Capítulo 2: Inesperada oportunidad
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Saqué las llaves del bolso y abrí la puerta de casa. Las dejé en la maldita mesita que siempre estorbaba y me quité el abrigo. Solo quería irme a la cama. Solo quería olvidar la mierda de imagen que había dado a dos empresas, jodiéndome obviamente más la última. Seguro que el señor Alexander Black había reunido a todas las personas que me habían mirado tan mal en su despacho para reírse de mí, de mi pretensión al creer que podía trabajar allí. Ya podía escuchar las risas.
Estaba todo oscuro, ¿qué hora era? ¿Cuántos siglos me había pasado en la oficina de Alexander Black? Fui al salón y, al encender la luz, me encontré algo que jodió del todo el día.
—¡Sorpresa nueva secretaria de Black Enterprise!— exclamó Megan con una bocina en la boca.
Yo me quedé quieta, de piedra, y miré cara por cara. Junto a Megan estaban Olivia y Ann, nuestras dos amigas y también estaba Kevin, un amigo que en algún momento de mi vida fue algo más que un amigo, que obviamente no tardó en acabar al darme cuenta de que no estábamos hecho el uno para el otro y Josh, un amigo de él.
Todos llevaban pitos en la boca y boas de colores enrolladas en el cuello. Este día estaba haciendo una total pesadilla. ¿Y si lo era realmente? ¿Y si de los nervios que tenía por mi primera entrevista estaba soñando esto y me iba a despertar para ir a mi entrevista y hacerlo bien? Quizá, si me pellizcaba, lograba despertar y volver a una maravillosa realidad sin la mirada penetrante de Alexander Black martirizándome en mis pensamientos. Así hice, pero lo único que conseguí fue un terrible escozor y que todos me miraran con cara de extrañeza.
—¿Qué pasa, Sky?— rompió el silencio incómodo que había formado mi llegada Olivia.
Yo seguía callada, con los ojos abiertos como platos y el ceño fruncido. ¿En serio habían comprado hasta una pancarta?
FELIZ CONTRATO
—No me han cogido— dije al fin. Me daba cosa pensar en la cara de tontos e imbéciles que se les iba a quedar al oírme decir esto. Pero realmente, lo que habían hecho, era de todos e imbéciles.
—¿Por qué?— preguntó Megan con el gesto torcido— Yo pensé que...
—Os dije que esto era precipitado...— musitó Kevin descolocando su cabello castaño.
—¡Era imposible que te cogieran en Black Enterprise!— añadió Josh rodando los ojos.
Le fulminé con la mirada. Tampoco era una maldita estúpida que no podía conseguir algo en mi vida. Sí, sí que podía, y más que él. Maldito.
—¿Por qué debería ser tan imposible?— respondí con coraje y alzando una de mis cejas, en modo on para buscar pelea. ¡Recordaba exactamente por qué Josh fue uno de los motivos por lo que desistí de intentarlo con Kevin!
—E-esto...— tartamudeó con su rostro tomando un ligero color marfil al escuchar mi tono de voz— No... es tu tipo...
Suspiré y solamente me dediqué a ofrecerle mi mejor mirada de tío, eres un mierda, y después volví a mirar a Megan.
—Quiero descansar— dije haciéndome una coleta. El cabello mojado se me estaba empezando a pegar al cuello y era bastante incómodo.
—¿Tan mal ha ido, Sky? ¿No hay si quiera una oportunidad? Por pequeña que sea. Dudo mucho que te lo hayan dicho en tu cara— expresó acercándose a mí y colocó unos mechones que habían quedado sueltos.
—Ha sido nefasto. Como todo últimamente en mi vida— mascullé entre suspiros— Pero no pasa nada— añadí sonriendo falsamente. Era una perdedora y lo sabía, pero no tenía que enterarse nadie más.
Ella me devolvió la sonrisa y supo perfectamente que estaba mal. Me dio un golpecito en el trasero mandándome hacia mi habitación: sabía que necesitaba descansar y sobre todo, estar sola. Me conocía a la perfección.
Me despedí de todos con un gesto con la cabeza, y noté como Josh le daba explicaciones de sus palabras a Kevin, que lucía algo enfadado.
Entré a mi habitación y cerré la puerta, apoyándome en ella y deslizándome para terminar sentada en el frío suelo.
