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5. Aura: Casa y... joder

Mamá y Ruth no callan ni un minuto a lo largo de las cuatro horas posteriores a mi llegada a Londres y a mi antigua casa; el edificio más colorido de la calle y el más bonito con diferencia.

Las escucho con una sonrisa mientras me cuentan las novedades de los últimos meses con detalle y me muestran los nuevos bonsáis y relojes de cuco de madera que Ruth ha construido en el último año.

No puedo evitar pensar en que ahora hace más tiempo que de costumbre que no las veo. Este verano no han ido a Barcelona, como siempre suelen hacer, por un motivo vago sobre no sé qué dolor de la pierna de Ruth. Sinceramente, no le di más vueltas al asunto entonces, dado que yo estaba muy ocupada con las firmas en las ferias de otras ciudades de España como Valencia y Málaga, y tenía algunas entrevistas pendientes.

La cuestión es que hace por lo menos medio año que no las veo, y es en este momento, mientras Ruth me habla de sus aventuras mundanas y mi madre sostiene mi mano entre las suyas, más pálidas y frías de lo que las recordaba, pero repletas de una ternura que solo las madres son capaces de profesar, que me prometo a mí misma que no quiero volver a estar tanto tiempo lejos de casa. Lejos de ellas. Porque ellas son mi hogar.

Joder, las había echado mucho de menos y, sin vergüenza alguna, se lo confieso. Porque nunca me ha costado reconocer lo que siento, siempre y cuando no sea una cuestión peligrosa del corazón.

Sin embargo, tras el reencuentro inicial, me percato de que mis pensamientos están bastante dispersos.

Nada más bajar del taxi, he echado un vistazo inconscientemente a la ventana de la casa de al lado, la ventana que sé perfectamente que da (o, mejor dicho, daba) a la habitación de Wil.

Soy consciente de que ya no vive ahí, pero no había podido evitar imaginármelo al otro lado de la pared, sentado frente a su ordenador decorado con pegatinas de refrescos y frunciéndole el ceño a la pantalla, como si la regañase por no hacer lo que él quería.

Muchas veces, cuando volvía tarde a casa de adolescente, me lo encontraba en esa misma situación... Y yo siempre lo saludaba efusivamente con la mano desde la calle, pero solo porque me encantaba ver cómo se le encendían las mejillas y me dedicaba una de sus pequeñas y escasas sonrisas sinceras, antes de cerrar las cortinas de su ventana como si quisiera dejarme fuera de ese pequeño mundo que era su cuarto para él. Yo siempre acababa entrando en casa con una sonrisa en los labios, pero tardé años en darme cuenta de que no era por la fiesta a la que seguramente acababa de asistir o por el chico con el que probablemente me había enrollado hacía unas horas, sino porque en el fondo era consciente de que, aunque él tratara de impedirlo, siempre habría un hueco para mí en el universo de Wil.

—¿Sabes a quién me he encontrado esta tarde? —me pregunta Ruth con una pequeña sonrisa de falsa inocencia pintada en los labios. Enarco una ceja.

—¿A quién?

—¡A Wilhelm! Ha venido esta tarde a casa de sus padres. Supongo que para ver a su hermana, también.

Dejando de lado mi shock inicial por el hecho de que Wil aún pueda estar en el edificio de al lado, me detengo un segundo en el final de su frase.

—¿Lauren está aquí? Creía que estaba en Cambridge.

La hermana pequeña de Wil y yo siempre nos hemos llevado muy bien. Creo que mis madres fueron el motivo principal por el cual no tuvo miedo de salir del armario ante su familia, y además nunca me ha guardado ningún rencor por todo lo sucedido con Wil tiempo atrás. Con ella sí que he compartido algún que otro mensaje estos últimos años.

Ruth hace un gesto con la mano para restarle importancia.

—Ha terminado los parciales y ha venido a pasar unos días. Se va dentro de nada, mañana o pasado, y supongo que volverá por Navidad.

Me apunto mentalmente que debo escribirle para vernos algún día de los que esté por aquí. Aunque tengo el mal presentimiento de que nuestras madres prepararán algún tipo de encuentro especial por Navidad, o tal vez incluso antes. Solo espero que me den el tiempo suficiente para prepararme mentalmente.

