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6. Wil: Antes (pt.1)

El primer recuerdo nítido que tengo de Aura Sanders-Vila es de cuando ambos teníamos 3 años.

Era el primer cumpleaños de Laurie y ambas familias nos habíamos reunido en nuestra casa para celebrarlo. Obviamente, apenas recuerdo nada más allá de imágenes sueltas: una tarta de chocolate, Lauren llorando porque le daba miedo el fuego de las velas, Ruth partiéndose de risa y mis exasperados padres tratando de calmarla con la ayuda de la siempre serena Silvia.

En esta situación, recuerdo que yo me escapé de la mesa para... Sinceramente, no lo sé, aunque lo más probable es que fuera a contemplar los peces que por aquel entonces teníamos en la entrada. Me fascinaban, podía tirarme horas mirándolos; como abrían y cerraban sus boquitas, como se escondían entre las piedras, sus golpes de cola contra el cristal cuando me acercaba a la cajonera donde descansaban. Hasta que, como todas las mascotas pequeñas, murieron pronto. Mis padres se negaron a comprarme unos nuevos porque, según ellos, el mantenimiento de la pecera era muy caro. Cómo me jodió descubrir que tenían razón cuando me independicé y fui a la tienda a intentar conseguir unos... así que aquí estoy, veinte años después y sin peces.

Pero volvamos a la cuestión que nos atañe: Aura.

El caso es que fui al salón y me la encontré allí, vestida con unos leggins de gatitos grises y un vestido rojo. Tengo la imagen clavada en el cerebro. Estaba sentada frente a la chimenea, contemplando las llamas de la misma manera en que yo solía mirar a los peces; como si fuera lo más fascinante del mundo.

De lo que no me percaté entonces es que en aquel preciso momento yo la estaba mirando de exactamente la misma manera a ella. Porque el fuego le hacía resplandecer los mechones más claros de la melena oscura, por aquel entonces larga y recogida con un lazo blanco, y le derretía el marrón chocolate de los ojos hasta convertirlo en caramelo fundido.

Me miró por el rabillo del ojo apenas un segundo antes de volver a concentrarse en la chimenea.

—¿No te parece mágico? —recuerdo que me preguntó, con su vocecita aguda y suave pero siempre clara y segura, incluso a los tres años de edad.

Miré de las llamas a ella y vuelta, pero no dije nada. 

Entonces Aura se levantó y se puso a menear los brazos por encima de la cabeza a un ritmo lento, como si siguiera una música que solo ella escuchaba, y con los labios fruncidos por la concentración.

Yo arrugué las cejas. No entendía qué estaba pasando, y ya desde niño eso era algo que no me gustaba lo más mínimo.

—¿Qué haces? —pregunté con mi pequeña vocecilla de entonces. Aura me miró sin dejar de hacer algo parecido a bailar como esos monigotes larguiruchos hinchables que se utilizaban como propaganda en las carreteras.

Cuando me dedicó una sonrisa amplia, dulce y sincera como todas las que me dedicará a partir de entonces, recuerdo que pensé que nunca nadie me había parecido tan genuinamente feliz.

—Imito el fuego. Baila conmigo. —Me quedé quieto, mirándola como si fuese un elefante con tres trompas o un cerdo volador que tira rayos láser por el culo—. ¡Venga! —Se acercó a mí, me agarró las manos, me las levantó en el aire y me las movió con una risita. Cuando me soltó, sin embargo, yo seguía imitándola por mi cuenta. Y le hizo tanta ilusión que se puso a dar saltitos de alegría—. ¡Muy bien!

Y, tras unos minutos de baile ondulante profundamente ridículos, empecé a sentirme muy cómodo con aquello. No con el baile en sí, el cual seguía sin entender del todo, sino con la presencia tranquilizadora y divertida que suponía mi vecina. Y la amplia expresión de felicidad que brillaba en el rostro infantil de Aura me hizo a mí, un crío serio, solitario y aburrido a ojos de la mayoría, devolverle la sonrisa hasta que me dolieron las mejillas y los brazos de mantenerlos en alto.

Antes de esto, tengo alguna imagen suelta suya. Un juego aparentemente aburrido con unas piedras de colores y que en algún punto entre la inconsciencia de un recién nacido y las memorias infantiles estaba ella, con una cajita preciosa azul cielo que aún descansaba en el fondo de mi armario. Pero yo no recuerdo nada de esto. Tan solo me lo contaron años después, así que no me corresponde a mí hablar de ello.

