Capítulo 3: Carmín traicionero
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El despertador volvió a sonar a las seis. He de admitir que solía dormir demasiado, y despertarme a tal hora me hacía amanecer de mal humor. Pero como tenía un gran motivo por el que hacerlo, básicamente porque necesitaba con ansias ese trabajo, me duché rápidamente y me puse un vestido negro liso. Me calcé con unos tacones claros y marché hacia la empresa.
Por el camino llevaba los dedos cruzados, realmente me estaba jugando que ese Alexander Black llamara a la seguridad para sacarme a la fuerza y entonces mi carrera profesional, sin apenas empezar, se vería zanjada para siempre.
Alexander Black me había despedido al día anterior, y yo pretendía volver a mí puesto de trabajo como si nada hubiera ocurrido. Me había despedido por llevarle un café con azúcar en vez de sacarina. ¿Ese hombre estaba loco? Yo tenía razón, ese no era un motivo suficiente como para echarme. ¡No lo era! Yo era partidaria de la justicia, como el mundo en general, y yo estaba sufriendo un asalto a ese derecho. ¡Tenía que luchar!
Entré sin mirar a ningún lado, solo al suelo, observando mis tacones recorriendo el pulcro suelo de Black Enterprise. Entré directa al ascensor, y escuché como Lorraine me dio los buenos días a la espalda. Eso era una buena señal, El Jefe no le había puesto al tanto de nada.
Llegué al último piso y me acomodé en mi sitio de trabajo y comencé a buscar en Google algo de ayuda sobre el misterioso Alexander Black; por desgracia, no saqué nada en provecho, solo fotos y más fotos, en las que he de admitir que salía terriblemente guapo.
Media hora después llegó él, que de primeras no se dio cuenta de que estaba allí.
Una vez a mi lado, sin percatarse aún de mi presencia, giró su mirada al escritorio que pensaba, o que debería, estar vacío. Su cara expresó asombro al verme sentada allí de nuevo.
—Entre.— me ordenó según abría la puerta del despacho. Me levanté y así hice.
Tragué saliva y suspiré profundamente. Tenía que guardar el máximo oxígeno en mis pulmones para superar otra batallita contra este hombre. Tenía que ganar, no podía permitirme más derrotas.
Alexander Black colocó su maletín negro al lado del escritorio y se sentó en la silla. Encendió el ordenador, y yo seguía ahí, postrada junto a la puerta sin saber cuál iba a ser su reacción.
—¿Cuál es el motivo de su visita? ¿El coche?— comenzó a hablar sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.
Me temblaban tanto las piernas que decidí sentarme en la silla, a pesar que él no me lo había ordenado, no podía darle muestras de mi debilidad.
—Vengo puntual a mi trabajo.— mascullé deprisa y me levanté dispuesta a salir para no escuchar ningún tipo de respuesta.
—Señorita Evans— escuché a mis espaldas más de cerca, intuyendo que él también se había levantado— ¿A qué se refiere?
—Usted me ha dado un voto de confianza y no puede retirármelo solo porque me equivoqué en su café— dije realmente molesta temiendo que había perdido el trabajo definitivamente
Él asintió interesado.
—No fue solo por eso— añadió.
Yo le miré con un pequeño puchero infantil, faltaban segundos para que la primera lágrima de mis ojos.
—Como comience a llorar le aseguro que será imposible pararme— le amenacé.
Era cierto, me conocía, cuando la primera lágrima salía, era imposible parar las siguientes. Así lo hacía de pequeña y todo me salía bien, ¿por qué en ese momento no? Omitiendo que yo había crecido y que él era mi jefe, ¿por qué iba a salir mal?
Él me miro sin ningún gesto en su cara.
—Marque el teléfono del señor Grable, hoy sí le recibiré.— contestó y se dirigió a su escritorio para después sentarse en su silla.
Yo le miré impactada.
—¿Eso significa que...? ¡¡Oh, claro!!— dije, feliz, quitando el estúpido puchero que se me había formado— ¿Puedo preguntarle una última cosa?
