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1. Viral

Capítulo 1
Viral

10 de mayo de 2024.

Hay momentos en la vida que definen quién eres. Y luego está ese momento en que te vuelves viral en TikTok por desmayarte en medio de una presentación y activar los rociadores contra incendios de toda la universidad.

Alerta de spoiler: no fue mi mejor día.

Para ser justos, las señales de que todo iba a salir mal estaban ahí desde que me desperté esa mañana. Mi alarma no sonó (o más bien, la apagué cinco veces), mi cafetera decidió tener una crisis existencial, y encontré una mancha misteriosa en mi camisa favorita. El universo prácticamente me estaba gritando "¡Quédate en cama!", pero yo, como el genio que soy, decidí ignorarlo.

El campus de la Universidad Estatal de Costa Norte era ridículamente fotogénico esa mañana de mayo. El tipo de mañana que aparece en los folletos de admisión: estudiantes riendo en el césped perfectamente cortado, palmeras meciéndose contra un cielo azul brillante, y ese aroma a café y estrés preexámenes finales flotando en el aire. A veces me preguntaba si la universidad contrataba extras para estas escenas, porque nadie debería verse tan feliz estudiando a las ocho de la mañana.

Me detuve frente a la fuente principal, esa que tiene una horrible estatua de un delfín que parece más una banana mutante, y revisé mi reflejo por decimoquinta vez. Camisa azul Francia (porque leí en Pinterest que inspira confianza), pantalones negros que mamá había planchado la noche anterior por videollamada (sí, así de desesperado estaba), y el pelo... bueno, mi pelo rosa pálido hacía lo que quería, como siempre. Había intentado domarlo esa mañana con medio bote de gel, pero seguía teniendo ese aire de "recién electrocutado" que mi hermano Storm decía que me hacía parecer un personaje de anime.

La videollamada con mamá la noche anterior había sido toda una experiencia. Ella, desde su departamento en Seattle, sosteniendo la plancha como si fuera una espada láser, dándome instrucciones precisas sobre cómo eliminar cada arruga mientras mi padre gritaba consejos no solicitados desde el fondo ("¡No olvides el almidón!" "¡Papá, nadie usa almidón desde 1950!").

El campus era tan diferente a Puerto Luna que casi parecía de otro mundo. La perfección de la universidad me recordaba lo lejos que estaba de casa, no solo en kilómetros, sino en esencia. Allá, todo era un poco más... humano. En el vivero de mi abuela, las flores crecían a su ritmo, siempre había una hoja marchita o un pétalo que daba carácter a las plantas. Aquí, todo parecía un catálogo de Pinterest con filtros perfectos.

Suspiré mientras ajustaba mi camisa. Esto no era Puerto Luna, donde nadie esperaba que todo fuera ideal. Aquí cada detalle importaba. Cada mirada me recordaba lo mucho que tenía que probar que merecía estar aquí.

Mientras intentaba mantener la compostura, escuché risas detrás de mí. Kevin Wu, el tipo que grababa cada momento incómodo de sus compañeros, y su amiga Samanta se acercaron. Kevin siempre encontraba algo para criticar.

—¿Azul Francia? —preguntó Kevin, señalando mi camisa —. ¿Sacado de una tabla de colores para "intentar parecer profesional"?

—Va bien con el rosa, ¿no?

—Claro, si estás buscando parecer la mascota de un equipo de secundaria —replicó Samanta, y ambos rieron.

Mi sonrisa no engañó a nadie. Internamente, contaba hasta diez para no desmayarme ahí mismo. La última cosa que quería era darles más material para su colección de "Fallas de Winter".

Por lo menos esto no es Puerto Luna. Allí, las miradas no eran críticas... pero podían ser aún más difíciles de ignorar.

—¡Winter! —la voz de Mia resonó por toda la plaza, haciendo que varios estudiantes voltearan. Mi mejor amiga tenía ese efecto en los espacios públicos: era imposible no notarla—. ¡Te estuve llamando toda la mañana!

