Capítulo 4: Fusión
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Pasó el fin de semana, y volvió a ser lunes. Volvió el tener que ir a la Black Enterprise y tener que enfrentarme a lo que pasó el viernes. Empezaba a odiar demasiado pronto el trabajo...
Llevaba esos días sin saber nada de Alexander. Él tenía mi número de teléfono, y no se había dignado a llamarme. Pero, ¿tenía que hacerlo? En absoluto, no tenía ni que debía. Y quizá eso era lo que más me jodía, que a mí me jodían cosas que no debían de joderme.
Yo, por mi parte, no me podía quitar la imagen de ese horroroso carmín en su camisa...
Me puse mi vestido rojo por encima de las rodillas liso, junto a unas medias negras con puntitos pequeños negros. Me coloqué mis tacones y decidí plancharme el pelo, hacía tiempo que no lo hacía y tenía que aprovechar que ese día no había predicción de lluvia. A corazón triste, mirada radiante.
El señor del otro día volvió a ir hasta a mi casa a por mí.
—¿Qué le pasó el viernes, señorita Evans?— preguntó mientras conducía hacia Black Enterprise.
—Me encontraba mal.— contesté mirando por la ventana.
—Espero que ya esté bien.
Sonreí y él pudo verme por el retrovisor.
Llegué a mi puesto de trabajo y comencé a adelantar trabajo que no había hecho pero que debería tenerlo terminado desde que me fui el viernes. Intercalaba las miradas en el ordenador con las de la puerta de Alexander, él aún no había llegado seguramente.
De pronto se abrió la puerta del ascensor, pero no salió él, sino dos hombres bien trajeados que se separaron cada uno hacia una oficina. Minutos después se volvió a abrir, pero era Lorraine con una taza de café entre sus manos.
—Toma— dijo, dejando la taza sobre mi mesa— Lo del otro día seguro fue una bajada de azúcar, así me aseguraré de que estarás bien— sonrió— ¿Qué tal?
—No tenías que haberte molestado, Lorraine— contesté con una sonrisa de agradecimiento— Estoy mejor, gracias.
—Ahora tengo que irme— dijo, y se dirigió hacia el ascensor— Skylar— añadió, girándose, pero no volviéndose a acercar— ¿Sabes que han despachado a Bob?
—¿Qué?— pregunte sorprendida— ¿Por qué?
—No lo sé— contestó triste. Era torpe, pero se le cogía mucho cariño—. Supongo que dentro de unos días vendrá alguien nuevo de prácticas.
Yo asentí con la cabeza y ella se marchó. ¿Por qué habían echado a Bob? Era su primer trabajo, de ello consistía su nota y lo habían echado... ¿Alexander tendría algo que ver? Claro, claro que Alexander tenía algo que ver, Alexander Black tenía que ver en todo lo que pasaba y dejaba de pasar en Black Enterprise.
Pasó cerca de una hora hasta que se volvió a abrir la puerta del ascensor, y en esta ocasión, sí era Alexander. Noté como mi pulsó se aceleró solo con verle llegar, y mi corazón comenzó a palpitar convulso.
Entró serio, colocándose su corbata con delicadeza, y cuando su delicioso aroma inundó mis fosas nasales porque se encontraba a mi lado, se paró, y sin mirarme, dijo:
—A mi despacho.
Yo asentí aunque supe que no se había dado cuenta, incluso ya había entrado a su oficina. Puse los ojos en blanco y entré, cerrando la puerta.
—¿Cómo te encuentras, Skylar?
Aparentemente era Alexander, no el Jefe, ya que había comenzado por tutearme, pero su semblante era tan frío y serio que no me daba demasiada confianza para no tratarle como la persona con la que anteriormente me había besado, sino con mi jefe.
—Mejor, señor Black— espeté. Ahora era yo quien no quería hablar de persona a persona.
—¿Qué hiciste con el becario?— preguntó sin rodeos, dándole igual mi tono solemne de voz.
—-Se preocupó por mí y me llevó a casa. Pero usted lo ha despedido... ¿Por qué? ¿Por eso? ¿Por qué me llevo a casa?
Él entrecerró sus ojos como señal de aburrimiento.
¿Le aburría?
¡Tú sí que aburres, señor Black!
—¿Por qué tuvo que llevarte a casa? ¿Solos? ¿Tú y él?
—Sí, él y yo— expliqué rodando los ojos— Porque él se preocupó por mí, a diferencia de usted, que solo consigue enloquecerme— añadí molesta y cruzándome de brazos.
