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4. Wil: Padres y promesas

Aparco en la puerta de la casa de mis padres y respiro hondo antes de bajar del coche.

Nuestra casa siempre ha sido la típica casita preciosa de tonos rojizos situada a las afueras de Londres, en un vecindario con todo de edificios exactamente iguales habitados por familias felices y normativas.

Todas salvo nuestras vecinas, claro, que además, como no paran quietas, la han remodelado entera. En lugar del clásico tejado oscuro y liso que comparten el resto de las viviendas, el suyo es de un tono fucsia chillón que puede incluso servir como faro para los taxis perdidos o como punto de encuentro para grupos de amigos que no se conozcan la zona, y su pared, que no se queda atrás, resalta de un tono amarillento que va variando de un naranja rojizo a un blanco reluciente dependiendo de lo que les apetezca a sus inquilinas en cada momento. Pero siempre tienen que ser colores alegres, según dicen, porque no hay nada más aburrido que los marrones y los grises.

El resto de casas del vecindario son marrones y grises, cómo no.

Caminando por el patio delantero de mi antigua casa, contemplo de reojo la peculiar y colorida construcción de al lado. Sin querer, se me dibuja una sonrisa en los labios. Mi familia adora a esas mujeres, pero yo hacía bastante que no pasaba por aquí. Veo a mis padres a menudo, claro, pero solemos quedar por el centro o en mi piso.

Cuando estoy a punto de subir las escaleritas que llevan a la puerta de entrada de mi antigua casa, una voz enérgica de mujer me llama. La reconozco al instante.

—¡Wil! —Ruth, una de las vecinas, me saluda con la mano desde el luminoso portal de al lado. Estaba escondida detrás de un seto y no la había visto. Tiene unas tijeras de podar en la mano y está recortando bonsáis en el patio delantero de su casa. Esa mujer no sabe estarse quieta, pero me resulta fascinante. Me apoyo en la barandilla que separa nuestros jardincitos delanteros y le dedico una sonrisa cauta.

—Buenas tardes, Ruth. ¿Qué tal todo?

—Déjate de formalidades y dame dos besos, chico, que hacía mucho que no te veía.

Se acerca con las manos en alto y me coge por las mejillas para plantarme un beso en cada una. Cómo se nota que su mujer no es inglesa... Aunque, por suerte, yo y mi familia ya estamos más que acostumbrados a este tipo de trato más cálido cuando se trata de ellas.

Ruth empieza a parlotear como siempre.

—Tus padres nos han contado que te va muy bien en la Universidad, y que te estás sacando el doctorado. —Asiento. La extroversión de Ruth siempre me ha abrumado un poco, pero le tengo cariño, igual que todos. Es una mujer imposible de odiar—. ¡Pues qué maravilla! Silvia ha salido a comprar, si estuviera aquí le diría que saliera a saludarte...

Entonces se corta a sí misma y me mira más fijamente con una pequeña sonrisa pícara, esa sonrisilla que pone a menudo antes de hacer una de las suyas. Cuadro los hombros ligeramente, porque creo que me imagino por dónde va a salirme esta vez.

—¿Y con Aura qué? —Efectivamente, lo he supuesto bien—. Nos dijo que había contactado contigo por correo. Sabes que viene de visita, ¿no? Estará aquí unos meses. Qué alegría que vayas a ayudarla con su novela. Está más perdida, la pobre...

Ella sigue hablando de Aura mientras yo trato de disimular la tensión que pesa sobre mis hombros con este tema.

Han pasado un par de días desde que me envió el mensaje en el que me comunicaba su viaje a Londres y sus intenciones de quedar conmigo, y todavía no le he contestado. La idea de verla cara a cara de nuevo, tras tantos años, haciendo algo tan mundano como tomar un café como dos ex-compañeros normales y corrientes...

