CAPÍTULO 18
Las revoluciones se producen en callejones sin salida.
Kenna Bianchi
Actualidad, Florencia.
Bajo del coche con los lentes de sol, lo detesto. El clima ha desarrollado un giro drástico empeorando mis ánimos, el sol tiene demasiada calidez y es precisamente que preferiría estar mil veces en Rusia que en una isla italiana. La cabeza por otro lado no ha minorado con las pequeñas palpitaciones a pesar del medicamento tomado, me temo hacerme de un arma y empezar a bañar de sangre todo.
Ian está poniendo a prueba mis límites al igual que ojos grises.
Sabía que me estaban vigilando desde que regrese, por ese motivo aumente mi seguridad. No tenía miedo a enfrentarme, especialmente si era el Pentágono o la mafia roja, pero quiero hacerles creer que soy vulnerable para que se sientan confiados y luego atacar.
A mí no me gusta perder.
Abren las puertas para dejarme pasar. El lugar mantenía un sistema de seguridad especial pues los grandes empresarios que lo frecuentaban estaban metidos en asuntos ilegales como nosotros hasta el cuello. Su manejo residía bajo las órdenes de la familia Rizzo quienes abrían sitios como estos frecuentemente.
La estructura es antigua y muy romana la verdad, todo el lugar se basaba en el blanco y dorado con grandes columnas sosteniendo pequeñas partes del reducido techo, por otro lado, el resto solo era un lugar descampado con pequeños muebles formando islas. Justo ahora el ambiente se encuentra ensimismado en las mujeres semi desnudas de la tarima que realizan bailes eróticos para los hombres que vociferaban desde sus asientos con dólares en mano.
—Llegas tarde.
—No lo hice, llegaste temprano que es distinto —ubico a Enrico, así que continuo en el papel—. Lo mismo, lo endulzas y lo haces firmar que del resto me encargo yo.
—Será todo un placer, pastelito.
Algunos socios nos observan sin entender mi presencia pues no venía muy seguido, casi nunca. Me yergo con dirección al hombre, planto una sonrisa cortés cuando sus ojos me ubican.
—Enrico.
—Kenna —suelta completamente reacio— ¿Leah?
Se retira los lentes en un rápido movimiento recorriéndola con la mirada. Enrico no pasaba de treinta años, era apuesto y algo sofisticado. No tenía esposa y mucho menos hijos, sería fácil.
—Veo que aún recuerdas a mi amiga.
La mujer a mi lado es experta en estas situaciones, endulzando hombres y moviéndolos a su antojo. Es una rubia con potencial para estas cosas.
—Es difícil olvidar mujeres como ella.
La mujer suelta una risa.
—Te lo creería si no estuvieras rodeado ahora mismo de mujeres semidesnudas.
—Tenía que buscar la manera de sacarte de mi mente bella dama ¿Gustan tomar asiento?
—No queremos molestar, podemos ir a otra mesa...
—Tonterías —le resta importancia—, siéntense conmigo.
—De acuerdo.
Dejo la cartera en mi tras, tomo asiento con las piernas cruzadas obteniendo el resultado deseado. La atención de su perro guardián.
—¿Desean tomar algo?
—Un Mezcal.
—Vino.
Mi vaso y el de mi compañera no tardan en llegar. El ambiente se mantiene sereno, precisamente por la conversación secreta de Enrico con la rubia.
—Ahora si díganme, ¿Qué hacen dos hermosas mujeres por estos lugares?
¿Hace un momento me quería cortar el cuello y de pronto soy hermosa? —entorné los ojos internamente. Debería esforzarse para no ser tan evidente, eso asusta a cualquiera.
—Atendiendo algunos negocios, ya sabes que para esto no todo lugar es el indicado —asiente.
—Por lo visto tú estabas bien entretenido —Leah capta nuestra atención— ¿Vienes muy seguido?
—Solo para divertirme de vez en cuando.
Si eso significa tres veces semanal por aproximadamente seis horas.
—Es bueno hacerlo, no todo siempre es trabajo. De qué sirve hacerlo arduamente si no te diviertes en el proceso ... Digo, la vida se te puede ir en un abrir y cerrar de ojos.
—Aún más en el mundo que manejamos ¿no? Nunca se sabe cuándo llegará tu hora.
—En eso ambas tienen la razón.
—¿Cuándo no la he tenido? —alardeo.
—Eres muy lista —señala—, ahora entiendo por qué eres la mujer de Kenneth, son tal para cual.