—Por fin— murmuré.
Me quité la ropa y me puse una camisa de mi hermano. Me dieron ganas de llamarle, pero decidí no hacerlo debido a que él acabaría de llegar de la universidad y estaría cansado.
Con ese trabajo todo me iría tan bien... podría pagar el mantenimiento del piso, podría mandarle dinero a mi padre y a mi hermano y hasta podría comer bien todo el mes... Había aborrecido terriblemente comer prácticamente mierda a medida que pasaba la mitad del mes. El sueldo de Megan no se estiraba tanto, y lo que yo pudiera cobrar cuidando algún niño daba risa.
Pero eso parecía ser una utopía, y me lo merecía. Había sido totalmente estúpida echando a perder mi oportunidad más brillante de trabajar.
Comencé a abrir los ojos según el ruido de la calle iba aumentando. Cuando estaba lista para levantarme de la cama, miré el reloj y marcaban las nueve de la mañana. Me miré al espejo y me di ánimos a mí misma.
—A comprar el periódico y a presentarme de nuevo en esas empresas de mierda— miré mi reflejo fijamente— Skylar, con esta cara no te querrán vender ni el periódico— añadí. Intenté esbozar una sonrisa, pero era cierto que no solía ser muy experta en hacerlo y por lo general, me solía sentar mal. ¿Cómo cuando intentas hacer el pino por primera vez? Sabes la técnica, pero en la práctica a todos le sale bien menos a ti. Y eso comenzó a sucederme a mí tras la muerte de mi madre, yo era la que cuando iba a hacer el pino, acababa clavando su cabeza en el suelo mientras todos tendían sus piernas perfectamente a la pared.
Sacudí tenuemente mi cabeza y di por terminado mi momento espejo y me dirigí al baño.
Cuando me duché visité el dormitorio de Megan, y al verla tan dormida supuse que habría llegado a las seis de la mañana del trabajo. Cerré la puerta con sigilo para no despertarla, ya que si eso ocurría ya estaría enfadada todo el día, y fui a mi habitación a vestirme.
Me puse una camisa vaquera con unos pantalones granates, junto a unas botas con tacón beige. Cuando fui a hacerme el desayuno, mi teléfono sonó despiadado y corrí a cogerlo antes de que Megan se despertara.
—¿Si?— pregunté con tono de malhumor por la mini carrera que tenía había hecho para llegar al móvil sin hacer ruido en el mínimo tiempo posible.
—Soy Lorraine Wall— contestó de inmediato una voz femenina.
No conocía a nadie que se llamara así.
—Se ha equivocado— dije dispuesta a colgar. La verdad que no tenía ganas de hablar con nadie, por lo general nunca tenía ganas, pero con el ánimo que me acompañaba tras ese día, menos aún.
—Skylar Grace Evans, ¿cierto? no cuelgue— logré a escuchar y volví a ponerme el teléfono en la oreja.
—Sí, soy yo— contesté extrañada.
—Claro que es usted— escuché una risa que me hizo rodar los ojos. ¿También era el hazme reír a través de un teléfono?— Soy la recepcionista de Black Enterprise—al escuchar eso me quedé callada, paralizada. ¿Qué se supone que tenía que decir a eso? —¿Sigue ahí, señorita Evans?— continuó al percatarse de mi silencio.
—Oh, sí— dije sacudiendo mi cabeza, tenía que centrarme en esa conversación— ¿Qué ocurre?
—El señor Black pide verla.
¿Había escuchado eso o mi mente, no contenta con el desastre del día anterior, me la estaba volviendo a liar?
—¿Qué?— pregunté con voz ronca.
—El señor Black pide verla— repitió enfatizando cada palabra.
—¿A mí?— pregunté extrañada, mirando a mis costados. Fue un movimiento absurdo, pero la verdad que me sentía horriblemente nerviosa.
—Claro— volvió a reír— ¿A quién si no?
—¿Para qué?— tartamudeé nerviosa no sabiendo si reír o llorar.
—La espera a las once de la mañana, señorita Evans. Llegue puntual— respondió con voz afable— Ahora tengo que dejarla, que pase buena tarde— agregó, para después colgar.
