🗡️ Capítulo 21 🗡️
Melpómene.
Apenas ponemos un pie en el barco, Ivar mata de un tajo de hacha a aquel que maneja el timón. Con él ahora a cargo de este, bajamos a la cubierta inferior. Hallamos un grupo de hombres encadenados los cuales, sin duda, son esclavos y su finalidad es mover el barco. El hombre que posee el látigo les obliga a remar, otro toca un tambor cuyo sonido retumba en el lugar. Este se reproduce en bucle en mi mente, tengo la impresión de estar sumergida en el mar, soy una mera observadora.
—Moveos, si no deseáis que... —aquel hombre jamás llega a terminar, Einar le corta la cabeza y se adueña del látigo que tuvo entre las manos.
Los esclavos le miran con miedo, el poseedor del tambor tiembla y reacciona con furia al decidir atacarle. Egil lo sorprende al aparecer detrás suya, no le permite reacción alguna puesto que lo empuja hacia Ivar. Este hace aparecer una daga hecha de runas, con la que le raja la garganta. Abro los ojos como platos, no sabía que tenía tal habilidad.
—Pensaba que solo eres capaz de escuchar a las Nornas, ¿acaso ellas te dan ese poder?
Ivar no sonríe, tampoco responde a mi pregunta. Comienzo a sentir que se ha alzado un muro entre todos los que se encuentran a mi alrededor.
—Si no queréis acabar como ellos, remad lo más rápido que podáis —miro con fijeza a Einar pues, en tales palabras, he notado que el acento del idioma snalense se mezcla con otro.
Subo a la cubierta superior, en busca de tranquilidad para la reflexión. El barco se aleja con rapidez del puerto de Sarias, los esclavos han obedecido a Einar. Céfiro, con el cálido y fructífero viento primaveral, juega con las velas. La luna creciente parece darnos la bienvenida en nuestra travesía marítima. Acuno el rostro entre las manos, la inquietud amenaza con controlarme. ¿Por qué nos alejamos de la orilla? ¿Por qué mi hermana no se encuentra entre los pasajeros del barco? No lo entiendo, no deseo creer nada de todas las teorías que pasan por mi mente.
—Cerraré los ojos, solo así saldré de la pesadilla —me concentro en el sonido de las ocasionales olas de un mar en calma.
La ira comienza a bullir en mi interior, siento que explotará de igual manera que mi voz. Trato de controlar tales sensaciones pero, el pensar que todo esto es premeditado me atormenta.
—No es una pesadilla, Melpómene —Einar se halla ante mí, retira las manos de mi rostro y obliga a que le mire al tomar mi mentón —No puedes escapar de lo que acontece.
—¿Por qué? —ondas de energía se acumulan en mi garganta, poso mis manos sobre ella —¿Por qué seguimos adelante? Hemos de regresar en este instante.
Ivar sonríe de forma maliciosa, me observa de reojo.
—Tal cosa no es posible, llevar a cabo el designio del rey es lo primero.
Aprieto los puños mientras le fulmino con la mirada.
—No sé a qué te refieres. Sin embargo, esa no es forma de tratar a alguien que ha estado contigo desde el mismísimo día en que nacieras.
—Cuando los dioses hablan y las Nornas han tejido, solo queda ayudar a llevarlo a cabo —Einar me mira con tristeza —No podemos luchar contra el destino, Melpómene.
Retrocedo unos pasos, la comprensión de lo que sucede me llega de golpe.
—¡¿Jamás tuvieron intención alguna de que Euterpe y yo volviéramos a Snaeland?! —saco la daga de la funda tras mi espalda, la garganta me empieza a escocer, las lágrimas amenazan con salir —¡No podéis pagarnos de tal manera! Sabéis que, sin dudar, pondríamos la mano en el fuego o mataríamos si lo necesitáis.
El primer grito de rabia se me escapa, pierdo el control sobre mis palabras.
—¡Trabajamos para sus dioses, llegamos a confiar en vosotros! Y, ¡¿es esto lo que recibimos?! —una lágrima se desliza por mi mejilla.
—Si no queréis que utilice el poder de mi voz, os aconsejo que demos la vuelta. Solo tendré piedad si obedecéis —dejo que el peso de la amenaza domine el ambiente. A ellos ya no les consideraré hijos, arrancaré de mi corazón el afecto que les tuve.
Ivar y Einar me sostienen la mirada unos instantes, este último comienza a reír cual desquiciado.
—Nadie acatará tus órdenes, Melpómene, no eres nuestra líder pues el verdadero se halla muerto.
Porque les tuve una fe ciega no he podido prever tal traición, tampoco imaginar que el alma de Einar iba a ser tomada. Reconozco en sus iris, antes azules y ahora rojos cual sangre, la marca de Eris. Maldigo a la diosa por atreverse a robar a uno de los míos.
—Haz avergonzarte de la debilidad en tu corazón, Einar —agarro con fuerza la daga —No te preocupes, me desharé de aquel que se ha atrevido a colocar el influjo de la diosa.
Einar no esquiva cuando le clavo la daga en el hombro sino que, tras recibir de lleno el ataque, deja de lado el dolor que la herida pueda causarle. Salto hacia atrás para evitar un contraataque, él aprovecha para lanzar al suelo del barco un frasco que saca del cinturón. El líquido verdoso de este se desparrama, a la vez que se eleva un humo que me rodea.
—¿Crees que el veneno de dragón me dañará? —coloco el antebrazo sobre mi rostro, empiezo a retroceder —Sé que no debo de respirar tal cosa.
Einar camina con pasos firmes a mi encuentro, decido entonces que es el momento de liberar mi poder. Sin embargo, pese a que el picor continúa en mi garganta, no puedo hacerlo.
—Ya no es el veneno que conoces, no es preciso que sea respirado —mi cuerpo se paraliza, la mano se me cierra alrededor de la daga y no logro retirarla. Einar sonríe, adopta una voz que no es la suya —Eres solo una pieza en este gran tablero, Musa.
Mis rodillas acaban en el suelo, los labios se niegan a moverse y no logro emitir sílaba alguna. La sensación de impotencia gobierna en mi alma al saber que no podré salvar a mi hermana, que soy débil en comparación.
🗡️🩸🗡️
Holandés
La niebla que embotara mis sentidos en la taberna, reaparece ante mí y detiene la lucha que llevo a cabo contra los soldados. Antes he notado que un pequeño objeto es el culpable de ello, la punta de este se incrustó en aquel con el que me enfrentaba. Tal giro de los acontecimientos me sería propicio, si mi cuerpo no se sintiese pesado.
Afino el oído para localizar a algún enemigo próximo justo cuando la niebla se desvanece. Gran parte de los soldados se encuentran en situaciones idénticas, les cuesta andar gracias a los efectos de la niebla. Algunos, se rindieron ante esta, se han sumido en un sueño que les hizo caer sobre la arena. Busco a los hijos de Diomedes entre ellos, mas estos parecen haberse desvanecido en el aire.
—No tiene caso quedarse aquí —el hijo de Diomedes que ha jurado que no me dejaría, continúa a mi lado. Tiene la espada curva cubierta de sangre y la frente perlada en sudor —El plan inicial no ha sido cumplido del todo, al menos queda la segunda opción.
Solo una vez este me dedica una mirada, toda su atención se halla puesta en el mar. Mis ojos buscan que es aquello que lo absorbe y, aunque no lo encuentro, no me cuesta entender el porqué. He perdido, pese a que no lo deseaba, a mis llaves a la verdad. No hay rastro alguno de mis compañeras, ni de los vikingos. El barco que nos iba a sacar de Sarias, ha zarpado sin que lograra embarcar.
Esos malditos no dudaron en dejarme atrás, cosa que no me sorprende. Evoco odio en sus corazones, deshacerse de mí es algo que deseaban.
—Tienes razón —capturo la atención del jovenzuelo, tengo la lengua seca y la voz ronca —Llego el momento de partir, ahora que nadie impide que lo haga.
Él asiente con la cabeza, acto seguido pide que lo sigue y se tapa parte del rostro con la tela oscura que le rodea el cuello. Me apresuro a arrancar mis dagas de los cadáveres, utilizo sus ropas para limpiarlas y las guardo dentro de mi armadura. Tras un rápido vistazo, en busca de alguna que no lograra ver, parto junto al joven.
El aire gélido de la noche nos da la bienvenida, solo por hoy Sarias no convive con el silencio y la tranquilidad. En cada esquina hallamos soldados en plena guardia, puedo leer en sus caras el deseo de atrapar a los rebeldes. Esos que causaron estragos en la taberna, que se valieron de trucos sucios para ello. Muchos tendrán la sensación de que han perdido el orgullo, tomarán el suceso como algo personal.
—Supongo que tienes en mente las alcantarillas de la ciudad —pego la espalda a la pared de un edificio, el hijo de Diomedes imita mi acción mientras asiente con la cabeza.
—Con el puerto descartado tras lo sucedido, salir por las puertas atraerá una atención no querida.
—¿Notarán nuestra presencia si corremos sobre los tejados? —la sorna se apodera de mis susurros.
El jovenzuelo arquea una ceja.
—Solo si ninguno de los soldados ha pensado en vigilar la zona, las posibilidades se dividen a la mitad.
—Dependerá de la suerte —me encojo de hombros —Que pena, no quiero fiarme de Moros.
—Ninguno de esos dioses merece nuestra confianza o lealtad —al sonreír, los iris del joven se iluminan por unos instantes.
Me hace una seña para que le siga, se escabulle hacia el callejón junto al edificio. Voy detrás suya y le hallo frente a lo que parece una pared. Advierto que es en realidad la entrada trasera del edificio contiguo.
—Dentro de esta construcción existe un pasadizo secreto y una vez usado será destruido. No podemos correr riesgos, ni dejar rastros.
Tengo la impresión de que no es la primera vez que escucho tales palabras. La cara del individuo que me las dijera se difumina, la voz se convierte en un murmullo en mis memorias.
—No vale la pena que lo usemos, puedo utilizar este conocimiento para mi beneficio —Me fuerzo a volver a la realidad, a no ser atrapado en mis propios pensamientos. Miro con fijeza al joven, este me atraviesa el alma con los ojos.
—No lo harás, he desvelado tus secretos y haz de saldar tu deuda con mi pueblo.
—Cierto es, aunque jamás afirmé que confiaras en mi palabra.
Cruzo los brazos, apoyo la espalda en la pared detrás mía.
—Te mueve el interés en beneficio propio, Holandés. Lo que pienso ofrecerte lo es todo y a la vez, puede ser nada.
Nuestras sonrisas se agrandan, la suya me revela que se divierte. Descruzo los brazos, levanto las manos en alto y acto seguido, ofrezco la derecha.
—Entiendo, comienzas a comprender mis motivaciones. Dime, ¿qué será entonces lo que obtendré?
El joven coloca un frasco sobre la mano que he ofrecido y susurra:
—La verdad que tanto anhelas, aunque ello conlleve sacrificios.
En un rápido movimiento lanza un polvo extraño a mi rostro, por el que intento no cerrar los ojos como acto reflejo. Trato de retirarlo de mi cara, retrocedo en busca de una oportunidad para atacar.
—Desde ahora, el cobro por tu deuda da inicio. Considérate aliado de los hijos de Diomedes, por los que fingirás ser un traidor. Jugarás a favor nuestro y al del Gran Imperio de Ática.
Gotas de sudor resbalan desde mi frente al suelo, veo doble y trato de mantenerme en pie. El joven se acerca a mi oído, susurra que sirvientes de dioses van tras nuestros pasos. Río debido a la situación, jamás he pensado que terminaría dentro de una conspiración con los hijos de Diomedes.
—¿El líquido dentro del frasco tiene parte de mi recompensa?
Con su espada curva, el joven atraviesa mi estómago y mi espalda rueda por la pared hasta llegar al suelo.
—La diosa Mnemosine jugó con tu mente, la responsable de que eso se llevara a cabo posee la verdad.
🗡️🩸🗡️
Einar coloca una mano sobre el hombro mientras maldice, la herida no llega a ser profunda pero tardará en cerrarse. Ivar observa la inmóvil figura de la musa Melpómene, carente de expresión, el brillo de los ojos se ha oscurecido.
—Pudiste esquivar el ataque, no era necesario recibirlo de lleno.
Einar niega con la cabeza, se acerca a la musa e intenta liberar la daga. Cuando aproxima la mano esta se torna energía, adquiere la forma de una marca en la clavícula.
Ivar escucha los susurros de las Nornas, que le hacen compañía desde niño.
—La daga ensangrentada es una parte de sí misma.
Einar lo mira con fijeza, se nota cansado y a la vez malhumorado.
—Pudiste haberlo dicho antes —suspira —No importa, con seguridad las Nornas te lo han susurrado.
Entre los snalenses se dice que haz sido bendecido, si eres capaz de escuchar a las Nornas. Si logras interpretar tales susurros, hilar aquello que buscan trasmitir los dioses. Debido a tal habilidad una simple thralls, una esclava, puede aspirar a tener un papel en la sociedad. Tal es el caso de su madre, a la que han vendido desde muy joven y que aún hoy añora la tierra en que naciese. No ha dejado nunca de contarle historias de aquel sitio, de hacerle jurar que lo buscará.
Como esclava, su madre se encargaba de las labores del hogar, de satisfacer al jarl del clan cuervo. Ivar y su hermana Helmi, son frutos de tal unión. Lo único que salvaba a su madre de no sufrir en demasía los crueles abusos de aquel jarl, es el escuchar a las Nornas. Ellas la alertaron, la instruyeron e hicieron los mismo con ellos. Con la guerra de los Cinco Grandes clanes ganada por el clan dragón, pasaron a ser personas libres y al servicio del rey Rolo. A diferencia de su padre, este valoraba el poder con el que han nacido.
—Ustedes formarán parte de la Orden de las Nornas, he de aprovechar tales habilidades —aquellas palabras, se han tornado el cálido verano que llega tras un largo invierno para su madre.
Desde entonces, lo único que conoce Ivar son los intrincados tejidos que solo los que son como él pueden entender. ¿Qué es un sueño? ¿Vale la pena sacrificar tanto por una motivación? Tales preguntas le llegan a la mente, las desecha porque no las ve necesarias.
No obstante, algo ha cambiado en él y Helmi es la culpable. Desde que le dijo de que desea visitar las Islas Quertia, para luego cantar una canción que no logra borrar de la memoria.
—Vislumbro el lugar al que vamos, gira un poco al este —la voz de Einar lo trajo a la realidad, al hecho de que se encarga del timón.
En efecto, no tardan en ver como emerge un sitio, cuyas edificaciones de mármol crean una inmensa torre. Las columnas de este tienen perlas incrustadas, que brillan con el tono del cielo. Ambos se quedan unos instantes maravillados con aquella visión, el agua cae en cascada a los laterales del lugar. Ivar sale primero del estupor, la letra de la canción de Helmi se reproduce dentro de su mente.
Aquel pedazo de tierra brota del mar
Es el divino regalo de Poseidón
Si allí haz nacido, volverás
Irás en busca del canto
De la sirena que rige la isla.
—¿Ivar? —Einar le llama pero el cuerpo no le responde.
—Encárgate ahora del timón, llevaré en brazos a la musa hasta que lleguemos.
Al acercarse a Melpómene, se arrodilla y la levanta con suavidad. Deja de escuchar la canción por unos instantes, recupera el control del cuerpo. En el corto viaje hasta aquel sitio le acompaña el silencio. Aseguran el barco a uno de los postes del pequeño puerto. Einar es el primero en bajarse y en saludar a la mujer que les recibe.
—Bienvenidos seáis al Templo del mar, construido en honor a Poseidón —le entrega un pergamino a Einar, no pierde de vista a Ivar cuando se aproxima con Melpómene.
—¡Por el gran Poseidón! Es, en efecto, ella —la mujer la mira con adoración, llama a dos hombres y ordena que no la lastimen.
Ivar les mira unos instantes antes de regresar al barco, en su mente, la voz de Melpómene acaba con el resto de la canción.
¡Duerme, oh, duerme!
En sueños podrás vislumbrar
A quien te abrirá el camino
El faro hacia Océano
Hacia el ansiado destino.
Tiene la impresión de que esto es solo el principio, que su vida se enlazó con la de Melpómene.
—Así lo han querido los dioses —oye a las Nornas susurrar.
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