Tocó una fibra débil.
—Yo no soy nada de él.
Alza sus cejas dejando el vaso vacío en la mesa. Alguien le pasa un cigarro encendido que acepta gustoso.
—Eso no es lo que se está diciendo entre los jefes.
—¿Ahora cuchichean como señoras del servicio de la vida privada del Capo?
—No me refiero a eso, si no a que ya dábamos por hecho que él sería quién te controlara el carácter tan impulsivo que tienes.
Relamo mis labios por el enojo.
—Ni volviendo a nacer sería suficiente hombre como para si quiera fijarme en él.
—Vaya...
—Es imposible que ellos dos estén juntos, se odian a muerte —la rubia se arrima más a Enrico.
—No exageres Leah.
—Si le llamas exagerar a que te acaba de tumbar una hectárea de maría —el hombre se encoge de hombros—, no le veo el caso de tanto lío.
Por el bien de Kenneth espero que eso no sea cierto, son pocas hectáreas las que pude rescatar después de la peste que hubo en la tierra, me costó millones poder combatirla para sacar nuevos grupos de exportaciones y mantener contentos a mis aliados externos.
—Son pequeños juegos que adoptamos, nada grave.
—Si esa es su manera de divertirse —mi atención se vuelve a él que no deja de exhalar humo con las manos metidas entre las de mi acompañante—, no quisiera ser testigo de su declaración de guerra.
—Son dos sanguinarios Enrico ¿qué puedes esperar? —ríen y esto ya no me está causando gracia— Si me lo preguntas, considero que es su manera de decirle que está locamente enamorado de ella.
—Si ese fuese el caso, al parecer Kenneth si busca algo serio —se empina su bebida, creo que es Whisky— ¿tú también?
—Si buscara algo serio no estaría jugando con él ¿no te parece?
—Golpe bajo.
Levanto mi vaso en una especie de brindis antes de beberlo, Leah se le acerca a susurrarle un par de cosas al oído que le cambian el rostro por completo. Fantástico.
—¿Les parece si continuamos nuestra celebración en mi casa?
—No tengo inconveniente alguno —esta es la señal.
—Me encantaría, pero como bien dije tengo asuntos que atender aún —me excuso dejando de lado las bromas—. Los rusos atacaron anoche una de mis bodegas y debo de ocuparme de todo.
—La mafia roja cada vez está más jodida, el Capo les bajó tres burdeles la semana pasada.
—Eso no es nada a comparación a lo que les haré yo, no me gusta que toquen mis cosas —ambos se levantan de sus asientos y los igualo.
—Territorial al extremo.
—Puede ser —tomo el bolso—. Leah puedes ir tranquila, solo no olvides los detalles que pactamos.
—Los tengo claros, yo me ocupo —asiento.
—Fue un placer Enrico.
—Lo mismo Kenna.
Tras una rápida mirada con Leah, salgo de allí con mis hombres pisándome los talones atentos ante cualquier amenaza. Las palabras de la rubia reviven y me convenzo nuevamente en que ojos grises se estaba empeñando en que cada vez mis ganas de deshacerme de él aumenten.
—Vámonos.
Subo a la camioneta que enseguida se pone en marcha.
Contacto 01:
¿Reina azul?
Frunzo el ceño respondiendo.
Yo:
No, reina oscura.
Contacto 01:
¿Siempre?
Yo:
Siempre.
Lo envío, pero no recibo mensaje alguno.
—¿Lo hiciste?
—Estoy en eso.
La voz de Dante sonaba segura, así que no necesitó decirme alguna otra cosa respecto al tema.
—Después hazte cargo de Ian, estaré con los Al Capone en la fiesta de Gianna —cuelgo.
Del italiano pensaba ocuparme yo misma, me daría ese placer esta misma noche y le daría en donde más le duele.
El orgullo.
—¿A dónde vamos señora?
—A la hacienda del Capo.
Florencia, 15 años atrás.
Me gustaba venir al lago para ver a los patos que lo habitaban, usualmente había alguien responsable de su alimento, pero era mi ritual escabullirme a la cocina para conseguir algo de pan extra. Me gusta verlos comer.
Hoy era un día apagado, en la mañana estuvo lloviendo por lo que tía Alessia se encargó de mi atuendo y mi peinado a pesar de los gritos de mami, parece ser que hoy las luciérnagas aparecieron muy temprano.
