Capítulo 6- Dulces dieciséis
Shiwei sabía que no podía apresurarse: debía dejar pasar algún tiempo mientras la vigilancia que había a su alrededor se aflojaba. Antes de hacer un nuevo intento de abrir la puerta del león, debía probarle a los empleados de la casa, a los que veía pasar disimuladamente cerca de ella cuando paseaba por los jardines o cuando se sentaba a estudiar a orillas del estanque de los koi, que había escarmentado y no pensaba volver a cometer una travesura.
La anciana que le había confesado que también había visto la puerta, después de un tiempo también le dejó de hablar del tema, ya que la chica parecía haber perdido el interés en resolver ese misterio. Un par de meses después, ya casi por finalizar el verano, todos parecieron bajar la guardia y por fin Shiwei tuvo su oportunidad.
Una tarde, muerta de nervios, volvió a adentrarse en la zona de pastizales. Agachada casi contra el suelo, para evitar que su cabeza asomara y la pusiera en evidencia como la última vez, logró llegar a la puerta y, luego de abrir la mata de enredaderas y descubrir la cerradura, metió la llave en ella.
Calzaba perfectamente, y cuando la chica la giró, esperando encontrarse con resistencia de ese antiguo y herrumbroso mecanismo, no tuvo que hacer ninguna clase de fuerza, ya que suavemente la cerradura se destrabó y la puerta cedió hacia atrás.
El corazón de Shiwei palpitaba, acelerado, cuando por fin, después de tanto tiempo, su enorme curiosidad pudo ser satisfecha: del otro lado de la puerta efectivamente había un jardín: un claro de mediano tamaño, que Shiwei no pudo entender cómo seguía allí, tan hermoso, cuidado y lleno de flores, rodeado de la salvaje vegetación del bosque. Lo único que tenía en común con el jardín de la propiedad de los Wang eran unos rosales, que en un pequeño rincón formaban una pérgola en donde se situaba un antiguo banco de madera. Había otras flores, pero de variedades que no existían en el jardín de los Wang.
Shiwei se acercó a curiosear al límite del bosque, pero el lugar se veía tan cerrado y oscuro que era imposible pasar para el otro lado. La chica estaba segura de que uno o varios de los jardineros de la propiedad tenían que pasar para ese lado y hacerle mantenimiento a ese jardín, porque de otra manera era imposible que esa pequeña maravilla se hubiera mantenido en ese estado, sin que el bosque lo invadiera. Después de dar vueltas por un rato, llegó a un recodo, en donde descubrió una pequeña cañada que se perdía en el borde del bosque. El lugar era precioso e invitaba a pasar varias horas en él, descansando. Pero Shiwei decidió volver, ya que tuvo miedo de que alguien extrañara su ausencia.
La salida era un momento peligroso, ya que debía abrir la puerta, cuya hoja se desplazaba hacia ella, a ciegas y rogando por que no hubiera ninguna persona en el estanque de los koi, único lugar que tenía vista hacia ese lugar. Se asomó con cuidado y observó entre el ramaje de la enredadera. Por suerte no había nadie, así que salió con rapidez y trancó la puerta. Después se fue de allí a toda prisa.
Saciada su curiosidad, Shiwei volvió a esconder la llave, pensando en que ya no tendría más necesidad de usarla. A pesar de que era inusual, lo que había descubierto no era gran cosa: otro jardín, nada más. Sabía que ese lugar estaba en tierras públicas y no pertenecía a la familia Wang, pero hasta el hecho de tener una puerta que lo comunicara con la propiedad le hizo creer que tal vez era un jardín secreto de alguno de los ancestros de esa familia, y que por eso aún lo conservaban cuidado. El bosque a su alrededor era tan espeso que nadie iba a entrar desde afuera ni a enterarse de su existencia.
No era legal ocupar una tierra pública para hacerse un jardín privado, y tal vez por eso la familia lo mantenía en secreto. Aunque bastante extraña, era la razón más lógica, y como la chica no podía averiguar nada más, se convenció de que ésa debía ser la verdad.
***
Shiwei siguió con su vida. En su colegio por fin había logrado integrarse a un grupito de amigas, tres chicas graciosas y bastante escandalosas, que la aceptaron como a una igual.
