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☠ Sin Escape ☠

Era una noche lúgubre, no había estrellas en el firmamento, los relámpagos iluminaban el horrible camino de tierra donde una pareja huía para salvar sus vidas.

Respiraciones agitadas y sudorosos por esa carrera donde sus destinos penden de un hilo.

Como eco ensordecedor los gritos de las personas del pueblo que ya le seguían sus pasos.

Querían matarlos, lincharlos y quemarlos en la hoguera por practicar magia negra, pero ellos no eran personas malas, nunca le han hecho nada a la gente.

Aprendieron las artes oscuras por curiosidad, ahora los acusan de ser hechiceros que invocan a Satanás para recibir algo a cambio.

La hechicería no era bien recibida, era una ofensa para la iglesia católica que los tachaban de herejes, paladines, engendros del mal y que blasfemaban en contra del único y verdadero Dios.

Sólo les quedaba escapar de un trágico destino pero...

¿Lo lograrán?

Ellos eran dos niños cuando se conocieron, ambos huérfanos que vivían en la calle, comiendo las sobras de las personas.

Milo que en aquel entonces tenía 9 años salvó de ser golpeado a Sísifo que era dos años menor que él.

El pequeño castaño tenía hambre y se robó un trozo de pan, antes se aseguró de no ser visto por el dueño, pero no contó con que una mujer lo viera y bruscamente le sujetó su brazo para comenzar a gritar.

El alboroto atrajo muchas personas que miraban el espectáculo, el dueño de la panadería enfadado quería darle una lección, el pequeño seguía intentado zafarse del fuerte agarre pero las uñas largas de esa mujer se incrustaron en su piel.

Entre jaloneos luchaba por ser libre y evitar a toda costa un castigo severo donde podría morir si era posible, pero como un héroe llegó otro niño mayor que él para salvarlo.

Uno que otro golpe tenía en su rostro pero al menos puso a salvo al castaño que su cabello rizado estaba hecho un desastre luego de los forcejeos para liberarlo y así escapar juntos.

Pasaba por ahí de casualidad y vio la escena que era injusta a su parecer, él más que nadie comprendía el pasar hambre, no tener familia ni un techo donde vivir.

Dormir en la calle era su única opción, en otro pueblo donde estuvo por una semana lo miraban de forma despectiva, lo trataban mal o tiraban agua para que se fuera a otra parte.

En éste pueblo pasa lo mismo con su gente, todos parecen cortados por la misma tijera, pensó Milo.

La herida en el brazo del callado castaño la revisó, pero no era nada qué preocuparse.

- Gracias.

En un bajo susurro sólo dijo esa palabra, mantenía baja su mirada y no sabía que más decir.

- De nada. ¿No tienes familia verdad?.

Sólo recibió una negación silenciosa.

- ¿Sabes? Yo te entiendo porque estoy sólo en el mundo, no tengo padres ni una familia que me proteja, por lo que veo, igual duermes en la calle.

Ésta vez recibió un asentimiento.

- Yo cuidaré de ti, de ahora en adelante estaremos juntos por siempre.

El castaño que mantenía su mirada en el suelo la alzó para verlo a los ojos, esas gemas azules eran cálidas y su sonrisa gentil le confirmaba que no mentía.

- Gracias y soy Sísifo.

Casi imperceptible pero sonrió.

- Muy bien Sísifo, sólo seremos tú y yo contra el mundo. Mi nombre es Milo.

Esas palabras le hicieron soltar una risita, con una renovada alegría tomó de la mano al rubio y caminaron sin rumbo fijo por el pueblo.

Siempre juntos, dos amigos inseparables.

Sólo se tenían el uno al otro.

Evitaban a toda costa acercarse al pueblo y su gente.

Se internaban en el bosque para recolectar frutas, Milo tenía un arco con flechas que se encontró por casualidad y sus tiros no daban en el blanco pero Sísifo sin ser experto lograba dar en su objetivo, por eso se lo regaló.