Papi partió hoy en la madrugada en un viaje de negocios y mi nonno dijo que regresaría a tiempo para poder comer en el jardín y montar a caballo por la tarde.
¡Me había comprado mi pony! Aunque este no tenía un cuerno en su frente como los dibujos, dijeron que era porque el mío era un sangre pura. Mami armó todo un escándalo al principio, luego lo aceptó tras una charla con el abuelo.
—¿Quieres matar a los patos acaso?
Una fría voz me sobresalta por detrás haciendo que suelte mi bolsita.
—¡¿Qué te pasa?! Me hiciste soltar mi bolsita.
Le pongo mala cara tratando de alcanzarla, pero era demasiado tarde, la bolsa estaba flotando a metros de nuestro lugar.
—La razón por la que los patos comen poco y por horas es porque deben mantener un peso ideal, de lo contrario solo se hundirán gracias a tu ineptitud, Clyte.
—Yo...yo no lo sabía —mis lágrimas quieren salir, pero me niego, mi intención no era asesinarlos.
—Claro que no, eres muy tonta para hacerlo —ríe—. Tía Beatrice no estará contenta al ver que tu feo vestido se ha ensuciado.
Me levanto rápidamente del piso y en efecto, mi vestido blanco ahora tenía grandes manchas de barro por toda la falda.
—Mi vestido es bonito, tú no sabes de moda.
—Puedo no saber nada de moda, pero sé de niñas bonitas y tú no eres eso.
Empuño mi mano conteniendo el coraje.
—¿Qué quieres de mí? ojos grises.
—No me llames de esa forma —se acerca más—, y ciertamente lo que quiero es destruirte pequeña Clyte. Brillas demasiado para mi gusto.
—Es por el perfume que mami me compro, tiene brillitos.
—Si te sirve de algo, apacigua el olor tan bochornoso que desprendes.
—¡Eres un niño malo, le diré a tía Alessia!
—Hazlo y envenenaré a Samu.
Niego derramando gruesas lágrimas, ojos grises me odiaba sin motivo alguno. Me aterraba y por eso prefería ir a jugar con Keo cuando él venía con sus padres, pero lamentablemente hoy no pudo llegar.
¿En dónde estás Keo? Necesito que vengas por mí.
Actualidad
—L'Italia dovrebbe temere per il tuo ritorno? —¿Italia debería temer por tu regreso?
Esas palabras son las primeras que le digo a la hermosa mujer que tengo enfrente.
Alessia Clark es la viuda de Marcello Al Capone, un hombre intachable y tirano, según recuerdo. La madre de Kenneth y Gianna fue para mí una pieza invaluable en mi niñez, nuestra relación es la mejor y me consideraba una hija igual que con su castaña. Alessia fue más familia para mí que alguien más.
Ella me sonrío luciendo preciosa con esos ojazos verdes impresionantes.
¿Quién pensaría que tiene una mente tan malditamente maquiavélica y muy parecida a la mía?
Nos encontrábamos en la enorme sala junto con sus dos hijos y Arek. El italiano se mantenía alejado luciendo totalmente pulcro con un traje plomo que combinaba con el acero de sus ojos, su mirada era fría e imponente, totalmente impenetrable. Sabía que él consideraba su acción como victoria.
Que equivocado estaba.
—Para nada querida, por lo que deberían temer es por ti ¿me equivoco?
Alessia se acerca a mí para plantar dos besos en mis mejillas y abrazarme en el proceso.
—No es para tanto —le hago un ademán restándole importancia.
—Claro que si, además ...—se aleja un poco para inspeccionarme descaradamente— estás preciosísima ¿no, hijo?
El mencionado se levanta del sillón dejando su puro en la mesa. Cuando llega frente a mí me observa seriamente y muy a pesar de ello sonríe.
—Por supuesto madre, Clyte siempre está hermosa.
—El hombre que se case contigo será un gran afortunado.
—Eso no sucederá, Alessia.
Ladea la cabeza y el italiano escucha con interés.
—¿Por qué? Tú eres la última Bianchi y aunque tus hijos no lleven el apellido eso se respeta, lo sabes.
—Desistí de la idea del matrimonio hace mucho, hoy en día existen mil maneras de quedar embarazada sin necesidad de amarrarse a alguien de por vida.
—Pero te daría más fuerza en la mafia.
—Puede ser, pero es algo que me interesa ganar por mí no por ser la esposa de alguien.
—Eres una mujer Clyte, tu teatro no durará mucho.
