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Extra: Pecador 🔥

Cid encontró su verdadera vocación en el sacerdocio, su familia era católica y desde pequeño se le inculcó amar al creador por sobre todas las cosas.

Cuando tenía 12 años supo que su misión en la tierra era predicar hacia el prójimo la palabra de Dios.

Fue así que entró a seminarios para jóvenes, asistir todos los días a la Iglesia y ayudar al padre en cualquier actividad.

El hombre de edad avanzada al ver que en Cid existía pureza como sólo poseían los ángeles, supo que era un enviado del cielo.

La fe que tenía hacia Dios, su ferviente devoción no cualquiera lo demostraba.

Por eso habló con sus padres sobre el futuro del joven pelinegro, lo bueno que sería elegir al creador y ser una oveja más que lo sigue a su redil, los adultos estando de acuerdo se dispusieron a hablar con Cid, éste con toda devoción respondió que aceptaba.

Le dieron su bendición para luego verlo partir hacia esa nueva vida de pureza y castidad que le esperaba.

Fue así que empezó su camino en el sacerdocio, a los 16 años empezaron sus lecciones, sus padres estaban orgullosos de que su único hijo haya elegido el camino de la fe.

Fueron dos años de duro aprendizaje, estudiar para ser un hombre de nobles ideales y ser fiel a su Dios.

Las necesidades que como todo hombre joven se tiene las debía dejar de lado, lo mundano era pecado, tocarse a sí mismo siquiera le ganaría un pase directo al infierno.

Hizo un juramento ante Dios, debía mantener intacto esa castidad, las erecciones ya no eran constantes como cuando tenía 16 años, eran insoportables al principio pero después supo sobrellevarlas.

En el monasterio donde vivían todos, mayoría tenían un compañero de habitación, pero él era el único que no lo tenía.

Tal vez porque a veces su expresión se endurecía y sus ojos violetas destellaban como el filo de una espada, no los culpaba, siempre fue así, desde pequeño pero en el fondo era amable y cálido.

Fue una tarde que llegó el rumor de un nuevo joven que se uniría a la vocación, venía de lejos fue lo único que se sabía.

Cuando éste llegó fue recibido con una pequeña celebración a modo de bienvenida, muchos se quedaron atónitos por lo bello que era aquel joven.

De largos cabellos celestes atado en una coleta baja, sus ojos de un azul profundo y un coqueto lunar adornando su mejilla izquierda, su piel tan blanca como la porcelana, de labios delgados pero apetecibles por la sonrisa tímida que a todos mostraba.

Su nombre: Albafica.

La comida fue tan amena para todos, los encantos natos que poseía el de cabellos celestes y lo fácil que era entablar una conversación con él.

Para cuando todo terminó, el padre dio la noticia que compartiría habitación con Cid, el pelinegro que sólo unas cuántas palabras cruzó con Albafica no lo tomó muy bien.

Pero acató la orden de guiarlo hasta donde ambos descansarían, señaló la otra cama para que se acomodara y él se recostó en la suya.

Se volvió a incorporar para retirarse sus hábitos y colocarse ropa más cómoda para dormir, pero su mirada quedó clavada en el joven frente a él que desprendía los botones de su camisa con lentitud, su tersa piel quedó expuesta y sus pezones se endurecieron al rozarse con la tela.

Su pantalón cayó al piso y su anatomía quedó expuesta, salvo su intimidad que aún lo cubría su ropa interior.

Cid tragó grueso, el cuerpo que se le mostraba, cada curva bien proporcionada de acorde a su masa muscular y corporal, las piernas con aquellos gruesos muslos.

La sonrisa que le dedicó Albafica le hizo desviar la mirada y prefirió darse la vuelta para cambiarse, dijo un escueto buenas noches y se acomodó en su cama para darle la espalda al peliceleste que más enérgico se la devolvió.

Es como una tortura.

Lo repetía Cid en su mente, en las mañanas y noches era lo mismo, cuando se despertaba la imagen angelical lo recibía tal como vino al mundo, para luego vestirse tan lento que parecía hacerlo a propósito, por las noches era lo mismo cuando se quitaba su ropa.

Se dedicó a ignorar que tenía un compañero de cuarto, pero luego se descubrió observándolo de reojo, cada movimiento que hacía, sus estrechas caderas moviéndose tentativamente.

Se auto impuso castigos severos como el ayuno, rezar por horas postrado en el altar para que Dios lo perdone, pequeños latigazos daba a su espalda para expiar sus pecados, todo porque las erecciones eran constantes, despertaba bañado en sudor, con el deseo ferviente de saciar su instinto más primitivo.