Durante la tierna infancia, Aura y yo nos veíamos en alguna que otra cena con nuestros padres y poco más, ya que no coincidimos en la escuela. Pero aún así, por cuestiones que van más allá de mi comprensión aún hoy en día, nos hicimos inseparables.

Mi vida en la escuela primaria se basaba en soportar mi deprimente existencia durante las clases, con la única compañía de mi único amigo de entonces. (Me arrepiento profundamente de haber perdido el contacto con él tras separarnos en el instituto, pero son cosas que pasan. Para mantener una relación de amistad tienes que cuidarla, llamar de vez en cuando, estar presente, y a mi nunca se me ha dado bien cuidar a las personas. Menos a la edad de once años.)

De crío, me pasaba las clases mirando por la ventana, con la cabeza en todas partes y en ninguna a la vez, y de alguna manera lograba sacar sobresalientes en todo (menos en educación física; el ragnarok de los empollones, donde te escogían el último en las actividades en grupo y dabas vergüenza ajena corriendo). Por suerte dada mi cerrada y extraña personalidad, nunca tuve experiencias relacionadas con el acoso escolar, pero la ignorancia más absoluta de mi persona a veces dolía igualmente. 

Pero solo un poco, hasta que alguien me hablaba y me daba cuenta de que era yo quien odiaba interactuar con los demás niños también. Me sentía tan ridículo e inseguro balbuceando sonidos inconexos al tratar de comunicarme con ellos que terminé por evitar todo contacto con gente de mi edad, sin contar a Paul (mi amigo de la escuela) y mi vecina y polo opuesto, abierta, dulce, risueña, soñadora. Porque, tal vez, como no soy capaz de recordar un momento en el que Aura no estuviese en mi vida, ni silencios incómodos, ni presentaciones innecesarias o conversaciones forzadas, con ella sí que me apetecía (y mucho) hablar. Las noches que nos veíamos eran las mejores de mi rutina, porque con Aura me divertía. Y no podía decir que eso me pasase a menudo al interactuar con gente de mi edad. También me sentía válido siendo yo mismo, hablándole de mis intereses y escuchando los suyos, no como con los demás niños, que algunas veces, con su inocente sinceridad infantil, me hacían sentir una criatura extraña que tal vez no debería existir.

Pero por aquel entonces nunca me había parado a pensar dos veces en ese sentimiento, ni tampoco en la inmensa sonrisa que se me plantaba en la cara siempre que oía su agudo tonillo de risa entrar por la puerta de casa.

Y no fue hasta que ambos cumplimos los diez que la simple sonrisa de mis labios empezó a venir acompañada de cientos de átomos revoloteantes fusionándose por mis entrañas.

La primera vez que los sentí fue cuando ella volvió de su viaje anual a España con sus madres, muy morena y con los ojos brillantes, y me enseñó una canción de allí que se había puesto de moda ese verano. Se tiró horas cantándola, y recuerdo pensar que me encantaba cómo sonaba el idioma en ella. Era fuerte y vivo, como la chica que saltaba por su habitación con un peine a modo de micrófono y se plantaba delante de mí a cantarme un estribillo que no tenía ni la más remota idea de lo que decía pero que de algún modo me hacía sonrojar. Recuerdo que, hacia el final de la canción, me guiñó un ojo antes de ponerse a bailar con más entusiasmo. 

Y yo, sentado en su cama tieso como un palo, la contemplaba como si fuera una perla y yo un pescador de ostras. (No será la analogía más romántica del mundo, lo sé, pero sí la que considero más verosímil. El romanticismo tampoco ha sido nunca mi punto fuerte. Al menos, no cuando lo intento. Las cursiladas siempre suelen salirme mejor de manera natural, algo improvisada.)

El caso es que fue en aquel momento exacto, con sus ojos clavados en los míos y su voz elevándose hacia el techo de la habitación en notas desafinadas pero seguras, que los átomos con alas de mariposa aparecieron por primera vez.

Y los muy cabrones no me abandonaron durante el resto de mi vida, por mucho que traté y traté de convencerme de lo contrario.

Pero, para nosotros, el verdadero punto de inflexión llegó en el instituto.