—Durará lo suficiente para que me veas desde abajo.
Tensa la mandíbula y su mirada amenaza en decir algo fuera de lugar hasta que su madre interrumpe.
—Bueno mis niños, creo que es momento de tomar asiento. Kenneth nos hizo esperar para almorzar todos juntos.
—Hasta intentó golpear a Arek por comer antes —la castaña acaricia a su esposo.
—Lo que sea, tengo hablar un momento con ella antes.
Alessia lo observa de una manera extraña, pero él no le da importancia porque sus ojos están puestos sobre los míos en todo momento. Es demasiado abrumador, su mera cercanía me tiene pensando cosas prohibidas y que no se deben mezclar.
Sexo y sangre.
—Los estaremos esperando, no tarden. Con permiso.
—Pierde cuidado —le sonrío mientras se aleja.
—¿Dónde carajos estabas?
Su brazo bueno reposa en su cintura enmarcando más sus músculos a través de su camisa. Eran suaves, lo comprobé con mi lengua y con mis manos.
—No sabía que tenía que darle explicaciones a alguien que no es nada mío.
—¿Cómo de qué no? —gruñe— Soy tu maldito Capo.
—Capo que se atribuye a incendiarme una hectárea de droga —puntualizo cruzando los brazos. Estoy enojada, quiero que lo vea.
—Te dije que no soportaría niñerías estúpidas.
—Entonces ¿Cómo te soportas a ti mismo?
Lo dejo con la palabra en la boca para caminar a la extensa mesa importándome nada lo que me decía constantemente de ello.
—Esto se ve delicioso.
Había comida por todos lados y mi estómago rugía por ella.
—¿Cerraste el trato? —pregunta Gianna.
—Sí.
Kenneth llega a la mesa y se sienta sin decir nada ni retirar la mirada. Cada uno come y conversamos de temas triviales, me cuesta acoplarme debido a lo natural del asunto, pero lo atesoro. Estoy segura que momentos como estos existirán demasiado pocos más adelante.
—¿Ya follaron? —Alessia pregunta tranquilamente observando entre su hijo y yo aleatoriamente. Kenneth deja su comida a medio camino, Gianna y su esposo se juntan divertidos y yo solo sonrío.
—Sí —contesto con intención de molestar al otro.
—¿Qué tal estuvo?
—Madre... —le advierte con los cubiertos sobre el plato, pero el cuchillo empuñado con fuerza.
—Siéntete libre de responder, hija.
Kenneth deja una de sus manos sobre mi pierna dejando una mezcla de sensaciones abiertas.
—Si te soy sincera fue...bueno —finjo pensarlo tomando la copa de vino tinto—tuve a mejores, pero creo que en parte lo usé para alimentar mi ego, ya sabes, él es el Capo.
Todos sueltan una carcajada mientras que el trajeado solo sonríe de lado.
—Entonces tu ego debería estar por los cielos de tanto que me usaste.
Mi sonrisa se borra y todo se queda en silencio. El imbécil se coloca de pie hasta llegar a mi sitio y apartar la silla para tomarme y cargarme en su espalda.
—¡Kenneth!
Esta posición inmediatamente me recuerda a la vez que nos reencontramos y me cargó.
—No me gustan las faltas de respeto en la mesa —siento como sus pasos se detienen, levanto mi cabeza y veo como todos nos prestan atención luciendo divertidos.
—Regresamos en un momento.
Kenneth Al Capone
Abro la puerta de mi habitación con Kenna aun en el hombro. Quería experimentar nuevas cosas en el sexo con ella, metérsela y marcarla de vez en cuando ya no sacia por completo mi hambre ni merma el enojo.
Si ella me pone de malas, bueno ...joder, es su responsabilidad sobrellevarlo.
Cuando la vi entrar por la puerta de mi casa con ese maldito vestido, mi polla comenzó a alzarse como si fuera un puberto sin saber cómo controlarlo.
Camino hacia la puerta falsa que mantenía tras el extenso librero.
La luz blanca es lo primero que nos recibe en la inmensa habitación, olía a jazmines tal y como lo pedía siempre. El lugar poseía un cerámico doble en blanco y negro con una extensa cama de metal con algunos muebles de cuero esparcidos por doquier, los estantes de vidrio dejaban entre ver los juguetes expuestos ante los ojos de cualquiera.
La voltee cargándola al estilo nupcial, necesito reparar bien su reacción que fue sutil y delicada como pocas veces la había visto. Fue entonces cuando pude recordar a la vieja Kenna, a la niña que fue mi dolor de cabeza cuando tenía trece años.
