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Capítulo 2 |


Estudié la nítida imagen que proyectaba el espejo del baño en busca de un solo indicio que me identificara como la chica que Midnightemptation había mencionado en su relato y dudé de que fuéramos realmente la misma persona.

Volví a delinear el dibujo de mi espalda, con gesto ausente.

A mi alrededor, la gente cuchicheaba sin apartar la mirada del teléfono y, en el foro de estudiantes, la existencia de la chica de las alas de valkiria empezaba a causar revuelo y la gente ya había comenzado a crear hilos de comentarios interminables.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —Ginger salió del WC, recolocándose la falda del vestido. Los tirabuzones que le caían por la espalda, de un intenso color cobrizo que contrastaba con la palidez invernal de su piel, seguían igual que cuando salimos de nuestro departamento. No obstante, sus labios confeccionaban una mueca que conocía a la perfección y denotaba que sabía que escucharla no era precisamente lo que había estado haciendo los últimos cinco minutos—. He estado a esto. —Había una distancia minúscula entre su dedo índice y el pulgar—. De salir con el culo al aire por tu culpa. ¡Suerte que llevaba pañuelos encima!

—Perdona, no te estaba escuchando —musité. El desasosiego del órgano vital enterrado en mi pecho me causaba estragos—. ¿Qué decías?

—Ya da igual —resopló mientras abría el grifo y presionaba el dispensador de jabón—, pero que sepas que la próxima vez me dejaré de finuras. Saldré del lavabo y me limpiaré el culo con tu vestido.

Ni siquiera me sorprendí. Primero, porque todavía estaba en shock. Y, segundo, porque ya era inmune a los comentarios escatológicos e innecesariamente detallados de Ginger a base de haber convivido con ellos durante los últimos tres años de carrera.

—¿En qué pensabas? Debía ser algo importante, porque me has dejado con el culo al aire y sin papel higiénico —añadió a la vez se acercaba al espejo para comprobar el estado del maquillaje.

Le acerqué el móvil, mostrándole la pantalla.

—Mira esto —le dije.

—¿Nuevo relato? ¿Tan tarde? —Se extrañó. Me quitó el teléfono de las manos y empezó a leer. Sus ojos corrieron tras las letras a una velocidad vertiginosa hasta llegar, a juzgar por cómo alzó las cejas y me miró estupefacta, al final—. Coño, Blake, ¡eres tú!

—¡Sh! ¡No grites! —La mandé callar y le propiné un manotazo de advertencia—. No quiero ser el centro de atención.

—Me da a mí que va a ser difícil que no lo seas, dado que MT —abrevió su usuario— te ha expuesto ante todo el mundo. Digo, no es como si no fuera el estudiante más codiciado de la UCLA. ¡Joder, tía, me voy un momento y la que lías!

—A ver, tampoco sabemos si se refiere a mí. Quizá...

—Como hay tantas chicas con unas alas de valkiria tatuadas en la espalda, ¿verdad? —ironizó con una sonrisa que me dejaba de estúpida—. Eres tú, Blake, es una evidencia. ¿Le has dicho algo ya?

Enmudecí.

—Todavía no le has hablado, ¿a que no? —bufó como si pudiera predecir mi respuesta antes de que yo la verbalizara— Por supuesto que no le has hablado. Joder, Blake, ¿a qué esperas? ¿A que se alineen los astros?

No sabía a qué esperaba. Quizá a que la verdad saliera a la luz para demostrarme que, en efecto, estaba equivocada; que no había una chica con alas de valquiria y que, de haberla, yo no era ella. Que el que ambas tuviéramos el mismo tatuaje en la espalda era fruto de la casualidad y que mi imaginación se había ocupado de ver sombras donde ni siquiera incidía la luz.

Midnightemptation era un contador de historias de medianoche, un hacedor de fantasías que servía como un espejo para aquellos que osaban reflejarse en él. Poseía la sensibilidad melancólica y la inequívoca patente de un artista sin nombre. También rezumaba esencia en cada letra, palabra y oración.

Por ese motivo no podía imaginarle cayendo crudamente por una casualidad. Una musa alada, pero con las alas sin desplegar.