Si tenían suerte un conejo podían comer, sino sólo lo que la madre naturaleza les regalaba.

Su suerte cambió cuando un anciano de nombre Sage se hizo cargo de ellos, se toparon una tarde con él a las afueras del bosque, llevaba una capucha negra con un canasto con diferentes hierbas.

Los observó y con una intimidante voz les ordenó seguirlo.

Se miraron entre sí, sin saber qué hacer, descartaron que el anciano tuviera malas intenciones, por eso corrieron para alcanzarlo.

Les dio comida hasta saciar sus estómagos hambrientos, ese día no les fue muy bien en la caza y en la recolección de frutas todo eso lo vio el hombre de cabellos plateados.

Muchas veces los ha visto de lejos, tratando de sobrevivir, cuidándose mutuamente.

Él alguna vez fue padre, por eso se conmovió por esos niños que luchaban ante la adversidad.

Les ofreció un techo seguro, los quiso como si fueran sus hijos, nada les faltó, aunque se negó muchas veces a enseñarles todo sobre la magia negra terminó cediendo y los ahora jóvenes de 15 y 13 años aprendieron rápido sobre las artes oscuras, a preparar medicina herbolaria.

Dos años despues descubrió que Sísifo era un doncel, eso explicaba el porqué de su baja estatura y su cuerpo diferente al de Milo que creció y desarrolló musculatura, siendo un joven apuesto para las mujeres del pueblo.

El hombre que fue un padre para ellos los dejó una fría mañana de invierno, de nuevo volvían a quedarse solos.

Les dejó grandes enseñanzas Sage y valoraban el que se hiciera cargo de ellos, a pesar de practicar la magia negra era una gran persona que no dañó a nadie.

Se mantenía alejado del pueblo por razones muy obvias, además de ocultar que era un hechicero, conocía la clase de gente que vive allí, todos con errados pensamientos, tanto practicar las artes oscuras como amarse dos personas del mismo sexo era mal visto, todos eran llevados por el mismo sendero: La muerte.

Sólo así decían acabar con el mal que habita en la tierra.

Por eso vivir tranquilamente en el límite del bosque fue su mejor opción para pasar sus últimos años de vida y lo consiguió además de disfrutar la compañía de Milo y Sísifo.

Los grandes amigos comenzaron a desarrollar sentimientos, era normal que se sintieran atraídos el uno por el otro debido a su convivencia, se conocían de años.

Milo que recién cumplía 20 años, jamás se esperó recibir un regalo tan hermoso como el que Sísifo le dio.

Todo pasó tan rápido y de una forma mágica.

El corazón del castaño latía desenfrenado, lo que estaba por hacer sería lo más impulsivo que había hecho, acortando la distancia.

Sus labios se estamparon con los del rubio y sólo fue un beso tierno, inocente que sólo duró cinco segundos.

Al separarse en un tono bajo dijo:

- Feliz cumpleaños Milo.

Sonrojados pero con una sonrisa de oreja a oreja ya no podían seguir negando por más tiempo lo que sentían, eso era un amor verdadero, puro y sincero.

Milo fue quien tomó la iniciativa ésta vez y pidió que fuera su compañero para toda la vida.

Esa noche se hicieron pareja, viviendo una hermosa relación que con el tiempo se iba fortaleciendo más.

Su primera vez estando juntos fue la más maravillosa, lo bien que encajaban sus anatomías, esa unión donde no sólo fueron sus cuerpos los que se entrelazaron sino también sus almas.

Su miembro abriéndose paso por las cálidas paredes que lo recibieron con gozo absoluto, el final de su liberación donde repetían lo mucho que se amaban.

Milo sabía la condición de Sísifo, por eso preparó una infusión para evitar que quedara en cinta, solían ir a menudo al pueblo para abastecerse de alimentos, si los descubrían sería peligroso, ver un cambio notorio en su físico sería su sentencia de muerte y él no deseaba perder a su precioso doncel.