—¿Pasó algo?— insistió.
¿Me estaba dando la razón en que había despedido a Bob porque él me había acompañado a casa? Sí, ¡claro que me la estaba dando! El que calla otorga.
—¿Pasó algo aquí con esa tal señorita Kathleen?— dije con sarcasmo a modo de imitación de esa chica.
—No— contestó seco y frío—. ¿Qué te hace pensar eso?
Su sorpresa incluso me ofendió.
—¿Qué le hace pensar que yo tuve algo que ver con Bob?
El relajó su expresión por un momento, pero pronto volvió a la carga, frunciendo el ceño.
—Por celos— contestó.
Su declaración me hizo enmudecer por instantes.
—¿Qué?— pregunté sin saber realmente qué contestar a eso. Necesitaba tiempo para asimilar esa afirmación.
—¡Por celos, Skylar!— vociferó acercándose a mí—. ¡Por celos!— repitió, y, agarrando mis hombros, me impulsó hacia sus labios. Comenzó a mordisquear mi labio inferior levemente, pasando su lengua lentamente por él, pidiéndome acceso a mi boca, a lo cual no me negué. Estaba paralizada.
Poco a poco fue ralentizando el beso, hasta el punto de alejar su boca de la mía, aunque no se separó. Me miró profundamente, y noté un tipo de conexión que supe que no iba a poder romper nunca. Comenzó a tocar mis labios con su pulgar, comenzó a dibujar trazos con él y yo me sentí perdida. Se me había olvidado todo, lo del carmín de esa Kathleen, sus celos irracionales contra Bob y... su despido improcedente.
Bueno, realmente no se me había olvidado nada.
—¿Vas a aceptar otra vez a Bob?— pregunté rozando su nariz con la mía.
Él cambió su mirada, volvió a transformarla en esa que no sabía descifrar bien y se alejó unos pasos de mí.
—No— cesó sin ánimo de exponer nuevamente lo que él creía que eran razones de peso—. ¿A caso te interesa que vuelva a meterlo?
—Lo has echado sin motivos, Alexander. Y eso no será bueno para su futuro— refuté aunque levemente menos enfadad, aunque no quería sacarlo a relucir. Seguía extasiada por notar aún el ardor de mis labios.
—Me lo pensaré— dijo, aunque algo me decía que no iba a readmitirlo.
—Ahora cuéntame qué hizo aquí esa tal Kathleen— ordené esta vez yo.
Solo de nombrar a esa chica me daban arcadas. La odiaba, y solo la había visto dos veces. No necesitaba verla más para hacerlo.
—¿A qué te refieres, Skylar?
—Vamos, Alexander. Vi esas marcas de carmín en tu camisa— dije con obviedad y al recordarlo, volví al ataque.
—Skylar— siseó mientras se acercaba a mí, aunque esa vez no permití que me tocara pues sabría qué haría conmigo de nuevo lo que él quisiera. Conocía el efecto que tenía sobre mí—.Esa chica está interesada en lo que poseo y se me lanzó.
Sus palabras eran sinceras, pero la simple idea de que sus labios habían rozado un sitio que aún yo no había conocido... me daba tentación de matarla.
Quería matarla.
—¿Qué soy para ti? Además de a veces tu secretaria, claro— mascullé. Quería saberlo. Quería caerme ya del pedestal que me había formado por culpa de sus besos. Quería que no me jodiera tanto.
—¿Puedo invitarte esta noche a cenar? Te contestaré a todo lo que quieras— contestó alzando levemente las comisuras de sus labios.
¿No sabía sonreír así, sin paréntesis, sin retenciones?
—Me encantaría— sonreí tonta—. Ahora voy a seguir con mis cosas.
El asintió y yo fui a abrir la puerta.
—Skylar— escuché, notando sus pasos cerca de mí y su brazo cerró lo poco que tenía abierta la puerta. Me giré y le vi ahí, peligrosamente cerca, y me besó fugazmente.
Después apartó su mano que me impedía abrir la puerta. Yo me giré y rocé mis labios con la yema de mis dedos. Era... ¿un sueño?
Tocaron las cinco de la tarde y comencé a recoger mis cosas. A esa hora siempre me abordaba la misma duda, ¿debía llamar a la puerta y avisar a Alexander?
Decidí que sí, ya que me debía una cena y quería recordárselo.
Toqué la puerta y por primera vez, me abrió él.
—Señorita Evans, iba a salir en este preciso momento.