—¿Y cómo le hablo?

—Anda, ¡déjame a mí! Si es que hay que dártelo todo mascadito —La vi teclear en mi teléfono. Cuando sus pulgares dejaron de moverse, me dedicó una sonrisa que le iba de mejilla a mejilla—. ¿Qué te parece?

—Que es mejor que lo que se me habría ocurrido a mí —confesé—. Me lo guardo y, si al final decido hablarle, se lo envío.

—Tú estás tonta.

—Se le llama prudencia —la corregí.

—No, perdona, se le llama ser cobarde. Sólo buscas excusas para no enviárselo porque te haces popó de pensar que pueda contestarte y confirmar lo que ambas sabemos: que eres la chica de las alas. —Su sonrisa se ensanchó ante mi inexpresión—. Así que déjate de tonterías y envíaselo.

—Ginger...

—¿Sabes qué? ¡A la mierda!

Pasé de la confusión al pánico en cuestión de medio segundo, al ver cómo Ginger acercaba uno de sus largos y esbeltos dedos a la pantalla y presionaba el botón de enviar.

—Listo, ¡vámonos! —Me guiñó un ojo y dio media vuelta para dirigirse a la salida del baño—. Hay una fiesta esperándonos ahí fuera, ¡y no nos la vamos a perder!

Una de sus manos se enredó en mi muñeca y tiró de mí.

«¿Qué tan alto debo volar esta noche para que vuelvas a mirarme?».

*

—¿Ya has pedido? —me preguntó una de las jóvenes tras la barra, batallando por anudarse el delantal.

—Todavía no—respondí e hizo ademán de tomar nota—. Dos Bloody Mary, por favor.

—¡Marchando!

Sacó par de vasos de cristal y una coctelera de acero inoxidable en la que no tardó en verter salsa Perrins, Tabasco, un chorrito de zumo de limón y el resto de ingredientes acompañados de un cubito de hielo para, acto seguido, empezar a agitar la mezcla.

Volví la mirada hacia el epicentro de la fiesta.

Los efectos lumínicos y sombreados a color, producto del fulgor de los tubos de neón que había esparcidos por las paredes de la fraternidad, quedaban grabados bajo mis párpados al mismo tiempo navegaba por un mar de recuerdos no tan lejanos y algunos de ellos especialmente recientes.

La ausencia de respuesta por parte de Midnightemptation a mi mensaje, y el transcurso de las largas horas que le habían seguido, dejaron una gran verdad al descubierto: había intentado volar y mis alas habían quedado aplastadas contra el asfalto.

La pantalla de mi móvil resplandecía en la oscuridad y aunque sabía que no debería haberme hecho ilusiones, no podía evitar la punzada de decepción que me invadía al ver que su usuario estaba activo en el foro.

En ese momento debería haberme detenido, pero no lo hice. Y no le echaría la culpa —o al menos no toda— al efecto Último día en la Tierra, pese a que estuve bajo su influencia toda la noche. Tampoco se la atribuiría a las altas horas de la madrugada, la quemazón del vodka en la garganta o el alineamiento de los astros, como diría Ginger. Porque la culpa era mía y, en el fondo, me gustaba acarrear con las consecuencias, fuesen las que fuesen.

Si había un infierno, yo quería arder en él.

Abrí la conversación y me deslicé a través del teclado táctil.

@Girlonfire:

Pensaba que buscarías en mil y un infiernos con tal de encontrarme, pero a juzgar por tu falta de respuesta, asumo que has decidido rendirte. Es una pena, porque esta noche traía las alas desplegadas sólo para ti.

Y entonces, al alzar la vista, vi el panorama de una noche de verano, tal y como él lo había descrito. Sentí el viento característico de la costa acariciándome la piel de las mejillas y ondulándome el cabello. Los mordiscos que la oscuridad le propinaba al denso y estrellado manto celeste tras de mí; los besos de las olas humedeciéndome los pies; el cansancio en las piernas propio de una larga caminata y los restos de arena entre los dedos, luego de dejar una huella indeleble en la orilla; sentí el fulgor de las estrellas que custodiaban mis pasos y el gimoteo que los barcos náufragos abocaron al océano por su pérdida. El sabor de una sandía que no llegué a probar, el olor de una feria ambulante en la que no estuve y la presencia de una voz en los confines de mi garganta.

