Capítulo 41- Justicia
ShiWei se puso pálida y casi no se atrevió a preguntar:
—Pero... Wang Jie...¿está muerto...?
Bo no supo qué responder a eso, y la felicidad de ShiWei de tener a su amado Bo con ella se terminó en un instante:
—¡No puede ser! —exclamó, mientras se restregaba las manos, desesperada—. Pero si su alma está en alguna parte, ¿habrá alguna forma de traerlo de vuelta?
Wang Kai estaba tan confundido y desesperado como ella: no quería pensar en su pobre hermano y en su esposa, y el dolor que sufrirían si se enteraban de la desaparición de su hijo.
—No lo sé… —respondió el chico, cabizbajo—. Nunca hablamos de eso con Xie Yun.
—¡Dios mío...! —ShiWei comenzó a sollozar, y Bo se acercó a ella para tratar de consolarla:
—Tranquilízate, por favor… Lo más probable es que el alma de Wang Jie esté en un niño nacido cuando yo desplacé su alma…
—¡Pero eso es horrible! —gritó Wang Kai. El intento de consuelo de Bo era la peor de las posibilidades—. ¡¿Cómo es eso de que puede haber renacido en otro cuerpo?! ¡Es una locura!
Bo, con pesar, se dio cuenta de dos cosas: primero, que ShiWei y Wang Kai tenían razón acerca de que él había usurpado el cuerpo de alguien que ya tenía una vida formada. Era casi como si hubiera matado a Wang Jie. Y segundo, que su decisión había lastimado a mucha gente, inclusive a su amada:
—Hice mal en pedirle a Xie Yun que me ayudara a volver —susurró, abatido—. Él me dijo que no podíamos intervenir en el mundo humano, y tenía razón...
Ya no podían hacer nada: pensando en que Wang Jie había renacido y que ahora era un bebé vaya a saber en qué lugar, ShiWei se espantó:
—¡Tenemos que buscar la manera de traerlo de regreso…!
—Pero...¿qué pasará conmigo...? —Bo ya no podía volver a transformarse en el ser de energía que vivía en la Tierra de los ríos y los lagos. Xie Yun se lo había advertido: el proceso era irreversible.
—No lo sé, Bo... Tal vez ustedes dos puedan convivir en un mismo cuerpo... ¡Ay, no sé lo que digo, no puedo pensar! —exclamó ShiWei, ganada por la desesperación.
***
Los padres de Wang Jie comenzaron a prestar atención a los extraños cambios en la personalidad de su hijo: por momentos parecía demasiado preocupado y no quería interactuar con ellos. Salía de la casa por la mañana, y hasta evitaba el desayuno familiar al que estaban acostumbrados. Un día su padre lo interceptó en plena huida, y lo llamó:
—¡Wang Li Bo! ¡Ven aquí!
Atrapado, el chico se dio vuelta y lo enfrentó con los ojos llenos de pánico:
—¿Sí, papá…?
—Ven aquí, te dije —le ordenó el mayor—. Desayuna conmigo y con tu madre.
—Pero… Wang Kai… —Bo trató de excusarse, diciendo que su tío lo estaba esperando para arreglar la moto, pero todo salió mal:
—Mi hermano aún está durmiendo, así que es imposible que esté esperándote. Aparte de eso, ¿por qué lo llamas Wang Kai en vez de decirle tío?
Bo se quedó mudo: otra vez había cometido el error de olvidarse de su parentezco con los Wang.
—¡Buenos días! —La salvadora voz de Wang Kai hizo que el chico respirara con alivio—. ¡Wang Jie! ¿Ya estás listo para arreglar la moto?
—¡Sí, tío! Cuando quieras…
—¡Excelente! Vamos, entonces…
—Pero, el desayuno… —alcanzó a decir su hermano.
—Pasaremos por la cocina a buscar unas frutas. No te preocupes, hermanito, cuidaré bien de mi sobrino… —El mayor tomó al chico por los hombros y le dió unas cariñosas sacudidas, y Bo le sonrió al padre de Wang Jie, tratando de disimular. Los dos salieron con prisa de la casa.
—Eso estuvo muy cerca… —dijo el chico.