Todo lo que le sucedía tenía nombre.

Albafica.

Él era culpable de todo, de hacerlo un pecador, la belleza que poseía despertaba impuros pensamientos y su cuerpo incitaba a poseerlo salvajemente.

Sentía remordimiento, él nunca fue así, su alma estaba llenándose de oscuridad y eso le daba miedo porque Dios no perdonaría esa falta tan grave.

Sumido en sus pensamientos no notó la esbelta figura que sigiloso entraba a la habitación, suaves manos delinearon su varonil rostro y unos dulces labios se posaron en los suyos.

Abrió sus ojos de golpe, no era su imaginación, las hebras celestes caían a los laterales, su característico olor a rosas se coló por sus fosas nasales, la coqueta sonrisa que le dedicaba hizo cosquillear su vientre bajo.

Se incorporó a medias, no sabía qué decir o hacer, pero antes que pudiera abrir la boca un largo y delgado dedo se posó en sus labios.

- No creas que no me doy cuenta la forma en que me miras, como te excitas al verme desnudo. Me deseas tanto que de tus labios sale mi nombre en las noches más silenciosas. Admite que ahora mismo deseas hacerme tuyo Cid.

Fue desprendiendo botón por botón hasta que la impoluta camisa blanca fue tirada al piso.

El torso desnudo de Albafica lo incitó a pasear sus manos sintiendo como la suave piel se erizaba con su tacto.

Un beso voraz fue todo lo que necesitó el pelinegro para olvidar el lugar donde se encontraba y si desataría la ira del creador por cometer el mayor de los pecados.

Cuando su apasionada entrega terminó, sin estar preso por la maravillosa sensación de poseer un cuerpo tan divino, nuevamente la culpa recayó en él.

Albafica intuyendo su pesar, con palabras dulces pero llenas de veneno, dijo:

- Somos seminaristas aún, lo que hacemos no está mal, así que no te sientas culpable y disfruta de los placeres que da la vida.

Letal pero hermoso, así era el peliceleste, era como una rosa salvaje que retaba las leyes establecidas.

Con la oscuridad que sólo utilizan los amantes, encerrados en la habitación, así se pasó la primer semana, todo lo que experimentaba, las caricias que le daba, sus gemidos ahogados, su atrayente aroma, lo adictivo que era su cuerpo tal como una droga que mantiene dormido sus sentidos, nada a su alrededor le importaba, pero cuando su efecto pasaba volvía a sentir culpa y de nuevo Albafica con mentiras disfrazadas de verdad calmaban su pesar.

Con el paso del tiempo dejó de sentir remordimiento, en su alma ya no había pureza, se volvió un adicto al sexo, sólo deseaba una cosa y esa era poseer aquel cuerpo que se le entregaba en bandeja de plata a la hora que el deseo tomaba posesión de sus cuerpos.

Descubrió que no era el único amante, otros jóvenes también eran víctimas de la lujuria interminable de Albafica, no pasaba desapercibido el como se le acercaban para poder hablar en privado acerca de unos versículos que debían aprender.

Eso no le molestó ya que no había ningún sentimiento romántico entre ellos, sólo sexo salvaje.

Cuando cumplió sus años de aprendizaje, dejó de ser seminarista para convertirse en sacerdote oficialmente, sería el párroco más joven de su generación con sólo 20 años.

El obispo fue quien haciendo acto de presencia, dio fe y constancia de su nuevo puesto, la Iglesia donde sería transferido era un pueblo rodeado por un vasto bosque.

Albafica también se iría al siguiente día para tomar posesión de su parroquia donde muchos feligreses lo esperaban emocionados para darle la bienvenida que se merece.

Como sólo los amantes lo hacen, sin descanso lo hicieron hasta el amanecer, cuerpos sudorosos, jadeantes se dieron un último beso lascivo y sucio de despedida.

Cada uno tomó un camino distinto, ahora el peliceleste compartiría la lujuria con las pobres almas libres de pecado.

Mientras Cid se quedaría en abstinencia por mucho tiempo ó tal vez no.

Cuando sus pies tocaron por primera vez aquel pueblo, fue recibido con una celebración en grande para darle la bienvenida, todos se mostraron felices por su llegada.

Se adaptó rápidamente a aquel tranquilo lugar, conocía a cada uno de los jovencitos que asistían a las catequesis, todos muy lindos pero uno sobresalía del resto.

Cabellos rojos y pupilas del mismo color que la sangre fresca, su cuerpo con curvas exquisitas a la vista, caderas anchas, muslos gruesos y su redondo trasero que estaba seguro hacía maravillas en la cama, por un momento le recordó a Albafica, su cuerpo reaccionó por la sola mención de ese nombre.