—Seguro que va a hacerlo de todas formas, señorita Evans.
—Me gustaría saber respecto al coche, cuándo se lo llevarán y eso. Tengo que planear los viajes de aquí a mi casa— dije entrecortadamente. No era el mejor momento de sacar el tema coche, pero no sabía cuándo hacerlo.
—No se preocupe.— contestó y comenzó a teclear algo en su ordenador y no volvió a mirarme. Intuí que la conversación había acabado ahí, por lo que decidí salir del despacho y comenzar con un nuevo día de trabajo que daría inicio con la llamada a ese tal Grable.
Llegaron las doce de la tarde y tenía que saciar mi hambre. Decidí bajar a la cafetería que había al lado de la empresa y comer algo.
Tardé lo mínimo posible, que más o menos fueron veinte minutos. Volví a subir y me encontré una nota en mi escritorio.
Señorita Evans, en mi despacho, YA. 12:02.
Mi corazón se alteró y rápidamente cogí el boli, libreta y grabadora y toqué a la puerta y antes de escuchar nada, me tomé el atrevimiento de entrar.
—¿Dónde estaba?— entonó, porque más que una pregunta sonó a una exigencia.
—Comiendo algo— contesté mientras me acercaba.
—¿Sin avisarme?
¿Tenía que avisarle?
—Disculpe— dije ruborizada. Siempre la fastidiaba por una cosa u otra. ¿No había nada bien o qué?
—Anote.
Yo me acerqué y me senté, encendí la grabadora y comencé a escribir.
—Una grúa se ha llevado ya su coche— comenzó a decir cuando escuchó el sonido de la grabadora.
¿Por qué tenía que grabar y escribir eso?
—¿Perdone?— dije, un poco confusa.
—Veo que usted, Señorita Evans— dijo mientras se levantaba y se colocó tras de mi— Tiene una ligera obsesión por usar su grabadora y escribir lo que digo, solo quise complacerla.
¿Me acababa de tomar el pelo? ¿El Jefe, Señor Black, Alexander Black, Don Mirada penetrante, acababa de gastarme una broma?
Corté la grabadora y me giré hacia él, con una sonrisa estúpida que no pude evitar.
¡Tenía sentido del humor!
—No se preocupe por el viaje, yo mismo la llevaré hasta su casa y mañana pasarán a recogerla. — añadió.
—¿Eso quiere decir que tengo el puesto de trabajo seguro para mañana?— pregunté con una amplia sonrisa sin pensar. O quizá si lo hubiera pensado hubiera dicho lo mismo.
—Tiene razón— se puso frente a mí— No adelantemos acontecimientos.
Llegaron las cinco de la tarde y no sabía qué hacer. ¿Debía entrar? ¿Y si eso le molestaba? ¿Y si me iba y para no molestarle y eso le molestaba? Comenzaba a entender la complicada relación que se forjaba entre el trabajador y su jefe. Papá siempre se quejaba del suyo.
—¿Está lista?— irrumpió mis pensamientos al salir de su despacho sin necesidad de que yo irrumpiera en él.
—No hace falta que se moleste.
—Señorita Evans— dijo, dirigiéndose al ascensor con paso firme— No me gusta que me contradigan— prosiguió subiéndose al ascensor y yo con él.
—Ya me había dado cuenta.
Noté su mirada en mi nuca, y le escuché soltar una leve risa.
En el ascensor, entre él y yo, reinó el silencio. Estaba a su lado, pero no me sentía capaz de mirarle. ¿Y si se daba cuenta? Mi corazón estaba levemente acelerado y mis manos temblaban. ¿Por qué? Oh, dios, Skylar, debía relajarme.
El ascensor se paró tres plantas antes de llegar a recepción, y entraron dos personas junto a Rob, el becario.
—Señor Black— comenzó a hablar uno de ellos— Qué sorpresa verle.
Trabajaba aquí, ¿por qué no iba a verle?
