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₊˚ ୨୧ Capítulo Uno: Volver a empezar ୨୧˚₊

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De nuevo amaneció nublado, pero a ella no le importaba demasiado. De hecho, era su clima favorito. Le permitía jugar con su vestuario como tanto le gustaba. Ese día se sentía un poco aletargada. ¿Sería que el efecto de su recuperación estaba rebotando?

No, no quería pensarlo así, porque ella se conocía. Una vez superado algo, lo superaba para siempre. Se colocó el mejor de sus abrigos antes de observar por la ventana de su departamento.

Sí, era seguro que llovería antes de que siquiera hubiera llegado a la pastelería. Pero todas esas semanas habían sido terribles. Asper, el odioso que había conocido hacía meses la dejó botada. Así sin más, como si Lluvia fuera un trapo viejo o moronas que se caen mientras deleitamos un rico pastel... Un pastel, eso era justo lo que necesitaba.

Sabía que era un cliché, pero comer cosas dulces le reconfortaba el alma. De hecho, en ese momento leía un libro divino sobre pastelerías. Cada que abría las páginas y la autora describía hábilmente los postres involucrados en la historia, Lluvia sufría internamente. Le daban ganas de salir corriendo para gritar: ¡Alguien, por favor, un pastel de chocolate!

El estómago le rugió de tan solo recordarlo mientras detenía un taxi para llegar a su destino. En realidad, hacía mucho que no iba. No estaba acostumbrada a ir solo porque sí, siempre había una ocasión especial. Aunque en verdad amaba los postres y eso le parecía la ocasión especial del momento.

Ella siempre había sido muy positiva, pero en especial durante el tiempo después de que Asper la bloqueara del teléfono. Se movió el largo cabello miel que tenía, mientras revisaba su teléfono. No quería confesarlo en voz alta, pero en ocasiones deseaba que un mensaje inesperado llegara de parte de Asper.

Un: "lo siento, fui un estúpido", o algún acto de loco amor... de esos que derriten el alma con el simple hecho de ser. Bloqueó su teléfono porque sintió que estaba soñando demasiado.

Todo el mundo la miraba bien, como siempre, pero ella aún tenía pinchazos en el corazón cuando le mencionaban la palabra "amor". A pesar de todo, intentaba, la mayor parte de las veces exitosamente, cantar lo más fuerte que pudiera cada que se le presentara la oportunidad, bailar con todas sus ganas y hacer amigos a la primera oportunidad. No dejar que los días se le fueran en lamentos.

Cuando algo le dolía a Lluvia no era como un gatito asustado que se escondía en el refugio, al contrario, ella salía, brillaba más, reía más. Le gustaría decir que es un método absolutamente efectivo, pero la realidad era que no. En el fondo, muy en el fondo, le dolía no tener a nadie.

"Todo llega a su tiempo...", leyó en las notificaciones de su celular "... Pide desde tu aplicación de comida y aprovecha el 2×1 para comer delicioso y a tiempo".

A veces le gustaría darle un puñetazo al genio de marketing que hizo ese tipo de mensajes. Ahora tenía menos ganas de unas hamburguesas al 2×1 y más ganas de su pastel.

Después de un rato de silencio agradable, el taxista anunció que habían llegado. Le pagó y dio un saltito de emoción al admirarse ahí. Era como una película. A pesar de su soledad secreta, Lluvia disfrutaba mucho de la vida, en especial en ese momento, que su homónima empezaba a golpear con suavidad los cristales de la pastelería.

Ella soltó una risa mientras extendía su palma al cielo y después corrió l otro lado de la calle para entrar a su destino.

La campanilla, que de pronto ya existe en todos los negocios, anunció su llegada. Todo tenía un rico aroma a café, a vainilla y a otros toques que Lluvia no alcanzaba distinguir.

Bajó la vista a su celular y acomodó el libro que tenía en la mano bajo su antebrazo. Sí, por supuesto que quería vivir el sueño de estar leyendo en una pastelería, sola y misteriosa. En especial para terminar esa novela sobre pasteles que la había atrapado esas semanas. No se consideraba, una ávida lectora, si acaso leía tres libros al año; pero cuando se trataba de cumplir una experiencia de vida, nunca decía que no.

El menú estaba perfectamente caligrafiado en un hermoso pizarrón al lado de la barra. Lo leía a toda velocidad al tiempo que la fila para pedir avanzaba. De pronto, la mente se le iba a donde no debía. Su discurso interno sonaba un poco así:

"Pastel de zanahoria, Red Velvet, (quizá jamás encuentra a alguien y entonces tendré que verme envejecer a mí misma, bueno, aunque eso no tiene nada de malo, es solo que...), Chocochispas... ¡Uy, también tienen galletas! (Pero cuando me muera, ¿quién me encontrará? Ah, es un poco turbio y cruel querer una pareja para que encuentre mi cadáver). Y además tienen capuchino de choco-menta, ¿cómo harán eso? (¿Cómo arreglaré esto?)".

Ya todo era un revoltijo en la mente de Lluvia, pero siempre lo era y eso estaba bien. Por eso le gustaba tanto su nombre, porque se sentía una con el significado. Así la lluvia, caótica y hermosa, siempre la acompañaban. Una con la otra, como gemelas.

Después de un buen debate interno, aclaró su orden antes de pasar, aunque el orden de su vida seguía pendiente.

—¡Hola! Un pastel de fresa con vainilla y un capuchino de choco... avellana. ¿A todo le ponen chocolate?

¡Bum! Quizá era el destino, algo se lo decía. La campana de afuera volvió a sonar, su corazón volvió a latir. La duda de la soledad, desde el fondo de la oscuridad se arrastró a la luz, tan solo para huir un momento. Probablemente regresaría en un rato, pero en ese momento la sonrisa del chico que tomaba su orden la tenía ocupada.

—Oh, oh, mi nombre es Lluvia —aclaró ella sin que se lo preguntaran—. No sé si lo necesitan para la orden, quizá es como en su competencia, aunque no es bueno mencionarla ahora. Tal vez alguien escuche el nombre y se vaya para allá. —Se mordió la uña al notar que estaba hablando de más, aunque su interlocutor parecía de lo más divertido—. O, me pregunto si aquí es diferente, tal vez aquí más bien los clientes le piden el nombre a los encargados... ¿qué me dices?

El chico negó con la cabeza aún más divertido y le dedicó una mirada encantadora antes de responder:

—Bruno. Soy Bruno.

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