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Capítulo XI: Nuevos entornos

Los dos días libres que tuvimos solo sirvieron para acomodarnos en nuestras habitaciones, conocer la región militar y esperar a que todo estuviera tranquilo; el lugar era relajado, salvo los gritos de los militares de alto rango que les indicaban a sus subordinados las cosas que tenían que hacer durante los entrenamientos matutinos, dejando eso de lado, todo era calma.

Las camas que teníamos en la escuela eran cómoda, adecuadas para descansar, en cambio las del cuartel eran tan duras que lograban convertir el dormir una tarea casi imposible; debido a esto, al levantarse uno por las mañanas con las trompetas sonando a todo lo que da era un martirio para mí, y para otros tantos.

Bañarse, vestirse, comer y ejercitarse eran y son las primeras actividades al iniciar el día, en ese estricto orden. Aun con la cara de sueño plasmada en mi cara, estaba tomando mis apuntes de alquimia mientras luchaba conmigo mismo para no bostezar y ser reprendido por su instructor. Tras las clases básicas, tocaba ya la hora de entrenamiento físico, que en sí era hacer los mismos entrenamientos que los militares y aprender combate junto a ellos. Esto se justifica con la remota idea de que tenemos que estar en condiciones para enfrentarnos a cualquier adversario o peligro que se nos presente, ya sea como aventureros o militares. No es necesario decir que yo era al que se le daba fatal el ejercicio, pero hacía todo lo indicado por más cansado que estaba.

Aria no tenía problemas, pues desde que la conozco, tiene buena condición física, por lo cual acudía a ayudarme cada vez que podía, lo cual sucedía en muchas ocasiones.

A la hora de combatir, no luchábamos entre compañeros, sino contra uno de los soldados que nos tocó como instructor, pues por su experiencia en la lucha y defensa, nos podría ayudar en el arte de combatir. Era obvio que no podríamos ganarle al principio, pues por sus conocimientos nos ganaría sin dudarlo, pero aun así lo intentamos.

Nos fue terrible, pues ni con ataques mágico a larga distancia, podíamos tan siquiera acertar una sola vez en impactar al experimentado instructor. De la misma forma que a mis compañeros, tuve la desdicha de enfrentarme a él sin ningún tipo de suerte, pero no me rendiría sin más.

Cuando nos dispusimos a luchar, aquel soldado se mostró confiado, lleno de arrogancia, se notaba ya que no se encontraba en posición de pelea. Sabía que intentar un ataque directo era algo estúpido, pensando en la experiencia del uniformado y de los combates previos de mis compañeros, por lo cual decidí optar por ataques a larga distancia, empezando por varias bolas de fuego, las cuales ya se habían convertido en mi ataque predilecto. Las esquivó como era de esperarse, pero eso no me detuvo en seguir insistiendo con mis embates una vez tras otra, pues en algún momento, alguna le tenía que dar.

Mis ataques bajaron de intensidad, pues no había logrado conocer cuando mi cuerpo estaba agotándose de energía mágica; por lo cual mis ataques eran menos insistentes e imprecisos. Cuando ya no pude más, el instructor aprovechó para caminar tranquilo hacia mí, cuando ya estábamos frente a frente, comenzó a lanzarme golpes sin piedad, solo alcancé a cubrirme con mis brazos, soportando el dolor que me producían sus impactos; solo pude cubrirme la cara y el estómago, pero mis costados estaban expuestos, siendo aprovechado esto por aquel hombre.

Soporté cada golpe que me lanzaba, sintiendo como paulatinamente la energía regresaba a mi cuerpo, pero no tan rápido como yo quisiera que fuese. La sangre dejaba de circular poco a poco en mis brazos, a punto de caer por el dolor de recibir tantos golpes seguidos. De pronto aquella voz se apareció en mi cabeza.

¿Quieres terminar esto rápido? –Como de costumbre, empezó la conversación con una simple pregunta.

–Sí, pero no quiero perder el control sobre mi cuerpo en esta ocasión –la voz que hice en mi mente era de desesperación.