Pensar en esa especie de reencuentro entre ambas familias me lleva a recordar la otra cuestión... Wil no me ha contestado.

Como si me leyera la mente, Ruth continúa.

—Wil me dijo que aún no habíais concretado un día, pero que estábais en ello.

Abro la boca para hablar, la cierro, luego la vuelvo a abrir y me doy cuenta de que debo parecer un puto pez fuera del agua.

Mis madres, sentadas una a cada lado de mí en el sofá rojo chillón de nuestra sala de estar, me miran fijamente, esperando una reacción.

No sé por qué, pero me sabe mal confesar que Wil no me ha contestado. Me da la impresión de que sería una chivata, como una especie de traición. Ridículo, lo sé.

Por suerte, el zumbido de mi móvil al vibrar en mi regazo me libra de tener que mentirles a las dos personas que mejor me conocen en el mundo entero y que, en consecuencia, me pillan siempre a la primera.

Finjo una sonrisa y murmuro un "disculpad" mientras le echo un vistazo a la notificación.

Dejo de respirar, porque se trata de un correo de Wil y no ha podido ser más oportuno. Dice lo siguiente:

Estimada Aura:

Siento no haber contestado antes. Soy consciente de tu viaje a Londres y sí, me parece bien vernos en persona. Considero que será más cómodo para resolver cualquier duda que tengas con tu novela. ¿Qué te parece este lunes que viene? Si te va mejor otro día porque tienes otros planes o lo que sea, dímelo, y me puedo adaptar el horario.

Con cariño, Wilhelm Ashton.

Leo y releo el correo (sobre todo ese último "con cariño", sin dejar de preguntarme si será real o solo una estúpida formalidad entre conocidos) planteándome si no lo habrá escrito una persona totalmente diferente a la que redactó el primero que me envió Wil. Porque... ¿de dónde ha salido tanta amabilidad de repente? ¡Hasta está dispuesto a "adaptarse" cuando él se supone que trabaja y yo estoy "de vacaciones" (relativamente, aunque en teoría vengo a trabajar en mi novela)!

Por suerte, este correo me ha dado la salida perfecta para la conversación que estaba manteniendo antes con mis madres.

Les sonrío, esta vez de verdad, con el móvil pegado a mi pecho y las mejillas arreboladas.

—Hemos quedado el lunes.

··········

Son las cuatro del lunes siguiente y llego tarde a mi encuentro con Wil. 

Mira que lo intento, pero la puntualidad nunca ha sido mi fuerte. No soy de las que llega media hora tarde, pero sus cinco o diez minutos siempre me los llevo por delante. Mi excusa de hoy no es otra que el gentío habitual de Londres, que me impide avanzar a más de 1 km/h. Y puede que mi nerviosismo también contribuya ligeramente a no esforzarme demasiado por adelantar a los numerosos turistas que fotografían hasta el más simple de los edificios que encuentran a su paso.

Si llego tarde, al menos tendré un tema de conversación con el que empezar el que probablemente se convierta en el encuentro más incómodo de toda mi vida. 

Además, a lo largo del pasado primer día que he estado en Londres y en el que no he hecho otra cosa que pasear por el barrio con mamá y Ruth, mi cabeza se ha formado todo tipo de ideas preconcebidas basadas en los comentarios que Ruth iba soltando como quien no quiere la cosa bajo la mirada de ligero reproche de mi madre biológica. 

Me pregunto tantas cosas acerca de Wil... ¿Seguirá llevando el pelo por los hombros? ¿Se habrá cambiado las gafas de pasta azules y redondas que le daban un aspecto adorable en el instituto? ¿Le seguirán encantando los videojuegos y coleccionar figuritas de series de fantasía? ¿Todavía le gustarán esos grupos de rock ochentero que me hizo escuchar durante tanto tiempo en el pasado hasta el punto de que ahora tengo tres discos, dos pósteres y una camiseta en casa aparte de una playlist especial de ese género en Spotify? ¿Seguirá manteniendo contacto con sus amigos del instituto o tendrá nuevos? Pero, sobre todo...

¿Estará bien?