Mia Chang era ese tipo de persona que hace que te preguntes cómo es posible verse tan bien a las ocho de la mañana. Con su vestido amarillo vintage y sus Dr. Martens decoradas con margaritas pintadas a mano, parecía lista para una sesión de fotos y no para otro día de clases.

—Mi teléfono murió —mentí, ignorando las quince llamadas perdidas que había estado evitando. En realidad, había pasado la mañana enviando mensajes de pánico a Storm, quien respondió con memes motivacionales y amenazas de volar desde Nueva York si no me calmaba.

—Mentiroso —me lanzó su mochila, que atrapé por puro reflejo—. Vamos, te invito un café antes de tu gran momento.

El Café del Sol era el punto de reunión no oficial de todos los estudiantes estresados del campus. No porque el café fuera especialmente bueno (sabía a agua de calcetín), sino porque tenía enchufes en todas las mesas y la mejor conexión Wifi en tres kilómetros a la distancia. El lugar tenía ese encanto desgastado de todos los cafés universitarios: sofás con manchas de origen dudoso, paredes cubiertas de carteles de eventos pasados, y ese persistente olor a café.

—Grande, con extra shot de espresso y sirope de vainilla —ordenó Mia por mí, mientras yo me sentaba en nuestra mesa habitual junto a la ventana. Era la mesa donde habíamos pasado incontables horas estudiando, quejándonos y ocasionalmente llorando sobre nuestras decisiones de vida—. Y uno de esos muffins de arándanos que tanto te gustan.

—No puedo comer. Mi estómago está haciendo audiciones para el circo.

—Winter —Mia se sentó frente a mí, su expresión era seria. La última vez que la vi así fue cuando descubrió que nunca había visto "Mean Girls" y organizó una intervención de emergencia—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Fingí pensar mientras contaba las grietas en el techo. Había treinta y siete, las había contado durante mis múltiples crisis existenciales en este mismo lugar.

—Define "comer".

—¡Sage!

—¡Está bien! Comí... ¿ayer?

Mia sacó su teléfono y comenzó a teclear furiosamente.

—Le voy a decir a Storm.

—¡No! —me enderecé de golpe, casi derribando mi mochila—. No le digas a mi hermano. Ya sabes cómo se pone.

Storm, mi hermano mayor por tres años y autoproclamado guardián de mi bienestar, era capaz de tomar el primer vuelo desde Nueva York si se enteraba que no estaba comiendo bien. Ya lo había hecho una vez, apareciendo en mi dormitorio a las tres de la mañana con una olla de sopa de pollo y un sermón preparado sobre la importancia de una dieta balanceada. La sopa estaba deliciosa, pero despertar a todo el piso con su versión dramática de "Circle of Life" mientras sostenía el recipiente en alto como si fuera Simba no fue mi momento más digno.

—Entonces come el maldito muffin —empujó el plato hacia mí—. Y muéstrame la presentación una vez más.

Saqué mi laptop mientras masticaba sin ganas. La pantalla se iluminó con mi presentación: "Estrategias de Marketing Digital para Pequeños Negocios". El proyecto final que valía el cuarenta por ciento de mi calificación en Introducción a la Comunicación Empresarial, o como yo lo llamaba: "La Razón Por La Que No He Dormido En Tres Semanas".

—¿Ves? Todo está perfecto —señalé la primera diapositiva, ignorando cómo mi mano temblaba—. Fondo profesional, fuentes legibles, gráficos claros...

—Y aun así parece que vas a vomitar.

—Porque voy a vomitar.

El café llegó en ese momento, servido por Jake, el barista que siempre dibujaba pequeños dinosaurios en la espuma. Hoy era un T-Rex que parecía tan estresado como yo, con pequeñas gotas de sudor dibujadas sobre su cabeza prehistórica. Jake llevaba trabajando en el café desde que empezó el semestre, y según Mia, había estado intentando llamar mi atención desde entonces.

—Gracias, Jake —Mia le sonrió, y noté cómo se sonrojaba antes de volver a la barra. Su delantal tenía una mancha de sirope que formaba algo parecido a un corazón, lo que seguramente Mia interpretaría como una señal del destino—. ¿Sabes? Deberías salir con él.

—¿Qué? No. No, no, no. Ya tuve suficiente drama romántico en secundaria, gracias.