—Nos leemos la mente, señor Black— contesté sonriendo.
Llevé mis dedos alrededor de su boca y restregué tenuemente la yema de mis labios sobre ella, ya que tenía algo de mí gloss. Él sonrió y supe que ambos agradecimos que no hubiera recibido visita.
—Carter está esperándola ahí abajo, ¿prefiere que la lleve él o yo mismo?
—Carter.
No quería hacerle perder más tiempo, a fin de cuentas, era el jefe, y debía estar muy liado.
—Está bien...— miró para el suelo con desasosiego—. A las ocho estaré en el portal de tu casa.
Yo asentí y giré sobre mis talones, y antes de dar un paso, noté un gran palmetazo en el culo. Sonreí y al girar vi como la puerta de Alexander se estaba cerrando. Me dirigí al ascensor con una sonrisa bobalicona, esperaba con ansia que esa sonrisa sí que me quedara bien, pero confiaba en ello, ¿había algo que le perteneciera a Alexander Black que no fuera bello?
Tenía que estar guapísima para mi cita con Alexander. Me encontraba realmente nerviosa, cosa que le contagié a Megan.
—Me encanta verte tan contenta— comentó sentada en el puf morado mirando cómo daba vueltas por el salón—. Estás mucho más guapa.
—No sé qué ponerme, no sé cómo pintarme ni cómo vestirme, ¡esto es un infierno!— bramé escandalizada. Parecía una tontería, pero yo estaba realmente nerviosa por no fastidiarla.
Media hora después recibí un mensaje al móvil.
Alexander Black, 18:42
Espero que te estés poniendo realmente guapa. Pero que esa belleza solo te la vea yo. Ojalá pudiera vértela solo yo.
Sonreí y comprimí el móvil en mi pecho, fuerte. Estaba muy feliz, sentía algo especial por Alexander, algo que incluso me asustaba. Llevaba muy poco conociéndole, y aun así, firmaría para pasar junto a él el resto de mi vida.
Después de un rato, decidí ponerme una falda blanca y una camiseta arreglada azul. Me puse unos tacones beige y conservé el planchado de por la mañana. Solo esperaba que mi príncipe azul llegara a por mí.
Eso había sonado demasiado cursi, ¿no?
Me senté para relajarme, hasta que caí en algo:
—Está bien...— miró para el suelo con desasosiego—. A las ocho estaré en el portal de tu casa.
Iba a entrar al portal de mi casa...
Alexander iba a entrar al portal de mi casa...
Pegué un respingo que asustó a Megan, y cogiendo una escoba y un trapo salí corriendo al portal oyendo la voz de Megan.
Estuve limpiando el portal unos treinta minutos, no quería causarle mala impresión a Alexander. Limpié los grandes espejos y regué las macetas que había. Era obvio que Alexander sabía que yo no era tan rica como él, pero tampoco esperaba que pensara que vivía en un piso así.
Al rato después, cuando eran justo las ocho de la tarde, sonó el portero. Salí corriendo pero me esperé unos segundos para cogerlo, no quería que pensara que estaba desesperada. Aunque lo estaba.
Conté uno, dos, tr...
—¿Sí?— contesté enérgica sin ser capaz de aguantar la cuenta atrás que yo misma había formulado mentalmente.
—¿Señorita Evans?— contestó con una sonrisa que haría enloquecer al más cuerdo. ¿Sabía que le estaba viendo? Le dije que ya bajaba y me puse rápidamente el abrigo, Megan me dio la bendición y bajé corriendo por las escaleras.
Cuando bajé Alexander estaba apoyado en un poyete que yo misma había limpiado apenas hacía media hora. Menos mal, porque si no, su cara chaqueta de traje hubiera acabado llena de mierda.
Nada más acercarme a él, él agarró mi muñeca y me acercó rápidamente a él, juntando sus labios con los míos, estallando una explosión de emociones en mi boca. En ese momento pensé en Alexander, en lo que estaría pensando él. Aquello era demasiado. Estaba tan nerviosa que creí que iba a estallar.
Se separó de mí unos segundos después y acarició mi mejilla, y después, hundió su nariz en mi cabello.
—¿Te espera alguien en casa?— preguntó mientras cogía mi mano y nos dirigíamos a la puerta.
—Mañana tengo que trabajar— contesté con un deje divertido.
—No creo que tu jefe se moleste— dijo en mi mismo tono.
