Capítulo 14- Partida
Poco tiempo después de que Bo y ShiWei llegaron a la isla, el chico tuvo que volver a tierra firme para cumplir con un encargo de Tong Ming, pero ella no pudo acompañarlo. Lentamente se fue haciendo la noche y la chica, nerviosa al ver que su amigo no regresaba, se acostó a dormir. Despertó al otro día con los rayos de sol que le golpeaban el rostro y se levantó, apresurada, con la intención de buscar a Bo. Cerca de su cama había una gran tina con agua tibia, y ropa limpia para que se cambiara, que nunca supo quién le había llevado mientras dormía. La chica se bañó y se vistió con prisa, y salió a recorrer la costa, hasta que por fin pudo escuchar los comentarios de un grupo de pescadores que había en la orilla, y que señalaban hacia el agua: un barco estaba llegando a la isla. Esperó con paciencia a que el pequeño bote atracara en la orilla y los ocupantes bajaran a la playa, e intentó saludar a su amigo desde lejos. Él apenas la miró: bajó del barco con la cabeza gacha y detrás de una mujer pequeña pero de aspecto fiero, que tenía una gran espada atravesada en una funda, a su espalda.
«Esa debe ser la famosa Zhou Fei» pensó la chica, y el respetuoso murmullo de los pescadores le confirmó su sospecha. La maestra de Bo era una joven bonita y menuda, pero su delicado aspecto exterior no concordaba con su personalidad: cuando ShiWei corrió hacia su amigo para saludarlo y preguntarle cómo estaba, y si su viaje había sido bueno, ella se dio media vuelta y los observó con una expresión que hizo que los dos se quedaran en silencio.
—¿Ésta chica quién es? —le preguntó la mujer a su discípulo.
—Maestra, ella es ShiWei —respondió el muchacho—. Viene desde el jardín que está detrás de la puerta del león…
«¿Y esta mujer sabe todos esos datos?» pensó la chica, sorprendida.
Zhou Fei se quedó muy seria, y sin responder nada se fue directo a la habitación donde aún dormía Xie Yun.
ShiWei tenía ganas de conversar un poco con su amigo acerca de su viaje. Se había sentido muy sola sin él a su lado, pero Bo estaba muy cansado y empezó a bostezar, y los dos chicos decidieron irse a desayunar para que después el muchacho descansara unas horas. Antes de entrar a su dormitorio, Bo le dijo a ShiWei que cuando despertara le iba a contar todo sobre su incursión a la Tierra de los ríos y los lagos. Debía tener paciencia y esperarlo un poco más.
***
La paz habitual de la isla se vio alterada con la llegada de Zhou Fei, que decidió quedarse unos días para esperar a que Xie Yun despertara. Cuando pudo descansar y se sintió un poco mejor, decidió seguir con las lecciones de espada que le estaba impartiendo a Bo, para matar el aburrimiento de la espera. ShiWei se asustó con la fiereza de esa mujer, que atacó a su amigo con todo lo que tenía, en unas lecciones que parecían más una lucha real que un simple entrenamiento.
—¡Defiéndete, Bo! Usa los métodos que te enseñé! —le gritó la maestra, mientras lo atacaba sin darle un respiro. Bo se defendía lo mejor que podía, hasta que tropezó con una piedra y cayó al suelo y Zhou Fei, con un ágil movimiento que hizo silbar en el aire el brillante metal de su espada, casi apoyó su filo en el cuello del chico.
—¡Deténgase…! —El grito de ShiWei hizo que la mujer se diera media vuelta para mirarla con desagrado.
—¡¿Y a ti qué te pasa?! ¿Por qué te metes en medio del entrenamiento? —le preguntó mientras la señalaba con la espada. ShiWei pensó que era una mujer bastante maleducada.
—¡Maestra, no se enoje con ella! —exclamó el chico—. ShiWei no entiende sus métodos...
Mientras observaba a la chica hasta ponerla incómoda, a Zhou Fei se le ocurrió una idea:
—Creo que lo mejor será que lleves a ShiWei a las 48 aldeas, Bo. Allí hay mucha gente de distintos pueblos, y tal vez alguien sepa cómo mandarla a su tiempo.
***
ShiWei estaba ansiosa por el viaje a las 48 aldeas: a pesar de que Bo le había dicho que era un sitio precioso y que le iba a gustar mucho, esa tierra estaba muy alejada del lugar en donde se encontraba el jardín secreto. El barco en el que volvían a tierra firme surcaba con lentitud las aguas, y mientras la chica observaba las brillantes ondas que se formaban en la superficie, se atrevió a hacerle un pedido a su amigo:
—Cuando desembarquemos, antes de ir a las 48 aldeas, ¿podemos atravesar el bosque e ir al jardín secreto? —El lugar en donde estaba el jardín quedaba en dirección opuesta a las 48 aldeas, pero ella necesitaba llegar allí y verlo.
Bo no supo qué responder: si se negaba, podía darle la impresión de que le estaba ocultando algo, pero si la llevaba y ShiWei veía con sus propios ojos que allí no había nada, ni muro ni puerta, y mucho menos un jardín, se iba a llevar una impresión muy grande.
Pero el destino iba a ayudarlo: cuando llegaron a tierra firme, a unos metros del embarcadero y escondido tras los árboles, un hombre, vestido con unas extrañas ropas y con un gran canasto a sus espaldas, los estaba observando.
Yin HeCong era un médico joven y con poca experiencia, único sobreviviente del gran valle de la medicina, lugar que había sido atacado por Disha en el pasado, y en el que no había quedado ni un vestigio de lo que había sido: un próspero y pacífico pueblo de personas dedicadas a estudiar el poder de las plantas medicinales y las técnicas de curación de las enfermedades. El joven albergaba un odio profundo hacia Shen TianShu, pero también tenía un deseo: enterarse primero de la muerte de Xie Yun y apoderarse de su cadáver para estudiar el Penetrante hueso azul.
Ya se había llevado unos cuantos golpes: los de Zhou Fei cuando le hizo la propuesta, y también los de Tong Ming cuando intentó llevarse a Xie Yun después de que el monje lo rescató, congelado, pero aún vivo, luego de atacar al eunuco que había matado a su familia. Por eso ahora se escondía, aunque su curiosidad era más fuerte que su miedo. Bo pudo llegar a verlo, mal escondido detrás del árbol.
—¡Yin HeCong! —le gritó—. ¡¿Se puede saber qué demonios haces aquí?! —Como principal discípulo de Zhou Fei, la espada de Bo era de temer, y el joven médico tembló de miedo.
—¡Nada, nada, joven Bo! Ya me iba… —El médico apuró el paso para retirarse del lugar, pero antes de desaparecer, y ya a prudente distancia, se dió media vuelta para preguntar—: El señor Xie…
—¡Xie Yun aún está vivo! ¡Maldición! —La expresión descontenta del médico, en respuesta a sus palabras, lo puso aún más furioso—. ¡Lárgate de una vez, Yin HeCong!
El joven doctor corrió hasta desaparecer de la vista de los chicos. Pero mientras Bo le hablaba, él había observado a ShiWei: no sabía quién era esa chica, pero notó que tenía un aspecto extraño que despertó su curiosidad.
—Tengo que averiguar quién es ella, y de dónde salió… —se dijo mientras huía a la carrera.
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