—¿Te refieres a tu enamoramiento secreto por el mejor amigo de Storm?

Me atraganté con el café, enviando algunas gotas sobre mi presentación impresa.

—¡Prometiste nunca mencionar a Phoenix!

—¿Quién mencionó a Phoenix? —sonrió con malicia—. Yo solo dije "el mejor amigo de Storm".

—Te odio.

—Me quieres. ¿Sabes qué es lo más gracioso? —dijo, jugando con la servilleta—. Que te estés matando estudiando algo que ni siquiera te apasiona.

Me tensé en mi asiento.

—No empieces.

—Sage, por favor. Tu habitación está llena de revistas de diseño de interiores. Tienes un Pinterest con más de cincuenta tableros de decoración. El otro día te encontré llorando mientras veías un maratón de "Extreme Makeover: Home Edition".

—¡Era un episodio muy emotivo! —me defendí, aunque sabía que tenía razón—. Además, construyeron una casa para una familia que...

—El punto es —me interrumpió—, que nunca te he visto tan emocionado hablando de marketing como cuando describes cómo transformarías este café. Por cierto, tienes razón, esas lámparas industriales son horribles.

Miré hacia el techo.

—Bastaría con cambiarlas por algunas vintage con tulipas de cristal ámbar. Daría más calidez al espacio y... —me detuve al ver su sonrisa—. ¿Qué?

—Acabas de iluminarte más hablando de lámparas que en toda tu presentación de marketing.

Suspiré, hundiendo mi cara entre las manos.

—No es tan simple.

—¿Por qué no? Storm siguió su sueño.

—Storm es diferente.

—¿Diferente cómo? ¿Porque tuvo el valor de decirle a tu padre que prefería hacer teatro que estudiar derecho?

Recordé aquella cena familiar. Storm de pie, sosteniendo un calcetín con ojos de botón llamado "Hamlet", declarando que el escenario era su verdadero hogar. Papá casi se ahoga con su bistec.

—Recuerdo que papá no le habló por dos semanas —murmuré.

—Sí, pero ahora está orgulloso. El otro día compartió en Facebook el artículo sobre la obra de Storm.

—Es diferente —repetí —. Marketing es... práctico. Estable. Es lo que papá siempre...

—Lo que tu papá siempre soñó para sí mismo —completó Mia—. No para ti.

Papá había construido su agencia de marketing desde cero, transformándola en una de las más respetadas de Seattle. Siempre había soñado con que uno de sus hijos siguiera sus pasos. Cuando Storm eligió el teatro, todas esas expectativas cayeron sobre mí.

—¿Sabes qué me dijo Storm el otro día? —continuó Mia, sacando su teléfono—. Mira, me envió esto.

Era una foto de Storm con sus compañeros de teatro.

—Me dijo que nunca se había sentido más él mismo que cuando está en ese pequeño teatro, rodeado de gente que entiende su locura —Mia bloqueó su teléfono—. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste así, Sage?

La respuesta vino inmediatamente a mi mente: en el vivero de la abuela, reorganizando las plantas según la luz que necesitaban, creando pequeños ecosistemas en cada rincón. O aquella vez que redecoré mi habitación en casa con muebles de segunda mano que restauré yo mismo, transformando un espacio que papá llamó "chatarra" en algo que apareció en un blog local de diseño.

—El diseño de interiores no es solo decoración —dije en voz baja, repitiendo las palabras que tantas veces había ensayado en mi mente—. Es crear espacios que cuenten historias, que hagan sentir a la gente... en casa.

—¿Entonces por qué estás aquí, memorizando estadísticas que ni siquiera te importan?

No tenía una respuesta. O tal vez tenía demasiadas, todas entrelazadas con el miedo a decepcionar a papá, a no ser lo suficientemente "práctico", a fracasar persiguiendo un sueño que todos consideraban poco serio.

—A veces pienso... —me detuve, jugando con la servilleta—. A veces imagino cómo sería transformar el vivero de la abuela. No solo la tienda, sino crear un espacio donde la gente pudiera sentarse entre las plantas, tal vez un pequeño café, áreas de lectura... —sonreí ante la idea—. La abuela siempre dice que las plantas cuentan historias. Me gustaría crear un espacio que cuente esas historias.