Miré a Rob, el becario, y me guiñó un ojo. Por un momento me sentí importante.
Sonó el timbre que indicaba que estábamos en la recepción, y al salir, agarré a Rob fuerte. Estuvo a punto de caer si no hubiera sido por mis reflejos.
Había hecho la buena acción del día. Si Rob se hubiera caído frente a él, lo hubiera despedido sin ni si quiera preguntarle su nombre.
Salimos de la empresa y le perseguí hasta su coche. Era pulcramente platino, y supe que no podría pagar un coche así ni vendiendo mi alma al diablo, posiblemente, porque él tampoco tendría tal suma de dinero.
Como bien había dicho él antes, mi Porsche Cayenne S no estaba ahí.
Me abrió la puerta del copiloto y entré. Su coche era impresionante, a diferencia del mío que incluso era de segunda mano. Era un Aston Martin platino.
Él recorrió todo el coche, se subió al asiento de piloto y arrancó.
—¿Dónde la llevo, señorita Evans?— preguntó cuándo salió del parking.
Yo le indiqué la calle y número en la que vivía.
Hubo un silencio incómodo, no sabía de qué hablarle. Ahora, de más cerca, me fijé en lo guapo y atractivo que era. Con tanta tensión en la oficina nunca me había fijado. En las fotos era sumamente atractivo, pero no había punto de comparación al verle de tan cerca. No tenía ni un mínimo defecto, y me empecé a cuestionar sobre la justicia de la vida. ¿Por qué este hombre tenía todo? Y yo... ¿no tenía nada? Mi cuerpo no era perfecto como el suyo, al revés, una plancha tenía más curvas que yo. Sus rizos estaban perfectamente colocados, y mi cabello requería horas y horas para que se asemejara un poco a la perfección.
Todo fue bien hasta que mi tripa comenzó a sonar. No comía nada desde las doce, y tampoco es que hubiera comido demasiado.
—¿Tiene hambre, señorita Evans?— preguntó sonriendo.
—No— mentí ruborizada. En ese momento me hubiera comido su corbata.
—Yo sí— dijo— ¿Le importa que paremos en una cafetería? Quizá allí le apetezca algo.
Yo asentí. No sabía que me depararía esa situación, pero lo que tenía seguro es que iba a comer.
Paró en una cafetería normalita en el centro de Dallas, en alguna ocasión yo había estado allí junto a Megan. Suspiré aliviada, por un momento pensé que me iba a llevar a un sitio donde cobraban hasta un vaso de agua.
Nos sentamos en una de las mesas del fondo y él solo se pidió un café con sacarina. Realmente no tenía hambre. A diferencia de él, yo me pedí panceta con chocolate. Estaba delicioso.
—Me gustaría saber más de usted— me dijo atendiendo minuciosamente a todos mis movimientos.
—¿De mí?— pregunté ceñuda— ¿Por qué? No todos tenemos una vida tan interesante como la suya— añadí mirando la mesa, con una sonrisa nerviosa.
—Una persona que es despedida y al día siguiente, haciendo como si nada, consigue volver a trabajar, debe de tener algo de interesante— contestó. Le noté más cercano, cosa que me hizo relajarme bastante.
—Señor Black.
—Alexander— me interrumpió.
¿Pretendía que le llamara por su nombre?
Mi cara debió mostrar una confusión total.
—Además de jefe, soy persona. Llámame Alexander, y tutéame. Yo la llamaré Skylar— añadió.
Skylar... mi nombre sonaba demasiado bien entre sus labios.
Todo me resultó enormemente raro, pero estaba demasiado cómoda para indagar en algo que había quedado bien explicado.
—Bien— tosí un poco, recreándome— Por donde iba, Alexander, quizá es us... eres tú el interesante, por haberme contratado desde un primer momento cuando hasta yo misma supe que no me lo merecía— contesté, y en ese momento llegó el café y mi panceta de chocolate.
