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3| Notas en el aire

Había algo en los jueves que siempre me parecían... incompletos. No eran tan caóticos como los lunes ni tan prometedores como los viernes. Eran el día en que te das cuenta de que la semana aún no termina, pero el cansancio ya empieza a sentirse.

Sin embargo, este jueves era diferente. Porque a las 7:45, como un reloj, Jack cruzó la puerta de la cafetería, con su abrigo azul y esa expresión tranquila que parecía decir que nada lo tomaba por sorpresa.

—¿Hoy también te sorprendo yo? —pregunté, mientras me apoyaba en la barra con una sonrisa.

—Hoy pensé en sorprenderte yo.

Levanté una ceja, interesada.

—¿Eso es una amenaza?

—Depende de cómo lo veas.

Sacó un pequeño paquete de papel marrón de su maletín y lo dejó sobre la barra. Lo miré, intrigada, antes de abrirlo con cuidado. Dentro había un libro viejo, de tapas gastadas y hojas amarillentas.

—Historias de invierno, de Edith Jones —leí en voz alta—. ¿Me estás regalando un libro?

Jack negó con la cabeza.

—Te lo estoy prestando. Lo encontré ayer en una librería y pensé que podrías disfrutarlo.

—¿Por qué?

Él hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras correctas.

—Porque tú eres el tipo de persona que encuentra magia en cosas que otros no ven. Y este libro tiene algo de eso.

Mi pecho se apretó por un momento, no porque fuera algo demasiado sentimental, sino porque nadie me había descrito de esa manera antes. Como si ser un poco caótica y soñadora tuviera un valor que yo misma no había notado.

—Gracias, Jack. Lo leeré y te diré qué me parece.

—No tienes que hacerlo rápido. Tómate tu tiempo.

—¿Eso significa que vas a seguir viniendo al café?

—Eso significa que tengo que asegurarme de que lo leas.

Ambos sonreímos, y por un momento, el ruido de la cafetería se desvaneció.

El resto de la mañana pasó entre pedidos, risas con Martina y algún que otro cliente que me preguntó por qué estaba tan sonriente. Jack se fue poco después, pero no sin dejar otra nota bajo su taza:

"Algunas historias no necesitan finales, solo buenos comienzos."

Lo guardé en mi bolsillo sin leerla dos veces, porque de alguna manera, sabía que esas palabras se quedarían conmigo todo el día.

Más tarde, cuando la cafetería estaba vacía y Martina había salido por un recado, abrí el libro. Las primeras líneas me atraparon de inmediato:

"El invierno es un recordatorio de que la belleza también puede ser efímera, y que incluso los momentos más fríos tienen algo cálido que ofrecer."

Lo cerré rápidamente, sintiendo que Jack lo había elegido a propósito. Era como si él entendiera algo de mí que yo misma estaba empezando a descubrir.

Esa noche, cuando llegué a casa, el libro estaba todavía en mis manos, y el aroma del café del día seguía en mi ropa. Me senté en el alféizar de la ventana con una manta alrededor de los hombros, observando cómo la nieve caía en silencio sobre la calle.

A la mañana siguiente, llevé el libro conmigo al café. No era algo que hacía a menudo —cargar con objetos personales al trabajo—, pero había algo en esas páginas que no quería soltar. Martina me lanzó una mirada curiosa cuando lo dejé junto a la caja registradora.

—¿Ahora traes biblioteca portátil?

—Es un préstamo —respondí, organizando los recibos.

—¿De quién?

Sabía que Martina no iba a dejar pasar el tema, así que opté por la verdad.

—De Jack.

Ella levantó las cejas, claramente interesada.

—Ah, el cliente de los desafíos.

—Es un libro viejo, Martina, no una propuesta de matrimonio.

—Claro, porque prestar libros nunca significa nada —respondió con sarcasmo mientras sacaba croissants del horno.

No quise seguir discutiendo porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Jack no era como otros clientes. Había algo en él, algo que iba más allá de las notas y los desafíos. Algo que me hacía querer saber más, incluso cuando me decía a mí misma que no debía leer demasiado entre líneas.

Era casi mediodía cuando Jack llegó, esta vez un poco más tarde de lo habitual. Su cabello estaba algo desordenado, y su bufanda no estaba perfectamente anudada como siempre. Era raro verlo así, como si algo hubiera alterado su rutina impecable.

—Buenos días —dijo, dejando su maletín en la barra como de costumbre.

—Tarde para ti, ¿no? —comenté mientras preparaba su café.

—El tráfico no siempre respeta los horarios.

—¿Quieres el mismo desafío de ayer?

Jack negó con la cabeza.

—Hoy lo elijo yo.

Me sorprendió su respuesta, pero asentí.

—Adelante.

Pidió un café americano, sencillo, sin añadidos. Me lo pidió con un tono que no dejaba lugar a preguntas, pero no pude evitar intentarlo.

—¿Todo bien?

Él me miró, como si estuviera considerando si debía responder. Finalmente, suspiró.

—Solo un día complicado.

—Bueno, el café no lo resolverá, pero puede ayudarte a enfrentarlo.

Eso pareció sacarle una ligera sonrisa, aunque se desvaneció rápidamente.