Es lo que más ama y no puede vivir sin el, un mundo donde Sísifo no esté a su lado sería su perdición, la oscuridad que habita en él tomaría posesión y la pureza de su alma sería reemplazado por una sed de venganza.

Por eso ese lado oscuro del escorpión debía seguir dormido, porque si llegase a despertar el infierno del que tanto temen las personas se haría presente en la tierra.

Es cuestión de tiempo cuando la calma sea interrumpida y el mal despierte de su largo sueño.

Por ahora seguirían disfrutando de su felicidad que cada vez se va haciendo más corta y efímera.

Correr, debían seguir corriendo para salvar sus vidas de un trágico desenlace que era la hoguera o la horca y todo por culpa de dos personas que los odiaban.

Su amor sólo duró un año y medio, lleno de paz y tranquilidad.

La noche había llegado y estaban por cenar cuando un fuerte escándalo irrumpió en su hogar.

Gritos de hombres y mujeres, acusándolos de ser amantes del diablo, se asomaron por la ventana y vieron a toda la gente del pueblo que enfurecidos traían en manos antorchas, palos y otros objetos punzantes.

El sacerdote de la iglesia encabezaba a la enfurecida multitud, ese hombre de cabellos negros cortos y ojos violetas, pero también lo acompañaba el hijo del presidente municipal, ese chico de cabellos rojos y sus ojos del mismo color que la sangre fresca.

Ambos tenían intereses por la pareja y deseaban verlos caer por diferentes razones.

Camus quería a Milo sólo para él, no sabía qué había visto el rubio en ese castaño que a simple vista no tenía belleza alguna comparado a él.

No lo amaba sólo era una obsesión que sentía por el moreno de ojos azules, aunque se le insinuara cada vez que lo veía por el pueblo éste siempre lo rechazaba alegando que tenía pareja, luego descubrió quien era el que ocupaba el corazón del escorpión, ese que decía ser su amigo pero en realidad tenían una relación más íntima.

Juró vengarse de él, nunca nadie lo rechazaba y sabía con quien se las cobraría.

Por otra parte Cid el sacerdote, no era más que un pecador de primera, bajo esa sotana esconde a un hombre lleno de perversión y maldad, cuando sus ojos se posaron en ese lindo e inocente joven, deseó hacerlo suyo, el lobo se disfrazó con la piel de oveja, pidió amablemente a Sísifo que lo ayudara en la iglesia, que no le robaría más que unos minutos, ingenuamente el castaño aceptó y lo siguió.

A pesar que Milo le decía que no confiara en nadie, que todas las personas no son buenas, sus almas están corruptas y la maldad existe, su pareja tenía la esperanza de que aún hay bondad en la gente de su alrededor, que no es como él dice que son.

Más comprobaría a la mala que todo lo dicho por el rubio era verdad, hasta el que creía era el alma más pura de todo el pueblo estaba manchado de pecados.

Dejó que avanzara por el lugar viendo todo lo que había en esa habitación y cuando cerró la puerta de la sacristía se acercó cauteloso hasta acorralarlo con su cuerpo, de inmediato Sísifo trató de safarse pero su fuerza comparada al de ese hombre era menor, fácil lo dominaba.

Quería besarlo en los labios pero el joven se resistía y recibió en su rostro unos rasguños que no podría ocultar de las miradas curiosas de los feligreses, se cobraría caro esa osadía y le daría un buen castigo por su acción, pero todo se le vino abajo cuando escuchó el ruido de la puerta abriéndose, esa fue la distracción que Sísifo aprovechó para huir de ese lugar.

Camus fue el que entró y vio toda la escena, se ganó una mirada filosa por el cura que sentado en una silla se limpiaba la sangre de su mejilla con un pañuelo.