Estaba casi por cumplir los dieciséis años, y le pidió a su madre si podía organizar una pequeña reunión en su casa.
—Claro, hija —le respondió la señora Yan—. Puedes hacer lo que quieras.
—Gracias, mamá. No será algo muy grande —le aseguró ShiWei—. Sólo quiero invitar a mis amigas.
La chica tampoco se olvidó de la anciana que había conocido gracias a su interés por averiguar sobre la puerta del león, y la invitó a su casa. Cuando llegó el día de su cumpleaños, la señora apareció con sus brazos cargados de comida para la fiesta.
Sus padres la observaban, contentos: por fin su hija parecía feliz de estar en ese lugar, después de tantos meses de soledad. Tenía nuevos amigos y estaba adaptada a su colegio. Habían estado pensando en qué regalo hacerle a su hija, que ya estaba saliendo de la adolescencia y entrando en la edad juvenil. Al final, y venciendo sus prejuicios, se dieron cuenta de que lo mejor era regalarle un celular más moderno. Cuando la chica abrió el paquete y vio lo que era, saltó de su asiento y corrió a abrazarlos:
—¡Gracias, papá! ¡Gracias, mamá! —les dijo, tan emocionada de tener su primer teléfono inteligente que hizo reír a sus amigas, que ya hacía años que tenían uno, y para las que no representaban ninguna novedad.
—Ahora debes bajarte las redes sociales y las aplicaciones de comunicación, y después nos agendas... —le dijo una de ellas. Por suerte sus amigas estaban allí para enseñarle, y las cuatro salieron al jardín con el aparato. Unos momentos después, y aprovechando los fondos que les proporcionaba el magnífico jardín, se tomaron fotos y selfies.
***
Shiwei se acostumbró pronto a que su celular fuera parte de su vida, y aunque lo usaba mucho para comunicarse con sus amigas y compañeros, también le sirvió para investigar un poco más sobre la propiedad de los Wang y sus misterios.
Por algunos artículos periodísticos que encontró, pudo confirmar que toda la zona detrás de la residencia era territorio público protegido, ya que allí había muchos ejemplares de fauna y flora autóctona. A Shiwei le llamó la atención ese dato, ya que en el rato en que había estado allí, no había visto absolutamente nada: era como si la división entre el jardín y el bosque fuera algo que ninguno de los dos sectores podía invadir. A pesar de que ya se había sacado la curiosidad entrando una vez, comprobando que sólo era un jardín normal, con su nuevo teléfono podía sacar fotos del hermoso lugar. Debía entrar una última vez.
Unos días más tarde, y cargando con la llave y su teléfono, emprendió el camino hacia el jardín secreto. Pudo entrar sin problemas, como la vez anterior. Todo estaba igual, solitario y sumergido en una paz que a la chica se le antojó muy poco natural. El lugar estaba tan cuidado, y era tanta la soledad y el silencio, que no parecía estar rodeado de un bosque en el que se suponía que tenía que haber algún ruido. La chica notó algo extraño: del otro lado del muro el jardín estaba lleno de pájaros e insectos, y allí no había nada: no había ni ruidos ni la más ligera brisa. En el pequeño arroyo tampoco había peces, y no había insectos que se alimentaran de las flores.
Shiwei utilizó la cámara de su celular y sacó todas las fotos que pudo de ese lugar. Miró al cielo, tratando de enfocar una zona al borde del bosque en el que un árbol altísimo estaba totalmente enredado por unas enormes azaleas, y se dio cuenta de que ése era el único lugar en donde el bosque y el jardín llegaban a mezclarse. Pero en el resto todo parecía bien delimitado y el bosque no había avanzado. El jardín lucía como detenido en el tiempo.
ShiWei tenía lo que quería. Ya no había motivos para arriesgarse a volver a ese peligroso sitio. Con algo de pena, se despidió del inusual pero bellísimo jardín, decidida a no volver nunca más.
Mientras abría la puerta y observaba que no había nadie en el estanque de los koi, no se dio cuenta de que alguien la observaba desde el límite entre el bosque y el jardín secreto.
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