Salimos del bloque y fuimos a su coche, que estaba justamente frente a mi puerta, y abrió la puerta del copiloto para dejarme entrar. Cuando me senté, y antes de cerrar la puerta, dijo:
—Estás preciosa.
Sonreí tímidamente, vaya que este hombre me hacía removerme entera con solo simples palabras. Él puso su mano sobre mi muslo y añadió:
—Aunque esta belleza sí la ven todos.
Supe que me había ruborizado por el ardor de mis mejillas y por la sonrisa que se formó en su rostro.
—Tú también estás muy guapo— respondí y me quedé corta. Llevaba un carísimo traje con chaqueta entallada negra perla, al igual que los pantalones. Debajo llevaba una camisa blanca, junto a una delgada corbata negra. Para mí, todo le estorbaba.
Él sonrió y cerró la puerta. Se dirigió al asiento del piloto y arrancó.
—Algún día me dejarás conducir este coche— pedí burlona admirando el coche.
—Si sueles aparcar como aparcaste el tuyo, lo dudo— contestó en tono de broma, aunque parecía que lo decía en serio.
—Oh, venga— me reí—. ¿Cuándo crees que estará mi coche listo?
—Dentro de poco— contestó, girando a la derecha.
—¿Dónde vamos a ir?— pregunté ya que esas calles no las conocía bien.
—¿Estás preguntona, no, señorita Evans?— replicó él dedicándome una fugaz mirada.
Yo sonreí y preferí quedarme callada; tenía razón. Eran los nervios.
Aparcó frente a un gran y precioso hotel y se bajó rápidamente para asistir mi salida. Después, le entregó las llaves a un hombre y sacó algo de dinero para él.
—Despídete de la luz del día hasta mañana— dijo agarrándome de la mano.
—¿Vamos a dormir aquí?— pregunté, comenzando a andar a su paso.
—Puede.
Era un sitio precioso. A medida que nos íbamos acercando, más me cautivaba el lugar. El suelo era de piedra muy cuidada y preciosa, y el hotel era como una imitación a un castillo color beige. Estaba rodeada de césped, y había plantas preciosas y muy altas. En la entrada tenía una gran cúpula que le daba un aire interesante. Pasamos y lo primero que cautivó mi atención fue un llamativo suelo a cuadros blanco y negro. Su pared era blanca, y al fondo había una recepción con un hombre moreno.
—Alexander Black— dijo nada más llegar.
—Oh— se ruborizó el caballero—. No había tenido el gusto de conocerle personalmente.
Alexander le estrechó la mano.
—Habitación 148, señor Black, disfruten su velada.
Sonreí con cortesía y nos dirigimos al ascensor, que estaba ambientado en la antigüedad. Era algo paradójico.
Llegamos a la planta donde se encontraba nuestra habitación y nada más abrir la puerta, Alexander me cogió como si de una princesa se tratase y entramos.
Me dejó caer sobre la cama, y luego se tiró sobre mí.
—¿Le gusta la habitación, señorita Evans?— preguntó aún sobre mí, colocando sus manos sobre el colchón recargando todo el peso sobre ellos.
Alexander y el Señor Black eran personas totalmente distintas. Yo odiaba al señor Black, pero estaba totalmente embaucada por Alexander.
Quizá ese era el problema.
—Es preciosa— musité, aun sin creerme que estaba dentro de ese palacio que había visto hacía apenas unos instantes.
—Realmente hermosa— se levantó ágilmente—. Y la habitación también.
Yo me ruboricé y acepté la mano que me tendió para incorporarme. Por fin podía ver la habitación detalle por detalle.
Lo que más llamaba la atención era su enorme cama de color chocolate, y su moqueta de color un poco más claro. A la izquierda de la cama había un pequeño sofá del mismo tono y una pequeña mesa de cristal. En frente, había una mesa redonda llena de comida rodeada por dos entalladas sillas. Al final del todo se encontraba un balcón tapado por una preciosa cortina. La toqué y era de mejor calidad que toda mi ropa junta. Al otro lado de la cama había una puerta que supuse que era el baño.
—¿Cenamos?— preguntó Alexander abriendo la botella de vino.
—Sí— sonreí y me deshice al fin del abrigo, sentándome en una de esas preciosas sillas—. Me quedaría a vivir años aquí.
—Y yo— contestó, sirviéndonos una copa de vino blanco a ambos.
Se aflojó la corbata y brindamos.
—Por tu nefasta entrevista— bromeó.
Había infinidad de platos, y cada cual más sabroso.
Pasamos alrededor de una hora comiendo, hasta que pensé que iba a explotar. Así pues, me eché hacia atrás en el respaldo de la silla.
Alexander sonrió al ver este gesto infantil, por lo que se levantó y agarró mi mano para hacerlo yo también.
Me acercó a él y, deshaciéndose del mechón que tapaba mi oreja, dijo en ella:
—No quiero que te alejes de mí nunca.
Por un momento pensé que más que una petición o un deseo, parecía una obligación o amenaza.
Y le miré a los ojos pensativa.
—Yo tampoco quiero alejarme de ti— musité. Me daba aun mucha vergüenza mostrarme así ante él.
Él juntó su nariz con la mía y suspiró profundamente. Después, sus dedos agarraron mi cabello con fuerza, tirando de él hasta que escuchó un gruñido salir de mi garganta. Nuestros labios se tocaron una y otra vez, parecía que estábamos compitiendo por ver quién era más profundo, más placentero.
Solté un gemido y me separé unos segundos para coger aire, notando la fría mano de Alexander colarse por mi camiseta y arañando mi espalda. No tardamos más que unos segundos en volver a unir nuestras bocas, esa vez en un beso más lento y profundo, que nos dejó a ambos sin respiración.
Poco a poco, sin despegarnos el uno del otro, nos colocamos frente a la cama. El beso de Alexander sabía cálido y profundo, sentía el calor y la excitación en mi interior acrecentándose por la pasión que estábamos expresando. Me despegué de sus labios y los llevé hasta su cuello, marcando suaves besos sobre su piel, mientras Alexander bajaba con suavidad el cierre de mi falda. Se deshizo muy pronto de ella.
—Te deseo— gimió en mi oreja.
Yo suspiré profundamente por sus palabras y por la excitación que su solo tono de voz me causaba.
En el momento que él comenzó a quitarme la camiseta, todo mi cuerpo comenzó a temblar, aunque no significaba que no estuviera segura o lista. Eran los nervios de la primera vez.
—¿Estás bien?— musitó preocupado, deteniéndose y abrazándome.
—Sí— contesté entre suspiros de ardor—. Estoy segura.
Ante esa confesión, Alexander acarició con las yemas de sus dedos todo mi cuerpo, causando que se me erizara la piel.
Me separé de él y le miré, mientras sus ojos observaban detenidamente lo que estaba haciendo. Era mi turno. Le intenté quitar la chaqueta, aunque él tuvo que ayudarme. Mis nervios no me dejaban actuar como era debido y temía que Alexander se diera cuenta de nuevo de ello. Él se quitó la corbata, y seguí desabrochándole botón por botón su camisa, hasta que logré desprenderle de ella. Besé su torso tiernamente, adoraba estar ahí. Se notaba que se cuidaba, pues tenía sus músculos y pectorales muy definidos. Después escabullí mi mano en su pantalón, logrando desabrochar su cremallera y logré que cayeran, rendidos, al suelo. Él se movió hacia su izquierda para deshacerse completamente de ellos. En ese momento nuestras miradas volvieron a encontrarse, y aunque no sabía explicar muy bien la sensación que me dio la profundidad de su mirada, me gustó. A fin de cuentas en ese momento era Alexander, el que yo deseaba.
Me cogió fuertemente y me tiró hacia la cama, tumbándose sobre mí. Comenzó a besar mi cuello, mi oreja, hasta que consiguió un pequeño gemido de mi garganta. En ese momento me obligó a incorporarme y se deshizo también de mi sujetador. Comenzó a besar en ese entonces mis clavículas, mientras dibujaba trazos sin sentido sobre mi pecho. Luego su boca comenzó a bajar hasta que llegó a mi ombligo, logrando que me removiera. Decidió entonces deshacerme también de la única prenda que tenía. Él hizo lo mismo con sus bóxer sin esperar que lo hiciera yo, y sin querer alargarlo más, consumido por el deseo, introdujo su masculinidad en mi interior.
—¿Te duele?— susurró en mi oreja.
—No— respondí, aunque quizá estaba mintiendo un poco, pero mis ganas me obligaron a seguir.
Él me mordió el lóbulo de la oreja.
Alexander se movió con más intensidad al creer que ya no me dolía. De tanto en tanto acariciaba mi barriga, lo cual hacía que mi sensación de placer aumentara, al punto de llegar a la cumbre.
Tras unos momentos más, ambos nos derramamos en un delirio de placer.
