consigo bloquear la espada curva del inmortal ante mí.
Nos enfrascamos en un choque de espadas que comienzo a sentir familiar. La neblina se vuelve el desierto en pleno amanecer, le acompañan los vítores de un grupo de niños.
—Haced que pruebe la derrota, Zeiza —los iris ámbar de aquella niña, iguales a los del inmortal con el que lucho, brillan burlones.
La nostalgia amenaza con dominar sobre la furia que hace hervir mi sangre. ¿Cuánto ha jugado la diosa de la memoria con mi mente? La respuesta se convierte en recuerdos, que uno tras otro, consiguen que no esquive una estocada a tiempo.
—Permite que la ira de Lisa te domine —Zeiza realiza un corte profundo cerca del corazón —Vuelve a ser el Holandés que conozco.
La sangre brota de la herida recién abierta. Pese al dolor, consigo disipar la neblina negra al crear un remolino. La onda de poder lanza tanto a inmortales como a Escudos de plata al suelo. Advierto que el policía se encuentra a solo unos pasos, respiro hondo mientras avanzo a toda velocidad. Jamás llego a donde se halla porque Atticus me detiene.
—No deberías morder la mano de tu amo, chico.
El collar que ostento en mi cuello, aumenta su agarre y provoca una quemadura. Al retroceder, advierto que nos rodean dos inmortales a los que no les ha afectado el remolino.
«Acaba con esos traidores, esclavo»
Cuando el policía gira el anillo en su dedo, vuelvo a ser el títere que desea matarle. Maldigo por lo bajo, me posiciono detrás de aquel que ha resultado ser un viejo amigo. Aprieto los dientes, le causo un corte en el codo porque ha tardado en girarse.
🗡️🩸🗡️
El bosque en el que se halla, provoca escalofríos a más de un mortal. El gélido viento y la niebla que allí residen, le hacen compañía a los llantos ocasionales que se oyen. Los pueblos y ciudades próximas de los centauros, cuentan que las almas errantes transitan libres. Son mortales, incapaces de cruzar el río que lleva al Inframundo, atados por el peso del remordimiento.
Tras hacerse visible, Autólico bosteza y camina sin cautela por el bosque. Actúa de dicha manera a propósito, espera con ansias la aparición de la dueña de estos dominios. Una blanquecina luz, que emana a medias de una hermosa mujer, da paso al cortejo de fantasmas. No puede evitar sonreír, puesto que se encuentra ante la diosa Melíone. Los susurros de sus acompañantes, protagonizan muchos de los cuentos nocturnos de los humanos.
—Desconozco cuánto ha transcurrido, desde que alguien se ha atrevido a visitar mi bosque —Melínoe le dirige una mirada carente de emoción —Autólico, el mismísimo lobo, ¿prefieres acaso que adivine los motivos de tu presencia?
El dios hace una reverencia, sonríe de forma pícara y nota de reojo que los fantasmas le rodean. Como la diosa, han de tener la necesidad de saber el motivo su visita. Puede hacerles esperar unos instantes, narrar algunos de los robos más legendarios llevados a cabo. No obstante, desconoce cuando dure la paciencia de sus oyentes.
—Soberana infernal, me encuentro ante ti por deseos de mi padre —Autólico le besa la mano, cuyo lado del cuerpo está cubierto de oscuridad —He escuchado sobre un rastro de poder el cual, con toda probabilidad, puede que oculte el de aquellas diosas encerradas en el Tártaro.
La carcajada de Melínoe se torna un eco que viaja por aquel bosque. Uno de los fantasmas se acerca, le susurra algo que Autólico no consigue oír. Tras ello, la diosa le dirige la palabra.
—La luna oscura se halla sobre nuestras cabezas, has venido en el mejor momento.
—¿Os referís al hecho de que Apolo ha vaticinado este encuentro?
Melíone se desliza sin apenas tocar el suelo del bosque, le susurra a Autólico que la siga. Cuando llegan a una zona más despejada de árboles, este se sorprende con una presencia inesperada.
El alma de una de las Musas, de la mismísima Calíope, tiene una cadena transparente alrededor del cuello. Con un simple movimiento de la mano, Melíone la atrae hacia sí.
—¿Hablarás de una vez? Vuestras dos hermanas no merecen la lealtad que les profesas.
La musa aprieta los dientes, la cadena se torna más gruesa.
—No puedo deciros algo que desconozco —Calíope suspira derrotada —En cambio, puedo contaros lo que he escuchado. Allá en el Tártaro, el alma de un viejo cascarrabias afirma haber muerto en medio de una rebelión.
Autólico sonríe complacido, todo aquello que narra la musa es más de lo que esperaba recibir. Pocas cosas son capaces de emocionarle pues, en su mayoría, no suponen un reto. Sin embargo, la oportunidad de capturar a esas musas le acelera el corazón.
—¿Cuál es la causa de tal muerte? No me contarías tal cosa si le hubiese atravesado una lanza —Melínoe cierra ambas manos alrededor de la cadena —Aseguraos de no mentir porque no tendré misericordia.