No era novedad para el pelirojo que el cura se divirtiera con jóvenes, él también fue parte de la lista y disfrutó mucho de ese cuerpo tonificado que ocultaba a la perfección la sotana.

Lo que si le sorprendió fue ver a la pareja de Milo en esa situación, Cid tiene pésimos gustos pensó Camus, pero al ver la frustración y enojo en el pelinegro se le vino a su mente una idea.

Se notaba a leguas que quería vengarse por lo que le hizo el castaño y él podía ayudarlo a cumplirlo.

Coqueto se le acercó para sentarse en sus piernas, sólo tenía una forma de ser persuasivo y era usando sus encantos naturales.

Lo consiguió y ahora ambos armaban un plan en venganza de la pareja, los dos tenían poder sobre la gente, el que usarían a su favor.

Camus mandó a hombres de su padre a vigilarlos, cualquier cosa rara que notaran se le fuera notificado de inmediato.

Todo les salió perfecto y tenían bases para acusarlos de brujería, además de ser pareja.

Ahora su trabajo de Cid era usar lo que se le fue enseñado en la palabra de Dios y evocó un versículo donde el hombre y la mujer fueron creados para ser pareja, cuando llegó el momento de dar el sermón es cuando debía actuar debido al plan.

La gente no podía creer tal aberración, todos estaban escandalizados y pedían que fueran castigados de forma severa entorno a sus pecados, el padre de Camus, Shijima pidió pruebas para tomar una decisión y las personas que los vieron hablaran si era verdad o no.

Sus hombres de confianza afirmaron de forma positiva alegando que además practicaban magia negra, otras personas se levantaron de sus asientos para confirmarlo, éstos últimos el pelirojo les ofreció dinero para que atestiguaran que todo lo dicho era cierto.

Ordenó a la gente del pueblo ir en la noche hacía la casa de esos hechiceros y capturarlos para poder sentenciarlos al amanecer, pero...

Cid y Camus tenían otros planes y no era precisamente que los capturaran.

Sin saberlo Milo y Sísifo disfrutaban de su último día juntos como pareja, entregándose una vez más al amor.

La desgracia caerá sobre ellos y será el inicio de una leyenda donde las cabezas rodarán.

• • • •

Milo fue quien reaccionó antes que llegaran y trabó la puerta con una gruesa tabla de madera para así tener tiempo de escapar juntos.

La comida servida en la mesa comenzaba a enfriarse.

Huyeron por una puerta trasera, debían correr para evitar ser atrapados por toda esa gente enfurecida que Camus se encargaba de persuadir a su antojo.

El pelirojo y el cura se quedaron en aquella casa de madera, su trabajo hasta ahí había llegado, ahora la gente se encargaría de lo demás.

Antes de retirarse prendieron fuego al que fue el hogar de Milo y Sísifo por muchos años, todos los recuerdos que vivieron junto a Sage fue reducido a cenizas.

• • • •

No sabían cuanto tiempo llevaban corriendo pero sus piernas no daban para más, el camino de tierra con piedras no era de ayuda para sus cansadas extremidades.

Sísifo cayó al suelo, su corazón martilleaba fuerte, los relámpagos iluminaban el oscuro firmamento, no sería el momento perfecto para que lloviera, el lodo sería un nuevo obstáculo a vencer.

Milo estaba atento a su alrededor, pero no podía percibir nada, ni un ruido que les indicara si seguían siendo perseguidos.

Confiados que tal vez lograron despistarlos caminaron más despacio, las espesas nubes negras cargadas de lluvia se iban alejando igual que los relámpagos.

El fresco aire nocturno golpeaba sus cuerpos y era una sensación agradable por todo el sudor que empapaba sus ropas.

Con la guardia baja no se percataron de que los seguían sigilosos varios hombres, refugiandose entre las penumbras de los árboles y sin antorchas que delataran su posición.

Rodearon ambos extremos del camino y esperaban una indicación, la cual fue dada.