La mía.

Perdida en tierras desconocidas que me eran cálidas, cegada entre las luces de un parque de atracciones próximo a la playa y tentada a hincarle el diente a una de las manzanas caramelizadas expuestas en los tenderetes de los feriantes.

Hasta que la vibración de una notificación me devolvió a la realidad.

@Midnightemptation:

He estado paseándome por unos cuantos desde entonces, pero no te he visto. ¿Estás segura de que llevas las alas desplegadas?

Un escalofrío me atravesó la columna cuando vi el nombre que encabezaba el mensaje y mi mirada se elevó por inercia, como si de un solo vistazo fuera a ser capaz de identificar al secreto mejor guardado del campus. Los nervios recorrieron mi cuerpo a su antojo, y las manos me temblaron sobre el teclado mientras escribía y reescribía una respuesta hasta que mis neuronas, desprovistas momentáneamente de cualquier capacidad de comunicación, decidieron que era aceptable.

El valor del que tanto había presumido antes se había esfumado y tuve que comprobar varias veces el usuario antes de atreverme a pulsar el botón de enviar.

@Girlonfire:

Estoy bastante segura de ello, en realidad. Quizá no has buscado bien.

Su respuesta me llegó al instante.

@Midnightemptation:

¿Y por dónde me recomiendas empezar?

@Girlonfre:

¿Dónde te apetecería encontrarme?

@Midnightemptation:

En algún lugar que no fueran los recovecos de mi mente ni la mayoría de los comentarios en el foro, porque no dejan de salirte copias.

@Girlonfire:

¿Hay gente haciéndose pasar por mí?

Verbalicé la maraña de pensamientos que surcaba mi mente, preguntándome quién demonios podría estar interesado en hacerse pasar por mí cuando yo, que era un desastre con patas, me cambiaría por cualquier otro ocho de siete días a la semana.

@Midnightemptation:

Recibo mensajes de personas que aseguran ser tú cada medio minuto. Casi podría decirse que es una casualidad que haya abierto el tuyo entre todos los demás.

@Girlonfire:

¿Me lo parece, o estás insinuando que yo también formo parte de esas personas?

@Midnightemptation:

No me hago cargo de lo que los demás sobreentiendan de mis palabras. Aborrezco repetir una y otra vez las mismas conversaciones que sé que no llevarán a ninguna parte, así que no pierdas el tiempo ni me lo hagas perder a mí.

@Girlonfire:

¿Por qué mentiría? ¿Qué beneficio sacaría?

@Midnightemptation:

No has dicho nada que no me hayan dicho ya los otros cientos de usuarios, así que ¿por qué debería creerte?

El empujón que recibí desde atrás y que se hendió en mis costillas bien podría haber sido producto de los estudiantes que se abalanzaron a la barra del bar entre risas como de las afiladas palabras de Midnightemptation.

Me obligué a mí misma a contar hasta diez antes de atreverme a responderle, porque de lo contrario era probable que acabara mandándole a las recónditas concavidades del trasero de un hipopótamo.

@Girlonfire:

No sé qué te habrán dicho los demás, pero estoy siendo sincera.

@Midnightemptation:

Ningún mentiroso admitirá nunca serlo.

@GirlOnFire:

Todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, ¿no?

Si vas a sentenciarme, al menos concédeme un juicio justo.

Hice un escáner visual de la situación en la que se encontraba Ginger y al ver que lo tenía todo bajo control, me senté en uno de los taburetes vacíos en la barra y abrí el mensaje.

@Midnightemptation:

Pongamos que te creo y que me apetece encontrarte esta noche, ¿dónde debo buscarte?

Atrapé mi labio inferior con los dientes y me debatí entre seguirle el juego o, por lo contrario, mostrarme tan hostil como él minutos atrás.

@Girlonfire:

Las sombras se ciernen sobre la pista, pero estoy segura de que no tardarías mucho en encontrarme si yo estuviera bailando en ella. Así que estate atento. Puede que esta noche encuentres inspiración para otro relato.