—Si te digo la verdad, tus respuestas no fueron las que ayudaron a tomar esa decisión- echó la sacarina en su café y comenzó a removerlo— Tus ojos me obligaron a contratarte.
Yo me removí en el asiento. Estaba segura que lo que había escuchado, era lo que había dicho el Señor Black.
—¿Eres de aquí?— continuó. No tenía interés alguno de escuchar mi respuesta a lo que acababa de decir anteriormente.
—No— dije mientras cortaba un trozo de panceta— Soy de Fort Worth, pero me mudé con mi amiga aquí cuando cumplí la mayoría de edad.
Él asintió con gesto de querer seguir escuchándome.
—Allí están mi padre y mi hermano— agregué.
—¿Y tu madre?— preguntó con interés, llevando a sus labios la taza de café.
Por primera vez, sentía que El Jefe escuchaba mis respuestas.
—Mi madre murió— dije, y él torció el gesto. Como todos solían hacer cuando lo contaba— No pasa nada, hace tiempo de aquello— añadí para que no se sintiera mal— Yo solo era una niña.
—Lo siento mucho, Skylar. Sé cómo se siente...
—No lo creo— sonreí para quitarle pesadez al asunto.
Me sentía bien hablando con él. No me molestaba hablarle acerca de mi madre, pero su cara de preocupación por haberme sacado ese tema me hizo no profundizar más en aquello. No quería incomodarle.
Cuando terminé de comerme la panceta con chocolate, Alexander se negó a dejarme pagar y lo hizo él. Cuando salimos de la cafetería descubrimos que ya era de noche, y que estaba lloviendo demasiado. Alexander se quitó su chaqueta y la puso sobre mi cabeza. Por mala suerte, el semáforo estaba en rojo y tuvimos que esperar a que se cambiara para poder cruzar y llegar al coche.
—Me ha gustado mucho estar contigo, Skylar— musitó Alexander colocándome frente a él— Gracias.
Realmente a mí también me había gustado. Habíamos hablado de todo y aunque no me había contado mucho sobre él, descubrí que teníamos cosas en común.
Le miré sonriendo, y sin saber cómo ni por qué, Alexander puso su mano sobre mi mentón y acercó mi cara a la suya, dando como resultado un fugaz beso. Nos miramos y yo sonreí, y en ese momento el semáforo cambió de color.
Cruzamos corriendo, estábamos empapados y al llegar al coche, él abrió la puerta del copiloto y entré. Después entro él y arrancó el coche en dirección a mi casa.
Tras un largo camino callado, Alexander rompió el silencio.
—Lo siento si te ha molestado— dijo, sin apenas mirarme— No lo pensé antes de hacerlo.
—No pasa nada— sonreí, mirándole— Eso es lo mejor de todo, que te apeteció, y lo hiciste.
A mí me había gustado, y deseaba rebobinar el tiempo y quedarme estancada en esos segundos que duró el beso.
Alexander tomó el silencio como mejor respuesta a eso. Minutos después, llegamos a mi casa y aparcó enfrente de mi bloque y le miré, esperando una despedida.
—Hasta mañana, Skylar— dijo seco. Yo me desilusioné, casi ya estaba con los ojos cerrados y los labios esperando un beso. Al ver que su despedida era esa, simplemente esa, dije:
—Hasta mañana.
Salí del coche y fui corriendo a la puerta del bloque para abrir. Me fijé en él y hasta que no vio que estaba dentro, no arrancó.
Según iba subiendo las escaleras, menos entendía los comportamientos de Alexander. ¿Se había arrepentido? ¿Se sentía mal por mí? ¿Por él?
Raramente, yo me sentía extraordinariamente bien. En sí, la situación había sido rara. Él... Alexander Black me había besado. Pensándolo bien, sonaba demasiado surrealista. ¿A caso no lo había imaginado? No, no, había sido real, tan real que me hacía estremecer simplemente recordarlo.
Me desperté poco antes de las seis, sin dar opción a que el despertador sonara. Lo apagué y fui a la habitación de Megan, que aún no había llegado.
