Era lunes, y los lunes eran días de rutina. Para mí, significaban levantarme corriendo, llegar tarde y compensar el desastre con una sonrisa. Para Jack, significaban un horario planeado al minuto, desde su primer café hasta su última reunión.
O al menos, así era antes.
—¿Un café con leche? —pregunté, alzando una ceja mientras él se apoyaba en la barra.
—Dijiste que aceptarías el desafío, ¿no? —respondió, con un atisbo de diversión en la voz.
Esa era la cosa con Jack. No siempre sonreía, pero cuando lo hacía, era como si el mundo se suavizara un poco.
Tomé su pedido y, mientras preparaba el café con leche, no pude evitar sentir que algo estaba cambiando. Antes, él entraba, pedía y se iba, como si nuestra pequeña cafetería fuera solo una parada más en su día perfectamente calculado. Pero ahora... ahora había pausas. Preguntas. Y sí, desafíos.
—Aquí tienes —dije, deslizando la taza hacia él.
Jack miró el café por un momento antes de levantar la vista.
—¿No me vas a preguntar por qué cambié de pedido?
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia.
—Quizás decidiste arriesgarte.
—O quizás estoy probando tu teoría.
—¿Qué teoría?
Él tomó un sorbo y dejó la taza en la barra con precisión.
—Que las mejores cosas de la vida no están planeadas.
Me reí, porque tenía razón, pero también porque, viniendo de él, esas palabras eran casi una confesión.
—¿Y qué tal va la teoría? —pregunté.
—Prometedora —admitió, y ahí estaba otra vez esa curva sutil en sus labios que casi podía llamarse sonrisa.
La campanita de la puerta sonó, y otros clientes entraron, rompiendo el momento. Pero mientras tomaba sus pedidos, podía sentir su mirada en mí, como si todavía estuviera considerando el siguiente paso en ese pequeño desafío que habíamos empezado.
La tarde pasó rápido, y cuando llegó la hora de cerrar, encontré una nota en la barra.
"Prometedora no significa suficiente. Veremos si puedes superar esto mañana."
Sonreí mientras doblaba el papel y lo guardaba en el bolsillo de mi delantal. Jack Parker estaba empezando a salirse de su propio guion, y de alguna manera, yo estaba disfrutando del espectáculo.
Esa noche, mientras caminaba a casa, la nieve empezó a caer. Las luces de las farolas la hacían brillar como pequeñas estrellas, y por un momento, todo se sintió tranquilo.
Al día siguiente, llegué más temprano de lo habitual al café. Había algo en esa nota que me había dejado Jack que no me dejaba tranquila.
Prometedora no significa suficiente.
¿Qué significaba eso exactamente?
—Estás muy sonriente para ser las siete de la mañana —dijo Martina desde la máquina de expreso.
—Es la nieve —mentí, encogiéndome de hombros mientras sacaba una bandeja limpia para los croissants.
—Claro, claro. La nieve. Seguro que no tiene nada que ver con el cliente misterioso que deja notas en la barra.
—No es misterioso —protesté, aunque sentí el calor subir a mis mejillas—. Es un cliente más.
Martina soltó una carcajada.
—Sí, claro. Por eso limpias la barra tres veces al día desde que viene.
No respondí. ¿Qué podía decir? Jack no era un cliente más, pero tampoco sabía qué era exactamente. Todo lo que sabía era que, desde su primera taza de chocolate caliente, algo había cambiado. Y no solo para él.
La campanita de la puerta sonó justo a las 7:45. Por supuesto que era él. Con su abrigo gris impecable, su bufanda negra perfectamente anudada y su rostro serio, como si fuera a negociar un tratado de paz y no a pedir café.
—Buenos días —dijo, mientras dejaba su maletín en la barra.
—¿Lo de siempre? —pregunté, intentando sonar casual.
—No. Sorpréndeme.
Levanté una ceja, divertida.
—¿Otra vez?
—Es parte del desafío, ¿no?
—No recuerdo haber aceptado un desafío continuo.
—Bueno, pues ahora lo es.
Su voz era tranquila, pero había algo en sus ojos que brillaba con una chispa de diversión. Era nuevo, inesperado. Y, de alguna manera, contagioso.
Mientras preparaba un café con caramelo y un toque de nuez moscada, lo observé de reojo. Jack estaba distraído mirando su reloj, pero había una relajación en sus hombros que no había notado antes.
—Aquí tienes. —Dejé la taza frente a él.
—¿Qué es?
—Un secreto.
Él me miró, como si intentara descifrar si hablaba en serio. Finalmente, dio un sorbo.
—Interesante.
—¿Eso es un cumplido o una crítica?
—Depende. ¿Qué esperabas?
—Que te guste tanto que tengas que admitir que no soy tan mala en esto.
—Esa sería una confesión demasiado grande para un miércoles.
Me reí, y fue entonces cuando lo vi: una pequeña sonrisa en su rostro, apenas perceptible, pero ahí estaba.
—¿Sabes? —dijo, dejando la taza sobre la barra—. No entiendo cómo funciona este lugar.
—¿Qué quieres decir?
—Todo parece improvisado, pero siempre funciona.
Me encogí de hombros.
—Tal vez porque no intentamos controlarlo todo.
Jack asintió lentamente, como si estuviera considerando mis palabras. Antes de que pudiera responder, su teléfono vibró en la barra. Lo miró, y su rostro volvió a esa seriedad que parecía tan natural para él.
—Tengo que irme —dijo, guardando el teléfono en el bolsillo de su abrigo.
—Claro.
—Pero volveré mañana.
Lo vi salir mientras la nieve empezaba a caer otra vez. Por un momento, me quedé ahí, preguntándome qué habría pasado para borrar su sonrisa tan rápido. Pero, al mismo tiempo, algo me decía que no debía preguntar. No todavía.
Esa noche, mientras limpiaba las mesas y apagaba las luces, encontré otra nota en la barra.
"A veces, los mejores secretos son los que compartimos sin darnos cuenta. Mañana, tú eliges la historia."
Me quedé mirando esas palabras, sintiendo que Jack estaba invitándome a algo que no terminaba de entender. Una conversación, un intercambio, o tal vez solo un poco de caos en su mundo perfectamente ordenado.
Sonreí, guardando la nota en mi bolsillo. Quizás Martina tenía razón. Los hombres como Jack traían problemas. Pero también traían algo más: la promesa de que, tal vez, ese invierno sería diferente.
Al día siguiente, llegué al café con la idea de retomar el desafío de Jack. Había pasado la noche pensando en cómo sorprenderlo, pero no podía evitar sentir una pequeña presión. Jack era el tipo de persona que siempre parecía estar evaluándolo todo, como si buscara una razón para justificar cada decisión.
A las 7:45, puntualmente como siempre, la campanita sonó, y él apareció. Esta vez llevaba un abrigo azul oscuro en lugar del gris habitual, pero su postura era la misma: recta, elegante, como si el frío no lo tocara.
—Buenos días —dijo, dejando su maletín sobre la barra.
—Buenos días. ¿Listo para la sorpresa de hoy?
Levantó una ceja, intrigado.
—Adelante.
Saqué una taza que había elegido especialmente para él: era de cerámica oscura con un diseño de pequeñas estrellas plateadas, algo más acorde con su estilo reservado. Mientras preparaba un latte, lo vi tamborilear los dedos contra la madera de la barra, un gesto que no le había visto antes.
—¿Estás nervioso? —pregunté, intentando sonar casual.
Jack me miró, como si estuviera evaluando si debía responder con la verdad o con alguna evasiva. Finalmente, optó por lo primero.
—Tengo una reunión importante esta mañana.
—¿Tan importante como para que tamborilees en la barra de una cafetería?
—No estoy tamborileando.
—Claro que sí. Es raro verte así. Normalmente pareces... imperturbable.
Eso le sacó una ligera sonrisa, aunque no lo admitió.
—¿Qué hay de ti? —preguntó, cambiando de tema con habilidad—. ¿Alguna sorpresa en tu día?
—Aparte de verte tamborilear, no mucho.
—Sigo sin tamborilear.
—Lo que tú digas, Jack.
Le dejé la taza frente a él y crucé los brazos, esperando su veredicto. Él tomó un sorbo y cerró los ojos por un breve instante.
—Interesante.
—¿Otra vez con esa palabra?
—Es una palabra versátil.
—Es una forma elegante de no darme la razón.
Él dejó la taza en la barra y me miró fijamente.
—Tal vez no me gusta darte la razón demasiado rápido.
La forma en que lo dijo me dejó sin palabras por un segundo. Había algo en su tono, en la manera en que sus ojos buscaban los míos, que me hizo sentir que estábamos jugando un juego cuyos límites todavía no entendía.
—Bueno, no hay prisa. Tenemos todo el invierno para seguir con esto —respondí finalmente, y entonces me di cuenta de lo que había dicho.
Todo el invierno. Como si ya estuviera asumiendo que seguiría viéndolo, que esto que teníamos —este pequeño intercambio de notas y desafíos— era algo que iba a durar.
Jack pareció notarlo también, porque su mirada se suavizó, aunque no dijo nada. Solo tomó otro sorbo de su café y dejó un billete sobre la barra.
—Hasta mañana, Vania.
Y se fue, dejando tras de sí algo que no podía definir del todo.
El día pasó rápido, y al final del turno, me encontré reorganizando las servilletas cerca de la caja registradora. Martina estaba en la cocina, terminando de limpiar, y la cafetería estaba en silencio, excepto por el suave zumbido del radiador.
Entonces lo vi. Una nota, cuidadosamente doblada y colocada bajo el plato de cerámica donde Jack había dejado su taza.
"A veces, los mejores momentos son los que no planeamos. Hasta mañana."
La leí dos veces, intentando descifrar el significado oculto detrás de esas palabras. Jack Parker, el hombre que cronometraba su vida, estaba empezando a aceptar el caos. Y, sin darme cuenta, yo también estaba empezando a aceptar el orden.
Martina salió de la cocina justo cuando guardaba la nota en el bolsillo de mi delantal.
—¿Otra vez él?
—¿Quién?
Ella me dio una mirada que claramente decía "no te hagas".
—Solo ten cuidado, Vania. Los hombres que dejan notas tienen dos cosas: intenciones y complicaciones.
—Y también algo de encanto —añadí con una sonrisa.
—Encanto no paga las facturas.
Reí mientras apagaba las luces, pero sus palabras se quedaron conmigo. Porque, aunque no lo quería admitir, Jack Parker no era solo un cliente más.
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