Capítulo 20- La cueva
La tarde era tibia y apacible, con una brisa que apenas movía los penachos de las enormes plantas detrás de las cuales ShiWei, escondida, intentaba llegar a la puerta del león. Después de que había vuelto a mentirle a su madre al decirle que la mamá de su amiga ya la esperaba en la entrada, había salido con su mochila, que escondió en un rincón del estanque de los koi, y se había sentado allí a esperar a que los jardineros se fueran a trabajar en otro sector del jardín. Luego de un rato, por fin vio su camino libre: sacó la mochila de su escondite y corrió hacia la puerta.
Cuando por fin se encontró del otro lado, le pareció estar viviendo un dèja vu: el jardín, detenido en el tiempo, estaba igual que la primera vez que lo había visto, y por un momento ShiWei tuvo la esperanza de que Bo estuviera allí, esperándola. Todavía recordaba su aspecto de niño y su ropa antigua, aunque después se iba a revelar como un imponente guerrero. A pesar del peligro que implicaba, aún conservaba sus fotos en su celular, y las miraba de vez en cuando, aunque la hicieran llorar. Pero su amigo no estaba allí. El lugar, sumido en un extraño silencio, era tan tranquilo que provocaba miedo.
ShiWei recorrió el borde del bosque, buscando una entrada. En algunos sectores pudo avanzar unos pasos, pero la densa vegetación parecía cerrarse sobre ella. Después de un rato de buscar, cansada, sudorosa y llena de raspones, encontró un lugar por el cual pudo avanzar un poco más, sin contratiempos. Era extraño, pero después de recorrer unos metros dentro del bosque, las enormes plantas que rodeaban a los árboles comenzaron a hacerse más y más escasas, y de pronto ShiWei se encontró con un amplio camino, cubierto por un delgado colchón de hojas secas.
Todo el lugar poseía una belleza irreal, y aunque la única vida que se veía era vegetal, los árboles, que formaban una bóveda sobre el camino, dejaron a ShiWei admirada por ese lugar que parecía haberse detenido en el tiempo, al igual que el jardín secreto.
«Tal vez si me quedo aquí, vuelva a pasar lo mismo que la otra vez, y cuando atraviese la puerta no haya transcurrido el tiempo...» pensó, aunque no quiso imaginarse pasar una noche en ese lugar.
Como Bo le había pedido, tenía que dirigirse hacia el norte en busca de la cueva. Después de caminar con prisa, porque no tenía mucho tiempo, la vió: una pared de rocas, con una entrada bastante amplia que formaba una bóveda, y un sendero que bajaba y se perdía dentro de esa entrada, hacia la oscuridad.
ShiWei encendió su linterna, y con miedo se internó en el lugar. Cuando cruzó la bóveda de rocas la pendiente se hizo más pronunciada, pero se abrió ante ella un mundo fantástico: el lugar, bastante más frío que el exterior, era una enorme galería natural apenas iluminada por la luz de la entrada. La chica enfocó su linterna hacia el irregular techo, del cual bajaban formaciones rocosas de color herrumbre, parecidas a columnas, que llegaban hasta el piso.
A diferencia del absoluto silencio del exterior, allí se sentía ruido: de algún lugar en el techo goteaba agua, que alimentaba un pequeño estanque. ShiWei metió la mano y sintió dolor: el agua cristalina estaba helada.
«¿Qué es lo que pasa con esta cueva? ¿Por qué Bo necesita que el señor Wang encuentre este lugar?», pensó ShiWei. Era un sitio precioso, sin dudas, pero ya no pertenecía a la familia del jefe de su padre. ShiWei estaba confundida..
Alumbrando los rincones con su linterna, le pareció ver algo extraño, y se acercó con lentitud. Sintió un escalofrío de miedo cuando encontró aquello: era lo que parecía ser una tumba, formada por un montículo de pequeñas piedras rematadas en un largo trozo de madera, con un nombre escrito:
«Wang Li Bo».
ShiWei se asustó al principio, pero el lugar tenía una atmósfera tan apacible, que se quedó unos minutos observando, en silencio. La tumba se veía bastante antigua, y la madera con el nombre escrito estaba desgastada y carcomida por la humedad.
¿Quién había sido esa persona? Y lo más importante, ¿quién lo había enterrado en esa cueva? Ahora sabía por qué tenía que hablar con Wang Kai, el jefe de su padre.
***
—Wang Insurances, buenas tardes...
—Buenas tardes, señorita, ¿podría comunicarme con el señor Wang Kai, por favor?
—El señor Presidente está muy ocupado en este momento. Si quiere, puede dejarme su mensaje y se lo haré llegar.
—Está bien. Anote mi número de celular y dígale que encontré a Wang Li Bo, por favor.
Después de dejarle ese mensaje anónimo a una funcionaria de la empresa de los Wang, ShiWei colgó el teléfono, dispuesta a esperar la llamada del jefe de su padre. Pero el hombre nunca le respondió.
***
Las vacaciones estaban a punto de terminar, y ShiWei comenzaba su último año en el colegio antes de mudarse a Beijing para estudiar en la universidad. Una tarde en la que se encontraba sentada a la sombra de un árbol, en el fresco estanque de los koi, vio un movimiento inusual: los empleados de la casona se apuraban a limpiar el parque, y las ventanas de la residencia estaban abiertas: las encargadas de la limpieza estaban allí, trabajando con prisa.
—¿Qué pasa? —le preguntó a uno de los jardineros que pasó cerca de ella.
—Tenemos que dejar todo pronto para dentro de dos días. El señor Wang y su esposa vienen a quedarse aquí a descansar por algunas semanas.
ShiWei se puso nerviosa, pero después se calmó al recordar que sólo había dejado su número de celular en la oficina de ese hombre. Era imposible que Wang Kai supiera quién lo había llamado.
Dos días después, un moderno automóvil apareció por la entrada de la casona. Wang Kai, un hombre de aspecto elegante, vestido y peinado impecable a pesar del largo viaje que había hecho, bajó del vehículo y fue a abrirle la puerta a su esposa, que observó el jardín:
—Este lugar sigue siendo tan bonito como antes, ¿verdad, querido? —dijo, mientras hacía un gesto de aprobación.
—Sí, no ha perdido su encanto para nada… —concordó Wang Kai.
Un grupo de empleados fue a recibirlos y bajaron sus maletas del auto para entrarlas con prisa a la casona. El hombre le hizo una pregunta a uno de ellos, que le respondió haciendo una seña hacia el estanque de los koi.
ShiWei estaba con el viejo jardinero, encargado de alimentar con larvas a los peces, cuando vio llegar a ese hombre tan elegante que ella no conocía.
—Tú eres Yan ShiWei, la hija de uno de mis contadores, ¿verdad? —le dijo el hombre, después de saludarla a ella y al anciano.
—Sí, señor… —respondió la chica, un poco intimidada por la apariencia de ese hombre, que le resultó vagamente familiar.
—Yo soy Wang Kai, y hace unos días alguien le dejó un extraño mensaje a mi secretaria, diciendo que había encontrado a Wang Li Bo. Hice rastrear el número y llegué hasta ti: tú me llamaste. Ahora dime de dónde sacaste el nombre de mi tío.
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