Desayuné un poco y me duché. Me puse una falda negra con una blusa blanca y una americana rosa. Esperé a que diera una hora razonable para coger algún urbano y llegar lo más cerca a la empresa posible, al menos ese día no llovía.
En el momento que fui a salir, me encontré a Megan intentando abrir la puerta del piso.
—Sky— balbuceó con un terrible hedor a alcohol. Qué chollo de trabajo, le pagaban por ir día tras día de fiesta— Hay un hombre preguntando por ti en la calle.
—¿Quién?— pregunté abriendo la boca apocadamente. ¿Sería Alexander? No, era imposible.
Sacudí mi cabeza antes tales pensamientos.
Ilusiones, ¡disiparos!
Ella se encogió de hombros y fue corriendo al baño. Yo cogí las cosas y bajé.
Ahí estaba un hombre mucho mayor que yo, incluso mayor que Alexander.
—El Señor Black me ha dicho que estos días en los que su coche se arregla la llevaré a la empresa— dijo nada más verme aparecer por las escaleras.
Yo asentí con la cabeza y me puse en la parte de atrás del grande coche negro que estaba aparcado en la puerta y había ido a recogerme.
Llegamos pocos minutos después, no había punto de comparación entre mi coche y ese. Me abrió la puerta para salir y me ruboricé, me sentía más importante de lo que realmente era.
Debía bajarme del coche y de la nube en la que me había permitido elevarme tras lo que había ocurrido el día anterior.
Me dirigí a la puerta de la empresa cuando alguien tocó mi hombro y me giré.
—¿Si?— contesté al ver que era una mujer más mayor que yo, pelo castaño corto y ojos verdes. Realmente guapa— ¿Nos conocemos?
—¿Quién eres?— preguntó con tono frío de obligación.
Yo miré hacia los lados, no entendía nada. ¿Por qué me hablaba y me miraba así?
—Skylar.
—No me refiero a eso. ¿Qué haces aquí?— me interrumpió no mostrando interés alguno a mi respuesta.
—Soy la nueva secretaria de Alexander Black— contesté, y se me llenó la boca de esa respuesta. Era real, yo era la nueva secretaria del Señor Black. Y... me había besado. Pero eso no venía a cuento en ese momento.
La mujer me miró de arriba abajo, como acostumbraban todos a hacerme allí. Hasta a Tim, el jardinero, le había pillado en alguna ocasión revisarme entera...
—¿Y usted?— añadí, viendo el silencio que había tomado.
—No te importa— contestó fríamente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al cruzar sin querer mi mirada con la suya—Ten por seguro que no vas a durar mucho en la vida de Alexander Black— sentenció, y tras dedicarme otra mirada asesina, se giró y se fue.
Yo la vi alejarse, y cuando estaba en una distancia considerable, entré a paso ligero a la empresa. Me escalofriaba esa mujer.
—Buenos días señorita Evans— me saludó Lorraine.
—Skylar— contesté acercándome a ella— Puedes llamarme Skylar.
Ella sonrió.
—Que tengas un buen día, Skylar— contestó, y yo le respondí con una sonrisa. Me subí al ascensor y marqué el último piso.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, recibí el segundo escalofrío del día. Me encontré con Alexander Black, con una mirada intensa frente al ascensor. ¿Qué hacía ahí?
—Pensaba que no iba a venir— dijo mientras yo salía del ascensor.
—¿Por qué dices eso Alexander?— contesté frunciendo el ceño, dejando mis cosas sobre mi mesa de trabajo.
¿Se refería al beso? ¿Había sido una nueva forma de despedirme?
—Señor Black— me corrigió. Ese hombre me tenía loca, ¿Qué pretendía? ¿Esa era su actitud tras el beso?
¿Tan mal le había besado? Quizá fue por mi aliento a panceta de chocolate, oh, dios, no debí haberla pedido... aunque, ¿qué iba a saber yo sobre sus intenciones?