La recepcionista... Lorraine Wall... de Black Enterprise... ¿me había llamado, a mí? Recorrí el pequeño salón al menos cuatro veces seguidas. Estaba desesperadamente nerviosa. ¿Qué quería? ¿Reírse más de mí? ¿Quería hacerme incomodar más? ¿Quería recalcarme que no valía para ese trabajo? ¿Quería hacerme saber que era una imprudente pensando que iba a poder trabajar para él?
¿Me iba a contratar?
O acaso...
Claro.
El maldito coche. Seguro que quería hablarme sobre el coche. Seguro que me quería decir que había pensado mejor el accidente y tenía que pagar yo. Encima de mal conductor, era un terrible avaro. Estaba empezando a odiar a ese Alexander Black...
De mi piso a Black Enterprise había bastante camino, por lo que no me daba tiempo a cambiarme si quiera de ropa. ¿Para qué arreglarme? Iba a ser más triste el vestirme con mi mejor ropa y que él solo me llamara mala conductora. Tenía que demostrar que él y su trabajo de mierda me daba completamente igual.
Cogí mi abrigo, mis llaves y mi bolso y salí hacía allí.
Cuando fui a entrar a la empresa, la misma sensación de agobio entró por mi cuerpo. ¿De verdad había accedido a volver allí tras el día de ayer? Mis pies se quedaron estáticos por un momento. ¿Estaba dispuesta a enfrentarme de nuevo ante él? No había repuesto fuerzas desde el último asalto y ahora tenía que verme las caras de nuevo con él. Entré con las piernas temblorosas, y al verme la recepcionista, la que supuse que se trataba de Lorraine Wall, me sonrió.
—Buenos días señorita Evans— dijo amablemente, muy distinta a la diversión con la que me había acogido el día anterior— Espere un momento.
Yo asentí con una sonrisa. Ese día me había propuesto que todo iba a salir bien y de hecho, todo iba a salir bien. Con la cabeza bien alta y una sonrisa bien brillante, no tenía que sentirme inferior a la gente que frecuentaba ese sitio y menos debía sentirme por debajo de ese señor Alexander Black. Además, me sentía con ganas de cumplirlo.
El problema estaba en... él último piso al fondo.
Pasó un rato, en el que vi mucho movimiento de personas arregladas como si fueran a ir de boda. ¿En serio así iban a trabajar? En ese momento miré mi look, y no se parecía ni de asombro a todos ellos. Hasta Tim, el jardinero, tenía más estilazo que yo. Me deprimí un poco, pero salí de estos absurdos pensamientos cuando Lorraine volvió a hablarme.
—El señor Black la espera— dijo colocándose unos cascos en los oídos— Suerte— añadió.
Ambas sabíamos que la necesitaba.
Subí al ascensor y conmigo dos personas más. Como había pasado el día anterior, a medida que nos acercábamos al último piso la gente iba desapareciendo. Cuando tocó el timbre que me avisaba de que estaba ya en la última planta, comencé a santiguarme una y otra vez.
Y otra vez me vi en la puerta de la oficina de El Jefe.
Toqué suavemente la puerta y escuché de nuevo su voz.
—Pase— dijo. Había conseguido borrar ya de mi memoria el temor que me daba su voz.
Abrí la puerta y sin mirarle, me giré para cerrarla. Suspiré disimuladamente, tenía que cargar mi cerebro y mis pulmones de oxígeno para sobrevivir. Volví a girarme, esta vez mirándole, no a sus ojos, si no a él en sí. Había aprendido que me iría mucho mejor si no intentaba profundizar en su mirada.
—Buenos días señor Alexander— mascullé queriendo disimular mi nerviosismo.
Él esta vez estaba sentado en su silla un poco alejado de la mesa. En su mesa había una taza de café por lo que supuse que estaba en su rato de descanso, y seguro que lo que quería hablar conmigo era sobre el coche.
—Black— contestó con la seriedad que le caracterizaba.
—Evans— corregí. ¿A caso no se acordaba de mi apellido? Maldito, maldito, y más maldito. ¿Con que tortura psicológica, eh?
Él torció el gesto y me miró inquisitivamente.
—Señor Black— repitió con voz algo más desenfadada. Aunque, a decir verdad, me era imposible reconocer sus sentimientos e intenciones a ciencia cierta.
