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Capítulo 8- Huída

Shiwei comenzó a frecuentar el jardín aunque no podía quedarse por mucho rato; cuando iba, Bo siempre la estaba esperando.

Era un chico extraño: no parecía saber nada del mundo exterior y hasta se asombró al ver el nuevo celular de la chica y su propia imagen en las fotos que ella le tomó.

-¿Ese soy yo?

-Claro, eres tú. ¿Nunca viste un aparato de éstos? -le respondió Shiwei al asombrado chico.

-No, nunca... -Bo titubeó un poco al responderle-. Donde yo vivo no hay cosas como éstas.

-¿Y dónde vives, Bo? -le preguntó la chica. Después de la sesión de fotos, se habían ido a sentar al banco de madera, debajo de la pérgola de rosas.

-Allá -respondió el chico mientras señalaba hacia el bosque-, cerca del mar.

ShiWei se imaginó que tal vez vivía en alguna remota aldea de pescadores y por eso no sabía nada del mundo moderno, y conforme con la respuesta de Bo, le siguió haciendo preguntas:

-¿Y con quién vives?

Tengo a mis padres y a un hermano... -La expresión del chico cambió, pero trató de disimular haciéndole preguntas a ella:

-¿Qué hay del otro lado de la puerta por la que vienes?

-Ahí está la antigua casona de los Wang. Su dueño, el señor Wang Kai, es el jefe de mi padre.

-Wang Kai... -reflexionó el chico-. No sé quién es...

-Yo tampoco lo conozco -respondió ShiWei-. Él vive en Beijing, y los empleados de la casona dicen que no viene casi nunca. -De pronto, la chica reparó en que se estaba haciendo tarde-. Debo irme, Bo, antes de que se den cuenta de que no estoy y comiencen a buscarme.

-Está bien, Shiwei. ¿Volverás pronto? -le preguntó el chico. Ella no pudo evitar ponerse un poco nerviosa con su penetrante mirada que aunque no tenía nada de malicia, era muy atractiva.

-Pasado mañana estaré aquí sin falta... -le prometió, sin saber que no iba a poder cumplir su promesa: el verano estaba terminando y empezaba la época de las lluvias, y el cielo, que a la mañana había estado celeste y limpio, a la tarde se había llenado de nubes grises.

Las lluvias fueron torrenciales, y ShiWei no pudo ir al jardín secreto por varios días. Aburrida en su cuarto, miraba la fuerte lluvia por la ventana y pensaba si Bo estaría deseando que dejara de llover, como ella. Sus estudios estaban un poco descuidados, y como sus notas ya estaban bastante bajas, el personal del colegio se comunicó con su madre, para avisarle. Esa noche, en la cena, las serias caras de sus padres y el terco silencio con el que respondieron a sus preguntas, la hicieron ver que la esperaba un nuevo sermón.

-Nos llamaron de tu colegio, ShiWei... -le dijo su padre, con voz sombría-. Dicen tus profesores que tus calificaciones vienen bajando desde hace un mes, y que te notan muy poco concentrada en las clases...

Su madre, que había permanecido callada y sin mirar a su hija, estalló:

-¡Todo es mi culpa! ¡No hice nada cuando vi que le estabas dando más prioridad a tus amigos y a ese dichoso celular que a tus estudios!

-Entrégame tu celular -le ordenó su padre.

-¡Papá! -exclamó la chica-. ¡No...! Yo...

-¡El celular! ¡Ahora! -La voz de su padre se puso más severa. ShiWei sabía que la batalla estaba perdida, y sin decir una palabra se sacó el aparato del bolsillo y se lo entregó a su padre mientras lo miraba a los ojos, con rebeldía. Sin decir una palabra, se dio media vuelta y fue a encerrarse en su cuarto.

Sus padres se miraron un poco apenados: no querían ser demasiado severos con su joven hija, pero debían disciplinarla.

-Guardaremos ese aparato un par de semanas y luego se lo devolveremos. Creo que con eso le bastará para que se ponga a estudiar y suba sus notas -comentó la señora Yan.

-Seguramente, querida. Va a extrañar tanto hablar con sus amigos, que se va a esforzar el doble -le respondió el señor Yan.

-Mejor la dejamos quieta, que haga un poco de berrinche en su cuarto. Seguro que para mañana ya va a estar bien... -La mujer esperaba que después de una noche de reflexión, a su hija se le pasara el enojo, y así los tres podrían conversar más tranquilos.

***

ShiWei, furiosa por el maltrato de sus padres, se encerró en su cuarto y sin pensar tomó una mochila y la llenó con algo de ropa y algunas cosas que pensó que necesitaría. Después tomó la llave del león y salió por la ventana rumbo al sector prohibido.

Aunque tuvo la precaución de llevarse una linterna, le resultó difícil atravesar, en la oscuridad, ese lugar tan lleno de vegetación, y se cayó un par de veces. Sintió un fuerte dolor en sus manos y en una rodilla, pero trató de no hacerles caso. Cuando por fin, y casi a tientas, pudo encontrar la puerta, la abrió, pasó con rapidez hacia el otro lado y volvió a cerrarla con la llave: no iba a dejar que nadie la siguiera.

Ya en el jardín secreto, sintió mucho frío: ese lugar parecía estar unos cuántos grados más abajo que el otro lado del muro. Tiritando, trató de iluminar su camino para no volverse a tropezar, mientras iba recorriendo el jardín. Buscó el banco de madera en donde pensaba pasar la noche, y cuando por fin llegó al lugar, se desplomó.

Ya no podía más: su rodilla herida le había empezado a doler por el frío, y la linterna cayó de sus ensangrentadas y heladas manos y se apagó. Sin fuerzas y medio congelada, se recostó en el banco y apoyó su espalda contra la helada madera, con los ojos cerrados.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que sintió unos brazos fuertes que la levantaban del banco, y sus fosas nasales se llenaron con un extraño aroma a mar. Sintió una voz que le hablaba:

-¡Resiste, ShiWei! ¡No te duermas!

-Bo... -La chica abrió un poco los ojos cuando se dio cuenta de que su amigo la llevaba en brazos. La cara de Bo, alegre por verla reaccionar, la hizo sentir tranquila, aunque notó que el chico se internaba con ella en el bosque. No tenía idea de dónde la estaba llevando, pero se sintió en calma y volvió a cerrar los ojos.

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