Capítulo III: Aprendiendo sobre el nuevo mundo
El viento que soplaba sobre nosotros era como un cálido roso sobre el rostro, por el cual se lograban escuchar los cánticos de las aves escondidas sobre los árboles, las pocas nubes que se lograban formar en el cielo eran suficientes para tapar el sol y no encandilar los ojos, pero de igual forma permitían que el entorno tuviera una atmósfera de día despejado. Esa era la sensación que se lograba percibir en el exterior de aquel lugar, algo completamente diferente al abultado lugar donde solía vivir antes.
El campo que atravesábamos era más extenso que todo el campus de mi universidad; algunos de los edificios se dejaban ver por nuestro recorrido, su arquitectura era semejante a la de los castillos europeos, con ese toque de granito característico en sus muros. Pero para ser una escuela, se me hizo muy raro no ver a ningún estudiante en sus alrededores, me comentaron que eso se debe a que aún no inician las clases formalmente, pero que podría haber unos cuantos estudiantes en la biblioteca, pues tenían que prepararse para el inicio de clases. Por fuera, el edificio parecía pequeño, como un edificio de servicios públicos, pero al entrar, se notaba una extensa cantidad de estantes y libros, su aspecto simulaba a la Biblioteca Pública de New York, a la cual solo fui una vez con mi familia en vacaciones de verano hace ya mucho tiempo.
En la parte central había varias mesas con sillas y, como lo había dicho la profesora que caminaba frente a mí, solo estaban unos pocos estudiantes con libros leyendo en silencio, inmersos en sus lecturas; algunos apoyados por unas luces en candelabros, otros con los rayos del sol que asomaban por las ventanas del lugar. Cuando pasamos por en medio de las mesas, lograba percibir unos murmullos y miradas siguiéndonos, solo pude pensar que lo hacían por la mujer que me guiaba a quien sabe dónde. Cuando un alumno pasaba frente a la profesora, inclinaba su cuerpo un poco en forma de saludo y respeto, lo que me indicaba que ella era una persona de mucho respeto en la escuela.
Los uniformes de los estudiantes me llamaban mucho la atención, pues mientras los hombres usaban un saco color gris, camisa blanca y pantalón negro, las mujeres portaban una blusa igual blanca, pero con un chaleco rojo una falda negra a la altura de las rodillas y un cordón negro en el cuello. Algo que, si me lo preguntaran, me recordaba mucho a un uniforme de escuela básica.
En una mesa ubicada entre varios estantes, la profesora me indicó que me sentara a esperarla, yo con gusto me dirigí, pues la larga caminata desde la habitación hasta aquel lugar, incluidas las escaleras, me fue agotador. Me desparramé sobre la silla, dejando caer la cabeza hacia atrás, haciendo que mi cabello quedara flotando en mi cuello, los bazos me quedaron colgando y mi vista directo al techo; todo en completo silencio. Deje salir un pequeño suspiro y notaba como mi cuerpo se relajaba cada vez más, haciendo que mis ojos empiecen a cerrarse poco a poco, consumiéndome en un sueño de relajación. No duró mucho, pues el estruendo de algo cayendo de golpe me perturbó enseguida. Ante mis ojos un conjunto de tres libros quedó frente a mí.
–No es momento de holgazanear, Albert. –Su voz salió abrupta, pues al parecer mi actitud relajada de hace un momento no le pareció oportuno o pertinente para ese momento, pero no comprendía lo cansado que fue caminar toda la distancia que recorrimos. Mínimo para mí. Tomó un respiro y más calmada continuó–. Eres nuevo en este mundo, por lo cual debes de familiarizarte con algo de nuestra cultura e historia, para que no te consideren un ignorante o un extraño y nos causes problemas.
Tenía razón, no conocía nada de este mundo, algo que me traería problemas si no logro comprender algunas nociones básicas de cómo funcionan las cosas aquí, así que comencé por lo principal, que eran los Estudios de la Sociedad. "Espera, ¿estudios de la sociedad? ¿Leí bien?" No me sorprendía lo que decía el título del libro, sino la forma en la forma en la cual estaba escrito, algo cómo una vieja escritura antigua, de esas que solo conoces cuando estudias una cultura en la escuela para luego olvidarla. La portada del libro era de un tono verde con letras y relieves en dorado, la cual tenía impreso la inscripción:
Nunca antes había visto esas letras, palabras, símbolos o lo que fueran, pero los comprendía como si fueran cosa de todos los días mirarlas. Era extraño, no entendía cómo logré tener el conocimiento o habilidad para entender la escritura de este mundo. Me imagino que algo tendrá que ver el hecho de mi transporte aquí, pero no puedo sacar conjeturas sin antes tener pruebas. Tal vez nunca las consiga.