¿Prefieres recuperar tu energía mágica?

–Eso me serviría mucho ahorita –apresuré a decir.

Sin esperar mucho, mientras los puños del instructor chocaban contra mis brazos, sentía como la energía mágica se reponía en mi cuerpo, llegando a ser suficiente para seguir lanzando ataques a mi oponente. Sin pensarlo mucho, desvié los últimos golpes que lanzó el soldado y, con agilidad, coloqué mi palma sobre su plexo, creando una bola de fuego entre los dos, pero tan rápido la cree, así sentí como se apagó en el momento.

Sorprendido y confuso, miré que el soldado usó un chorro de agua para apagar mi ataque, algo que nunca tomé en cuenta en ningún momento. Me tomó por las muñecas, alzó mis brazos y puso su cara frente a la mía.

–Buen intento... pero fue algo lento. –Se burló con una pequeña mueca en sus labios.

Dicho eso, me arremetió con un cabezazo directo en la cara, me soltó y di unos pasos hacia atrás apretando mi nariz para mitigar la sensación de dolor, para luego sentir el terrible puñetazo que me colocó en el estómago, logrando que me retorciera de dolor en el piso.

Apenas si pude escuchar lo que dijo después el soldado a mis compañeros, algo sobre no confiarse y siempre tener un plan para todo. Obvio no presté atención a todo por estar pendiente de mi dolor, solo sentía como dos de mis compañeros me ayudaban a levantarme para dirigirme a la enfermería y tratar mi malestar.

Al salir del pequeño sanatorio, me topé con la imagen de Aria sentada, con la cabeza puesta sobre los puños mientras apoyaba los codos en sus piernas; sola en la pequeña sala de estar al lado de la enfermería bañada en una tonalidad naranja, producto del ocaso que se producía.

Cuando me acerqué, el ruido de mis pasos la alertó de mi presencia, haciendo que se parara abruptamente y corriera a abrazarme.

–Qué bueno que estas bien. ¿No te duele algo? –Preguntó.

–No, nada. Solo que quiero acostarme y dormir –el golpe en el estómago lo seguía resintiendo, pero no quería preocuparla.

–Bueno, está bien. Volvamos al cuarto.

En eso, un sonido metálico resonaba en la sala de espera, como si un pedazo de metal golpeara el piso hecho de piedra. Cuando miramos al pasillo, notamos la presencia del instructor Gorith, el mismo que me golpeo y mandó a la enfermería.

–Veo que ya te recuperaste, Albert –me sonrió mientras que, con sus ojos verdes, me inspeccionaba rápidamente–. Y veo que tienes a una enfermera que te va a cuidar bien esta noche –por segundos, su vista se fijó en Aria.

Ella solo desvió su cara, pero era obvio que estaba avergonzada por el comentario del instructor.

–Si viene a disculparse por lo ocurrido, no es necesario –tomé una postura firme.

–Descuida, no estoy aquí para eso. Ambos sabemos que fue algo de un entrenamiento y esas cosas pasan –de su boca salió una pequeña risa entre dientes.

–¿Entonces...? –Pregunté con un notorio atisbo de duda.

–Veras, me sorprendió lo rápido que recuperaste tu energía mágica y la intención de atacar a corta distancia en esa situación es algo que me impresionó. Pero aún hay detalles que debes de pulir...

–¿A qué quiere llegar con esto? –Lo interrumpí por la cantidad de palabrería que estaba soltando.

–Quiero que entrenes conmigo en tus días libres. Aunque soy en si un soldado, también soy un aventurero, por lo cual creo que te puedo enseñar cosas que te pueden ser útiles. Si gustas también puedes invitar a tu amiga.

Aria y yo nos volteamos a ver, más que nada por lo increíble de la oferta del instructor Gorith.

–Aceptamos –dijimos al unísono, pero con una emoción genuina.

–Bien, los espero en tres días, cuando es su día libre, en el centro de la ciudad, antes de que salga el sol. Cuídense.