La pareja fue sorprendida pero tomaron una posición de ataque, sacaron unas dagas para defenderse, Sísifo lamentó no llevar consigo su arco y flechas porque hubiera sido de gran ayuda.

Ahora le tocaba pelear con la daga de oro que fue regalo de Sage, se defendería por sobrevivir y decirle a Milo una noticia que esperaba revelarle ésta noche mientras cenaban.

Agradecía que su amado rubio le enseñara técnicas básicas para defenderse, luego de lo sucedido con el padre decidió aprender, aunque nunca le mencionó lo que pasó aquel día en la iglesia, lo conocía muy bien, sabía lo impulsivo que es y cometería una locura de la que se podría arrepentir, por eso prefirió callar.

En sus mentes se repetían la palabra sobrevivir, les tocaría defenderse, eran como 20 hombres y no sabían si los demás pueblerinos estaban cerca.

El primer hombre se lanzó hacía Milo que por acto reflejo tomó del brazo a Sísifo para ponerlo tras su espalda, aunque estuviera mal herido, le faltara alguna extremidad siempre como prioridad era proteger a su amado.

Su daga de plata con destreza la incrustó en el pecho de su contrincante que cayó muerto, un segundo quiso atacarlo por su costado pero ésta vez fue Sísifo el que actuó de inmediato, sólo lo hirió porque aún a pesar de todo, ellos eran seres humanos y él no tenía la valentía suficiente para sesgar una vida.

Se defendían como podían pero aún así no era suficiente, no tenían tiempo de tomar un poco de aire o descansar, debían ser rápidos sino querían sufrir heridas mortales.

Milo peleaba para evitar que le arrebataran de su lado a Sísifo que como podía se defendía con la pequeña daga de oro, aún eran varios los aldeanos que seguían intactos, mínimo como ocho, eso sin contar los que el castaño dejaba heridos pero vivos.

En un descuido suyo Sísifo era brutalmente golpeado por tres, fue tirado al suelo de forma brusca, su cabeza se dio un fuerte golpe con una filosa piedra, cayó inconsciente pero eso no le importó a sus atacantes ya que comenzaron a darle patadas en todas partes de su débil cuerpo, aún en su inconsciencia protegió su abdomen, se aferró a no ser golpeado en esa zona.

Milo trataba inútilmente de zafarse del agarre fuerte de todos ellos, se sentía impotente de ver como golpeaban a su amado, vio la oportunidad de liberarse al dar un cabezazo al sujeto que tenía frente a sí y repetir la acción con el que tenía tras él.

Repartió puñetazos para ganar tiempo y así recoger la daga de plata que se le había caído en su afán por ser libre de nuevo, se mostró como un bárbaro guerrero que sin piedad mata a sus enemigos.

En eso se convirtió Milo, en un ser sanguinario que sólo buscaba saciar su sed de sangre y venganza.

Los tres restantes fueron más fáciles de matar ya que su fuerza no se comparaba a la de él, todos terminaron con un poderoso filo incrustado en sus corazones, tal como una fina aguja escarlata, ligero y silencioso que no se percibe al momento de recibirlo.

Se dio la vuelta, su rostro tenía algunas gotas de sangre, su largo cabello rubio y esponjoso se tiñó con el líquido de sus enemigos.

Sabía quienes eran los siguientes en morir...

Aquellos tipos que seguían golpeando a Sísifo.

Su sangre hervía de rabia, su amado inconsciente no podía protegerse, era lo más vil y ruin que sus ojos azules veían, prometió cuidarlo, protegerlo a toda costa pero falló al ser acorralado por esos cinco desdichados que ahora deben estar ardiendo en el infierno.

Su agarre se intensificó en la empuñadura de la daga, todos morirán, sólo así podrán irse lejos, muy lejos para evitar que los siguieran cazando como animales.

