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Capítulo 32- Pánico

Si Wang Jie quería averiguar sobre el misterio que rodeaba a ShiWei, debía vigilarla mas de cerca. Y la única manera de hacer eso era tratando de ser su amigo.

—Tío Wang Kai... —le dijo un día a su tío, con la voz más humilde que le salió—. ¿Por qué no le dices a esa chica que venga a ayudarnos? Tal vez así se entretenga y se sienta mejor...

El hombre lo miró, extrañado. Sabiendo que a su sobrino lo único que le importaba era él mismo, le pareció raro que de golpe se interesara en el bienestar de otra persona. 

«¿Qué se traerá entre manos ahora?» pensó, observando la inocente sonrisa de Wang Jie. Pero decidió seguirle la corriente:

—No es mala idea ¿Por qué no vas tú y la invitas? —le respondió. Tampoco iba a facilitarle las cosas a ese niño travieso.

—¿No será mejor que vayas tú, tío? No creo que me haga caso, si yo la invito…

—Por eso tienes que ir tú. Debes disculparte con ella, pero con sinceridad, Wang Jie —dijo el mayor, que trató de no reírse ante la contrariada cara de su sobrino. 

«¡Diablos, encima voy a tener que disculparme!», pensó el chico, sin darse cuenta de la diversión que le proporcionaba al mayor—. Está bien, iré yo... —dijo, tratando de disimular su fastidio. Pero decidido a averiguar algo más sobre ella, se fue a buscar a ShiWei.

—¡Este niño... es terrible! —exclamó Wang Kai.

Pensando en cómo hacer para que su disculpa sonará creíble, y después poder averiguar ese secreto que lo intrigaba, el chico caminó hacia ShiWei, que estaba ante la sepultura de Wang Li Bo, limpiando de malas hierbas los bordes de la roca. De pronto se sintió extraño, y su corazón se llenó de miedo. Sus pasos se volvieron lentos, hasta que se detuvo, congelado, a unos pasos de la tumba. 

Wang Jie sabía lo que era el miedo y las fobias que lo aquejaban. Pero eso era distinto: sintió como si se estuviera muriendo, se quedó sin aire y no pudo ni gritar para pedir ayuda. Todo se volvió negro a su alrededor.

Cuando volvió en sí, estaba en su cama rodeado de personas: sus tíos, un médico que lo estaba revisando, y unos pasos más allá pudo ver la cara de ShiWei, pálida del susto.

—Ya se está recuperando. Su presión arterial bajó mucho; por ahora será mejor que permanezca acostado y que tome mucho líquido —aseguró el médico—. Me gustaría que mañana lo lleven al hospital para hacerle algunos exámenes...

—¿Estoy enfermo, doctor? —le preguntó Wang Jie, alarmado.

—Lo más probable es que no. Tal vez estuviste mucho tiempo al sol, o no bebiste suficiente agua. ¿Estabas nervioso, o te asustaste por algo?

—No, yo iba a hablar con ShiWei, ella estaba en la tumba de Wang Li Bo... —De pronto, el chico volvió a sentir la misma opresión en el pecho, y se agarró del brazo del médico—. No puedo respirar… —susurró.

Con prisa, el doctor sacó un frasco de medicina de su maletín médico, y puso una pequeña pastilla debajo de la lengua de Wang Jie, que de a poco se fue tranquilizando hasta quedarse dormido.

Después de que salieron de la habitación, el médico se dispuso a hablar con los señores Wang, mientras ShiWei, que se había llevado el susto de su vida al ver a Wang Jie desplomarse en el suelo, pálido como un muerto, y volver a sufrir el mismo episodio en ese momento, prefirió quedarse en la habitación del chico para no dejarlo solo, a pesar de que ya estaba dormido y respirando con normalidad.

—Las fobias son difíciles de controlar —les explicó el médico a los tíos de Wang Jie—. Lo más probable es que todo este suceso traumático alrededor de la aparición del cuerpo de su antepasado haya descontrolado el equilibrio psíquico de su sobrino. Me gustaría que lo llevaran mañana a mi consultorio para hacerle algunos análisis y descartar enfermedades, pero lo que les aconsejaría es que sus padres vengan a buscarlo y se lo lleven de aquí lo antes posible...

Un par de horas más tarde, Wang Jie despertó sin saber bien en dónde estaba. ShiWei seguía a su lado.

—¿Qué pasó...? —preguntó, confundido.

—¡Te despertaste! —exclamó la chica—. ¿Cómo te sientes?

—Raro... Como si no tuviera fuerzas...

—Debe ser por los calmantes que te dieron. Seguro que en un rato estás bien... ¿Tienes hambre? —le preguntó ShiWei, con timidez.

—No... ¿Y tú estuviste aquí todo este tiempo? —Wang Jie observó las ojeras y la cara de cansancio de la chica—. ¿Por qué no vas a dormir un rato a tu casa? Pareces cansada...

—Estoy bien... Voy a buscarte algo para que comas.

ShiWei salió de la habitación y fue a avisarle a los señores Wang que su sobrino había despertado, y después se fue para su casa. En verdad se sentía agotada. Sus padres la esperaban, preocupados por saber qué había pasado con el sobrino de Wang Kai.

—El médico dijo algo de un problema nervioso, pero tienen que hacerle más estudios… —ShiWei no quería responder más preguntas, y a pesar de la curiosidad de sus padres, después de comer algo se excusó con ellos y se encerró en su dormitorio. 

Sola con sus pensamientos, el recuerdo de Bo volvió a llenar su alma de tristeza. Lo único que le quedaba de él eran las fotos que guardaba en su celular. Abrió la carpeta en donde tenía esos tesoros: la bella cara del chico, a veces sonriente, a veces asombrado por ese aparato que no conocía, parecía observarla desde la pantalla. 

ShiWei sonrió, llena de nostalgia, recordando aquellas tardes en las que aún podía atravesar la puerta del león, escondiéndose de todos para estar un rato con él. 

De pronto, tocaron a su puerta con insistencia. Sorprendida, la chica dejó el teléfono sobre su cama y fue a abrir. Para su sorpresa, Wang Jie estaba en la puerta de su dormitorio, mirándola con disgusto.

—¿Por qué te fuiste de la casa sin despedirte de mí? —le dijo, enojado.

—Yo... yo le avisé a tus tíos que te habías despertado…

—¡Pero no te despediste! —Casi haciendo un puchero, el chico entró a la habitación de ShiWei sin pedir permiso. El teléfono, que estaba sobre la cama de su dueña y con la pantalla aún encendida, llamó su atención. Lo levantó para mirarlo—. ¿Qué es esta foto?

—¡Dame eso! ¡No lo mires! —ShiWei entró en pánico y trató de quitarle el teléfono. Pero a pesar de estar aún un poco débil, Wang Jie era bastante más ágil que ella y la esquivó mientras observaba la foto.

—Pero… —Él conocía ese rostro: lo había visto muchas veces en las fotografías antiguas que había en la casona. Pero era imposible. No podía ser él. No podía ser su fallecido ancestro, Wang Li Bo, sonriendo con ShiWei en una foto.

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