@Midnightemptation:

¿Quieres que comprobemos qué tan rápido soy capaz de encontrarte? Entonces demuéstramelo. Demuéstrame que eres quien dices ser.

Tanto la pista como mi atención son únicamente tuyas.

@Girlonfire:

No tendrás que esperar mucho para comprobarlo.

Tras confiarle las bebidas al camarero bajo el pretexto de que me ausentaría un momento para ir al baño, puse rumbo hacia la pista de baile.

Sus palabras hacían eco en los confines de mi mente y salpimentaban mis miedos.

Cogí una profunda bocanada de aire y, casi sin mirar, aboqué mis miedos al rincón más desprovisto de luz que habitaba en mi mente. Luego, me deslicé en el interior de la pista y me rendí al tórrido y sofocante abrazo de la melodía que arrullaba todo mi ser.

Acorralada. Así fue como me encontré al mirar a mi alrededor y ver relucir ese efecto propio de las noches de los sábados en los ojos de quienes me rodeaban. No fui consciente de en qué momento permití que este se apoderara de mí como ya lo había hecho con todos los que bailaban y brincaban a mi alrededor, embadurnados por una capa de sudor perlado.

El tacto de otra piel se sobrepuso al mío y se me ocurrió una sola persona a la que pudiera pertenecerle. El son de una melodía nocturna nublaba mis sentidos y, antes de que pudiera siquiera decidirlo, me descubrí pegada a él y con sus manos palpando mi cintura.

El calor de una piel humana abrasó mi mejilla y por el rabillo del ojo atisbé una silueta que no se me antojó desconocida.

—Blake...

Sentí cómo el pasado picaba mi puerta y cómo todas las noches de verano que interpuse entre él y yo se desvanecían ante mis ojos, dejando paso al recuerdo de las frías noches de invierno y al tacto húmedo de las lágrimas en la funda de mi almohada.

Hacía mucho que no sabía de él. De hecho, la última vez que pronuncié su nombre, Ginger y yo estábamos a punto de embarcar un avión en dirección a Miami Beach y nos prometimos no volver a mencionarlo en todo el verano.

Recordaba como si fuera ayer el momento en que hicimos de nuestra lista de nombres prohibidos una realidad, y dejamos que la estación más calurosa de todas interpusiera arena, mar y nuevas compañías entre nosotras y ellos.

Por supuesto, Cole había hecho méritos para encabezar esa lista después de la tortuosa e inestable relación que mantuvimos a lo largo del año anterior y de la que salí de todo menos bien parada. Y, visto lo visto, mucho más expuesta de lo que hubiera permitido de haberlo consentido.

—Solo quiero hablar —dijo en un balbuceo—. Blake...

Me aparté de Cole con una sacudida violenta que deshizo por completo su abrazo y lo dejó tan paralizado que, por un momento, me creí capaz de detener el tiempo. Y, cuando le miré a los ojos, deseé que fuera así; Porque de ser posible, pasaría ese instante al cuádruple de velocidad para aparcarlo en el pasado lo antes posible.

No obstante, la mueca de arrepentimiento tallada en sus labios y el arroyo de emociones que profesaba su mirada solo podían vincularse a una vida en curso. Los ojos de Cole, que me parecieron de un verde vivaz propio de las colinas escocesas y que ahora juraría que guardaban mayor similitud al agua ponzoñosa de un pantano, hablaban más de lo que lo hacía su boca. Contaban verdades tardías que llegaban cuando su tiempo ya había expirado.

Engulló la distancia que nos separaba con un único paso y yo lo retrocedí para restablecerla.

—Blake, por favor.

Sus palabras me sacaron de las cavilaciones en las que él mismo me había metido.

—No tengo nada que hablar contigo —le respondí, dispuesta a abandonar aquellos viejos recuerdos que habían salido a flote en el mismo cajón en el que los encerré en su momento.

—He estado a punto de escribirte cientos de veces a lo largo de este verano, pero creí que era mejor decírtelo en persona —Su voz se precipitó con determinación por su garganta y quedó reducida a un trémulo y átono balbuceo en cuanto salió de sus labios—. Quiero disculparme por todo lo que pasó.