El hombre lo miró con seriedad:
—Mira, Bo. Lo que te voy a decir es doloroso hasta para mí, pero si no podemos hacer aparecer a Wang Jie —La voz del hombre se quebró—, prométeme que harás lo imposible por reemplazarlo, y que serás el mejor hijo que pueda tener mi hermano…
—Te prometo que haré lo que pueda por traer a Wang Jie de regreso, pero si no puedo, cuidaré a tu hermano y a tu cuñada como si fueran mis padres… —le respondió el chico, tan angustiado como el mayor.
***
—¿Y si volvemos a la Tierra de los ríos y los lagos, Bo? Tal vez Tong Ming o Xie Yun tengan otra fórmula para traer a Wang Jie de regreso…
—No creo que puedan hacerlo más, ShiWei. Xie Yun casi se metió en un problema la última vez que le pedí un favor. Da Dang Jia tenía prohibida cualquier intervención en el mundo humano. Xie Yun me ayudó a escondidas de Zhou Fei, y sabes que él la adora y le dolió mucho mentirle...
—¿Y Tong Ming? Después de todo, él fue quien estudió el método para revivirte…
—Tampoco lograremos nada con él. Después de que Xie Yun se curó y Disha fue eliminada, Tong Ming se recluyó en la isla. Ya es muy mayor y estaba cansado por todos sus esfuerzos de buscar fórmulas para mantener a Xie Yun con vida...
Pero Bo tenía una idea, aunque no estaba seguro de que resultara: pensaba elaborar una de las fórmulas de Tong Ming, que podía atrapar a un alma errante. El chico había ayudado muchas veces al anciano monje, y había leído varios de sus libros de alquimia.
—¿Pero eso puede funcionar en nuestro mundo? —le preguntó ShiWei.
—No lo sé —le respondió Bo—, y eso es lo que me preocupa. Pero debo intentarlo.
***
Conseguir los elementos que hacían falta para la fórmula no había resultado tan difícil: en la ciudad había herboristerías y locales de venta de productos químicos, en donde encontraron lo que Bo necesitaba. El problema fue esconder de los señores Wang que su hijo iba a transformarse en una especie de alquimista, y que iba a hacer experimentos difíciles de esconder. Si lo llegaban a ver, no iban a tener manera de explicar lo que estaba haciendo.
—Tendremos que encerrarnos en el garaje... —dijo Wang Kai. Cuando entraron al lugar, el mayor recordó con tristeza sus tardes con Wang Jie, cuando arreglaban la vieja moto de su padre. La máquina, a medio reparar, aún estaba allí.
***
Bo estuvo encerrado en el garaje por varios días, elaborando complicadas mezclas, mientras ShiWei y Wang Kai observaban el proceso con un poco de temor. Por momentos parecía que alguna fórmula, demasiado inestable, iba a hacer volar por los aires el improvisado laboratorio que habían armado en un rincón del garaje. Después de más de dos semanas de pruebas fallidas, los tres casi estaban por darse por vencidos.
—No puede ser... ¿Dónde está? —se lamentó Lan Kai.
Con el frasco de la última fórmula que había elaborado, en su mano, Bo ya no sabía qué más hacer: estaba demasiado cansado para pensar, y no quería enfrentar a ShiWei y a su descendiente para decirles que iba a darse por vencido. Ya no podía traer a Wang Jie al mundo real, e iba a vivir con esa culpa por el resto de su vida.
Abatido, abrió el frasco y tiró su contenido al aire. El líquido que contenía, de un tono violeta, no llegó al suelo: se transformó rápidamente en una niebla también violeta, que envolvió al chico y lo hizo desaparecer de la vista de ShiWei y Wang Kai.
Cuando la niebla por fin se disipó, Wang Li Bo apareció en el suelo, sin sentido. Wang Kai y ShiWei corrieron a levantarlo, pero el chico ya se estaba despertando:
—¡Wowww! —exclamó desde el piso—. Tuve un sueño muy raro…
—Te desmayaste, Bo —le respondió Wang Kai—. Estás cansado… Te estás sobreexigiendo mucho buscando el alma de Wang Jie...
—¡¿El qué?! —El chico se levantó del suelo con tanta velocidad, que los otros dos no tuvieron tiempo ni de pararse—. Pero…, ¿de qué hablan? ¡Yo soy Wang Jie...!
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