Se retiró mientras los rayos de sol se reflejaban en su piel blanca y rojizo cabello.

–No sé cómo, pero la oportunidad que nos dio es muy buena –mentó Aria.

–Sí, hay que aprovecharla. Capaz y cuando termine este año, podremos convertirnos en aventureros.

Solo nos quedó esperar pacientes al entrenamiento durante los días que nos quedan, para así, prepararnos para la ocasión, en caso de que se diese, de convertirnos en unos aventureros, y no ser forzados a estar dentro del Ejército Real.

El aire que se respiraba en Ervest durante la madrugada era gélido, pues las bajas temperaturas que caracterizan a un desierto, junto a las ráfagas de viento provenientes del mar de Seg, provocaban el casi congelado entorno entre las calles de la ciudad. Con la plaza desolada, uno podría pensar que es un pueblo fantasma, pero gracias a unas cuantas luces encendidas cuyos dueños espero u tengan una estupenda razón para estar despiertos tan temprano, disimulaban un poco la soledad del lugar.

Solo era cuestión de unos cuantos grados menos a la temperatura para que nuestros alientos pudieran verse con claridad, pero lo que si podía notarse eran los temblores que nos provocaban las frías ráfagas de viento.

–No entiendo... –decía Aria mientras tiritaba de frio–, el instructor Gorith nos citó aquí temprano, y no lo veo llegar al desgraciado –no sabía si su irritación se era causada por el frío o por esperar demasiado.

–Ese desgraciado nos la va a pagar –dije enojado.

–A todo esto... ¿Por qué nos has usado tu fuego para calentarnos? Idiota –si, estaba enojada.

–Quiero usarlo, pero el frío no me deja concentrarme.

Por extraño que parezca, mi mente estaba tan concentrada en soportar el frio que, si llegaba a pensar en otra cosa, empezaba a temblar sin control.

A los minutos vimos como el instructor se dignó a llegar a la plaza, mirando a varios lados para identificarnos, como si hubiera demasiada gente en el lugar para no notarnos rápido. Caminó un poco más apresurado cuando nos notó y se colocó frente a los dos. Nos miró a los ojos como intentando descifrar cual era nuestro pensamiento en aquel momento, aunque fuera muy evidente.

–Perdonen chicos, pero tuve que hacer unas cosas antes de venir –dijo despreocupado–. Pero lo bueno es que ya estamos aquí, empecemos a ir a donde entrenaremos.

–Espere, ¿todavía tenemos que dirigirnos a otro lugar? –Se molestó Aria.

–Así es. Por lo cual es mejor caminar que quejarse. Andando.

La caminata me reconfortó, pues de estar parado, siendo consumido por el frío, pude hacer que mi sangre circulara a través de mi cuerpo, pero eso no quitaba la piel de gallina que me provocaban las ráfagas de viento. Mientras más caminábamos, podía percibir el aroma del mar, salado, fresco, vigorizante. Era como aquellas ocasiones en las que fui a casa de Aria.

Cuando la ciudad dejo de hacerse presente, nos encontramos con un campo de arena fresca, y junto a ella un vasto mar con olas bailantes, acompañado con un cielo que poco a poco daba señales de que estaba por amanecer. La vista fue impresionante, cautivadora, tanto que casi se nos olvida el por qué estábamos en ese lugar. Pero luego el instructor nos sacó de nuestros laureles, pasó en medio de nosotros y se quitó las botas.

–Hagan lo mismo que yo. Quítense los zapatos y empiecen a calentar –su tono se volvió duro, como cuando nos entrena en la escuela.

Igualmente nos quitamos los zapatos y los dejamos junto a las botas del instructor Gorith. Hicimos estiramientos con los pies descalzos sobre la arena para empezar a entrenar, la sensación era agradable; el viento, el sonido de las olas, la arena entre mis dedos. Pero terminado eso, comenzó el verdadero entrenamiento.