Mientras preparaba su pedido, lo observé de reojo. Era raro verlo tan distraído, casi como si algo estuviera fuera de lugar. Cuando dejé la taza frente a él, esperé que dijera algo más, pero no lo hizo.

En cambio, sacó una pequeña libreta negra de su maletín y empezó a escribir. Lo hizo con movimientos rápidos y precisos, como si estuviera tratando de poner en palabras algo que no podía decir en voz alta.

No pregunté qué era. Había aprendido que Jack no era el tipo de persona que compartía demasiado, al menos no directamente.

Antes de irse, dejó la libreta sobre la barra por un momento mientras sacaba su cartera. Fue un segundo, pero suficiente para que viera lo que había escrito:

"Algunas personas no necesitan saber todo de ti para entenderte."

No dije nada. Fingí no haberlo leído cuando tomó la libreta y la guardó de nuevo en su maletín. Pero esas palabras se quedaron conmigo mucho después de que él se fue.

Cuando Martina salió temprano por un compromiso, me quedé sola para cerrar el café. El libro que Jack me había prestado seguía junto a la caja, y no pude evitar abrirlo mientras limpiaba las mesas.

Había un párrafo marcado con lápiz en la página 27:

"El invierno no solo trae frío, también trae silencio. Un silencio que no siempre sabemos cómo llenar, pero que a veces es todo lo que necesitamos para escuchar lo que de verdad importa."

Me quedé leyendo esas palabras una y otra vez, sintiendo que de alguna manera estaban relacionadas con Jack. Había algo en él, un silencio, una pausa entre sus palabras, que no había notado hasta ahora.

Me senté en el alféizar de mi ventana esa noche, con el libro en mis manos y la nieve cayendo suavemente al otro lado del cristal. Pensé en Jack, en sus notas, en sus desafíos, y en la manera en que empezaba a abrir pequeñas puertas hacia su mundo.

Abrí mi libreta de bocetos y garabateé algo antes de quedarme dormida:

"A veces, las personas más silenciosas son las que tienen más cosas que decir."

No sabía si Jack vería algún día esas palabras, pero sabía que, de alguna manera, él era la razón por la que las había escrito.

La mañana siguiente empezó como cualquier otra, con el olor a café llenando la cafetería y el murmullo de clientes habituales hablando de lo que fuera que los jueves traían consigo.

Pero para mí, no era un jueves cualquiera.

Guardé con cuidado un sobre en el bolsillo de mi delantal antes de abrir las puertas del café. Era un boceto, uno que había hecho anoche mientras la nieve caía. Había algo en Jack que me inspiraba a dibujar, aunque no sabía exactamente qué. Quizás eran las grietas que empezaba a notar en su fachada, o la forma en que su presencia llenaba el espacio incluso cuando estaba en silencio.

Lo había dibujado mirando por la ventana de la cafetería, con una taza en la mano y un leve destello de nieve cubriendo su abrigo. No era perfecto, pero era honesto, y eso era suficiente.

Cuando Jack llegó, justo a las 7:45 como siempre, me aseguré de que su taza tuviera una sorpresa.

—Hoy te toca latte con miel y cardamomo —dije, dejándole el vaso frente a él.

Él levantó una ceja, intrigado.

—¿Cardamomo?

—Confía en mí.

Dio un sorbo, y aunque intentó mantener su expresión neutral, vi cómo sus ojos se suavizaron ligeramente.

—¿Interesante? —pregunté, burlándome un poco.

—Es... inesperado.

Sonreí.

—Eso es un paso adelante de "interesante".

Jack dejó la taza en la barra y me miró directamente.

—¿Siempre haces esto?

—¿El qué?

—Darles a las personas cosas que no sabían que necesitaban.

La pregunta me tomó por sorpresa. No era el tipo de cosa que alguien preguntaba casualmente. Pero antes de que pudiera responder, él dejó un billete sobre la barra y tomó su maletín.

—Gracias por el café.

Lo vi salir, con esa manera suya de caminar que siempre parecía tan medida, pero esta vez... esta vez había algo diferente. Como si hubiera algo en su mente que lo hacía olvidarse por un momento de controlar cada paso.

Al final del día, cuando estaba limpiando la barra, noté que alguien había dejado un pequeño paquete envuelto en papel marrón. Estaba justo donde Jack había estado sentado, y aunque no decía su nombre, supe de inmediato que era suyo.

Lo abrí con cuidado y encontré un juego de lápices de dibujo, de esos que tienen diferentes grosores y texturas, y una pequeña nota:

"Porque las mejores historias a veces no se escriben con palabras."

Me quedé mirando los lápices durante un buen rato. Jack Parker, el hombre que llegaba a la misma hora todos los días, no solo estaba aceptando mis sorpresas, sino que también estaba empezando a ofrecérmelas.

Esa noche, en el silencio de mi pequeño apartamento, tomé uno de los lápices nuevos y volví a dibujar. Esta vez no era un boceto de Jack ni de la cafetería. Era algo diferente, algo que había estado en mi mente desde que leí el libro que me había prestado.

Dibujé un paisaje nevado, con una figura solitaria caminando bajo la luz de una farola. Era simple, pero había algo en él que se sentía... completo.

Cuando terminé, escribí una frase al pie del dibujo:

"A veces, las personas no necesitan un mapa. Solo necesitan un lugar al que quieran regresar."

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