Tal vez era su imaginación pero juraría que aquel jovencito le coqueteaba con la mirada, sus sonrisas cada vez que se acercaba a ellos para platicar por unos minutos no eran para nada inocentes.

Era mucho tiempo sin tener sexo y con sólo masturbarse no lograba el mismo éxtasis que sólo un cuerpo le daba, tal vez se estaba imaginando cosas que no eran.

Desde que vio a aquel atractivo sacerdote por primera vez, lo deseó fervientemente, sería una hazaña el lograr tener su atención y hacerlo pecar de la manera más deliciosa que existe.

Ser mimado y consentido por su padre al ser hijo único le encantaba, siempre obtenía lo que quería y ésta vez no sería la excepción.

Usaría sus encantos para cautivar a Cid, quería verlo a sus pies, besando cada parte de su anatomía, que lo haga delirar de placer, por eso se propuso ser atrevido cada vez que lo encontrara.

Nadie diría nada porque no les convenía tenerlo como enemigo, sabían que él no se tentaba el corazón.

Sus acercamientos fueron lentos, siempre calculados para no asustar al padre, la ropa que usaba, todo tenía un propósito, el cual funcionó.

La filosa mirada violeta lo seguía donde quiera que fuese y no se apartaba de él, eso le encantaba a Camus, ser el centro de atención.

Cierta tarde, con el pretexto de querer 'confesarse' acudió a la Iglesia, entró con aire altivo directo a la sacristía donde sabía que se encontraría Cid preparando todo para la misa de las 7.

- Perdóneme padre porque he pecado.

Reconoció la voz, se dio la vuelta y alzó una ceja al ver que Camus cerraba la puerta poniendo seguro para que nadie entrase de imprevisto.

- Dime cuáles son tus pecados y te daré la penitencia que crea adecuada.

Con pasos firmes pero sensuales, sin apartar su mirada carmesí de aquel atractivo sacerdote se fue acercando hasta quedar a centímetros de su fuerte cuerpo.

- Me acuso de desear a un hombre prohibido, los pensamientos impuros que tengo con él son tan abrumadores que hasta en sueños se presentan y ahora que lo tengo de frente me dejaré consumir por la lujuria que siento.

Sus labios se unieron salvajemente, sus dientes chocando entre sí por la brusquedad del contacto y sus lenguas enredandose como serpientes.

Cid acorraló a Camus entre el escritorio de madera y su musculoso cuerpo, recorrió con sus manos expertas la esbelta anatomía, mordió sin delicadeza alguna la pálida piel del cuello sacando gemidos lujuriosos de esa dulce boquita.

La ropa quedó esparcida sobre el suelo alfombrado, sus respiraciones agitadas se podían escuchar fuera de la sacristía y poco les importaba si eran descubiertos, la palabra de ambos valía más que la de cualquier habitante del pueblo.

Su pene erguido fue colocado sobre la estrecha cavidad, las suaves y largas piernas descansaban sobre sus hombros, se adentró de una sola estocada y comenzó un vaivén desenfrenado.

Su pelvis se movía en círculos, siempre queriendo meterse más profundo en las cálidas paredes que lo apretaban deliciosamente.

El sonido seco de sus testículos golpeando con las maravillosas nalgas lo estaban llevando al borde de la locura, sumado al tiempo que estuvo en abstinencia todo aumentaba las sensaciones.

Obligó a su amante a doblar por la mitad su cuerpo, rodillas pegándose a su pecho, siguió arremetiendo con fuerza excesiva, la madera crujiendo por la intensidad de sus movimientos.

Compartieron un beso lascivo donde sus salivas se mezclaron y con el clímax cada vez más cerca, sentía como las paredes se volvían más apretadas cuando tocaba en el punto exacto de su amante que ponía los ojos en blanco y gemía sin parar.

La cúspide del orgasmo llegó cuando en una última estocada su pene fue exprimido dentro de esa codiciosa cavidad anal que le sacó hasta la última gota de semen mientras la liberación de Camus manchó su barbilla y labios.

Aquella imagen fue tan erótica como sensual, con el libido insaciable que poseía, no tardó en volver a tener una nueva erección.

Incorporó a Camus para luego obligarlo a arrodillarse ante él, su pene erguido nuevamente lo frotó contra los labios de cereza.

El pelirojo sonrió con lascivia y con su lengua se limpió el líquido pre-seminal que fue usado como labial, luego se acercó a oler la escasa mata de vello púbico.

- Chupa.