La extraño.
—¿Un cuarto de juegos? —le afirmo con la cabeza, ella retiene una carcajada— ¿Intentas ser una copia barata de Cristian Grey? Porque si es así yo no creo ser tu Anastasia Steel.
—Yo no intento ser nadie —espeto enojado bajándola— y tampoco pretendo que seas alguien más, solo quiero probar otras cosas —me encojo de hombros—. Ahora te callas y obedeces.
La tomo por la muñeca, pero no avanza.
—Yo no haré nada de esa mierda —recuerdo mi inspección por su cuarto cuando ella no estaba.
El dark romance fue lo más visto.
—¿Quieres fingir que no te provoca? porque los libros de tu habitación son muy interesantes.
La tomo de la mano y esta vez no opuso resistencia alguna, la llevo al pie de la cama comenzando a retirar su vestido por la espalda tratando que las yemas de mis dedos rocen suavemente su piel provocando poco a poco, aumentando la tensión.
—¿Recuerdas la primera noche? Te negaste a quitarme uno y ahora lo haces gustoso.
Le arranco el vestido dejándole la lencería puesta, el encaje negro le queda espectacular con sus tacones. Verla es un regalo divino, pero tocarla es un pecado jodidamente placentero.
—Muchas cosas han cambiado desde ese entonces —escupo con coraje. Kenna se deja soltar el cabello volviéndose hacia mí para retirarme el saco, masajeo su cuero cabelludo en un instinto blando y sus ojos se cierran acallando un sinfín de maldiciones italianas escritas en sus orbes. Luego, une sus labios con los míos.
Intenta dominarlo, pero le arrebato las ilusiones logrando que se estremezca, hago de la acción romántica un completo ataque, un reclamo hambriento y desenfrenado por todo su veneno. Aprieta en su puño el frente de mi camisa para acercarse más, como si necesitara del contacto. Con mi mano, la empujo hasta una de las paredes para luego agarrarla por debajo del muslo y levantarla. Sus piernas se aferran a mi cintura y me maravillo con el contacto abierto de su núcleo contra mi polla, no detengo el beso por nada dedicándome a expandirlo por todo lo largo de su barbilla hasta el costado de su cuello, dejo un mordisco que la pone a chorrear mojándome los pantalones a pesar de la cantidad de tela interpuesta.
Quiero asesinar a alguien cuando una llamada entra al celular en mi bolsillo, lo tomo a malas.
—Resuélvelo tú mismo, estoy ocupado —ladro sin soltar su cuello, escucho a la otra persona del otro lado de la línea, pero no me interesa y cuelgo dejando el celular por cualquier otro lado de la habitación.
El jadeo de la mujer a penas se registra cuando la estoy tomando nuevamente por los labios, succionando y mordiendo todo al paso. La necesito, pero no pienso admitirlo.
Iría a mi muerte segura.
Sus dedos se agarran de mi cabello demostrándome su impulso por querer ganarme. Sus arrebatos no son solo allá afuera, si no que durante las guerras del sexo y todo lo que conlleva también. Los sonidos de las respiraciones agitadas son el eco perfecto mientras intoxico a mi sistema con esta mujer, no me importa mucho lo que venga después si tenerla como la tengo es el resultado.
Su cuerpo. Su olor. Sus ojos. Sus labios.
Todo lo de Kenna me llena, pero también me jode.
—Sostente —murmuro retrocediendo un paso para rasgarle el encaje que cubre su coño, no es suave, es un tirón fuerte que la marca dejando rojo sus labios internos.
Bonito. Ese color le queda de maravilla.
Kenna se deshace en mis manos volviendo su cabeza hacia atrás gimiendo despacio por la humedad esparcida entre nosotros. Vuelvo a tomar su pierna con la mano libre para desabrochar los pantalones. Ella aprovecha la acción para clavarme la aguja de su tacón en mi pierna, duele, pero todo lo que ella representa lo hace.
—Estás demasiado callada.
—¿Extrañas mis insultos? —alardea atragantándose a mitad de las palabras.
Levanto la cabeza para observarla. Sus ojos azules, tan concentrados en los míos brillan al sentir mi pene.
—Extraño muy pocas cosas de ti.
Tira de mi cabello desde la parte posterior de la cabeza.
—Júralo.
—Lo juro.