–¿Sucede algo? –preguntó la profesora frente a mí.
–Es solo que... Nunca había visto estas letras, por lo cual me sorprende entenderla al primer intento.
–Vaya, eso es interesante.
Mi lectura era rápida, así como mi comprensión de la misma, por lo cual lograba avanzar el libro con mucha fluidez, tanta que la profesora se sorprendió de ello.
Un poco nervioso me puse a mirarla un rato a los ojos.
–Disculpe...
–¿Si? Dime, ¿tienes problemas para comprender algo? –Su cara y voz se suavizaron, dejando ver un poco de calidez en sus palabras, perfumadas con esa esencia que integra su cuerpo.
–No es eso. Es solo que... por extraño que parezca... No se los nombres de usted y del otro señor que me interrogo la vez anterior.
–¿En serio? –Se llevó su mano a la barbilla, en posición pensante–. Creí que te habíamos mencionado nuestros nombres, o solo lo pasamos por alto. Bueno, me disculpo por ello y me presento: Soy la profesora Donna Lipz, soy profesora de magia y pensamiento mágico en esta institución –noté algo de soberbia en esa pequeña presentación, como si quisiera que me impresionara, aunque sea un poco por su puesto–. El hombre que te interrogó junto conmigo es el profesor Aron Yorner. Él es uno de los más grandes invocadores de este lugar. –Seguía indiferente ante la emoción que aplicaba al mencionar a su compañero.
–Bueno, como siento que no me presenté adecuadamente la otra ocasión, me presento adecuadamente: Yo soy Albert Rosh, un gusto –simple y sencillo, sin muchos rodeos.
Me volví de nuevo a las lecturas; me quedé impresionado por la forma en que viven en este lugar: El país, por una forma de llamarlo se conocía como Fess, fundado hace ya más de mil años, un lugar que vivía casi en la Edad Media. Básicamente eran un imperio extendido por todo el territorio; sus divisiones geográficas estaban definidas por el tamaño de la población, aunque en sus alrededores había territorio sin habitar, salvo unas pequeñas aldeas en los alrededores; comunidades de hombres bestia, una criaturas con forma huma, pero con algún característico animal; su economía, basada en el comercio, aunque también existían la agricultura, la herrería y otros oficios, usando como dinero una moneda de oro puro llamada Digg.
Guerras, sucesiones, golpes de estado, un gobierno imperial regido por un señor casi absoluto y su consejo de sabios que le apoyan a decidir lo mejor para el pueblo. Cada zona estaba gobernada por un cónsul-embajador designado por el mismo soberano, algo como lo que se acostumbraba en la Roma de los Cesar. Un país en donde la mayoría de sus habitantes profesaba la religión por excelencia, adorando a un par de dioses casi omnipotentes y omnipresentes.
Dejando de lado el libro sobre Estudios de la Sociedad, pasé al de Principios de Energía, el cual tenía un nombre demasiado curioso, pues era como si se tratase de una de esas clases de física que, de forma obligada e inexplicable, te dan en los primeros cursos de universidad. Este libro era morado e igual contenía el título del libro en letras doradas, pero con una tonalidad más clara para resaltar sobre la oscura capa. La inscripción era:
Cuando ya estaba entrado en la lectura, noté que se trataba sobre las bases de la magia, como concentrar y trabajar el poder mágico, la invocación y algunos aspectos de la alquimia, la cual era muy diferente a como la conozco del otro mundo del cual vengo, pues en esta vida, la alquimia tiene propiedades para la manufactura de armas con propiedades mágicas. Poco a poco fui enterándome de la importancia de las marcas en la utilización de la magia, pues, según su complejidad y diseño, era la cantidad de poder que uno puede usar y disponer; en ese instante la pregunta que la maestra Donna me hizo en el interrogatorio cobraba mucho sentido. Terminado ese libro lo deje sobre la mesa.
El tercer y último libro era el de Religión,un libro blanco con las letras y bordado en rojo, la diferencia entre estelibro y los dos anteriores, era un sol fragmentado en tres partes, en la partecentro inferior de la portada. Su inscripción era:
Ni siquiera tuve la voluntad de cargar el libro, solo me digné a empujarlo hacía la profesora Donna con sutileza, pero ella detuvo el empuje con la palma de su mano.
