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Capítulo 12- Cuidados

ShiWei probó todo lo que los meseros trajeron a su mesa, a medida que Bo ordenaba. Los platillos eran extraños: ninguno se parecía a lo que ella acostumbraba comer. Pero tenía tanta hambre que todo le pareció sabroso. Bo la observaba con una sonrisa, mientras comía con lentitud, sentado con las piernas cruzadas y dejando caer con elegancia los pliegues de su hanfu. El muchacho no había querido cenar hasta que no consiguió un atuendo limpio en una tienda del pueblo, y un lugar para lavarse la sangre de los cadáveres de los soldados de Disha.

ShiWei, más contenta por tener su estómago lleno, quiso hacerle algunas preguntas a su amigo: deseaba saber qué lugar era ése y más que nada, en qué época estaban.

Pero Bo no quería saber nada de interrogatorios:

—Come tranquila, ShiWei. Tenemos mucho tiempo para hablar, pero es mejor no preocuparnos por la charla mientras comemos.

Después de un rato de aburrido silencio, por fin Bo comenzó a hablarle:

—Ya es muy tarde para tomar un barco y volver a la isla. Mejor nos quedaremos a pasar la noche en la posada.

—¿Ahora puedo hablar? —le respondió ShiWei, irónica: su buen humor  se había esfumado debido al obligado silencio.

Bo le sonrió y le hizo un gesto, como pidiendo disculpas.

—Lo siento… comer en silencio es una de las enseñanzas budistas de mi maestro, y no puedo dejar de complirla aunque no esté con él.

—¿Hace mucho que vives en esa isla? —preguntó la chica.

A pesar de que la pregunta era simple, el muchacho tardó demasiado en responder, como si estuviera buscando en su cabeza las palabras justas para decirle a su amiga:

—Sí, mucho... Ya ni me acuerdo de cuánto tiempo hace...

ShiWei lo observó con desconfianza: la mirada huidiza y las manos del muchacho, que tamborileaba los dedos sobre sus rodillas, la hicieron ver que Bo no estaba siendo sincero. Prefirió cambiar de tema:

—¿Cómo se llamaba esta ciudad...?

—Huarong… —le respondió el muchacho—, una de varias que hay en la zona de los ríos y los lagos.

—¿Y en qué época estamos? 

La voz de ShiWei se entrecortó al hacer esa pregunta: le temía a la respuesta, pero debía saber.

—Yo tampoco sé bien eso, ShiWei. Aquí el concepto de tiempo es un poco diferente al tuyo...

—¿Cómo que es diferente...? ¿Qué quieres decir? 

Bo trató de no alarmar a su amiga más de lo que ya estaba:

—Aquí solo nos guiamos por el sol, la luna, y las estrellas, para saber en qué época del año estamos, y si es de mañana o de tarde...

—Ahh... —La chica pareció entender—. O sea que no tienen relojes...

—No —el chico sonrió, un poco más tranquilo—. Todavía no se inventaron.

«¡Te pesqué!» pensó ShiWei. Bo sabía lo que era un reloj, por lo tanto también venía de su época.

Su descubrimiento la preocupó: si su amigo había llegado igual que ella, ¿por qué no se había marchado? ¿Acaso no se podía?

—¿En qué piensas, ShiWei? —le preguntó el chico, mientras observaba con preocupación el rostro serio y un tanto pálido de su amiga.

—Me estás mintiendo, Bo... ¡Me mentiste desde que llegué aquí! —exclamó ShiWei, cada vez más nerviosa ante la posibilidad de no poder volver a su casa ni ver a sus padres otra vez. Solo de pensar en eso su cara se descompuso, y comenzó a llorar sin control.

—¡No, ShiWei, no...! —Bo se asustó ante la súbita crisis de su amiga—, ¡no llores, por favor! Te lo explicaré todo, ¿sí?

El muchacho le explicó, lo mejor que pudo, cómo eran las cosas allí: él tampoco sabía bien dónde estaban, pero había comprobado que en ese mundo la realidad y la fantasía parecían estar mezcladas. La Tierra de los ríos y los lagos, el lugar en donde estaban, era un imperio con una familia gobernante y habitantes normales, pero también con héroes y villanos que tenían poderes extraordinarios.

—Yo llegué aquí hace muchos años. Pero a diferencia de tí, nadie me esperaba afuera, y por eso decidí quedarme.

—Pero... —ShiWei no entendía nada—. ¿Tú también eres uno de esos héroes? ¿También tienes poderes?

—No. Yo solo aprendí el arte de la espada con una gran maestra. Pero aún me falta bastante... —le respondió el muchacho, con timidez—. No soy tan bueno...

ShiWei, que lo había visto matar a cuatro soldados expertos casi sin mancharse la ropa, tampoco le creyó eso.

                           ***                                                            

—Bo...

—¿Sí?

—¿Cómo se baña la gente aquí? —ShiWei moría por una ducha tibia.

Bo no quiso reírse de la ingenuidad de su amiga, pero ella ya le había hecho un par de preguntas de ese tipo, y todas habían sido muy graciosas.

—¿Quieres darte un baño? Antes de irme a dormir le pediré al posadero que lleve a tu habitación una tina con agua caliente.

Así descubrió ShiWei los placeres del baño al estilo Huarong: la tina, llena hasta arriba de agua templada, relajó su cuerpo cansado por las horas de caminata. El posadero también le había traído ropa limpia, y se llevó la tina luego de que la chica concluyó su baño.

Así, fresca y cómoda, se acostó en su cama, a reflexionar: no podía seguir vagando sin rumbo fijo, ya que no iba a llegar a ninguna parte. Aunque la puerta del león aún no existía, el lugar en donde su amigo la había encontrado, medio congelada, sí. Decidida a buscar el modo de que Bo la llevara a ese lugar, se calmó lo suficiente como para conciliar el sueño.

                          ***                                                              

Temprano por la mañana, después del desayuno, los dos chicos emprendieron el regreso al pequeño muelle para embarcar rumbo a la isla. Por el camino, Bo le contó algo que la chica tampoco sabía: la triste historia de su maestra en el arte de la espada: Zhou Fei.


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