Corrió para empujar a uno, el que más se ensañó con su pareja y portaba un hacha que dejó caer al suelo, el otro lo atacó con golpes, sus movimientos eran lentos, vio un punto ciego que utilizó a su favor, veloz, certero cortaba la garganta de forma vertical donde la sangre salió a borbotones.

Ahora se enfocó en el otro que tenía a Sísifo como rehén, el cuchillo posado en su cuello no era un juego, si daba un paso más o hacer algo en falso le costaría la vida a su bello doncel.

No deseaba eso, debía haber una forma de que saliera ileso, sin ser herido, vio que comenzaba a reaccionar, tenía que ganar tiempo para que pudiera estar consciente de su alrededor y así pudiera tenerlo en sus brazos a salvo.

Si no podía acercarse al menos lo intimidaría con su mirada, sus pupilas azules ya no mostraban piedad, quería hacerle saber a su enemigo que él sería como el montón de cuerpos esparcidos en el suelo.

Por un momento vio vacilación y la mano que sostenía el cuchillo tembló, dio un paso, luego otro viendo que era seguro acercarse pero se detuvo porque de nuevo el filo fue puesto sin vacilar en su yugular.

Sísifo ya estaba despierto por completo, él mismo debía ver una forma de liberarse, tal vez si golpeaba su costado derecho se liberaría, sólo esperaba que funcionase como él quisiese.

Tanto Milo como el contrario se dirigían miradas retadoras, ninguno se percataba de lo que el castaño pretendía hacer.

Tan suave como una pluma pero con fuerza suficiente llevó el impacto de su codo a las costillas del que lo retenía, se escuchó un quejido.

No siempre sale todo cómo se planea y Sísifo lo comprobó, ya que por acto reflejo el enemigo clavó el filo del cuchillo en su cuello, ahora la sangre cual riachuelo corría libre manchando su inmaculada camisa blanca.

Todo pasó tan rápido para Milo y cuando el líquido carmesí empezó a brotar se quedó estático en su lugar sin creer lo que estaba pasando, reaccionó sólo cuando su amado cayó al suelo tratando inútilmente de tapar la herida sangrante.

Corrió a su encuentro no sin antes aniquilar al sujeto que se quejaba por el dolor en sus costillas, le clavó su daga en el corazón y de forma despiadada le arrancó el órgano aún palpitante de su pecho.

Las pesadas nubes negras se alejaron y la luna llena comenzaba a vislumbrarse en el cielo nocturno, los rayos plateados iluminaron una escena por demás triste que ni las gotas de lluvia o el viento podían llevarse consigo el dolor de un afligido corazón.

Un joven rubio mantenía en sus brazos a su amado que mal herido estaba por dar su última exhalación de vida.

Aunque hiciera de todo por querer curarlo era imposible, la parca ya esperaba a Sísifo con los brazos abiertos, la sangre seguía fluyendo, la pérdida del vital líquido ya lo había debilitado, todo color perdió, de su piel dorada no quedaba nada, ahora tenía un espectral aspecto por lo pálido que lucía.

Aunque Milo tratara de mostrarse fuerte, de sus bellos ojos azules brotaban gruesas gotas salinas que recorrían sus mejillas, debió protegerlo más, debió cuidarlo más, si tan sólo hubiera actuado más rápido, si tan sólo...

Sísifo intuyó lo que pasaba por la mente del rubio y no era culpa de él, sino suya, no había emitido palabra alguna desde que fue acunado por esos fuertes brazos pero debía hacer un esfuerzo para tranquilizarlo, no dejar que su misma mente lo traicione y cometa una locura en su nombre.

- ¡No!... No te culpes amor mío, has hecho todo lo que estuvo a tu alcance por ser mi protector, desde que éramos niños lo has hecho, pero era el momento de demostrarte que yo también podía hacerlo. Yo...

Calló, el aire empezaba a faltarle y sus latidos disminuían con cada minuto que pasaba, no le quedaba mucho tiempo.