Me obligo a no romper el contacto visual al alinear nuestras caderas. La clásica ola de posesividad y demencia me invaden queriendo que termine por incrustarle todo y no solo la punta para provocarla. Kenna chilla rompiendo la camisa a mitad del desespero, me clava sus uñas dejando un rastro extenso de marcas rojas sobre los tatuajes.
Ahora mismo no me duele ni siquiera la herida.
—Mírame.
Se niega en darme lo que quiero y encuentro otra forma de conseguirlo, la embisto profundo maniobrando en mantenerla en su lugar y sacarle una de sus tetas sobre el sujetador. Le chupo el pezón suavemente para que se acostumbre a la caricia a la par de los embates, pero luego se lo muerdo dejando a penas un poco de piel entre mis dientes.
—Mírame, Kenna.
En lugar de causarle alguna queja, provoco todo lo contrario al sentir sus paredes contrayéndose con mi pene en movimiento. Le arranco un grito de desesperación al tomarla y tirarla sobre la cama, se queda quieta observando cada amarre en sus extremidades.
La imagen de ella tan expuesta me la pone peor. Mi odio hacia ella se reducía en enormes cantidades cuando se me presentaba esta forma de desquite.
—Tienes que tener cuidado, mi herida aún duele y no creo la tuya esté del todo recuperada.
—Te ves tierna preocupándote por mí.
Atrapa su labio entre sus dientes luciendo sexy.
—Si te mueres difícilmente encontraré un buen pedazo de veintisiete centímetros que me complazca.
Termino por sujetar su tobillo a uno de los tubos de fierro de la cama, retiro el resto de la ropa y gateo hasta ella a mitad de la cama. La odio. Odio lo bien que se ve con todo el sudor encima y el labial corrido.
—Allá abajo me dijiste otra cosa.
Se encoje de hombros.
—Tú me hieres y yo te asesino, así funciona.
Sonrío complacido para mis adentro en cuanto sus ojos viajan al pedazo de metal colgado de mi cuello. Miedo es lo primero que le surca por los ojos.
—¿Qué significa eso?
—Sabes perfectamente lo que significa, no eres la única con secretos —le muerdo la oreja permitiendo que mi mano viaje hasta su centro para acariciarle el botón hinchado.
Sus caderas se alzan en respuesta. No me resisto más, soltando un gruñido bajo le muerdo el cuello en el lugar de su pulso mientras le penetro nuevamente y, en el siguiente segundo, tengo a Kenna rogando para que no me detenga. No pienso hacerlo, es un deleite completo el sentir la forma en la que estiro sus paredes internas, su impaciencia y probar algo del limbo al que viaja cuando se llena de éxtasis.
—Te odio, quiero que te mueras.
—Lo sé, en algún momento se te cumplirá el deseo.
La mente no me da para pensar más y ni parece mía con tanta payasada que suelta, en su siguiente suspiro dejo que mis dientes le raspen la piel del valle de sus pechos, me susurra palabras en todo tipo de idioma confirmando lo demente que está. En un punto incluso, llego a pensar en algún ritual satánico para que no se me pare con nadie más por la sangre que me ha sacado del labio, bueno considero eso un castigo justo.
Mis penetraciones se vuelven más intensas conforme pasan los segundos, tiene los mechones enredados sobre su cabeza igualando mi sudor por el esfuerzo físico, la avasallo con todo a lo que doy, la fuerza casi intacta y las miles de ganas que le tengo. Su grito me enriquece el ego como ella bien sabe mientras me concentro en las sensaciones de su venida mezclándose con la mía. La curiosidad me gana, le acomodo la mitad del cuerpo un poco más arriba aferrándome a sus nalgas proyectando el último embate que me lleva al mismo paraíso. Kenna vuelve a gritar montándose en la lujuria del momento rompiéndose en pequeños pedazos sobre mi cama.
—Pensé que ibas a utilizar alguno de tus juguetes conmigo.
—Lo haré —le afirmo sin soltarla, pero acostándome un momento con ella—, la única forma en que te deje ir será con tres orgasmos más encima.
Me sonríe. Quiero que borre eso de su cara.
—Entonces vuelve a empezar, necesito arreglarme.
Abro el cajón de la mesa de noche en mi lado sacando un poco de aceite y una tira con un dulce en medio. Le amarro la tira a su cabeza volviendo a posicionarme entre sus piernas, sus ojos no me abandonan sintiendo la pesadez del asunto clavándose en mi garganta.
—No debiste regresar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro