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8. Wil: vainilla y bigotes

Llevamos demasiados segundos plantados el uno delante del otro sin decir ni hacer nada más que mirarnos, por lo que estoy convencido de que ella ha viajado al pasado con la misma velocidad e intensidad que yo en cuanto nuestros ojos se han cruzado.

Aura... me carcome la nostalgia más profunda al pensar en esos primeros años de amistad inocente y no puedo evitar pensar en las palabras de mi hermana de hace unos días: 

"Es una pena que todo lo negativo aplaste para siempre lo maravillosa que era vuestra relación." 

Solo por esas palabras, por su tono apenado y sincero, me obligo a no recordar vívidamente cómo acabó todo entre nosotros y a salir por fin de esta especie de trance en el que parecemos haber entrado los dos.

Fuerzo a mi cabeza a dejar de dar vueltas y me inclino para darle dos besos en las mejillas como siempre hemos hecho cuando se trata de ella y su familia, aunque no sea una costumbre londinense.

Aura da un respingo por la sorpresa y apoya una mano en mi brazo, mientras se pone de puntillas para devolvérmelos.

—¡Hola! —dice con una voz aguda que no es para nada la suya (o al menos no lo era). Carraspea y frunce el ceño. Está nerviosa y debo admitir que eso me tranquiliza un poco a mí, por raro que suene.

Esbozo un amago de sonrisa, tratando con todo mi ser de ignorar el hecho de que sigue usando la misma colonia de vainilla que de más joven. No soy capaz de contar las veces que he soñado con ese olor, que he hecho... otras cosas pensando en ese olor.

Al separarnos de esa especie de abrazo inicial incómodo que hemos compartido le hago un gesto para que se siente. Me devuelve la sonrisa.

La puta colonia...

Ya sentados en las pequeñas pero preciosas sillitas de metal multicolor de la cafetería, nos quedamos un momento en silencio de nuevo, esta vez sin mirarnos.

No es nada raro. No, para nada. Todo muy normal. Todo va bien.

Joder, esto no se parece en nada a un encuentro profesional y adulto entre antiguos amigos...

Cuando el camarero se acerca a nuestra mesa para tomarnos nota, estoy a punto de saltar para darle un abrazo por haber aparecido en un momento tan oportuno, y eso que yo no soy un gran admirador del contacto físico (y menos en público). Los dos suspiramos de alivio a la vez.

—Yo quiero... un cappuccino con doble de nata, por favor. —pide ella con una sonrisa amable. Yo aprieto los labios en una línea fina.

—Café solo.

Noto los ojos oscuros de Aura clavados en mí, un amago de sonrisa en los labios.

—¿En serio?

Me encojo de hombros.

—Sí.

Cuando suelta una carcajada, el ambiente entre nosotros se aligera de golpe.

Se me quita parte de la tensión de encima cuando nos miramos con un levísimo aire cómplice que el paso del tiempo parece no haber podido borrar del todo. Siempre hemos sido tan diferentes que recuerdo que, de niños, nos encantaba jugar a ver cuántas diferencias encontrábamos en nuestros gustos (a ella les gustaban los perros y a mí los gatos y los peces; a ella le gustaba el dulce y a mí el salado, etc.).

Esos recuerdos compartidos hacen que, por fin, nos atrevamos a entablar una cauta y neutral conversación de antiguos compañeros.

—¿Qué tal todo? Me han dicho que te va genial con el doctorado y eso.

Asiento justo cuando traen las bebidas. Le doy un trago largo a mi amargo café solo para calmarme y tener algo que hacer con las manos. Está ardiendo, pero de alguna manera logro disimular con un carraspeo que me acabo de quemar la lengua y el paladar.

—Pues sí. Me queda poco para acabar la tesis.

—¿Y sabes qué harás después? —Ladea la cabeza de esa manera tan suya, como dando a entender que todo lo que le cuentes le importará de verdad.

—Pues... —Fijo la mirada en mi tacita. Tiene un dibujo de enredaderas en el asa. Es simple pero bonita—. Pensaba meterme en investigación. Me han llamado ya de un par de sitios y estoy intentando conseguir la plaza fija de la UCL. También podría meterme en docencia, pero... No me veo. —Esbozo una media sonrisa.

Aura suelta una risita, porque sabe perfectamente que la idea de hablar en público siempre me ha dado dolor de estómago, como mínimo.

—Pues me alegro mucho por ti, Wil. —Parece genuina, pero el sonido de mi nombre en sus labios es como una bofetada de realidad y recuerdos de lo más inesperada y cruel. 