—Entonces...

Me sacudí de golpe, como si las palabras de Mia hubieran roto un hechizo. Los sueños, al final, son como burbujas de jabón, hermosos pero frágiles, destinados a estallar contra la realidad.

—No. No menciones eso. Son solo... sueños tontos. Tengo una presentación que dar.

Mia me miró, pero guardó silencio. A veces las mejores amigas son las que saben cuándo no presionar una herida.

Las siguientes dos horas me las pasé repasando la presentación con Mía.

Mia consultó su reloj y soltó un pequeño grito que hizo que Jake, el barista, casi dejara caer una taza.

—¡Por los dinosaurios en mi café! —exclamé, limpiando las gotas que habían salpicado mi camisa—. ¿Era necesario el ataque sónico?

—Son las 9:45 —dijo Mia, ignorando mi drama mientras metía apresuradamente las diapositivas en su mochila—. Y si la profesora Reynolds es tan puntual como su capacidad para juzgarnos silenciosamente, ya debería estar acomodando sus lentes de "voy a destruir sus sueños" en el salón.

Me levanté tan rápido que mi rodilla golpeó la mesa, provocando que mi taza vacía rodara. Jake apareció de la nada para atraparla, ganándose una sonrisa de Mia que lo hizo sonrojarse hasta las orejas.

—Mi héroe —murmuró Mia, y juro que vi corazones flotando alrededor de la cabeza de Jake.

—Podemos continuar con tu telenovela barista otro día —dije, tirando de su brazo—. Ahora mismo tengo una cita con el desastre.

El edificio de Empresariales nos recibió con su habitual aire de superioridad arquitectónica. Era el tipo de lugar que gritaba "aquí se hacen los negocios serios", con sus paredes de cristal que reflejaban el sol como si incluso la luz natural necesitara un permiso para entrar.

Mientras subíamos las escaleras (porque por supuesto, el elevador había decidido que hoy era un excelente día para estar "en mantenimiento"), Mia no dejaba de lanzarme miradas de reojo.

—Deja de mirarme como si fuera una bomba a punto de explotar.

—Técnicamente, eres más como un globo lleno de ansiedad —respondió ella, sacando una botella de agua de su mochila—. Pero hey, los globos también pueden flotar.

—¿Ese es tu intento de darme ánimos?

—¿Está funcionando?

—Sorprendentemente, no.

Llegamos al tercer piso para encontrar el habitual desfile pre-presentación: estudiantes repasando sus notas como si contuvieran los secretos del universo, otros practicando su "cara de ejecutivo" frente a sus teléfonos, y Samanta, por supuesto, rodeada de su grupito mientras presumía su presentación.

El aula 304 estaba frente a nosotros.

—Bueno —dijo Mia, apretando mi hombro—, siempre nos quedará el plan B.

—¿Cuál es el plan B?

—Mudarnos a una isla desierta y abrir un bar de smoothies.

A pesar del nudo en mi estómago, no pude evitar sonreír.

—¿Con o sin sombrillitas de papel?

—Por favor, ¿qué clase de establecimiento playero crees que dirigiríamos? Las sombrillitas son obligatorias. Y también los nombres ridículos para las bebidas.

—"El Desmayo Tropical" —sugerí, ganándome una carcajada de Mia.

—"La Presentación Paradisiaca" —contraatacó ella.

—"El Marketing Mix de Mango".

Nuestra risa se cortó cuando la profesora Reynolds apareció al final del pasillo.

Nos deslizamos hasta la última fila del salón. Samanta, en primera fila.

—Por todos los dioses del PowerPoint —susurró Mia, inclinándose hacia mí—. ¿Eso es una animación en 3D de un edificio corporativo girando? Apuesto a que ni siquiera sabe usar Excel y su papi contrató a alguien para hacerlo.

No pude evitar una risita.

—Mis gráficos de barras parecen dibujos de preescolar en comparación.