—Oh— musité, tapando mi boca con mis manos— Claro, Señor Black.
—Siéntese— ordenó, de nuevo. ¿Estaba teniendo un deja vu?
Yo obedecí, ¿Cómo no acatar esa forma de dar órdenes? Daba realmente miedo.
—Primero me gustaría explicarle una cosa— comenzó a decir mientras arrastraba la silla, que no hacía ruido ya que era de ruedas, acercándose a la mesa.
Yo asentí nerviosa con la cabeza mientras miraba un punto fijo de la mesa del señor Black.
Bien empezábamos.
—Usted, al echar sus currículum, pone un número de contacto, ¿me equivoco?— yo asentí con la cabeza. ¿Quería darme clases para que en la próxima entrevista en una empresa de mierda me fuera mejor? Muy amable por su parte. Notándose la ironía.
—Antes de intentar colgar a una persona que está llamando a su teléfono, pregúntele qué quiere— dijo alzando falsamente la comisura de sus labios.
Se refería a mi nefasta llamada con Lorraine.
Aunque, ¿qué no era nefasto en mi vida?
—Me esperaba una llamada de cualquiera antes que de su empresa, Señor Black— siseé sin mirarle, tocándome los mechones que se depositaban en mi rostro.
Él asintió con la cabeza sin quitarme la mirada ni un segundo de encima.
—Voy a darle una oportunidad.
—¿Qué?— bramé, tapándome instantáneamente mi boca con ambas manos. No creía lo que acababa de escuchar. Él fue a repetir, pero yo intervine— No, no lo diga, no quiero que se arrepienta al escucharse decir eso— añadí con una sonrisa, me era imposible no hacerlo.
Él me miró, pero esta vez era distinta a sus otras miradas. Era... penetrante. No sabría reconocerla.
Podría notar su mirada aun sin verle.
—Empezará mañana, a las 9, tendrá un descanso y a terminará a las 5— yo le escuché detenidamente mientras asentía a cada una de sus palabras— ¿Está de acuerdo?
—Claro— contesté con una sonrisa permanente. Estaba nerviosa, realmente nerviosa. ¡Ese día sí quería fiesta!
—Su puesto de trabajo es el escritorio que ve al entrar— agregó. Yo asentí rápidamente— Si usted fuera eficaz y me gustara su trabajo, podríamos negociar un despacho para usted.
—Sí— sonreí— Bueno, supongo que usted tiene asuntos que atender, mañana estaré aquí a mi hora— proseguí diciendo mientras me levantaba.
Él también se levantó y se acercó a mí. Por primera vez pude verle de cerca, y me vi absorbida por sus ojos. Eran todo lo contrario a los míos, eran un azul totalmente intenso. Los ojos son el espejo del alma. Si así era, su alma parecía ser totalmente macabra.
—Hasta mañana— sonrió levemente. Yo me quedé de piedra mirándole, sentía que me había robado el alma. Cuando dejé a un lado el ensimismamiento, agité mi cuerpo para recobrar el sentido y marcharme, él seguía mirándome.
Antes de abrir la puerta suspiré con los ojos cerrados, y seguí notando su mirada en mi espalda. Abrí la puerta y salí de allí. La trayectoria entre el despacho de El Jefe y el ascensor lo recorrí corriendo. Estaba eufórica.
—Volvemos a vernos— dijo el becario al verme entrar al ascensor— Ayer no fue la última vez.
Se notaba que el becario llevaba poco tiempo allí. Iba parecido a mí vestido.
—Y seguro que nos vemos más seguido— dije sin quitarme la estúpida sonrisa de la cara.
—Me caes bien, me da pena que solo durarás lo que todas...— masculló.
—No— dije rotundamente— No voy a durar dos semanas— añadí triunfante, segura de mí misma.
Él sonrió con cara de buena actitud, te echarán igualmente a las dos semanas, pero buena actitud.
Llegamos a recepción y el becario volvió a tropezar en el mismo sitio que el día anterior. En ese momento me cuestioné profundamente si él llegaría a las dos semanas. Esta vez sí le ayudé, junto a Lorraine, que al ver la torpeza de su compañero, también se acercó.
—Rob, eres realmente torpe— dijo riéndose mientras recogía algunos papeles.