¡Oh, Alexander Black, no deberías haberme besado!
—Señor Black— repetí por lo bajo.
—Quiero que entre a mi oficina— mandó y se dirigió a ella y yo tras él.
Entramos en su despacho y comenzó a hablar.
—Al igual que soy persona, también soy su jefe— yo asentí educadamente como si le entendiera, pero a decir verdad no comprendía nada de él.
—Disculpe por lo de ayer.
Era lo único que podía decir, lo único que llegaba a entender era que lo que había pasado al día anterior había sido un error.
—No— refutó, acercándose a mí— No tiene que disculparse— pasó su mano por mi mejilla, y yo cerré los ojos por un momento. Me sentía bien con él, aunque ni yo misma lo entendía— Fui yo el impertinente— continuó, quitando su mano y acariciándosela a sí mismo con la otra.
—Yo no me arrepiento, Señor Black.
—Yo tampoco— contestó, echándose el cabello hacia atrás y alzando levemente la comisura de sus labios.
Al escuchar eso sonreí, pero mordí mi labio inferior para no parecer tan estúpida. Él fijó mirada en mí y se fue acercando lentamente mirándome directamente a los ojos, y poco a poco, sentí la intensa fusión de sus labios, el dulzor llenándome por completo, cómo cada uno, pasaba a ser parte del otro, como dejábamos de ser individuos por separado.
Pero el vacío se ensanchó y sus labios se separaron instantes después.
—Está mal— musitó Alexander en mis labios, rodeando mi cuello con sus grandes manos.
—Me confunde, Señor Black.
Algo me decía que tenía que separarme de él, pero una fuerza mayor me obligaba a quedarme ahí, cerca de él, sintiendo sus manos sobre mi cuello.
—Alexander— me corrigió, alejándose centímetros de mí y soltándome.
—¡A esto me refiero!— vociferé más de lo que pensaba, gesticulando con las manos alborotada— Primero eres el Señor Black, El Jefe, después eres persona y quieres que te llame Alexander— puso cara de obviedad al escuchar el sinsentido de mis palabras, pero mis nervios no me permitían pensar antes de articular palabra— Luego vuelves a ser señor Black y luego vuelves a corregirme, ¿te comprendes tú mismo? Porque para mí es imposible.
—Skylar— me interrumpió, como solía hacer, y supuse que en ese momento estaba hablando con un ser terrenal como yo, y no con El Jefe— Eres tú la que me confunde. Esto no es lo correcto.
—Y tú eres muy correcto.
—Y cuando no estoy contigo siento que puedo retener esto, pero cuando vuelves aquí, frente a mi mesa, siento unas ganas insaciables de besarte y callarte para que no sigas cagándola más.
—Pues hazlo— dije, y por un momento pensé que iba a hacerme caso, hasta que llamaron a la puerta.
—¿Quién es?— preguntó enfadado, alejándose de mí y yo alejándome de él.
—Lorraine, señor Black. La señorita Kathleen Panettire exige verle— contestó desde el otro lado de la puerta.
Alexander suspiró y se sentó en su silla, ordenando que pasara. La mujer que exigía verle era la que entró con él el otro día a su despacho. Su cabello tenía reflejos morados, le llegaba por las clavículas, y sus ojos eran marrones oscuros. Llevaba un pintalabios muy peculiar, peculiar porque era horrorosamente feo.
—Tu secretaria es una incompetente, no está en su sitio de trabajo— bufó sin mirarme y sin darse cuenta de que estaba ahí.
—¿Qué quieres, Kathleen? Ya quedó todo zanjado la otra vez— contestó Alexander encendiendo su ordenador y comenzando a escribir.
Yo decidí irme, y al moverme, la tal Kathleen me miró exhausta. Me volvió a pegar un repaso visual con cara de superioridad y me marché de ahí.
—Es muy pesada— comentó en voz baja Lorraine una vez la puerta estaba cerrada.
—¿Quién es?— pregunté interesada, sentándome en mi sitio y colocando las cosas.