Nos hizo practicar el control de nuestra magia, fortaleciendo esa parte de conocer cuando es bueno dejar de utilizarla solo sabiendo cuanto hemos gastado; en cuanto al ataque físico, nos enseñó a percibir los ataques de nuestro oponente; al principio se me hizo difícil intentarlo, pero conforme avanzábamos en las practicas, fui mejorando. Cuando todo eso pasó, lo siguiente fue entrenar contra él.

Aria, al tener más iniciativa en esto, fue la primera en hacerlo, aunque duró más que en el entrenamiento en la escuela, terminó por caer ante las habilidades del instructor; estando en el suelo por el cansancio, el profesor Gorith le tendió la mano para ayudarla a pararse. Seguía yo.

La pelea entre los dos fue mejor que la última vez, pues puse en práctica todo lo que me explicó hoy, logrando incluso darle unos cuantos golpes con mis ataques. Pero aun así no pude seguirle el ritmo. Cuando el enfrentamiento terminó, yo caído y con el aliento perdido, el instructor se hacercó a mí para platicar, Aria estaba recogiendo unas frutas como el profesor le indicó, por lo cual estamos solos.

–¿Por qué no recuperaste tu energía como la otra vez? –preguntó tranquilo, sentándose a mi lado.

–No es algo que pueda controlar.

–Si puedes, solo tienes que enseñarte a vivir bien con él o eso.

Solo lo miré sorprendido.

–Déjame ver tu marca.

Extendí mi brazo y lo estudio detenidamente. Marcando con su dedo ciertas partes del tatuaje, sentía muchas cosquillas, pero no dejaba de mirar como los examinaba en completo silencio.

–Listo, solo pasa energía por tu brazo e imagina como pasa sobre las runas por las cuales pasé mi dedo.

Extrañado, hice lo que me pidió, concentré algo de magia en mi brazo y puse en mi mente la imagen de cómo podía pasar por ahí dicha energía. Solo pasaron unos minutos y la escuché.

¿Qué es lo que necesitas?

No lo podía creer, me asombré por lo que acaba de pasar, pensaba que solo aparecía cuando estaba en una situación de emergencia, pero al parecer hay una forma de convocarlo a voluntad. Dejé de fluir magia y me dirigí al instructor.

–¿Cómo supo eso?

–Vuélvelo a invocar y percibe lo de tu alrededor.

Así lo hice, y cuando logré estar al tanto de mi entorno, sentí una enorme energía proveniente del instructor Gorith, a lo cual, la esencia que se encuentra dentro de mi empezó a alborotarse, intentando despedir energía fuera de mí, pero me mantuve firme en no dejar que eso se apoderara de mi cuerpo, pues tenía que permitirlo primero para que sucediera.

–Tienes un vuelco en tu cuerpo, ¿verdad? –Sonrió–. Yo también lo siento, pues, al parecer, tenemos la misma condición.

–Vaya, que pequeño es el mundo como para caer en el mismo lugar donde hay alguien igual a mí –dije algo abatido.

–No es tanto así. Veras, el profesor Aron me dijo sobre ti y pensamos que era buena idea traerte aquí, y al pelear contigo y sentir lo que paso en tu cuerpo aquella ocasión, supe el por qué Aron te quería junto a mí.

Así que todo era obra de ese viejo. Que fastidio.

–Si quieres que te siga entrenando, vale, pero te digo que eres libre de decidir seguir con esto o no.

–Continuemos. Pues, junto a Aria, queremos ser aventureros.

–Vale, está decidido. Pero antes, ya que no estamos en la escuela, llámame Gorith, para dejar las formalidades.

–De acuerdo.

–Solo una cosa más.

–¿Si?

–Esa chica y tu... ¿Son novios? –solo atiné a sonreír sin más ante esa pregunta, por lo cual Gorith se empezó a reír–. Vale, eso me dice todo. No importa, pero será mejor que sean cuidadosos cuando estén aquí, pues no esta permitido esas cosas en el ejército.

Nos quedamos sentados un rato en lo que llego Aria con la fruta. Comimos y después nos dedicamos a caminar por la ciudad, para así continuar tranquilos nuestro día sin preocupaciones.

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