Todos en el instituto me llamaban Wil. Sin embargo, tras todo lo que pasó, quise romper al completo con aquella horrible etapa de mi vida e hice que mis nuevos conocidos y compañeros se refirieran a mí como Helm. Solo mi familia me sigue llamando Wil.

Y ahora, por lo visto, también Aura.

Obviamente, no digo nada al respecto. Solo me aseguro de tener las defensas entorno a mi corazón bien subidas y de respirar tres veces cómo me ha dicho mi hermana que haga cuando sienta las pulsaciones aceleradas y las manos sudorosas.

—¿Tú qué tal por Barcelona?

Aura sonríe y fija la mirada en la pared de su derecha, perdida en sus pensamientos.

—Pues muy bien, la verdad. Bueno, ya lo sabes, me encanta la ciudad y la gente y todo. Y ser tu propia jefa es genial. —Suelta una risita y yo sonrío un poco de manera inconsciente ante la tranquila felicidad que siempre han emanado sus palabras, y recuerdo cómo solía calentarme el corazón y enfriarme el cerebro ese tono calmado e ilusionado que emplea al hablar, como si la vida no fuese tan grave, como si fuese profundamente fácil simplemente... vivirla. Recuerdo que llegué a creer eso mismo en el pasado.

Aura bebe un trago de su cappuccino y la nata se le queda pegada al labio de arriba.

Mis ojos se clavan en ese punto y me muerdo el carrillo para evitar sonreír ante el bigote blanco que se le ha quedado bajo la nariz. Recuerdo que siempre que tomaba batidos o helados de pequeña le pasaba exactamente lo mismo.

—Tienes... —Me señalo mi propio labio con disimulo para enseñarle dónde limpiarse y me deleito solo un poco en el rubor de vergüenza que se expande por sus mejillas.

Eso, definitivamente, es una diferencia notable con la Aura más pequeña. Hace años, llevaba ese bigote con orgullo durante horas, hablando como un señoro importante de negocios hasta que era incluso complicado quitárselo de la piel por lo reseco que se le había quedado. Yo reía a carcajadas ante la mirada preocupada de Aura porque se le quedara la nata ahí pegada para siempre. Esa era una de las pocas veces que de pequeño reía de verdad, con todos los músculos del cuerpo, agarrándome el estómago con los brazos y retorciéndome en el suelo de su baño mientras ella frotaba y frotaba con la esponja sobre su labio.

—¡Oh! —Se lo limpia con una servilleta y me sonríe un poco, probablemente recordando la misma situación.

Carraspeo, porque odio darme cuenta de la complicidad instantánea que sigue habiendo entre nosotros tras cinco años de cero contacto.

Decido dejarnos de charla innecesaria que puede hacer más mal que bien e ir al grano del asunto.

—Bueno... háblame de esa novela tuya con la que necesitas mi ayuda. —Cruzo los brazos ante el pecho y me reclino hacia atrás en la silla, esperando a que hable. Ella se remueve un poco en el asiento, nerviosa. Carraspea y empieza a parlotear, rápido pero con entusiasmo. Yo la escucho con atención.

—Pues... la idea es como un universo donde las galaxias son como países, y hay guerras y cosas políticas y tal. El caso es que hay una fuerza del orden en el universo, como una especie de policía, y en su laboratorio escuchan un ruido muy fuerte que viene del espacio, no saben qué ni dónde. Envían una unidad de exploración con los mejores científicos y astronautas para descubrir su procedencia, y la unidad va pasando por distintos planetas hasta llegar al origen del sonido, y descubren una galaxia medio hecha añicos. Llegan a un planeta también medio en ruinas y les dicen que su gobierno pretendía empezar una guerra intergaláctica para conseguir más poder e influencia y se le ha ido de las manos y ha creado una máquina con intención propia de destruir y...

Se calla, roja como un tomate. Yo no digo nada, esperando a que continúe, pero ella solo se tapa la cara con las manos.

—¿Por qué no me dices que me calle? Es horrible, ¿verdad? Dios, lo odias, claro que lo odias... ¿Por qué debería intentarlo siquiera? —murmura entre los dedos y eso me sorprende. La inseguridad con su talento también es algo nuevo en esta Aura. De niña, cualquier cosa ridícula que escribía te lo vendía como un best-seller. Pienso que este cambio debe ser un efecto secundario de haberse convertido en escritora profesional y estar expuesta a las críticas de todo el mundo en todo momento.

Suavizo un poco la expresión.

—No, para nada. Sí que me gusta. —Y es la verdad—. La premisa es muy interesante. Parece una especie de crítica al sistema político actual y a los conflictos bélicos, así como a la avaricia de las personas y su intención de manejar poderes que en realidad no saben controlar...