—Kathleen Panettire es la hija única del mayor socio del señor Black. Desde que el señor Panettire conoció al Jefe ha querido que surgiera el amor entre ambos, y también quiere que ella sea su secretaria. Y eso pareció que iba a suceder en un primer momento, que el señor Black iba a ceder, pero en luego decidió contratarte a ti— dijo esta última frase ceñuda un poco extrañada.
La noticia de que yo sería la nueva secretaria del señor Black sorprendió a todos, y no me ofendía. Me sorprendió hasta a mí.
Sobre una hora después, escuché cómo se abría la puerta de la oficina de Alexander. Eran Kathleen y él. Me giré a mirarles y mi mirada se centró en el carmín corrido de los labios de ella, y el mismo color en el filo de la camisa de Alexander. ¿Qué narices había pasado ahí? Sin darme cuenta, seguía mirándolos, atónita.
—Voy a salir un momento, señorita Evans— dijo Alexander con una mirada extraña y se dirigió al ascensor y Kathleen detrás.
Yo les seguí con la mirada hasta que desaparecieron en el ascensor, y mis pensamientos comenzaron a divagar. Solo podía haber ocurrido una cosa... y eso me angustiaba.
Me comencé a sentir horriblemente mal, y cuando calculé que Alexander y Kathleen deberían haber salido ya de allí, cogí mis cosas y bajé a recepción.
—Me encuentro muy mal— le dije a Lorraine.
—¿Qué te pasa?— preguntó preocupada, saliendo de su puesto de trabajo y mirándome fijamente.
—¿Qué ocurre?- se unió Bob, el becario— Tienes muy mala cara, deberías ir a un médico.
—Solo necesito descansar— dije, y notaba como mi piel estaba fría como un témpano de hielo.
¿Por qué me tomaba tan mal lo que había ocurrido entre El Jefe y la señorita Panettire? Él lo había dejado claro, lo que estaba surgiendo entre nosotros no estaba bien. Y quizá lo que surgía con ella sí que lo estaba.
—Yo tomaré tus llamadas, pero ve a descansar— dijo Lorraine con tono consolador— Bob, llévala a su casa. No va irse sola así.
Bob asintió con la cabeza y aunque yo en principio dije de ir sola, terminó por convencerme, ya que con ese mareo y andando por la calle sola no me aseguraba llegar viva a mi apartamento.
Al llegar a mi casa, me tumbé directamente en un sofá del salón deseando borrar esos pensamientos que se habían formado en mi cabeza.
La marca de pintalabios en la camisa de Alexander daba tumbos por mis pensamientos. ¿Por qué me importaba? Nosotros no teníamos nada, por dios, ¡apenas hacía unos días que le conocía! Había sido todo un error, él lo había dicho y yo en ese momento empezaba a corroborarlo.
—¿Qué haces aquí tan pronto?— me interrumpió Megan, ¿desnuda?
—¿Qué haces desnuda?
—He preguntado yo primero— se quejó liándose con una manta que estaba sobre uno de los sofás.
—Me encontraba mal y me han dejado venirme— contesté.
—¿Quieres que te prepare algo?— preguntó preocupada y me tomó la temperatura con los labios.
—Quiero que te vistas.
—Megan, cariño, vuelve a la...— comenzó a decir un hombre realmente tonificado saliendo de la habitación de Megan, y paró de hablar cuando me vio— Hola— dijo cortado.
Yo solté una carcajada. Había fastidiado un momento... de Megan y ese hombre.
—Eric, tenemos que continuar otro día— dijo Megan con tono de vete.
Además de guapo, ese tal Eric pillaba todo a la primera. Rápidamente volvió a la habitación, se vistió, y se marchó.
—A ti te ha pasado algo, ¿verdad?— preguntó Megan una vez ella también se había vestido.
—Buf...— resoplé, y comencé a contarle todo lo que esos días atrás me había pasado y no podía haberle contado debido a nuestra falta de comunicación.
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