4|Una pausa en el tiempo
La nieve no había parado de caer desde la madrugada, cubría las calles con una capa blanca que hacía que todo pareciera más silencioso. Era un día lento en la cafetería, con pocos clientes y mucho tiempo para pensar.
Martina había salido temprano por un compromiso, dejándome a cargo del lugar. No me molestaba estar sola; de hecho, lo disfrutaba. Había algo en el sonido de la cafetera y en el olor a pan recién horneado que hacía que todo se sintiera más cálido.
A las 7:45, puntualmente como siempre, Jack cruzó la puerta. Pero esta vez no llevaba su maletín ni su abrigo cuidadosamente abotonado. En su lugar, llevaba un libro bajo el brazo y una bufanda desordenada, como si hubiera salido de prisa.
—Buenos días —dijo, dejando el libro sobre la barra mientras se quitaba los guantes.
—Buenos días. ¿Hoy también te sorprendo yo o es tu turno?
—Hoy me toca a mí.
Levanté una ceja, intrigada.
—¿Ah, sí?
Jack deslizó el libro hacia mí.
—Leíste el que te presté. Ahora quiero saber qué opinas de este.
Era un ejemplar antiguo de El principito, con las páginas gastadas y un pequeño marcador de tela roja.
—¿Lo marcaste?
—Hay una frase que me recuerda a ti.
Mi pecho se apretó un poco al escuchar eso. Jack no era del tipo que decía cosas como esas a la ligera. Abrí el libro y encontré la frase subrayada:
"Lo esencial es invisible a los ojos."
Me quedé en silencio por un momento, leyendo y releyendo esas palabras. Había algo en ellas que resonaba conmigo de una manera que no podía explicar.
—¿Qué te hizo pensar en mí? —pregunté finalmente.
Jack se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.
—Eres el tipo de persona que ve más allá de lo que otros notan.
🪻
Ese día, Jack no se quedó solo para su café habitual. Trajo su propio libro, un cuaderno negro donde escribía con la misma precisión con la que parecía hacer todo en su vida. Pero había algo diferente en él.
En lugar de sentarse en la barra como siempre, eligió una de las mesas junto a la ventana. Y, por alguna razón, eso me hizo sentir un poco inquieta, como si algo hubiera cambiado y no pudiera identificar qué era.
—¿Te sirvo otro café? —le pregunté, acercándome a su mesa después de un rato.
Jack levantó la vista de su cuaderno, con esa mirada tranquila que siempre parecía observar más de lo que decía.
—Por favor.
Me quedé junto a él mientras preparaba la taza, notando cómo el reflejo de la nieve en la ventana iluminaba su rostro de una manera que lo hacía parecer menos distante.
—¿Qué escribes? —pregunté finalmente, sin poder contenerme.
Él cerró el cuaderno con cuidado, como si estuviera protegiendo algo valioso.
—Pensamientos.
—¿Sobre qué?
—Sobre todo. Y sobre nada.
Su respuesta me hizo reír.
—Eres increíblemente críptico, ¿sabes?
Jack sonrió, apenas un poco, y volvió a abrir el cuaderno.
—A veces, las palabras son más fáciles de escribir que de decir.
No dije nada más. En lugar de eso, dejé el café junto a su cuaderno y regresé a la barra, dándole el espacio que parecía necesitar. Pero mientras limpiaba las mesas, no pude evitar mirarlo de vez en cuando, preguntándome qué clase de pensamientos guardaba entre esas páginas.
Cuando llegó la hora de cerrar, Jack fue el último en salir. Esta vez, no dejó una nota en la barra ni un libro en la mesa. En cambio, antes de cruzar la puerta, se detuvo y se giró hacia mí.
—Gracias por hoy, Vania.
—¿Por qué?
—Por no preguntar demasiado.
Lo observé mientras salía, su figura desapareciendo entre los copos de nieve que seguían cayendo. Y me quedé allí, detrás de la barra, sintiendo que, por primera vez, había más preguntas que respuestas en mi cabeza.
Abrí El principito una vez más y volví a la frase que Jack había subrayado.
No podía evitar preguntarme qué veía Jack en mí, y si yo sería capaz de ver lo que él estaba intentando mostrarme.
Esa noche, después de cerrar el café, caminé hacia casa con el libro de El principito en mi bolso. La nieve seguía cayendo, pero el frío ya no se sentía tan intenso. Tal vez porque mi mente estaba demasiado ocupada pensando en Jack y en sus palabras.
Al llegar a mi apartamento, encendí una vela en la mesa del salón, una de esas que compraba en los mercadillos porque siempre decían algo como “tranquilidad” o “inspiración”. Me senté con el libro frente a mí, pero no lo abrí de inmediato. En lugar de eso, saqué mi libreta de bocetos.
No sabía exactamente qué estaba buscando dibujar, pero mis manos parecían tener vida propia. Pronto, las líneas comenzaron a formar un rostro: los ojos serenos pero llenos de preguntas, los labios curvados en una media sonrisa que parecía guardar secretos.
Era Jack.
Cuando terminé, dejé el lápiz a un lado y observé el dibujo. No era perfecto —ninguno de mis bocetos lo era—, pero había algo en él que se sentía real. Era como si, de alguna manera, hubiera capturado algo que las palabras no podían explicar.
🪻
Llegué al café más temprano de lo habitual. No había mucho que preparar, pero sentí que necesitaba ocupar mis manos con algo antes de que Jack apareciera. Martina todavía no había llegado, y la cafetería estaba silenciosa, excepto por el sonido de la cafetera que llenaba el aire con el aroma del primer café del día.