Yo recogí unos cuantos y cuando terminamos entre los tres, se los entregué. Me despedí con un gesto de alegría y salí inmediatamente de allí.
Me frené en seco en la puerta. A pesar de la seriedad que mostraba Alexander Black, tenía un buen corazón. Nadie me habría contratado después del despropósito de entrevista que hice. Por un momento noté una mirada clavada en mi persona. Miré al edificio, que brillaba más.
Seguí notando la mirada como... como si viniera del ventanal del último piso.
Entré al piso, triunfante. Dejé las llaves en la mesita (en la cual ese día no me había chocado) y el abrigo en el armario. Me miré en el pequeño espejo que había sobre la mesita.
—Hoy sí— sonreí. Hoy me favorecía más.
Entré al salón y vi a Megan tumbada en el sofá.
—He comprado chocolate y películas tristes para esta tarde de depresión tras lo de ayer— comentó incorporándose.
No daba ni una.
—Alexander Black me ha dado una oportunidad— mascullé rápidamente debido a los nervios que me agitaban el cuerpo.
—¿Qué?— preguntó sorprendida.
—Soy la nueva secretaria de Black Enterprise— vociferé abalanzándome sobre ella.
Ella comenzó a gritar conmigo, pero se notaba que aún no había asimilado la noticia.
—¿Pero, como?— dijo después de zanjar numerito que habíamos montado— Digo, tu ayer...
—No sé— la interrumpí mientras nos sentábamos más relajadas en el sofá— Solo sé que voy a darlo todo.
Sonó el despertador a las seis de la mañana. ¿Tan pronto había llegado? Me desperecé rápidamente como pude, y con miedo de llegar tarde, fui directamente a la ducha.
Me puse una falda granate de vuelo, junto a una camisa de flores a juego y unos tacones negros. Quería ir más acorde con toda esa gente. Me ricé el pelo, y me maquillé poco pero lo suficiente. Desayuné muy poco, estaba realmente nerviosa.
Iba a trabajar en Black Enterprise.
Cuando dieron las 8 decidí salir de casa y dirigirme hasta allí. Ese día no llovía, aunque estaba nublado. Se notaba que ya era Abril y el tiempo tendría que suavizar.
Llegué a la empresa y vi a Tim, el jardinero, aprovechar el día y estaba podando unos arbustos que rodeaban la empresa.
—Señorita— me llamó— El estacionamiento ya está seco, puede aparcar su coche allí.
Yo le miré sin entenderle muy bien.
—Acaban de pintar el estacionamiento y después de estos días de lluvia, al fin se ha secado. Puede poner su coche allí y librarse de multas y golpes.
Yo asentí con la cabeza y busqué con la mirada el aparcamiento, y lo vi situado justamente a la izquierda de Black Enterprise. Miré el reloj y marcaban las nueve menos cuarto; me daba tiempo.
Llegué a la última planta y me senté en mi sitio. Estaba tan feliz... ¿El Jefe estaría en su despacho? Quería darle las gracias, aunque decidí quedarme quieta y ordenar el sitio, no quería irrumpir su tranquilidad el primer día de trabajo.
Puse una agenda que me había comprado exactamente para eso, por fin la iba a utilizar. Cuando terminé la universidad pensé que encontrar trabajo me resultaría fácil...
Unos minutos después se abrió la puerta del ascensor y salió El Jefe junto a una mujer alta, castaña y una trenza al lado que le hablaba sin parar y él si quiera la miraba.
—Buenos días señorita Evans— dijo El Jefe parándose justo al lado de mi escritorio. Yo empecé a ponerme nerviosa. Como acostumbraba a hacer cada vez que estaba delante de mí.
La señorita que le acompañaba comenzó a mirarme de arriba abajo. Nadie es superior a nadie, pero ellos me hacían sentir realmente pequeña.
—Buenos días— contesté mirándole entrecortadamente.
—Le queda muy bien el puesto— añadió, alzando tenuemente la comisura de sus labios y abriendo la puerta de su despacho.
Al escuchar eso, la señorita resopló.
Ambos entraron y, minutos después, ella salió. Se paró a mirarme, y puso cara de no comprender lo que pasaba. Yo la vigilé con la mirada hasta que desapareció de la planta al cerrarse la puerta del ascensor.