Calíope se estremece, los fantasmas reunidos alrededor susurran entre ellos.
—El viejo confesó que lo último que recuerda, es los ojos y cabellos oscuros de una mujer. En medio del combate, ha proferido un grito que le pareció hermoso.
—¿Aquella mujer tenía compañía?
—En efecto, una mujer de cabellos rubios luchaba contra los soldados en medio de todo aquello. Le acompañaba un joven que ostenta una cicatriz sobre el puente de la nariz.
—Seguro no reconocéis a este joven, pero no podéis decir lo mismo de las mujeres.
Autólico bosteza, él conoce la identidad del joven. Sabe que es un dios, lo ha leído en un manuscrito que robase hace tiempo uno de sus seguidores. Este le ha pertenecido a los reyes del antiguo reino de Atenias, el cual fue absorbido por el actual imperio de Ática. En la búsqueda de más información, ha descubierto que Mnémosine manipuló la memoria de algunos dioses. ¿Quién es en realidad el joven? El manuscrito no revela a los progenitores, solo deja algunas descripciones físicas y el nombre con el que le han bendecido al nacer.
Pese a que, como forma de agradecer, puede revelar tales cosas a Melíone el dios elige no hacerlo. Prefiere usar dicha información para tener una ventaja.
—Esas mujeres son mis hermanas, pero desconozco dónde pueden estar.
Autólico le besa la mano a Melíone, para luego decirle que él se encargará de ir tras el rastro de las musas. Durante cuatro días, el dios ha estado en Sarias. Solo cuando ha viajado a la capital, ha escuchado que el rey envío un grupo de hombres a buscar la legendaria ciudad de Derinka. Por ello, está ante un templo al que no le ha costado llegar. Parece perdido en medio del desierto, pero, tiene la protección suficiente para permitir entrar a quienes desee. Él lo ha comprobado por sí mismo, cuando un campo de poder le ha lanzado hacia atrás.
—Sin duda, los hijos de Diomedes aman las intrigas —Autólico recoge el sombrero de ala ancha del suelo, lo coloca sobre la cabeza tras sacudirlo —Que así sea, jugaré bajo vuestras reglas.
🗡️🩸🗡️
Melpómene
Patio trasero del Vingólf
Las gotas de sudor caen sobre el césped húmedo, el cual posee un ligero brillo dorado. Inspiro y expiro, antes de intentar alzar el hacha que tengo en mis manos. De reojo, advierto que Euterpe realiza una sentadilla y luego salta sobre el lugar.
—Tus brazos son demasiado delgados, así no podrás levantar el hacha —Kára se coloca detrás, pone las manos sobre mis hombros y evita que caiga cuando trastabillo —Deberías de intentar con un arma más ligera.
—Ningún arma de vuestro arsenal, es ligera.
Una vez más, pese a que los brazos me tiemblan, trato de alzar el hacha. Cuando lo consigo, Kára impide que mi cuerpo toque el césped. Aunque mi cuerpo palpita de dolor, utilizo la poca fuerza que queda para sonreír.
—La voluntad es la verdadera fuerza, jamás lo olvides, Melpómene —Kára me toma algunos mechones de mi cabello para trenzarlos.
El cálido viento agita las hojas de los árboles llamados pinos. Permite que mi visión viaje por las coloridas flores, ubicadas a ambos lados del arco de entrada. Recuerdo la revelación de Odín, cuando hace unos días nos encontramos con Freyja. Dijo que las Normas, tejieron un hilo que une los destinos de ambos dioses con el nuestro. Creo que tal cosa, es demasiado conveniente para ellos. He pensado que buscaban utilizarnos, pero, la hospitalidad que nos ofrecen indica lo contrario.
¿Por qué molestarse en enseñar a pelear dos musas? El papel que nos ha correspondido, no implica el combate. Solo somos capaces de inspirar a los humanos, o eso hemos pensado. Todo lo que nos sucede, resulta difícil de creer. Nos tornamos la prueba viviente, de que puede desafiarse al destino. Sin embargo, ¿a qué costo?
Cierro los ojos, Kára acaricia con suavidad mis cabellos. Escucho una voz grave en mi mente, la sangre se torna hielo por unos instantes.
«Tienes en tus manos, la llave que da paso al caos. Admiro cuanto luchas por ocultarlo» pestañeo, pero la sombra tras el árbol próximo no se desvanece.
Con cada risa de la sombra, los escalofríos se adueñan de mi cuerpo. Abro de golpe los ojos, ahogo un grito que pone a la valquiria en alerta.
—¿Qué sucede?
Niego con la cabeza, pese a que la sombra desaparece, en mi mente transcurre mi actual situación. Rezo en un templo de Poseidón, en compañía de siervos de este. La única mujer entre sus líderes, me posa la mano sobre el hombro.
—Sois la elegida, Poseidón os desea.
La voz de aquel que, gracias a Kára, sé que es el dios Loki se mezcla con la de la líder. Me estremezco y bajo la vista al suelo para que no vean mis lágrimas.
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