Cuando llego a la cafetería en la que hemos quedado, me paro un segundo en la puerta para mirar el interior. Es un local precioso, bastante céntrico pero en una calleja relativamente apartada. El portón y las paredes son de madera pulida, y en el interior brilla una chimenea falsa pero que le da un toque bastante acogedor al lugar. Las mesas son pequeñas, de mármol gris y con sillas metálicas claras con cojines de colores diversos. Está bastante lleno, pero no de un modo asfixiante, como a veces siento que están los locales de moda de la ciudad.

Considero que mi manera de vestir queda bastante bien con este sitio, y eso es algo que me gusta, que me hace sentir algo más segura.

Es elegante, aparentemente frío pero con un aura cálida y pequeños toques de color que le dan personalidad.

Aunque me he criado en un entorno que era de todo menos minimalista, yo he salido de él como una persona algo más recatada en ese sentido. Aunque lo cierto es que también depende mucho del día y de mi estado de ánimo. Hoy, por ejemplo, debo reconocer que voy vestida bastante a conciencia (y me niego a aceptar que tenga nada que ver con Wil). Llevo unos pantalones de pinza grises con una gabardina blanca, un gorro de lana también claro, guantes y un jersey negro a juego. Pero lo que destaca son mis pendientes, conformados por dos círculos entrelazados de un rojo chillón y un fucsia oscuro, que hacen juego con mi colgante hecho del mismo material y estructura. Siempre me han gustado los accesorios extravagantes.

Y ahí plantada frente a la puerta, con la nariz más roja que un reno por el frío y arrepintiéndome de no haberle añadido una bufanda de lana al outfit, observo de nuevo a Wil tras cinco años.

Y... joder.

Está sentado en una mesita del fondo del local, cerca de la falsa chimenea que hace a su vez de decoración y estufa, y está concentrado en el oscilante balanceo de las llamas tras la pantalla. Tiene la barbilla apoyada en la palma de su mano y el ceño ligeramente fruncido (seguramente por la preocupación de verme a mí en breves, aunque tampoco quiero ser narcisista. El chico puede tener otros problemas que no tengan nada que ver conmigo, por Dios). Y está... mayor.

Diferente.

Vamos a dejarlo ahí, porque me niego a indagar más en lo que sea que este reencuentro me esté provocando en las entrañas ahora mismo.

Tiene el pelo más corto, definitivamente, y no lleva gafas (supongo que llevará lentillas). Sus ojos verdes son más claros de lo que recordaba, pero parecen igual de inescrutables, aunque están enmarcados por las mismas pestañas largas y algo más oscuras que su pelo.

Tiene un aire melancólico pero sereno en este momento que me haría contemplarlo durante horas, fotografiarlo e incluso ponerme a escribir sobre el brillo de sus ojos bajo la tenue luz del fuego.

Sin embargo, como si notara mi mirada escrutadora sobre él, gira el rostro hacia mí.

Una máscara de fría indiferencia le cubre inmediatamente la expresión tras el primer fogonazo de sorpresa que le cruza la mirada.

Obligo a mis piernas a moverse y me acerco a él con una sonrisa tensa pintada en los labios. Wil se levanta con brusquedad y me detengo a pocos centímetros de él.

No tengo ni idea de cómo saludarlo... ¿Le doy la mano? ¿Los dos besos que han sido siempre costumbre en mi familia? ¿Un abrazo? ¿Me siento sin más?

Él parece estar tan perdido como yo, así que los primeros segundos tan solo estoy ahí de pie, plantada delante de él, mirándolo desde abajo (porque el muy cabrón también ha crecido de altura; ahora me saca una buena cabeza y media. Menos mal que llevo unas botas con un poco de tacón) y odiando la oleada de recuerdos que está amenazando con engullirme ahora mismo.

Y, a la que flaqueo un segundo bajo su intensa mirada, lo hace.

Me sumerjo en el pasado.

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Hola!!

Aquí el quinto capítulo... ¡qué fuerte! Votad y comentadme qué os ha parecido porfa :))

¿Sabremos ya la historia que comparten estos dos?

Un beso y gracias por leer!! Nos vemos el lunes que viene.

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