La empresa era un lugar muy transitado, pero en esa planta solo alcanzaba a ver a una persona cada media hora. Había más despachos allí, altos directivos, supongo, pero debían entrar muy pronto y no salían apenas nada.
En ese momento sonó el teléfono y lo cogí.
—El señor Grable quiere hablar con El Jefe, ¿puede pasárselo?— escuché la voz de Lorraine.
—Claro— contesté.
Marqué el teléfono de Alexander Black, no entendía muy bien por qué tenía que comunicarle las cosas a través de un teléfono cuando si alzaba un poco la voz, me escuchaba seguro.
—Señor Black— dije al escuchar su respiración— El señor Grable quiere hablar con usted.
—Dígale que estoy ocupado— contestó.
-Oh, venga, ¿ocupado? Hace al menos una hora que no hay nadie en su despacho y no le he pasado ninguna llamada— repliqué. Eso Alexander Black no pareció tomárselo muy bien.
—Dígale— enfatizó con voz fría— Señorita Evans, que estoy ocupado.
—Claro— dije y colgué de inmediato. Había sido una imprudencia haberle contestado esto.
Yo y mi manía de no pensarme las cosas dos veces.
Volví a coger la llamada de antes.
—Lorraine— dije.
—Vaya —contestó una voz masculina— No sabía que ahora me llamaba Lorraine— abrí los ojos como platos. ¿¿Dónde había tocado??
—¿Quién es?— dije intrigada mirando el teléfono como si éste pudiera darme alguna respuesta.
—Grable, Aarón Grable— contestó acompañado de una risa afable.
—Madre mía...— quise decir para mis adentros pero lo dije en voz alta— Discúlpeme— escuché otra risa al decirlo.
—No se preocupe, ¿Señorita...?
—Evans.
—¿Su primer día de trabajo?— preguntó con cierto interés.
—¡¡Señorita Evans!!— escuché del despacho de El Jefe.
—Tengo que dejarle— mascullé y le colgué inmediatamente.
Suspiré y coloqué las manos sobre mi cara. ¿Y si ese no era mi trabajo?
—¡¡¡Señorita Evans!!!— volví a escuchar. ¡Oh! Se me había olvidado. Agarré la libreta, junto a un boli y la grabadora y entré.
—Llame antes de entrar— dijo frío, sentado en la silla.
—Usted me ha llamado— refuté. El Jefe torció el gesto y decidí salir para volver a llamar.
—¡No!— vociferó y yo me frené— Ahora no.
Me acerqué a él.
—¿Qué quiere?— pregunté sentándome frente a él. Encendí la grabadora y coloqué la libreta sobre mis muslos dispuesta a apuntar.
—Un café.
Yo fui a escribirlo hasta que asumí lo que me acababa de pedir. ¿Tanta urgencia para un maldito café?
Hice la cuenta atrás para que llegaran las cinco, y al fin llegaron.
Cuando estaba recogiendo mis cosas, volvieron a llamar por el teléfono. Ese maldito teléfono no paraba de sonar.
—A mi oficina— escuché de la voz de Alexander Black— Rápido.
Yo rodé los ojos, ¿Qué quería ahora? ¿La merienda?
Me levanté y toqué la puerta. Entré al escuchar de nuevo su voz.
—Señorita Evans— dijo con voz grave.
—¿Si?
—Está usted despedida.
—¿Qué?— bramé nada más— ¿Qué he hecho?— agregué formando un estúpido puchero que de nada me serviría.
—Cuando yo digo que estoy ocupado, lo estoy. Aprenda a manejar un teléfono, y no se entretenga hablando con la gente que pide hablar conmigo. Cuando tengo que llamarla con un grito porque usted está ocupada, llame igualmente a la puerta y discúlpese. Y el café tenía azúcar y yo quiero sacarina— dijo de carrerilla y me quedé atónita. No sabía si reír o llorar— ¿Necesita más razones?
Pestañeé varias veces para recobrar el sentido. Suspiré después, y asintiendo levemente con la cabeza, salí sin articular palabra de la oficina y después de la empresa.
Llegué hasta mi coche y me subí a él.
—No me voy a dar por vencida— me dije mirándome al retrovisor con el ceño fruncido— No al menos tan pronto.
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