De forma ruda lo tomó de sus hebras carmesí y pegó descaradamente su hombría al rostro de mármol, la lengua ajena recorrió sus venas marcadas que bombeaban sangre por toda su extensión para posterior meterlo a su boca y comenzar su labor.

Cada vez que se empujaba, la punta llegaba más profundo en su garganta, la lengua codiciosa hacía un excelente trabajo cada vez que entraba y salía follando sin piedad su boca.

Su segundo orgasmo fue más intenso que el anterior, su semen mezclado con saliva escurriendo de la comisura de los labios de Camus fue de nuevo una imagen verdaderamente tentadora a sus pupilas.

Si no fuera por el tiempo que lo tenía encima seguiría haciéndolo suyo toda la noche, pero aquel encuentro fortuito no acabaría ahí, no cuando habían disfrutado de aquella lujuriosa pasión.

El sexo con Cid era rudo, salvaje y brusco, sin duda era bueno en lo que hacía, el mejor amante que tenía, siempre llevándolo a límites insospechados en el orgasmo.

"Éste sí es el puto paraíso, Camus. Anda, toma la bendición que te voy a dar."

Le encantaba cuando le repetía aquellas palabras eróticas cada vez que sus entrañas eran bañadas por su ardiente semilla.

Es un lobo disfrazado de oveja, es lo que pensaba el pelirojo, lo que aparentaba ser ante los demás sólo era una fachada que quedaba atrás cuando lo poseía.

Cid era un pecador y lo demostró cuando lo hizo gemir en la misma mesa donde oficia las misas, frente a la imagen de aquel ser divino clavado en la cruz, además que sabía un secreto que escandalizaría a todo el pueblo.

El íntegro sacerdote se divertía con los jóvenes de la doctrina, algunos cedían por su belleza masculina, otros más terminaban violados y amenazados por si se les ocurría hablar.

Tampoco es que le importara lo que hacía Cid con sus otras víctimas, su atención la seguía teniendo porque fue su primer amante del pueblo, disfrutaban del sexo sucio y primal, hasta que Camus se fue alejando poco a poco.

Éste estaba interesado en un atractivo hombre de cabellos rubios alborotados, cada vez que le veía por el pueblo lo perseguía a todas partes, coqueto se le acercaba para insinuarse siempre terminando en rechazo, dándole justo en su ego porque nunca nadie le había dicho un NO por respuesta.

Mientras que a Cid le llamó la atención un lindo castaño, jamás lo había visto en las catequesis, conocía a todos los jovencitos del pueblo pero a él no, se encontraba en una banca del fondo rezando, curioso se acercó más donde se encontraba, cuando su mirada verde chocó con la suya.

Sintió el deseo emerger desde lo más profundo de su ser, supo en ese instante que debía ser suyo a como dé lugar, la inocencia y pureza que desprendía debía arrebatarle por las buenas o por las malas.

Cuando trató de acercarse se vio interrumpido por la señora Marín que pedía confesarse, tal vez en ese momento no sería suyo pero a la próxima no había forma alguna que se salvara de sus garras.

Su mirada violeta lo tenía vigilado cada vez que iba al pueblo con un rubio que no le gustaba para nada ya que siempre los dos andaban juntos y nunca se separaban, eso impedía que pudiera acercarse para lograr su cometido.

Y justo cuando lo había conseguido, después de mucho tiempo esperando una oportunidad como esa, llega Camus a interrumpir inoportunamente, Sísifo escapó a toda prisa por la puerta de la sacristía.

Desahogó toda su furia en el cuerpo de Camus, logrando sacar gemidos de dolor puro al arremeter sin piedad en su cavidad anal, luego de su salvaje entrega planearon como arruinar a la pareja, esa sería su venganza de ambos, nunca los dejarían ser felices.

Manipular a la gente con su labia de la fe y los mandatos de Dios fue demasiado fácil, todos creían ciegamente en él, si supieran que bajo la sotana se oculta un hombre perverso, lleno de maldad y lujuria desmedida donde sus hijos fueron sus principales víctimas, la mentira de Camus fue otro incentivo para enardecer la multitud que pedía a gritos se exterminara a los practicantes de magia negra.

Milo y Sísifo habían escapado, antes de retirarse prendieron fuego a la cabaña ahí su trabajo había terminado ya que los pueblerinos se encargarían de perseguirlos hasta acabar con sus míseras vidas de hechiceros.

Volvieron al pueblo más felices que nunca porque empezó a correr la noticia que la pareja estaba muerta, mayoría de habitantes se estaba reuniendo en la plaza para celebrar su exterminio.

Camus se colgó de su cuello y coqueto se le insinuó que debían festejar su venganza que salió tal y como lo planearon.