Ruth y Silvia habían decidido llevar a su pequeña a una escuela alternativa donde cuidaban plantas y tenían animales de granja, mientras que mis padres habían optado por algo bastante más tradicional para Lauren y para mí. Obviamente, eso fue antes de empezar a llevarse bien entre ambas familias, porque en la secundaria Aura y yo sí que coincidimos.

Recuerdo el día en que nos dijeron que íbamos a ir a la misma escuela secundaria, y por lo tanto podríamos hacer el trayecto en autobús hasta el centro también juntos.

Yo la miré de soslayo, porque ya entonces éramos tan diferentes que abrumaba. Aura siempre tenía una sonrisa plantada en la cara, los ojos brillantes de entusiasmo ante la más mínima cosa y las mejillas constantemente arreboladas. Su forma de mostrar afecto siempre ha sido el contacto físico directo, y por eso, en cuanto nuestras familias nos dieron la noticia, me pegó un abrazo de oso y me hizo saltar con ella por todo el salón.

Recuerdo que yo, sin embargo, tuve sentimientos encontrados al respecto. Mi vida con Aura era simple; nos veíamos de vez en cuando, ella me abrazaba, yo sonreía (nunca lo hacía tanto como cuando estaba con ella) y jugábamos a cualquier cosa, normalmente propuesta y dirigida por ella, sobre todo cuando no estábamos en mi habitación. Otras veces, sin embargo, yo le enseñaba un videojuego nuevo y ella me escuchaba fascinada y me pedía probarlo. Siempre era malísima y le ganaba en todas las partidas, pero ella solo pataleaba soltando carcajadas y me pedía otra ronda. A veces, también le ponía la música que me gustaba, y ella saltaba sobre mi cama hasta que su madre la regañaba y yo me aguantaba la risa ante su falsa expresión de culpabilidad.

Yo me sentía bien con Aura. Pero solo cuando estábamos ella y yo y nadie más. Ni siquiera las pocas veces en que Laurie, la otra persona con la que me sentía casi igual de agusto interactuando, se nos unía, me parecía igual de cómodo. (En aquellas edades, los pocos años de diferencias que nos llevamos mi hermana y yo se sentían como un abismo, por lo que ni nosotros la invitábamos a menudo ni ella quería unirse a nuestros juegos).

El caso es que pensar en tratar con Aura en un contexto como el del instituto me pareció de lo más extraño y nuevo.

Odiaba las cosas extrañas y nuevas.

Por eso y porque Aura siempre ha tenido una empatía impresionante para alguien de doce años, esa misma tarde, en mi habitación, se sentó en mi cama y me hizo un gesto para que me sentara a su lado. Yo lo hice.

—¿Qué te pasa? —me preguntó, ladeando la cabeza de esa manera tan suya que te hace pensar que puedes abrirle y entregarle tu corazón y que ella tan solo lo recogerá entre sus palmas y lo cuidará como un tesoro.

—Nada. —Y yo era idiota.

—Wil... —Me miró exasperada, porque hasta a una buena persona como Aura le sacaban de quicio mis negaciones contínuas. Fruncí los labios, porque a ella no me gustaba ocultarle nada, aunque tampoco tenía demasiadas cosas a ocultar.

—Me parece que será raro verte en el insti... No sé. —Me encogí de hombros restándole importancia. Y me sentí tonto. Me puse de pie de golpe e hice ademán de ir a encender la consola—. ¿Una partida? Tengo un nuevo juego de Spiderman que...

Ella me agarró el bajo de la camiseta y me plantó de nuevo en la cama.

—Quieto ahí. No he terminado. —Su expresión se tornó seria un segundo antes de volver a sonreír, esta vez de forma más dulce y recatada.

—Será un cambio, ¡pero puede ser genial! No tendremos que hacer el trayecto solos y podrás ayudarme con los deberes. —Se rio, porque aunque a mí se me daban mejor las ciencias, ella, sin duda alguna, era la reina de las letras. Yo tragué saliva, porque no me había referido a eso. Decidí explicárselo.

—No es eso... Es que yo soy... raro. Diferente. Con la gente, quiero decir. Soy diferente con la gente. Diferente a como soy yo. Contigo. Yo... —Suspiré, exasperado conmigo mismo y mis nulas habilidades comunicativas—. Da igual.

