Una Cicatriz
El silencio en la sala del trono era palpable; no podían dejar de observar al emperador caminando de un lado a otro. Pero ese silencio fue interrumpido cuando la matrona entró, con sus manos temblorosas y su rostro pálido. Con una voz cargada de nerviosismo, anunció:
—Emperador, su hijo ha nacido.
Con una mezcla de ansiedad y esperanza, me detuve mientras mis ojos se clavaron en la matrona, buscando respuestas que tardaban en llegar. —Pero dime, mujer, ¿por qué en tus ojos solo veo temor? ¿Acaso mi Félix no está bien?
Tragué saliva, y mis palabras salieron con dificultad. —Sí, mi señor, el consorte está bien, pero su heredero... el... el... —hice una pausa, llena de una mezcla de compasión y miedo. Hablé—. Su hijo tiene... una terrible cicatriz ardiente en su rostro.
—¿Pero cómo es posible que mi hijo naciera así? —rugió el emperador, su voz resonando con furia y desesperación—. ¿A quién debo culpar de esto? ¡Dame un responsable y cortaré su cabeza!
Me postré en el piso, temblando bajo la mirada feroz del emperador. —Mi señor —dije con voz temblorosa—, no hay nadie a quien culpar. La cicatriz es un signo... un símbolo de algo más grande que nosotros.
Apreté los puños; en mi mente estaba luchando por aceptar las palabras de la matrona. —¿Un símbolo? —pregunté, su voz llena de incredulidad—. ¿De qué hablas, mujer?
—De un destino, mi señor. El príncipe heredero está marcado por un poder que tal vez aún no comprendemos. ¿Recuerda que su bisabuelo poseía una cicatriz en el brazo cuando nació?
Me quedé en silencio, sintiendo a mi corazón latir con fuerza. —¡Traigan a mi recién nacido de inmediato!
Me apresuré a levantarme del suelo y caminé rápidamente hasta los aposentos. Al entrar, vi al consorte mirando al pequeño con una expresión de amor profundo. Con temor en mi voz, le dije:
—Mi señor consorte, el emperador quiere ver al pequeño.
El consorte levantó la vista; su mirada se endureció. —Dile que venga hasta aquí; nadie me apartará de mi pequeño, ¿entendido?
Conociendo el temperamento del consorte, suavicé aún más mi voz y respondí con cautela: —Mi señor, es el emperador quien ha dado la orden.
El consorte se levantó, su rostro lleno de determinación. —Entonces, regresa y dile que, si quiere ver a mi hijo, deberá venir aquí.
—Sí, mi señor. Salí de los aposentos, mi corazón latiendo con fuerza, sin querer estar en medio de un conflicto de poder. Al entrar al salón, el emperador me miró con ojos de fuego y su voz resonó como un trueno:
—¿Dónde está mi hijo?
Temblando de miedo, respondí casi en un susurro: —El consorte no me ha permitido traerlo y ha dicho que, si usted desea ver al pequeño, debe ir hasta sus aposentos.
—Está bien, iré yo mismo por mi hijo. Yo, más que nadie, sé el temperamento de mi esposo. Caminé hasta los aposentos; al llegar, él ya me esperaba con el bebé en brazos y su rostro serio.
¿Por qué no has dejado que llevaran al niño conmigo? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Se supone que debías haber venido a verme y a nuestro hijo. ¿Acaso solo me jurabas amor por querer un heredero? ¿Eran tus promesas palabras vacías? —responde Min Hyunjin.
—Sabes que lo que dices está lejos de ser verdad —dije, acercándome—, pero supuse que querías descansar y también me he preocupado por lo que ha dicho la matrona. Déjame ver al niño.
Levanté a mi pequeño y sonreí de felicidad. —Se llamará Min Yoongi.
—¿No estás viendo esa horrible cicatriz en su rostro? ¿Cómo puede un hijo nuestro tener tal imperfección? —miré al bebé con una mezcla de lástima, tristeza y confusión.
—¡Retira lo que has dicho!—Mi voz se endureció, resonando en la habitación—. Nuestro hijo es hermoso. Mira sus delicados cabellos rojos y su piel blanca. Nuestro hijo es perfecto y, si hablas por esta cicatriz, esto no es nada; solo es símbolo de su poder.
Me quedé en silencio por un momento, con la mirada fija en la cicatriz del bebé. —Félix, sabes que nadie aceptará a un príncipe heredero con esa marca en su rostro.
—¿Y eso qué?—respondí con firmeza—. Para él, lo más importante debe ser que sus padres lo acepten. Y escúchame bien, Min Hyunjin, defenderé y cuidaré a mi hijo con todo mi ser, pero te pregunto: ¿estás de mi lado o no?
Suspiré, lleno de resignación—Sí, mi amor, siempre estaré de tu lado. Sabía que era inútil discutir o llevarle la contraria a Félix; él siempre ganaría.
Me acerqué a Hyunjin y tomé su mano, sintiendo la tensión en sus dedos. —Nuestro hijo es un símbolo de nuestra unión y de nuestra fuerza. No permitiremos que nadie lo menosprecie por una cicatriz.
Asentí lentamente. —Tienes razón, Félix. Nuestro hijo es perfecto tal como es.
—No soy ignorante, Hyunjin. Yo sé que será un desafío, pero si tú y yo apoyamos a nuestro hijo, él no tendrá inseguridades. Recuerda nuestro orgullo de dragón, y si alguien se atreve a tocar a mi hijo, destruiré todo a mi paso.
Me quedé en silencio, observando el fuego en los ojos de Félix. No necesitaba poner a prueba sus palabras; sé que él sería capaz de lo que sea por los que ama.
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