Capítulo 33- Valor
—ShiWei, ¿qué es esto...? —Las manos de Wang Jie temblaban mientras sostenían el aparato del cual no podía quitar la vista: Wang Li Bo, su tío abuelo que llevaba más de setenta años muerto, sonreía en una foto con la chica que tenía en ese momento delante de sus ojos.
—¡Wang Jie, por favor! Trata de calmarte y dame el teléfono… —le suplicó la chica, asustada.
—¡Dime qué es esto, ShiWei!
La fuerte voz del chico amenazaba alertar a la señora Yan, que estaba en la sala. ShiWei debía tranquilizarlo:
—¡No grites, por favor! Te lo explicaré todo... Pero aquí no. Vamos al estanque de los koi...
Wang Jie por fin le devolvió el celular mientras la miraba lleno de dudas pero, por suerte, en silencio. Ante el asombro de la señora Yan, que no entendía por qué ese chico, que no era amigo de su hija, había llegado hasta su casa, los dos salieron juntos y sin decirle nada.
—¿Pero qué pasa con estos dos? —se preguntó la mujer.
***
—¡¿La puerta del león es un pasaje a la Tierra de los ríos y los lagos?! ¡Pero, ¿te volviste loca, Yan ShiWei?!
—Sabía que no ibas a creerme...
—¡Pero, ¿cómo piensas que voy a creer semejante disparate!? —Wang Jie parecía un tigre enjaulado caminando al borde del estanque de los koi, agitando los brazos y vociferando de tal forma, que los peces se habían fugado hacia un rincón más alejado.
—Solo puedo decirte que fue así como sucedieron las cosas —le respondió la chica—. Yo no sabía que ese muchacho con el que me encontraba en el jardín secreto, era Wang Li Bo. Él no se atrevió a decírmelo, al menos al principio…
—No puedo creerlo... —Wang Jie por fin había perdido un poco de energía y se sentó en el banco, al lado de ella. Intentó pensar con claridad—. Pero…, ¿alguien más sabe de ésto?
—No, nadie... —ShiWei no podía exponer a Wang Kai delante de su sobrino, que era cualquier cosa menos discreto y podría contarle a alguien más la historia—. Y te agradecería que no hablaras con nadie acerca de esto…
—¿Hablar? —exclamó el chico—. ¿Y terminar encerrado en un manicomio? ¡No, gracias!
Wang Jie no conocía mucho a ShiWei, aunque le parecía que era una chica inteligente y centrada. Ahora no sabía qué pensar: las fotos que tenía en su celular no eran una prueba, porque existían programas informáticos en los que se podían trucar imágenes.
La historia de Bo y la Tierra de los ríos y los lagos, que ella le contó completa, estaba llena de personajes increíbles y detalles fantasiosos, que según él, ShiWei tenía que haber inventado. Pero no tenía una sola fisura en su relato: Wang Jie se cansó de hacerle preguntas acerca de ese mundo, tratando de que ShiWei se enredara con la historia, pero ella tenía una respuesta para todo, y al final él se dio por vencido.
—Diablos... lo único que puedo hacer para comprobar si lo que me dices es verdad, es atravesar esa maldita puerta...
—¿Eh? ¡No, no! ¡Tú no puedes hacer eso! —exclamó ShiWei, que tenía la esperanza de que las fobias del chico lo detuvieran—. Aparte le tienes miedo a los fantasmas...
Pero Wang Jie estaba casi seguro de que todo era un invento de ella, y a pesar de sus problemas, era bastante valiente y le encantaban los misterios.
—Tú me ayudarás a no tener miedo. Debemos buscar la forma de atravesar esa puerta… —le respondió, decidido.
***
ShiWei confiaba en que el tiempo fuera pasando y los padres de Wang Jie vinieran a llevárselo a Beijing, antes de que pudiera elaborar un plan para atravesar la puerta del león. El chico se reunía con ella todos los días, tratando de buscar una solución, hasta que un día halló la manera:
—¿Por qué tenemos que pasar por la puerta? —le preguntó—. ¿No es lo mismo si trepamos por el muro?
A ShiWei se le había ocurrido esa idea antes, pero no tenía el valor para subirse a ese muro que medía casi cuatro metros de altura, y estaba diseñado para que ningún animal salvaje del bosque pudiera atravesarlo.