—Eso ya lo hiciste en su momento.

Apartó la mirada durante una fracción de segundo antes de volver a encararme.

—Me equivoqué. —Buscó mi mano y la acarició con el pulgar, trazando finos círculos en mi palma como tantas otras veces hizo cuando tenía un motivo por el que arrepentirse—. Fui un auténtico gilipollas, Blake. No era consciente de la gravedad de lo que hacía hasta que me faltaste y llevo arrepintiéndome y... echándote de menos desde entonces.

Permití que el silencio se interpusiera entre nosotros y omitiera mi respuesta

De repente, ya no estábamos en mitad de una fiesta, sino en el aula 52 de la facultad, a momentos de dar comienzo a las clases del segundo año de carrera. Podía verle traspasar la puerta como Indiana Jones accedía a ruinas y cuevas, esperando a que las trampas se activaran bajo sus pies, y buscar un asiento libre en las gradas. Su avance levantaba un revuelo de cuchicheos que interfería en el sermón de apertura del decano.

Y me veía a mí preguntándome si toda aquella expectación era producto de la llegada común y corriente del nuevo estudiante o si, en realidad, se debía a que este en particular poseía una belleza que bien podría haber sido cocinada en el horno de piedra de alguna trattoria perdida entre los serpenteantes y adoquinados callejones, arcos de piedra y pintorescas casas de la Toscana.

No tardó más de unos segundos en dejar sus cosas en el pupitre contiguo al mío y presentarse como Cole. Era jodido aceptar que quedé abducida por su sonrisa antes de que él me preguntara mi nombre. Tartamudeé mi nombre ante su mirada transparente, que contrastaba con los rizos negros que le caían por la frente y su tez ligeramente tostada por el verano.

Emuló mi pronunciación con una torpeza que se iría diluyendo a medida que dejábamos de ser desconocidos a ojos del otro, y que daría paso a una amistad que se haría débil ante las risas y las caricias de ambos. Con el tiempo, Cole aprendería a pronunciar mi nombre de muchas formas; entre risas, súplicas, estallidos de cólera, flirteos sutiles y con la falta de aliento previa a un primer beso. Y con cada una de ellas, perderíamos una batalla y nos dispondríamos a librar otra entre las sábanas de mi cama.

—No necesito que me des una respuesta ahora. Tómate el tiempo que necesites y la respetaré, sea cual sea.

Tiempo era lo único que no estaba dispuesta a perder a esas alturas. Había tenido el suficiente para recapacitar ese verano y si había sacado algo en claro era que, de ahí en adelante, yo era lo más importante y que de nada servía querer a alguien si, para hacerlo, debía pasar primero por quererme menos a mí.

Que querer mucho y querer bien no eran lo mismo, y que la diferencia radicaba en las alas. Los primeros blandirían unas tijeras con tal de cortártelas si fuera necesario, pero los segundos te alentarían a volar lejos incluso si ellos solo podían seguirte a pie.

—Acepto tus disculpas, pero... —La determinación que tiñó esta última palabra desdibujó las pocas esperanzas en sus ojos—. Prefiero que sigamos como hasta ahora. Tú por tu lado y yo por el mío.

—¿Y si mejor hablamos las cosas con calma? —El nerviosismo que le carcomía le traicionó, haciendo que sonara atropellado—. Podemos quedar mañana, si quieres, o el fin de semana.

—He aceptado tus disculpas. A cambio te pido que respetes mi decisión.

—Lo sé y tienes toda la razón. Lo único que quiero es que me des la oportunidad de explicarme.

Intervine antes de que pudiera continuar.

—Cole, te lo habría perdonado prácticamente todo, hasta que me engañaras. —Expulsé el aire que retenía en los pulmones y dejé que este se llevara consigo los recuerdos que invadían mi mente—. Pero eso no. No hay nada que puedas decir para enmendarlo, y si lo hay, no quiero escucharlo.

—Por favor, piénsatelo. Por favor.