—Hey —Mia me dio un codazo juguetón—. Tus gráficos tienen personalidad. Son como... el arte abstracto del análisis de datos.

—¿Arte abstracto? Más bien arte accidental.

—Al menos no tienes efectos de "whoosh" cada vez que aparece un número —señaló con la cabeza hacia Samanta —. Parece que está presentando el próximo iPhone, no un análisis de mercado.

Quedaban cinco minutos. Mi teléfono vibró por enésima vez, Storm seguía su campaña motivacional felina.

"Hermano, si este gato puede dar una presentación, ¡tú también puedes!" El meme mostraba un gato con corbata aparentemente dando una charla.

Otro mensaje.

"¡Mira a este! ¡Es tu espíritu animal!"

Esta vez era un gato rosa (claramente editado) tropezando y luego fingiendo que lo hizo a propósito.

"Storm, eres el peor"

"Soy el mejor. Y lo sabes."

—Winter, Sage. ¿Está preparado para su presentación?

Mi cabeza asintió automáticamente, mientras mi cerebro gritaba "¡NO!"

Mia me apretó la mano bajo el escritorio y susurró:

—Si todo falla, siempre podemos incendiar accidentalmente el edificio.

—¡Mia!

—¿Qué? Solo digo que las salidas de emergencia están claramente señalizadas.

Su comentario absurdo logró lo imposible: hacerme reír justo cuando sentía que iba a desmayarme. Típico de Mia, usando el caos como terapia.

Me levanté, tropezando con mi propia mochila y casi llevándome por delante la silla. Alguien soltó una risita. Las palmas me sudaban tanto que casi dejo caer mi memoria USB tres veces mientras intentaba conectarla a la computadora del aula. El puerto USB parecía estar jugando al escondite conmigo, moviéndose cada vez que intentaba insertar la memoria.

El proyector zumbaba sobre mi cabeza, proyectando mi primera diapositiva en la pared. Treinta pares de ojos me miraban expectantes. O aburridos. O críticos. Samanta estaba en primera fila, su expresión era entre lástima y superioridad. A su lado, Kevin Wu grababa discretamente con su teléfono, probablemente esperando material para su canal de YouTube dedicado a "momentos incómodos en clase".

—Buenas tardes. Hoy voy a presentar...

Y entonces sucedió.

Mi mente se puso en blanco. No el tipo de blanco donde olvidas una palabra. No. El tipo de blanco donde olvidas hasta cómo respirar, cómo pararte y cómo existir. Era como si alguien hubiera presionado el botón de reinicio en mi cerebro, pero se hubiera olvidado de instalar el sistema operativo nuevamente.

El salón comenzó a dar vueltas. Las caras de mis compañeros se convirtieron en manchas borrosas. Sentí calor, mucho calor, como si alguien hubiera encendido un horno dentro de mi cabeza.

En algún lugar distante, escuché la voz de Mia gritando mi nombre. Mis piernas se sentían como gelatina, y mi mano buscó desesperadamente algo a qué aferrarse. En mi mente, recordé todas las veces que Storm había intentado enseñarme técnicas de respiración ("Inhala por la nariz, exhala por la boca, imagina que estás soplando burbujas de jabón"), pero en ese momento mi cerebro solo podía procesar "¡PÁNICO! ¡PÁNICO! ¡PÁNICO!".

Ese "algo" a lo que intenté aferrarme resultó ser la palanca de emergencia de los rociadores contra incendios. En mi defensa, ¿quién pinta una palanca de emergencia del mismo color que la pared? Eso debería ser ilegal.

Lo último que recuerdo antes de que todo se volviera negro fue el sonido de la alarma y el agua fría cayendo sobre todos nosotros. Samantaanta gritaba sobre su traje de diseñador arruinado. La profesora Reynolds tratando de mantener el orden mientras su perfecto peinado se desmoronaba. Y el distintivo clic de alguien grabando con su teléfono.

El caos que siguió fue digno de una película de desastres, pero de esas de bajo presupuesto donde todos los efectos especiales son mediocres. Estudiantes corriendo hacia la puerta como si el edificio estuviera en llamas (que, irónicamente, no lo estaba). Papeles flotando por el aire y el PowerPoint de alguien proyectándose sobre la pared mojada.