–¿Qué pasa? Ya casi acabas, ¿por qué detenerte en este punto?
–No soy alguien muy religioso.
–Eso no importa. Aquí, muchos de los profesores y alumnos, más aquellos de familias influyentes y aristocráticas, son asiduos creyentes de nuestra única religión, tomándola como fundamente en varias acciones de su vida –tal como en mi mundo, dije en mi mente–. Tal vez no te guste, pero debes de conocerla por lo menos. No puedes no saber aquello que no te gusta.
–Está bien, pero no me obligará a ir a una iglesia o profesarla.
–Descuida, yo tampoco la profeso.
Sin ánimos, pero decidido a terminar con este libro lo antes posible, me dispuse a leerlo de principio a fin sin darle muchas vueltas en mi cabeza. Lo tomé como un cuento de fantasía más, como lo había hecho con otros libros de la misma índole, llámese Biblia, Tora, Corán o cualquier otro.
La historia comienza con la creación del todo: estrellas, soles, planetas, la noche, el día, etcétera; pero como es menester en esto, todo debe tener un creador, ahí es donde aparecen Los Tres Grandes, como eran nombrados: Seg, Ahn y Dirac, todos ellos hermanos, compartiendo entre los tres las responsabilidades que a cada quien le correspondían. Seg, compositor de la luz, invocador del sol, capaz de dirigir el fuego, se le debe el día y las bendiciones que todos le aclaman, pues a él se le adjudica la creación de la tierra; Ahn, la señora del agua, creadora de la vida, maestra en el buen augurio e invocadora de la cosecha, siendo la responsable de los buenos cultivos y de la fertilidad, por último, se encuentra Dirac, dios de la noche, las guerras, el caos, la oscuridad e invocador de bestias.
La historia relata sobre como la ambición y los celos de Dirac, fueron necesarios para intentar derrocar a su hermano Seg, logrando momentáneamente que la noche se apoderara del día, lográndose así el primer eclipse, pero gracias al apoyo de su hermana, el Dios del día puso sobreponerse a la adversidad de su hermano, para derrocarlo, poniendo fin a una oscuridad eterna, restaurando el curso normal de los días y las noches, desterrando a Dirac al Imnal, una especie de inframundo, donde está destinado a ser encerrado por eones.
La religión le pide siempre a Seg su apoyo para su día a día, desde las cosas más simples hasta los emprendimientos más complicados; mientras tanto, a Ahn solo le solicitan una buena cosecha para todo el año. Pero, como es de costumbre en este tipo de cosas, eso puede tardar siglos en que escuches, y aún más tiempo en que respondan, si es que lo hacen. Por raro que parezca, el libro no menciona nada sobre el culto a Dirac, como si esto fuera un tabú o algo prohibido. No quise preguntar, pues era algo que para nada me interesaba en lo absoluto.
–Bueno... –Dije mientras cerraba el libro–. De aquí ¿qué sigue?
–Solo queda descansar. Pues era todo lo que debías de saber –lo dijo muy aliviada, como si estuviera conforme con lo que había hecho–. La verdad es que pensaba darte como dos meses para terminar esos libros, tiempo en lo cual tardaran en iniciar clases. Pero creo que es todo. Me sorprendiste, la verdad.
–Eso quiere decir que... –insistí para ver que más quería decir, o si tenía algo planeado para mí.
–La verdad es que era todo. Si gustas, puedes tomarte este tiempo para conocer los alrededores y un poco la ciudad. Si tienes dudas con algo, pregúntame.
–Eso me agradaría, pues creo que es lo único que me falta –una pequeña sonrisa se formó en mi boca–, solo que hay un problema.
–¿Cuál?
–Que no tengo dinero para hacer algo en el pueblo.
–Cierto, eso es algo que por poco se me pasa darte. –metió su mano por un costado de su prenda y extrajo una bosa café–. Son unos cuantos digg, para que puedas comprar lo que necesites y gustes. Todo menos armas o alcohol.
La bolsa me la dejó encima de la mesa, para que yo la agarrara sin problemas. A lo mucho eran como cien digg, una cantidad buena, pero lo malo era no saber cuánto costaban las cosas en realidad. Creo que era una cosa de solo ver, buscar y saber cuál es la mejor opción. Algo que me es fácil decir, pero no sé cuánto me costara realizarlo. Sin contactos, sin conocimiento práctico de las cosas, esto será un completo desafío para mi.
Que pase lo que tenga que pasar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro