Capítulo 34- La fortaleza
Ya estaba amaneciendo. Wang Jie iba por el camino hacia las 48 aldeas, muerto de miedo y escudándose detrás de ShiWei.
—¿Po...por qué desapareció mi casa...?
—Tu casa aún no existe, Wang Jie —le respondió la chica, impaciente por llegar a la fortaleza, segura de que Bo ahora vivía en ese lugar—. Pero no te preocupes por eso... Yin HeCong puede abrir un portal hacia nuestro tiempo.
El chico, convencido al fin de que ShiWei le había dicho la verdad, intentó no ceder al miedo y vivir esa aventura que prometía ser fantástica. Un perro aulló a lo lejos, y el poco valor que tenía se fué al diablo:
—¡Ay! ¡Qué fue eso! —gritó después de esconderse otra vez detrás de la chica. Recordó con terror los animales salvajes que vivían detrás del muro de la casona.
—Pero, ¿qué te pasa? ¡Trata de tranquilizarte! —ShiWei ya no quería hacerle caso. Deseaba atravesar la entrada de las 48 aldeas y llegar hasta su amado Bo.
Como era la única que tenía ropa de aquella época, después de cambiarse, escondida detrás de unos árboles, se decidió a ir sola a la entrada de la fortaleza. Wang Jie se quedó entre los árboles, escondido y esperándola. Pero, para su sorpresa, cuando ShiWei llegó al enorme portón de entrada, varios guardias la detuvieron:
—Yan ShiWei, por orden de Da Dang Jia, tienes prohibido el ingreso a las 48 aldeas.
—Pero…, ¿por qué…? —preguntó la chica, sorprendida.
Los guardias no quisieron decirle la razón, pero tenían orden de no dejar pasar a ninguna de las personas que vinieran del otro mundo. ShiWei estaba segura de que esas nuevas órdenes eran para que la Tierra de los ríos y los lagos no se viera más contaminada de lo que ya estaba, por culpa de ella y la gente de su tiempo. Pero tenía un as en la manga: Wang Jie, al que nadie conocía.
—¿Qué pasó, ShiWei? —le preguntó el chico cuando la vio llegar, apenas un rato después de haberse ido—. ¿Pudiste entrar a las 48 aldeas?
—No, no pude —La chica traía en sus manos un pequeño atado de ropa—. Vístete con eso.
—Pero… ¿de dónde sacaste estos trapos viejos? —exclamó Wang Jie, extendiendo con asco la vieja y no muy limpia ropa que le había dado la chica.
ShiWei no quiso decirle que había robado esas cosas por el camino, y trató de no reírse cuando lo vio ya vestido: el niño rico parecía un verdadero pordiosero, y quedó aún peor cuando ella le puso un sombrero de paja bastante roto, que también se había robado, para cubrir su moderno corte de cabello.
—Escúchame bien lo que voy a decirte, Wang Jie. Entra a las 48 aldeas y busca a Xie Yun. Él nos ayudará. No hables con Da Dang Jia ni con Zhou Fei, porque te echarán a patadas de la fortaleza...
—Pero...¿por qué no puedes pasar, y yo sí?
—Ya no permiten que la gente de nuestro tiempo pase, pero a ti no te conocen...
—¡Diablos…! —exclamó Wang Jie. Tenía la idea de que iba a poder ingresar con su compañera a las 48 aldeas y vivir una buena aventura, pero ahora tenía que entrar como un ladrón y buscar a ese hombre a escondidas. No le estaba gustando nada el asunto.
Antes de que Wang Jie desapareciera de su vista, ShiWei le gritó:
—¡Busca a Bo, y dile que estoy aquí!
Wang Jie le hizo una seña con la mano y luego siguió su camino.