Cuando desperté en la enfermería una hora después, Mia estaba a mi lado, su pelo todavía goteando. Su vestido amarillo ahora tenía manchas más oscuras, pero de alguna manera ella seguía viéndose como si todo fuera intencional.

—Bueno —dijo, mostrándome su teléfono—, la buena noticia es que ya eres famoso.

En la pantalla, un video titulado "Chico activa rociadores durante presentación - ÉPICO FAIL 🤣💦" ya tenía más de cincuenta mil vistas. Los comentarios eran una mezcla de "F en el chat" y personas etiquetando a sus amigos con variaciones de "literal tú en los exámenes finales". Alguien ya había hecho un remix con música dramática de fondo.

—Mátame —murmuré, hundiendo la cara en la almohada que olía sospechosamente a desinfectante barato.

—¿Ahora? ¿Y perderme tu ascenso a la fama en TikTok? —Mia deslizó el dedo por la pantalla—. Oh, mira, alguien ya hizo un dueto con tu desmayo. Y hay un filtro que hace que parezca que estás nadando.

—Te odio.

—También te quiero —sonrió, guardando su teléfono—. ¿Sabes? Creo que es una señal.

—¿De qué podría mudarme a Islandia? —dije finalmente, girándome hacia Mia—. ¿Cambiarme el nombre, teñirme el pelo de negro y dedicarme a criar ovejas?

—¿Ovejas con piel rosa? Porque, francamente, suena adorable.

—Hablo en serio. Esto no es solo un video. Es mi vida resumida en un minuto de desastre.

Mia guardó silencio por un momento. Luego, apoyó su mano sobre la mía.

—Sage, tal vez esto no sea solo un fail. Tal vez sea una señal de que... no estás donde deberías estar.

Había pasado tanto tiempo intentando encajar aquí, esforzándome por cumplir expectativas que ni siquiera sabía si eran mías o de alguien más.

—Entonces, ¿a dónde voy?

Mia sonrió, como si hubiera estado esperando que preguntara eso.

—A Puerto Luna. A casa. Además tu abuela Magnolia llamó mientras estabas inconsciente.

—Oh no.

—Oh sí. Aparentemente se cayó tratando de rescatar un gato del techo.

Me senté de golpe, lo cual fue un error porque toda la habitación empezó a dar vueltas nuevamente.

—¿Está bien?

—Se rompió la cadera. Está en el hospital, pero ya sabes cómo es ella. Más preocupada por el gato que por sí misma. Cuando hablé con ella, estaba regañando a las enfermeras porque no le dejaban tener plantas en la habitación.

Mi abuela Magnolia era legendaria en Puerto Luna, el pequeño pueblo costero donde crecí. Con su pelo teñido de diferentes colores cada mes (actualmente era un vibrante turquesa con mechas blancas) y su obsesión por nombrar todas sus plantas, era la dueña del vivero más famoso del pueblo: El Jardín de los Imposibles. Un nombre que ella misma eligió porque, según sus palabras, "no hay planta imposible de cultivar, solo jardineros sin imaginación".

Mi abuela tenía un don para hacer crecer cosas que, según todos los expertos, no deberían sobrevivir en nuestro clima costero. Orquídeas del Amazonas junto a cactus del desierto, todos floreciendo bajo su cuidado como si hubieran llegado a un acuerdo secreto con la gravedad.

—Necesita ayuda con el vivero mientras se recupera —continuó Mia—. Y tú necesitas un escape de... todo esto.

Miró hacia la ventana, donde podía ver a varios estudiantes grabando el caos en el edificio de Empresariales, todavía con agua goteando de las ventanas. Algunos habían improvisado un pequeño set de fotos, posando dramáticamente bajo los chorros de agua como si estuvieran en una sesión de fotos de revista.

—No puedo simplemente...

—¿Por qué no? El semestre está prácticamente terminado. Y seamos honestos, después de hoy, ¿realmente quieres volver a esa clase? —Mia sacó su Tablet y comenzó a teclear—. Además, ya investigué. Puedes tomar un permiso temporal por razones familiares. La universidad tiene una política para eso.