—¿Animales salvajes del bosque? —exclamó Wang Jie, cuando en un arranque de inspiración, ShiWei le habló de ese peligro—. ¿Te crees que soy tonto, o qué? ¡Pasaste un montón de veces por esa puerta y aquí estás, sin un solo mordisco! —Lo único que lo acobardaba un poco era la descripción de las furiosas batallas, y las terribles muertes por envenenamiento, de los que la chica abundó en detalles, para intentar frenarlo—. ¿Y dices que Xie Yun quedó congelado? ¿Y estuvo varios meses como muerto? —preguntó, espantado.
—Sí, estaba helado, duro como una roca. Si no hubiera sido por la gente que lo conocía y sabía que estaba envenenado, hasta podrían haberlo enterrado vivo… —Atenta a las miradas de terror de Wang Jie, ShiWei siguió hablando—, ¡Enterrado vivo...! ¿Te lo imaginas?
El chico se quedó mudo del susto, pero al rato volvió a juntar coraje, decidido a atravesar el muro como fuera.
—¿Y si nos encontramos con los envenenadores de Disha? —volvió a preguntar la chica.
—¡No intentes asustarme, Yan ShiWei! Acabas de decirme que la descendiente de la Espada del sur acabó con todos ellos. Y además allí está mi antepasado, que me defenderá...
Wang Jie, convencido de que si el cuento de ShiWei era verdadero él estaba protegido por pertenecer a la familia de Wang Li Bo, se puso manos a la obra para encontrar la forma de trepar el muro sin que nadie los viera. Por un par de días, ShiWei dejó de ver a ese travieso muchacho que la había cansado haciéndole preguntas, obligándola a pasar sus antes tranquilas tardes escuchando toda clase de planes, uno más descabellado que el otro.
Una noche fresca y bastante ventosa, estaba durmiendo cómodamente en su cama, cuando sintió unos golpecitos en el vidrio de la ventana. Pensó que serían las ramas de alguna planta, y no les hizo caso, hasta que los golpes se hicieron más fuertes y rápidos.
—Pero, ¿qué...? —Dio un grito al correr la cortina y ver la fantasmal cara de Wang Jie, que iluminado por una linterna, la llamaba golpeando el vidrio—. ¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a sus padres.
—¡Vamos, ShiWei! Tengo todo para saltar el muro. Tú no te preocupes por nada, solo ponte ropa gruesa...
La chica no quiso preguntarle por qué tenía que usar ropa gruesa, pero la emoción de ver de nuevo a Bo la ganó, y obedeció a Wang Jie. Se vistió con prisa, guardó en su mochila uno de los hanfus que había usado en la Tierra de los ríos y los Lagos y había tenido la precaución de guardar por si acaso, y salió tras él.
La puerta del león ya no estaba escondida como antes: todo el lugar alrededor de la tumba de Wang Li Bo tenía una iluminación tenue que asustó un poco a su descendiente, que trató de concentrarse en su tarea y no pensar demasiado.
—¡Van a vernos, Wang Jie...! —exclamó ShiWei, que estaba más asustada que él.
—¡Ya cállate y deja que me concentre! —El chico tenía en la mano un gancho con una gruesa cuerda. Le pidió que se retirara, porque pensaba engancharlo en la parte superior del muro.
ShiWei miró la cuerda y se dio cuenta de por qué tenía que ponerse ropa gruesa: iban a escalar el muro, y si se resbalaban, tal vez tendrían un poco de suerte y la ropa amortiguara el golpe.
Wang Jie hizo varios intentos hasta que logró enganchar la cuerda en la parte más alta del muro. El proceso no fue tan difícil: trepó con agilidad y ayudó a ShiWei a subir. Después pasaron la cuerda para el otro lado y volvieron a bajarse.
—¡Woww...! —exclamó Wang Jie: ante él se encontraba el jardín secreto, tan majestuoso como ShiWei lo había descripto en sus conversaciones.
De pronto, el aire alrededor de ellos se enfrió, y todo pareció cambiar. Cuando se dieron vuelta en dirección a la casona de los Wang, no había nada más que un extenso campo iluminado por la luna: la puerta, el muro y la casa habían desaparecido.
Wang Jie tragó grueso, y ShiWei exclamó, con la voz llena de emoción:
—¡Llegamos a la Tierra de los ríos y los lagos…!
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