Trenzó sus dedos con los míos, ejerciendo fuerza para evitar que me alejara, y me rozó los nudillos cuidadosamente.

—No me lo pongas más difícil —mascullé alejando nuestras manos.

—B, ¿va todo bien? —Una ráfaga otoñal que no tardé en distinguir como Ginger llegó hasta mí, agitada por la situación. Al mirar a Cole, sus maxilares se tensaron tanto que podría habérsele saltado la dentadura—. ¿Qué haces aquí?

—Sólo quería hablar con ella.

—¿Y no se te ha pasado por la cabeza que quizá ella no quiera hablar contigo, lumbreras?

—He venido a disculparme, ¿vale?

—Pues llegas cinco meses tarde. —La sonrisa de Ginger estaba llena de dientes que prometían hincarle un mordisco a cualquiera que se le pusiera enfrente—, así que lleva a arreglar tu reloj, porque parece que le has contagiado el retraso mental.

—Déjalo. —Intenté relajar la tensión que se había apoderado del ambiente antes de que esta se saliera de control—. Ya se iba.

Cole titubeó en cada paso que dio para alejarse de mí.

—¿Estás bien? —Los brazos de mi amiga me rodearon con fuerza. Era como tener a un equipo de rugby entero encima—. ¿Qué te ha dicho ese gilipollas?

—Quería pedirme perdón.

—Pero...

—No, no voy a perdonarle —contesté como si le hubiera leído la mente. Lo cual sería un verdadero logro, dado que la sien me palpitaba y mi capacidad de concentración había quedado mermada—. Me voy a casa, estoy cansada.

—¿Qué? No. —Rompió el abrazo en ese instante y me miró horrorizada—. ¡Que le den! ¡Si alguien tiene que marcharse, es él!

—He tenido suficiente por hoy, Ginger. No quiero quedarme aquí sabiendo que Cole y los suyos estarán acechándome en las sombras.

Ginger se calló unos segundos antes de volver a pronunciarse.

—Bien, pero me vengo contigo. Iremos a casa, haremos palomitas y nos meteremos un maratón de Sex and the City entre pecho y espalda.

—Apenas sabes hacer funcionar el microondas.

—Las cosas de palacio van despacio, B.

*

La palidez volvió a apropiarse de mi rostro en cuanto retiré el maquillaje que lo cubría, cual lienzo desprovisto de cualquier cincelada de color. Decenas de pecas rociaban mi nariz y pómulos y tantas otras, no muy numerosas, se esparcían a lo largo de mi frente y barbilla.

El silencio que se adueñaba de las calles de Los Ángeles y de la oscuridad oscilante que precedía al crepúsculo se filtraba por la pequeña abertura de la ventanilla del baño.

El móvil vibró en el mármol del lavabo.

@Midnightemptation:

Al final resulta que no eras quien decías ser. Como los demás.

Como solía ser costumbre cuando se trataba de Cole, había abandonado cualquier cosa que estuviera haciendo antes de que él apareciera. De hecho, todo se había volatilizado en cuanto lo tuve frente a mí. Incluso Midnightemptation.

No necesité pensarlo mucho. Fue casi un acto reflejo.

En mitad de la noche y con apenas un par de bombillas alumbrándome, me tomé la foto con la que esperaba disipar cualquier atisbo de incertidumbre acerca de mi identidad. En el espejo del baño, con la camiseta ligeramente alzada y dejando a la vista todo rastro de tinta en mi piel.

Miré la imagen y, antes de enviarla, decidí dotarla de un aderezo que esperaba que le resultara inconfundible.

@Girlonfire:

Hacía un calor horrible y deseaba mucha más libertad de la que cualquier ser humano podría gozar con todo el dinero del mundo y la versión más longeva de su vida. El vestido que llevaba se sentía como un disfraz a esas alturas de la madrugada, su roce ardía contra mi piel y no veía el momento de arrancármelo. Me era imposible tratar de diluir el calor que desprendía el mundo y la densidad que rodeaba cada infierno burbujeante a mi alrededor cuando lo único que ansiaba era fundirme en uno de ellos.

¿Suficiente claridad o necesitas que te envíe mi piel en una caja?

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