Aura se rio con suavidad y me apoyó la cabeza en un hombro de una manera casual e inocente para ella pero que me arreboló las mejillas y me aceleró el corazón. Tragué saliva.

—Eres guay. —me dijo, y no añadió más.

Lo hizo con toda su buena intención, pero solo consiguió que mi ansiedad creciese aún más respecto al inicio del curso siguiente.

A mí me importaba la opinión de Aura, y me encantaba que pensase que yo era guay. Sobre todo para ser una persona con un amigo contado en el colegio y pésimas habilidades sociales como yo. Sin embargo, no podía dejar de preguntarme si ella seguiría opinando lo mismo al ver cómo me comportaba en ese tipo de situaciones como podría ser el instituto y el mundo adolescente...

··········

Y tenía razón en preocuparme.

El primer día, Aura y yo nos sentamos juntos en el autobús y ella habló todo el trayecto, entusiasmada. Yo tenía ganas de vomitar de los nervios y me dolía la cabeza ante su no parar.

Al bajar del bus, se puso a hablar con un grupo de chicas que nunca supe de dónde habían salido (seguramente ella tan solo habló con las primeras personas que encontró, extasiada por conocer gente nueva) y empezó a saludar a todo el mundo aunque no los hubiese visto en la vida. 

Y yo me quedé atrás, en la acera, mirándola brillar como sabía que solo ella podía, aferrado a las asas de mi mochila de minecraft y deseando huir de allí antes de que la nube oscura de emociones que tan conocida me resultaba en un entorno lleno de gente como aquel me engullese por completo.

Pero no se puede huir del instituto, o al menos yo no puedo, así que caminé despacio, con la cabeza gacha y los labios apretados. Las gafas se me resbalaban por el puente de la nariz y el sudor me recorría la espalda. Me daba la impresión de que todos se fijaban en mí y me comparaban con el brillante haz de luz que acababa de bajar del autobús escolar.

La neurosis puede ser verdaderamente angustiosa. No era capaz de ver que la gente ni siquiera se había percatado de que Aura y yo nos conocíamos. 

Al menos, no todavía.

Al final del pasillo, ya dentro del edificio, Aura se giró un momento hacia mí. Y yo solo quise desaparecer, fundirme con las sucias baldosas grises del suelo, cuando me sonrió amplia e inocentemente.

Vino corriendo hacia mí, me apretó los brazos y exclamó:

—¿No es genial? ¡Todo el mundo es super majo!

Traté de devolverle la sonrisa, pero entonces la llamaron.

—Eh, Aura, ¿vienes?

Era una de las chicas con las que había hablado al llegar a la entrada del recinto. ¿En qué momento conocía ya su nombre? Aquello escapaba de mi escasa comprensión social de la preadolescencia.

—¡Voy! —Aura me apretó los brazos una última vez con una sonrisa y se marchó corriendo.

Pocas veces me he sentido tan pequeño y solo como esos primeros días de instituto en los que Aura empezaba a conocer a prácticamente todo el curso y me contaba maravillas de sus nuevas amistades en el trayecto de ida y vuelta en autobús. Y yo todavía no había compartido ni un "hola" con un compañero.

Eso fue hasta que, semanas después y por compasión del universo, un chico de pelo negro como el carbón, se sentó a mi lado en matemáticas y, cuando me vio dibujar un pequeño Spiderman en la mesa de madera desconchada del aula, me robó el boli y comentó:

—Eso no es así.

Cuando se puso a corregir el dibujo con trazos limpios y seguros, me sonrió y me devolvió el boli presentándose como Adam, pensé que el instituto no tenía por qué ser un lugar tan terrible.

Y, efectivamente, al principio no lo fue.

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Hola!! Primero de todo, feliz Navidad y feliz año nuevo!!! Ganitas de este 2024 con nuevas lecturas e historias yeyy.

Sé que dije que hasta el 15 no volvían las publicaciones, pero este capítulo como regalo de año nuevo me ha parecido apropiado :)). Ahora bien, empiezo exámenes la semana que viene, así que no aseguro cuando continuarán las actualizaciones :((
Iré informando!

Decidme que os ha parecido este capítulo. Las diferencias entre los protagonistas son más que notables... Vota y comenta si te ha gustado!

Muchas gracias! Un beso y hasta la próxima.

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