En su mente se imaginaba que era Sísifo quien lo besaba con fogosidad, la lengua ajena incitando a la suya a tener una batalla, lo guió directo al escritorio de madera, sentándolo y abriendo sus piernas para colarse entre ellas.

El deseo de inmediato tomó posesión de sus cuerpos, con desesperación se retiraron sus prendas hasta quedar completamente desnudos.

La piel que iba quedando expuesta era manchada por mordidas al rojo vivo, en el abdomen fue donde dejó muchas marcas y el interior de sus muslos.

Su lengua recorría su esfínter que palpitaba ansiosa cada vez que hacía círculos alrededor, la excitación de Camus era masajeada con lentitud por su mano con líquido pre-seminal escurriendo de la punta.

Dejó el juego previo de lado para acariciar su dura hombría que estaba lista para irrumpir en las estrechas paredes que se contraían en anticipación.

Colocó en cuatro a Camus, sus gloriosas nalgas al aire, mostrando en todo su esplendor la húmeda entrada que pedía a gritos ser profanada.

Entró de una embestida hasta lo más profundo, de nuevo su mente se imaginó que era el lindo castaño quien gemía y se aferraba al borde del escritorio.

Sacó su pene y volvió a entrar con ímpetu, las paredes anales lo apretaron deliciosamente sacando gruñidos de satisfacción que eran opacados por los gritos de júbilo.

Incorporó a Camus sin sacar su pene del goloso interior que lo succionaba e hizo que caminara hacia el enorme ventanal de la Iglesia.

Las pálidas manos se posaron sobre el grueso vidrio y miró a toda la gente reunida bebiendo vino para festejar su victoria, mientras ellos lo hacían a su manera.

Cid haciendolo gritar de placer y gozo absoluto.

El pelinegro abrió las nalgas y miró con satisfacción como su agujero estaba rojo, siguió con su candente labor, estocada tras estocada dando justo en el punto dulce de Camus que su cálido aliento empañaba el cristal cada vez que gemía con fuerza.

El sonido del exterior ocultaba a la perfección lo que estaban haciendo, las pieles brillaban en sudor, el sonido de sus testículos llenos de semen era música para sus oídos, las paredes haciéndose cada vez más apretadas y ardientes como el infierno mismo.

Su pelvis mandó una corriente eléctrica que fue directo a su hombría, otra embestida más que hizo arquear su espalda y las contracciones en su interior parecían indicar que ambos terminarían al mismo tiempo.

Su mano la dirigió al hinchado pene que golpeaba con el borde del ventanal, lo masturbo al ritmo de su frenético vaivén, un nuevo grito de placer salió de los labios de Camus y todo fue en subida.

El semen del menor salió disparado directo al cristal, mientras las paredes apretaron su pene hasta que volvió a meterse más profundo y sacar la última gota de su esperma caliente, su fornido cuerpo apretó contra el marco de la ventana al pelirojo, ni bien recuperaban el aliento cuando empezó un alboroto afuera que en cuestión de minutos se convirtió en masacre y terror.

Todo ésto pasaba ante sus ojos, imágenes nítidas de todo lo que hizo, recordó desde su niñez hasta lo que se convirtió ahora.

Dicen que antes de morir todos los recuerdos de tu vida llegan en sucesión como si fuese una película y ahora comprobó que era cierto, hasta el más reciente encuentro con esa belleza sensual que huyó en cuanto vio quien era el jinete sin cabeza.

La lenta tortura que le daba Milo era por demás agonizante, disfrutaba de verlo retorcerse de dolor pero nunca quebraría su fuerza de voluntad, jamás lo vería suplicando.

No se arrepentía de lo que hizo, disfrutó de todos los placeres y descubrió que someter a los más débiles era sumamente excitante, verlos suplicar porque se detuviera de manchar la pureza de sus cuerpos.

No esperaba que Dios lo perdonase, después de todo él era un pecador, uno de la peor calaña compitiendo con Judas y su traición.

Justo cuando el hacha estaba por cortar su cuello, se le fue mostrado el verdadero infierno, criaturas amorfas que lo esperaban, carcajadas espeluznantes y gritos tétricos que lo hicieron temblar de terror puro, ese sería su castigo, su alma sería torturada hasta el cansancio.

Cuando su cabeza fue puesta en el altar del arcángel Miguel, el miedo había sido plasmado en sus ojos, porque lo que le esperaba era una eterna tortura.

Ese era su castigo...

Por ser un...

Pecador.



Gracias por leer y espero haya sido del agrado de todos

Saludos 💙💖❄☠🦂

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