—¿Cuándo investigaste todo esto?

—Mientras estabas desmayado. Sorprendentemente, el wifi de la enfermería es mejor que la del café.

Pensé en enfrentarme nuevamente a la profesora Reynolds, a Samanta, a los videos que seguramente circularían por todo el campus. Pensé en más presentaciones, más ataques de pánico, más noches preguntándome si había elegido la carrera correcta o si solo estaba siguiendo un camino que alguien más había trazado para mí.

Luego pensé en Puerto Luna. En el olor a sal marina y flores. En el viejo vivero donde pasé tantos veranos ayudando a mi abuela, aprendiendo los nombres de las plantas como si fueran trabalenguas. En las tardes perezosas en la playa, cuando el mundo parecía más simple y mis mayores preocupaciones eran no quemarme con el sol y evitar que Storm enterrara mi libro en la arena.

—Phoenix sigue allí —dijo Mia, como si pudiera leer mis pensamientos. Tenía esa sonrisa que siempre aparecía cuando mencionaba a mi crush de la adolescencia—. Storm mencionó que tiene un taller mecánico.

—¿Por qué todos insisten en mencionar a Phoenix hoy?

—Porque te pones adorablemente rojo cada vez que alguien lo hace —rio—. Como ahora. Pareces un tomate con pelo rosa.

Mi mente traicionera inmediatamente conjuró imágenes de Phoenix en un taller mecánico. Phoenix con una camiseta manchada de grasa. Phoenix inclinado sobre una motocicleta, con esa expresión concentrada que solía poner cuando ayudaba a reparar la vieja camioneta de mi abuela...

—Vamos, Sage —la voz de Mia me sacó de mi fantasía—. El universo prácticamente te está gritando que necesitas un cambio. Primera señal: el desastre de la presentación. Segunda señal: tu abuela necesita ayuda. Tercera señal: Phoenix soltero y sexy con un taller mecánico.

—¿Cómo sabes que está soltero?

—¡Ajá! ¿Así que eso es lo que te interesa? —su sonrisa se hizo aún más amplia—. Storm puede o no haberme actualizado sobre su situación sentimental.

Miré nuevamente por la ventana. El video probablemente ya tendría cien mil vistas. Mañana sería el hazmerreír de todo el campus. Mi presentación era un desastre, mi dignidad estaba por los suelos, y honestamente, ¿qué tenía que perder?

Mamá siempre decía que el universo no comete errores, pero en ese momento me sentía como la excepción. El chico que se desmaya en medio de una presentación. El que termina activando los roseadores. El que se convierte en meme. Pero también sabía que este lugar, esta vida que había intentado construir, nunca se sintió realmente mía.

Puerto Luna no era perfecto, claro que no. Pero tampoco pretendía serlo. Era caótico, impredecible, lleno de vecinos entrometidos y gatos que trepaban techos. Sin embargo, algo en mí sabía que necesitaba volver, aunque solo fuera para recordar quién era antes de perderme en esta fachada.

—Está bien —le dije a Mia, sintiendo una mezcla de miedo y alivio—. Llamaré a la abuela.

—¡Sí! —Mia me abrazó, mojándome aún más si eso era posible—. Operación Escape del Desastre Universitario iniciada.

—Ese es un nombre terrible.

—Es perfecto. Como tú activando los rociadores.

Le lancé una almohada, pero ella ya estaba sacando su teléfono para buscar boletos de bus a Puerto Luna. En la pantalla de la enfermería, el noticiero local mostraba imágenes del "incidente" en el edificio de Empresariales. Al menos habían tenido la decencia de difuminar mi cara, aunque mi pelo rosa me hacía bastante identificable.

Cuando pensé en esta historia, nunca imaginé que Sage lograría robar mi corazón con su torpeza (y, admitámoslo, con su desastre de presentación). Aunque yo no he activado rociadores contra incendios, puedo asegurarles que también he tenido mis "momentos virales" de la vida... en mi cabeza.

¿Alguna vez han pasado por un momento similar al de Sage en el que sintieron que todo se desmoronaba?

Los leo♡

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