Aura alza la mirada hacia mí. Los ojos caramelo le brillan de ilusión y me encojo ante la familiaridad que me recorre la columna al fijarme en su expresión de pura felicidad.

—¡Sí! ¿De verdad se entiende? ¿No es un poco rebuscado?

Me encojo de hombros, tratando de parecer indiferente.

—La buena ciencia ficción y la fantasía siempre lo son. Piensa que debes apelar a un público algo diferente al que has tenido hasta ahora, que esté dispuesto a mirar más allá de lo que narras.

Aura asiente efusivamente.

—Si, es verdad. La mayoría de mis lectores solo buscan pasar un buen rato, entretenerse y viajar unos minutos a una realidad alternativa de finales felices y hombres perfectos. No me malinterpretes, es un género que siempre adoraré con todo mi corazón y en ningún momento lo menosprecio. La importancia de valorar los sentimientos de las personas, de ayudar a la gente a sentirse identificada con los personajes para que crean en la esperanza de un mundo mejor y que sonrían ni que sea unos minutos al día... eso vale oro —suspira—. Pero yo quiero intentar darle algo diferente a mi público, ¿sabes? Algo más. Quiero que piensen, que crezcan, que reflexionen con mis historias. Que viajen y sientan, sí, pero mucho más lejos y de maneras distintas. Que viajen a otros mundos, otros universos y conozcan personajes diferentes y únicos y...

Se calla al darse cuenta de que ha empezado a irse por las ramas, algo azorada. Yo, sin embargo, estaba disfrutando como un niño de su verborrea, porque de verdad me parecía interesante. Siempre ha sido propensa a dar rienda suelta a sus pensamientos delante de los demás, pero en una persona con una cabeza como la de Aura siempre suele ser fascinante ver el funcionamiento de los engranajes de su cerebro girando sin parar. Me siento como el Wil de 12 años otra vez, embelesado por el entusiasmo y la pasión que mi antigua vecina le pone todo.

Aunque sé que tal vez no debería, le sonrío con suavidad.

—Tienes razón. Y creo de verdad que puedes darles eso.

Aura me devuelve la sonrisa, amplia y sincera, y noto que aprecia mis palabras.

—Gracias, Wil. —Y otra vez el puto nombrecito... Carraspeo y vuelvo a adoptar una postura más distante.

Le pido que me cuente más en detalle lo que lleva escrito del proyecto, que me explique a qué fenómenos del universo y máquinas hace referencia, para ver si ha cometido algún error técnico muy flagrante, como romper algunas leyes básicas de la termodinámica o de las presiones parciales.

Por ejemplo, en un momento dado intento explicarle que en el espacio no hay sonido porque no hay moléculas que vibren y transmitan las ondas sonoras. Cuando se me queda mirando con los labios fruncidos y los ojos muy abiertos, me doy cuenta de que no ha entendido nada de esa frase.

Reprimo una sonrisa y me acomodo en la silla, con los codos apoyados en la mesa y un bolígrafo que llevaba en los pantalones sujeto en la mano. Cojo la servilleta que nos habían traído con los cafés, vacíos ya hace mucho, y dibujo algo parecido a una onda.

—Debes imaginar nuestro aire como un fluido. —Dibujo un montón de puntitos sobre la servilleta, que representan las moléculas de la atmósfera—. Cuando algo afecta el estado de reposo en el que están normalmente los átomos, éstos se mueven —Dibujo rayas entre los puntos para simular el movimiento— y eso es lo que produce el sonido. Por eso, normalmente, a medida que te alejas de la fuente de sonido —Dibujo una personita en la otra punta de la servilleta—, lo oyes menos fuerte. Las partículas han perdido movimiento, su fuerza se ha disipado. —Dibujo menos rayitas a medida que me voy acercando a la personita. Entonces paro y la miro. Tiene la vista clavada en la servilleta y el ceño fruncido por la concentración—. En el caso del espacio, al no haber moléculas, no pueden moverse y provocar el sonido en consecuencia. ¿Lo entiendes?

Ella tan solo me mira con una pequeña sonrisa en los labios y comenta: 

—¿Estás seguro de que no quieres dedicarte a la docencia?

Suelto una carcajada inesperada y ella me imita.

Y, por un segundo, rodeados de servilletas con puntitos y rayas y ondas, volvemos a ser esos críos que jugaban con piedras de colores y hablaban de todo y nada durante horas en el jardín, contemplando la imposibilidad del universo sobre sus cabezas.

..........

Hola!!

Capítulo 8 y primer encuentro oficial de nuestros protagonistas... ¿Qué tal va? Vota si te ha gustado y comenta qué te parecen los personajes :)

Nos vemos la semana que viene. Un beso y gracias por leer!!

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