Unos minutos después me encontraba enredada en los brazos de Alexander, tumbados en la cama, y yo acariciando sus pectorales.
—Al final no hemos podido hablar de nada— musité. Él me había invitado a cenar para que pudiera hacerle las preguntas que quisiera, y mira cómo habíamos acabado.
—Puedes hacerlo ahora.
Yo asentí interesada. No iba a dejar esperar esta oportunidad para expresarle la pregunta que daba vueltas a mi cabeza.
—¿Qué soy para ti?— volví a preguntarle. Cerré los ojos esperando su respuesta.
—Todo— contestó agarrando mi mentón para que le mirara fijamente a los ojos—. Todo, Skylar.
Yo sonreí triunfante, aunque no lo exterioricé mucho.
—Aún no me creo... estar aquí, contigo, así. Si me hubieran contado esto hace apenas un mes, no me lo hubiera cre...
—Eres especial, y me haces sentir especial. Y créeme que eso nunca nadie lo ha podido lograr— me interrumpió incorporándose en la cama. Se sentó con su espalda apoyada el cabecero, y tiró de mi mano para que me colocara justo sobre él.
—Pero tú eres Alexander Black...— dije en con voz apagada. No me lo creía, y no me veía capaz de creer que yo significara eso para el dueño de una de las empresas más importantes de todo Dallas.
—Skylar— pronunció, comenzando a acariciar mi mejilla con suavidad—. Podría tener todo lo que quisiera en este momento si lo deseara, menos algo como tú. Y ahora lo tengo, algo que ni el dinero puede comprar y tú has aparecido en mi vida, has aparecido en la vida del que menos te merece, pero aun así, estás aquí, conmigo. ¿Quién crees que es el afortunado?
Yo me abracé a él.
Estaba feliz, e iba a disfrutarlo, durara lo que durara.
Comencé a abrir los ojos poco a poco, y me di cuenta que no estaba en mi cama. Me removí y recordé la noche anterior, lo que había pasado en esas mismas sábanas... Sonreí y palpé a mi lado, y estaba vacío. Me levanté y miré aun con los ojos entreabiertos a Alexander, pero no estaba ahí. Escuché un ruido, y atendí a él: venía del baño; era la ducha. Me enrollé con una sábana de la cama, olía gloriosamente a él, y me dirigí al baño. Llamé a la puerta, como si la de la oficina de Alexander se tratara, y oí como se cortó el agua.
—Pasa— le oí decir. Así hice, y vi cómo abrió la mampara de la ducha y extendió su mano para hacerme pasar junto a él. Yo la acepté, aunque con mi otra mano seguía sujetando la sábana que cubría mi cuerpo. Cuando ya estaba al lado de él, empujó la sábana por mi espalda y se calló al suelo. Tocó ambos hombros con sus húmedas manos y me miró. Me acercó a él y volvió a cerrar la mampara. Dio al agua, y comenzamos a besarnos tiernamente bajo las gotas de agua que resbalaban por ambos cuerpos. Él subía y bajaba sus manos por mis brazos, y yo acariciaba su espalda con algún que otro arañazo de mis uñas. Mordió mi oreja e hizo que me removiera, y juntamos nuestras narices.
—¿Quieres que te enjabone?— musitó Alexander y yo asentí. Él me giró y segundos después me acariciaba la espalda con sus yemas y una esponja muy suave. Yo meneaba mi cuello en expresión de comodidad, no me movería de allí nunca.
—Podríamos quedarnos hoy aquí— dijo Alexander al salir de la ducha, enredándome en una toalla para que no cogiera frío.
—También podríamos ir a trabajar— contesté mirándome en el espejo y viéndole a él tras de mi mientras se secaba también.
—El Jefe te da el día libre hoy.
Se acercó a mí y me rodeó con sus brazos.
—Pero no lo acepto— sonreí y me giré para besarle la puntita de la nariz.
Llegamos a Black Enterprise después de que Carter me acercara algo de ropa al hotel y nos trajera. La sola idea de pensar que Carter intuiría algo me hacía ruborizarme, aunque era lógico que lo sabía.
Pasamos el día bien, como otro más. Llegaron las cinco y al salir, Carter me dio la noticia de que mi coche ya estaba preparado y estaba en el parking. Fui feliz y me dirigí a mi casa con él.
Aún no podía creérmelo, era tan feliz... ya no recordaba cómo se sentía, y realmente, era profundamente placentero.
Solo me quedaba rezar para que no fuera tan efímero como creía merecer.
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