- ¡Por favor ya no te esfuerces más! No digas nada, debe haber algo que se pueda hacer para salvarte, sólo...

Unos dedos ensangrentados se posaron en sus labios para callarlo.

- Te amo Milo, no lo olvides, mi amor por tí es infinito, soy de los que creen firmemente que existe una nueva vida despues de la muerte y si la hay prometo buscarte, sé paciente que yo volveré sólo para amarte de nuevo. Ésta noche planeaba decirte que estoy esperando un hijo tuyo, por eso luché con todas mis fuerzas, estaba seguro que se lograría escapar ilesos. Por favor vete de aquí, no intentes nada contra la gente del pueblo, yo sé que no son malos sólo se dejaron influenciar por terceros, huye lejos donde nadie te reconozca, hazlo por mí y nuestro hijo. Vive por nosotros. No olvides nunca que te amo con todo mi corazón.

Un último beso seguido de una caricia en su mentón fue esa la despedida de Sísifo ya que la tersa mano cayó en su regazo.

Milo no podía creerlo, no asimilaba lo que su amado le dijo antes de morir.

En su vientre se gestaba una vida, el producto de su amor, la oportunidad de ser padre se fue junto a su preciado doncel, aquel hijo que no nacería y jamás lo conocería a él.

¿Porqué Sísifo le pedía que no hiciera nada contra aquellos seres despreciables del pueblo, sí ellos fueron los culpables de toda ésta desgracia?

Tenía la respuesta más que clara, era imposible no amarlo por esos bellos sentimientos que eran únicos.

Su amado Sísifo siempre fue así, ingenuo pero noble, carente de maldad, su alma tan pura como la de un ángel, siempre creyendo que las personas no eran malas, ahora su vida había sido arrebatada por las que él creía eran buenas, pero el rubio más que nadie sabía la clase de personas que son, cada uno con un pecado capital distinto.

Todos son despreciables, los odia, los odia tanto por quitarle lo que más ama en éste mundo y también por ese hijo que estaba gestándose en su vientre.

Aferrado al cuerpo sin vida de Sísifo maldecía, los maldecía a todos ellos, en especial a Camus.

Vio la sonrisa de triunfo en su rostro, pero no solo notó la de él, sino también la del padre.

¿Tanto los odiaban?

Entendía el enojo del pelirojo porque lo rechazó incontables veces, pero la del cura no, ¿Cuáles eran sus razones para actuar de una manera así?

Eso ya no tenía importancia ahora, sólo quería hacer una cosa que sí es importante.

Prometió a Sage nunca usar lo que se le fue enseñado, pero ahora su sed de venganza era más poderosa, la maldad que habitaba en su alma había sido liberada, no importaba las consecuencias, sólo quería hacerlos pagar a cada uno de ellos, teñiría las calles de rojo.

- Yo no quise ser un monstruo pero la situación me obligó a serlo. Perdóname mi amor por lo que haré, pero las cabezas deben rodar.

Comenzó a recitar palabras en un idioma que fue vetado hace tiempo, la que decían era el lenguaje del diablo, comenzó como un bajo susurro pero luego su tono de voz aumentó para que como eco se extendiera por todo el bosque, el ambiente cambió drásticamente, la fría brisa ahora se sentía ardiente como la entrada al infierno.

Aunque su compañero mató a uno de los hechiceros faltaba el otro, fingió estar inconsciente todo ese tiempo, esperando el momento preciso para exterminarlo, debía actuar de inmediato antes que complete el ritual que estuviese haciendo, con el hacha en mano se acercó con cautela.

Milo estaba ajeno a su alrededor, podía sentir una extraña energía recorrer su cuerpo, era poderoso y oscuro como lo que habita en lo más recóndito de su alma.

No había marcha atrás, el pacto se estaba completando.

