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VII. "Maybe they were right, you never did change." (USARG - Prompt de tumblr)

Martín Hernández miraba la televisión con los ojos desorbitados y la boca abierta, sin saber qué decirse a sí mismo. En la pantalla, diferentes canales hablaban de un tema en común, una palabra que era el monstruo debajo de la cama de la nación: default.

Sólo el ruido de la puerta lo distrajo, y volteó a ver con el mismo desconcierto cuando Estados Unidos ingresó al departamento con una sonrisa apacible.

—¡¿Dónde mierda estabas?!

Good afternoon, babe — Jones saludó con diversión, mientras terminaba de entrar, sacándose el abrigo y dejando las llaves a un lado de la puerta — . Veo que te has puesto al día. — comentó casi en un canturreo, colgando las cosas y mirando de reojo la televisión.

—¿Me querés explicar qué es esto? — señaló la televisión — ¿¡Default!? ¡Me dijiste que con tu moneda no pasaría!

—Es un pequeño ajuste, nada más, no te asustes Tinchito — dijo con más suavidad y un dejo de ternura, caminando hacia él —. Estuve afuera muchos días, ¿no me dirás que me extrañaste? Yo sí te extrañé mucho, y te traje obsequios — lo tomó de la cintura, con una risita juguetona — . Tengo algo muy especial para tí.

El latino golpeó las manos antes de que lo tocaran, y dio un paso atrás con el ceño fruncido.

—Soltame, Alfred, no estoy de humor.

—Ah vamos, sólo un poco— insistió, ignorando la evidente angustia — . Si te portas bien verás que te gustarán las cosas que te traje.

—¡¡No las quiero!!

Argentina se separó más de él, y señaló la pantalla detrás.

—Me dijiste que tu sistema servía, que eso era lo que te había hecho rey del mundo — le recordó, mascando la promesa con dolor — . Te creí, a ciegas, y le dí la espalda a mis propios hermanos por hacerte caso, porque pensé que tenías razón a pesar de todo. Pero mirá esto, Alfred — señaló con más énfasis — . ¡¡Mis hijos se están cagando de hambre y eso me está reventando el vientre como una cuchilla!!... ¡¿Y vos venís después de tu gira de mierda como si nada?!

El norteamericano enarcó una ceja, cambiando la expresión. Suspiró y puso los brazos en jarras, como si tuviera que soportar el berrinche de un niño.

—A ciegas, ¿eh? Pensé que serías más prudente. ¿Kirkland no te había enseñado a hacer negocios? Tanto que lo adorabas...

—No te hagas el aliado ahora — le cortó, cada vez levantando más la voz — . No me cambiés el tema, te estoy pidiendo una explicación coherente, y una solución.

—No soy un mago; sólo soy un business man — se encogió de hombros — . Estaremos casados, pero velo por los intereses de mis hijos de vientre también; y si no sabes controlar ni cuidar a los tuyos, no es un mi asunto.

Argentina bajó el brazo, desconociéndolo.

—¿No te preocupa nada de lo que está pasando conmigo ahora, cierto? —preguntó, atónito — Y si desaparezco, o me desintegran... tampoco te va a importar.

—A veces pienso que realmente te crees un mortal, Martín Hernández — sonrió apenas el norteamericao — . Es una alianza, no una decisión de hacer un nido de amor juntos; quizás dependiste de mi bienestar y mi poder demasiado, y no miraste cómo estabas caminando... o hacia dónde.

El latino hizo un gesto parecido a una sonrisa hueca y giró el rostro, tomándose la frente y caminando por la habitación.

—Al final tenían razón, no cambiaste nada.

—¿Quién dijo eso?

—Todos — lo miró — . Absolutamente todos. Me lo advirtieron, y yo...

—Lo siento, babe, no sé en qué pensabas que esto iba a cambiar — el otro rubio se encogió de hombros y los señaló a ambos — . Todo lo que tenemos entre los nuestros, al final, son negocios diplomáticos con fines comerciales y, for the record, no somos siquiera personas.

—Te seguís jactando de tu inhumanidad, y te comportás como un hombre bien de mierda — le espetó el argentino, con los ojos húmedos.

No lloraría delante de él; ya no le daría más el gusto de sentirse poderoso y superior. Algo en sus ojos verdes cambió de pronto, de manera radical.

Y Alfred lo supo.

—... No quiere decir que no te ame, Ticho — trató de conciliar el otro rubio — . Es sólo que es m—

—Andate... — susurró Hernández — ¡Andate! — lo miró — ¡¡Salí de mi casa, la concha de tu hermana!!

Jones no hizo un gesto más. Se dio vuelta, tomó sus cosas y se fue, cerrando la puerta en silencio. El mismo silencio que dobló en dos de dolor a Martín y lo hizo echarse en la alfombra, para abrazar las rodillas y romper en llanto; más sólo que nunca, más infeliz que de costumbre.

Su propia soberbia y su credulidad habían cosechado ese camino, embelesado y enamorado de un hombre que, como España alguna vez, sólo le dio espejos de colores y promesas vacías.

Odiaba sentirse tan humano.

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