A las 7:45, como siempre, la campanita de la puerta sonó, y ahí estaba él. Esta vez llevaba un abrigo oscuro y una bufanda que parecía haber sido tejida a mano. Sus ojos buscaron los míos de inmediato, como si estuviera verificando que el día empezaba tal como lo había planeado.
—Buenos días —dijo, con un tono que parecía más cálido de lo habitual.
—Buenos días.
Mientras preparaba su café, no pude evitar pensar en el dibujo que había hecho la noche anterior. Estaba en mi bolso, doblado cuidadosamente. Parte de mí quería mostrárselo, pero otra parte tenía miedo de lo que él podría pensar.
—¿Algo diferente hoy? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos.
—Te sorprenderé.
Preparé un flat white, añadiendo un toque de chocolate rallado al final. Cuando lo dejé en la barra, Jack inclinó ligeramente la cabeza, curioso.
—¿Chocolate?
—Es un detalle. Algo pequeño, pero importante.
Dio un sorbo y asintió lentamente.
—Pequeño, pero importante. Me gusta.
Mientras tomaba su café, saqué el dibujo de mi bolso, dudando por un momento antes de decidirme.
—Jack.
Él levantó la vista, dejando la taza a un lado.
—Dibujé algo anoche. Quería mostrártelo.
Le tendí el papel, y sus ojos se fijaron en él de inmediato. Por un momento, el silencio llenó el espacio entre nosotros, y pude sentir cómo mi corazón latía más rápido de lo normal.
—¿Esto lo hiciste tú? —preguntó finalmente, levantando la mirada del dibujo para encontrar mis ojos.
Asentí.
—Es solo un boceto. Algo que salió sin pensar demasiado.
Jack observó el dibujo por un momento más antes de sonreír, esa sonrisa pequeña y sutil que rara vez mostraba.
—Es... interesante.
Me reí, aliviada.
—¿Otra vez con esa palabra?
—Lo digo en serio. Es bueno.
Sus palabras, aunque simples, se sintieron más significativas de lo que esperaba. No era un hombre de halagos fáciles, y saber que valoraba algo que había hecho significaba más de lo que quería admitir.
—Gracias —dije, tomando el dibujo cuando me lo devolvió.
—¿Tienes más?
La pregunta me tomó por sorpresa.
—¿Más dibujos?
Jack asintió.
—Sí.
—Me gustaría verlos algún día.
No supe qué responder, así que solo asentí.
Volví a la barra y saqué el libro de El principito.
Tal vez Jack tenía razón. Tal vez las mejores cosas no podían verse a simple vista.
El resto de la mañana transcurrió con la tranquilidad típica de un día de nieve. Jack permaneció en su mesa habitual junto a la ventana, con su libreta abierta y el café todavía humeando a su lado. Cada tanto, lo veía detenerse, como si las palabras que escribía necesitaran espacio para respirar.
No pude evitar observarlo desde la barra mientras organizaba las tazas. Había algo fascinante en su manera de estar presente y ausente al mismo tiempo, como si su cuerpo estuviera en la cafetería, pero su mente estuviera a kilómetros de distancia.
Finalmente, me armé de valor y caminé hacia él con una bandeja vacía en las manos, usando como excusa el hecho de que había pocas mesas ocupadas.
—¿Te molesta si limpio aquí? —pregunté, señalando la mesa frente a él.
Jack levantó la vista, y por un segundo, sus ojos parecieron sostener los míos.
—Adelante.
Limpié la mesa lentamente, esperando que dijera algo más. Cuando no lo hizo, me atreví a preguntar:
—¿Qué escribes?
—Pensamientos —respondió, su voz baja y tranquila.
—¿Sobre qué?
Jack cerró la libreta con cuidado, como si protegiera algo valioso.
—Sobre cómo un dibujo puede decir más que mil palabras.
Sentí el calor subir a mis mejillas al escuchar eso.
—¿Lo dices por el boceto?
—Sí. Hay cosas en él que probablemente no te das cuenta de que estás mostrando.
Me quedé en silencio, sorprendida por su respuesta. Jack no era el tipo de persona que hablaba en acertijos o metáforas, pero esas palabras se sentían como una mezcla de ambas.
—Bueno, no todos los días alguien presta tanta atención a un dibujo hecho a la medianoche —dije, tratando de sonar casual.
Él sonrió, apenas un poco, y volvió a abrir su libreta.
—A veces, las cosas que hacemos a la medianoche son las más sinceras.
Mientras regresaba a la barra, sentí una mezcla de emociones que no podía identificar del todo. Jack tenía una manera de decir cosas que se quedaban contigo.
Martina llegó poco después del mediodía, cargando una caja de ingredientes nuevos para la cafetería.
—¿Todo bien? —preguntó, observándome con esa mirada aguda que nunca dejaba pasar nada.
—Sí, todo tranquilo —respondí, acomodando la caja en el mostrador.
—¿Y Jack? ¿Ya se fue?
Negué con la cabeza.
—Todavía está escribiendo.
—Ese hombre parece un personaje de película.
Reí, porque sabía que tenía razón. Había algo en Jack que lo hacía destacar, no por su presencia imponente, sino por la manera en que parecía estar siempre entre dos mundos.
—Quizás lo sea —dije, sin pensar demasiado en mis palabras.
Martina levantó una ceja, pero no dijo nada más.
Cuando Jack finalmente se levantó para irse, dejó la taza vacía en la barra y me dedicó una última mirada.
—Gracias por hoy, Vania.
—¿Por qué?
—Por hacerme darme cuenta de que todavía hay cosas que vale la pena observar.
Sus palabras se quedaron conmigo mucho después de que se fue.
Esa noche, mientras caminaba a casa, no podía dejar de pensar en él. En cómo alguien que parecía tan cerrado podía decir cosas que hacían que el mundo se sintiera con más posibilidades.
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