Silencio.

Kenna Bianchi

Mi vida era mucho peor de lo que yo misma la pintaba, cargaba demasiados secretos conmigo misma, secretos que no serán revelados porque de lo contrario todo lo que logré se vendría abajo y muy posiblemente me llevaría a la muerte junto con las personas que más amaba. 

Siempre quise tener una vida tranquila, tener cuatro hijos, un esposo que me amara y ser una excelente presidenta del imperio O'connor, la típica esposa que le encantaba hornear y preparar la cena para cuando su esposo llegase de trabajar, enseñarle a sus hijos buenos modales. Enorgullecer a mi familia. 

Que idiota estaba por pensar eso. 

Es fácil vivir con los ojos cerrados, interpretando mal todo lo que se ve. Todos tenemos un motivo lo bastante jodido como para cambiar, nadie nace siendo una brisa suave para luego convertirse en un gran tornado sin un factor que contribuya en ello. 

En mi caso, tenía demasiados para causar un desastre mundial climatológico y hasta cristiano. Porque para mí siempre fue de estúpidos invocar al diablo, cuando ni siquiera te sabías persignar. Mi mente funcionaba de formas que ni yo misma entendía, mi mayor miedo siempre fue heredar la enfermedad de Beatrice. Quedarme sola y sin el apoyo de los que amaba, tarde entendí, que la vida es lo suficientemente dura como para arrepentirse de algo. Si de alguien estaba orgullosa era de mi misma. 

¿Lo terriblemente malo?.

Nadie me había visto enojada aun. Todo el mundo es como la luna, siempre tenemos un lado oscuro que no le mostramos a nadie. Los humanos somos pequeños seres tan insignificantes, algunos más débiles que otros. 

Era increíble como se podía acabar con una vida en cuestión de segundos. 

Mi manera favorita con un arma blanca en mano, era atacar a la yugular o la carótida. Una diminuta incisión podría causarte la muerte instantánea, pero bueno ... La muerte tiene estética y la moral también, así que usualmente utilizaba una beretta 92FS con balas de en su mayoría con oro incluido, claro estaba que cuando cazaba a mis presas las balas tenían un emblema grabado en ellas. 

666 

Su significado era muy profundo la verdad, pero para serlo simple e irrelevante. Era la marca de la bestia, un término bíblico que se asociaba con el Apocalipsis, por ende con el Anticristo. El arma secreta de Lucifer. 

-Las cuentas bancarias se les serán congeladas a media noche, justo cuando nosotros atacaremos. No se le dará oportunidad alguna para el escape. 

-Esto parece cenicienta - bromean.

-Las puertas estarán selladas, el inconveniente es que el edificio que adaptaron para la ceremonia tiene un helipuerto y un helicóptero listo para el despegue. Ahí es donde entra Acosta - señalo. 

-Siempre lista. 

-Son unas ratas astutas - murmura Fallon haciendo que bufe. 

-Pero ratas al fin y al cabo. 

-El queso seremos nosotros - Señalo a Kenneth y a mí- Tenemos solo dos invitaciones, una la usaremos el General y yo como pareja y la otra será usada por Max y Fallon. El resto serán reubicados, la fiesta es mañana, tiempo suficiente como para que se preparen, esta demás decirles que estudien bien el expediente y el método de ataque. La próxima reunión será en la noche para tratar temas finales, luego de ello salimos de la base y no nos conocemos ¿entendido? Todos asienten 

-Pueden retirarse - Max los despide dejándonos a los tres en la sala. 

Había algo que no me gustaba de todo esto y es por eso que lo más factible para mí era solo ir los cuatro a la fiesta. Habíamos pasado algunas horas trazando la forma de ataque hasta que decidí que se haría así, sé que todos somos como hermanos pero en los que confiaba ciegamente solo era en ellos dos y en Kenneth. Aunque me pesara. 

-¿Estás segura de lo que harás? - la voz de Max me interrumpe. 

-Muy segura - suspiro - hay algo que no me gusta y sabes bien que aunque todos tengamos altos entrenamientos, los más calificados para esto somos nosotros y Fallon. No expondremos a los demás solo por miedo, un error en una misión así, es imperdonable.

 -Si tú lo dices .... 

-Solo confía en mí ¿si?, jamás he fallado, siempre soy precavida y esta no será mi primera vez créeme - asiente resignado. 

El dolor de cabeza había desaparecido hace unas horas, pero lo que me molestaba ahora era una de mis costillas, no estaba teniendo cuidado últimamente en lo que hacía y tampoco me había tomado los medicamentos que el médico me recetó... Maldito ruso, espero que si este vivo me recuerde diariamente por haberlo castrado. 

-Está bien - se despide dejándome un beso en la mejilla, desde acá podía apreciar el mal genio del italiano. Era realmente divertido.

-Permiso para retirarme, señor - ruedo los ojos. Esto no era necesario.

-Permiso concedido Coronel. 

Max se retira dejándonos completamente solos.

-¿Todo está listo para mañana? - pregunto sentándome sobre la mesa mirándolo. El aún estaba sentado así que tenía que mirar hacia arriba. 

-Todo está en orden - asiento. 

-Espero que funcione.

Teníamos una rata más que cazar y este era el Señor Ministro.