Desilusionada por no tener acceso a las 48 aldeas, pero con la esperanza de poder ver pronto a su amado, ShiWei trató de acomodarse lo mejor que pudo: se escondió en la arboleda, cubierta por una manta que Wang Jie había tenido la precaución de poner en la mochila. A pesar de que intentó mantenerse despierta, observando el paisaje, estaba muy cansada y pronto se quedó dormida. Despertó cuando el sol ya estaba alto en el cielo, y la sorpresa la hizo pararse de un salto: habían pasado varias horas, y Wang Jie aún seguía en las 48 aldeas.
Los nervios de ShiWei iban en aumento a medida que transcurría el día sin señas del chico. Pero de pronto lo vió: Wang Jie volvía, caminando con pasos rápidos hacia ella, pero solo. Pasó a su lado y apenas la miró.
—¿Qué pasó? —preguntó ShiWei, expectante—. ¿Por qué demoraste tanto? ¿Van a dejarme entrar...?
Wang Jie ni siquiera le respondió: tomó su mochila y guardó todas las cosas adentro, procurando que no quedara nada de su mundo en esa tierra extraña, y sin hablarle, agarró a ShiWei de un brazo con bastante fuerza. Comenzó a caminar, sin hacer caso a las protestas de la chica ni a sus preguntas, y no paró hasta que llegaron al lugar en donde debía estar el jardín secreto.
Sacó algo de su bolsillo: un pequeño frasco con una de las fórmulas de Yin HeCong, y antes de que la chica tuviera tiempo de reaccionar, lo rompió contra el suelo. Ante sus ojos se abrió un portal, que atravesó con la confundida ShiWei sujeta del brazo. Detrás de ellos, la Tierra de los ríos y los lagos desapareció. Aún era de noche en su época: solo habían pasado unos minutos desde que se habían ido.
ShiWei no podía reaccionar: ante el hecho de que Bo no había salido de las 48 aldeas para verla, un sentimiento de vacío y tristeza la abrumó, y solo atinó a seguir al chico, que volvió a usar la cuerda para trepar el muro y entrar a los terrenos de la casona. Cuando llegaron al otro lado, Wang Jie le habló por primera vez:
—Xie Yun me obligó a entrevistarme con Da Dang Jia, y ella me dijo que no podemos volver a entrar a la Tierra de los ríos y los lagos. Ellos no quieren que su mundo se contamine con el nuestro, y creo que tienen razón...
—Pero... ¿Viste a Bo...?
—No, no lo ví...
—¡Pero, Wang Jie! ¿Cómo que no lo viste...? Estuviste allá por horas y volviste con una de las fórmulas de Yin HeCong, ¿y me dices que no lo viste? —A pesar de que estaban cerca de la tumba de Wang Li Bo y al descubierto, ShiWei le gritó al chico, tratando de que le dijera la verdad.
—Ya basta... Vuelve a tu casa; hablaremos mañana —Wang Jie no quería mirarla: se puso la mochila a la espalda y salió corriendo rumbo a la casona.
ShiWei quedó confundida, sin saber qué hacer. Se acercó a la tumba, y desconsolada, se abrazó a la helada roca.
—Nunca más podré verte...
***
ShiWei no sabía el motivo, pero durante los días siguientes Wang Jie trató de evitarla: cada vez que ella intentaba acercarse para averiguar lo que había pasado, el chico huía sin darle oportunidad de hablar. Pocos días después, estaba en su lugar preferido en el estanque de los koi, cuando vio entrar un taxi que se detuvo en la puerta de la casona. A lo lejos, pudo ver a Wang Jie, que se despedía de sus tíos con abrazos, mientras el personal de servicio subía sus maletas al coche de alquiler.
Sin poder creer que se iba sin siquiera saludarla, ShiWei se levantó de su asiento y comenzó a correr hacia el taxi. Lo último que pudo ver fue la mirada de Wang Jie, que la observó lleno de tristeza antes de perderse dentro del vehículo, que arrancó y salió por el camino de grava antes de que ella pudiera alcanzarlo.
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