Certero fue el corte que dio justo en la nuca del rubio y la cabeza rodó a metro y medio de distancia, mientras su cuerpo cayó a un lado del de su amado y empezó a convulsionarse, la sangre emanando de su cercenado cuello, tras hacer movimientos bruscos por un minuto se quedó quieto en el suelo.

El hombre bajó el hacha, todo había terminado, en éstos momentos su otro compañero ya debió haber dado el aviso a todos en el pueblo que ya fueron exterminados.

Se dio la vuelta para acercarse a los que aún estaban heridos y ver como podía transportar a todos, tal vez una carreta serviría pero para eso debía volver al pueblo y dejarlos solos, al acecho de animales salvajes que hay en el bosque.

Sólo un par de pasos dio cuando sintió algo extraño cambiar en el ambiente, un miedo le recorrió la espina dorsal.

Ni un grillo, nada se podía escuchar, todo lo envolvió un extraño silencio que se apoderó del bosque.

El viento comenzó a soplar de manera intempestuosa, partículas de polvo danzaban ante los rayos plateados, la luna llena se encontraba en lo más alto del cielo nocturno.

Un torbellino de fuego rodeó el cuerpo de Milo, todo ésto pasando ante la mirada atónita del hombre que dejó caer su hacha al suelo, no podía creer lo que estaba pasando.

Risas macabras, susurros malignos se podían escuchar alrededor, el infierno se desataría en la tierra por un pacto de venganza que se le fue concedido al rubio por el mismísimo Lucifer.

El cuerpo mutilado se levantó como si aún estuviese vivo, lo que antes era una estela ardiente de rojo y naranja se convertía poco a poco en llamas negras, el fuego se adhirió en toda su muerta anatomía y empezó a tomar forma de una armadura en color púrpura, tras su espalda una larga capa negra, en su mano apareció un casco con la forma de una cola de escorpión, mientras en la otra el hacha que fue el causante de su muerte, movido por una fuerza extraña llegó hasta él.

El torbellino se desintegró, las voces cesaron, el hombre por todo lo que había visto se mantenía estático en su lugar, quería correr pero sus extremidades no respondían.

Un nuevo sonido se escuchó en la lejanía, era el sonido de los cascos de un caballo que venía a todo galope, se sintió aliviado por un momento, tal vez alguien venía a buscarlos para ayudarlos, sólo fue un milisegundo el que parpadeó cuando vio que frente a él se encontraba el cuerpo de Milo con el hacha en alto, listo para atacar, cuando quiso retroceder fue demasiado tarde porque ahora su cabeza fue la que rodó en el suelo.

La imponente figura se dio la vuelta para ir por su extremidad faltante, le colocó el casco y la levantó para posarla en su brazo, sus antes pupilas azules fueron reemplazados por dos abismos negros que ya no mostraban emoción alguna.

Él ya no era Milo, aquel joven murió junto a su amado, ahora era un ser despiadado en busca de venganza.

Sabía que faltaban otros por morir, aquellos que Sísifo sólo hirió, podía oler su miedo, como unos cobardes los encontró escondidos entre los arbustos, con una velocidad impresionante los mató a todos.

De nuevo el sonido de un caballo se escuchó mucho más cerca que antes, de entre las sombras surgió un corcel tan negro como el ébano, de sus orificios nasales y ojos salían llamas rojas, mostró una reverencia a su nuevo amo que tomó las riendas y de un salto se subió a la montura.

El caballo se alzó sobre sus dos patas traseras y el jinete alzó al aire su hacha, la luna llena será testigo de lo que pasará esa noche.

Una risa tétrica seguido de un gutural grito que a los cuatro vientos dijo:

- ¡¡¡Las cabezas rodarán!!!

Y emprendió su retorno hacía el pueblo, donde sus enemigos tenían un festejo por erradicar el mal.

Otros dos festejaban a su manera, Cid arriba de Camus haciéndolo delirar de placer.

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