Cuando abrí el correo, la cabeza había empezado a darme vueltas con todos los posibles escenarios en que podría desembocar esta situación, y ninguno era bueno. Así que había evitado contestar poniéndome excusas ridículas a mí mismo como que tenía que ir a comprarme unas zapatillas de estar por casa nuevas o que el pescado iba a ponerse malo si tardaba mucho en comérmelo.

Y ahora me siento fatal por no contestar y no sé cómo hacerlo tras tantos días (han pasado solo dos, lo sé, pero en mi cabeza han sido como mínimo diez).

Soy un desastre con las relaciones sociales. Por eso siempre he estado mejor solo. Me agobian, me hacen sentir inseguro y débil. Con ella nunca había sido así hasta... bueno, hace cinco años.

Entonces me doy cuenta de que Ruth me ha hecho una pregunta que no he escuchado y yo estoy pasmado como un idiota con la mirada perdida en sus preciosos bonsáis (no entiendo cómo ésta mujer tiene talento, tiempo y ganas para hacer tantas cosas diferentes).

—Perdona, ¿qué decías?

Ruth me dedica una sonrisa amable. Me conoce bien. Al fin y al cabo, vivimos al lado durante los primeros veinte años de mi vida.

—Te preguntaba si ya habíais concretado un día para veros. Se lo he preguntado a Aura, pero no me contesta. Estará sobrevolando Francia en estos momentos.

Le dedico una sonrisa tensa.

—No, aún no. Pero lo haremos pronto.

Hablamos unos minutos más y me despido con cordialidad antes de entrar en casa de mis padres. Noto la mirada curiosa de Ruth clavada en mi espalda. A saber lo que estará pensando la cabeza incansable de esa mujer acerca de esta situación...

Por fin, entro en casa de mis padres.

Mi madre me saluda desde la cocina, y me acerco para darle un beso en la mejilla.

—¿Qué hacías tanto rato con Ruth? —No me mira. Está concentrada en preparar la bandeja de una lubina al horno con base de patatas y pimientos verdes que tiene una pinta más que decente. Es un plato bastante agraciado en esta casa, aunque, sinceramente, no hay ninguna comida que prepare mi madre que no sea deliciosa. Bien es cierto que siempre he considerado que mis dotes culinarios son algo más sofisticados y agudos que los suyos, pero obviamente nunca le diré que lo pienso. La mataría el hecho de que el alumno haya superado a la maestra.

—Nada. Hacía tiempo que no nos veíamos. Me hablaba de lo de Aura. —Lo menciono de pasada, alejándome un paso y apoyándome en la encimera. Le robo una lámina de patata cocida y me la como. Ella me da un manotazo y me mira de soslayo un segundo.

—Cierto. Silvia me comentó que pasaría un tiempo aquí y que vosotros dos quedaríais.

Hago una mueca a su espalda, cuando no mira.

—Sí... supongo. Me ha pedido ayuda con una novela.

—Pues me alegro. Será como en los viejos tiempos. —Aunque lo dice de la manera más inocente posible, sus palabras se me clavan como agujas en el pecho. Cambio de tema.

—¿Y papá? A ésta hora normalmente ya ha vuelto, ¿no?

—Lo he enviado a por más pimientos. Los necesito para un sofrito.

Asiento.

—¿Y Laurie? —Lauren es mi hermana pequeña. O, mejor dicho, la ladrona para nada disimulada de mi coche unas tres veces por semana como mínimo cada vez que viene de visita. La quiero con locura, pero estoy deseando que vuelva a Cambridge la semana que viene. Odio profundamente coger el metro, y no me queda más remedio los días de entresemana si no tengo coche. Y si encima llueve como la última vez... no me hace ni puñetera gracia.

—Ni idea. Estará por ahí con su nueva chica. ¿Te dije que había roto con su ligue del mes pasado?

Pongo los ojos en blanco, porque Laurie es así. Nos ha presentado a más de 10 chicas solo el último año, y tiene 21.

—No, pero tampoco me sorprende.

Nos quedamos un momento en silencio y yo aprovecho para ponerme a su lado y ayudarla a cortar las verduras y salpimentar el pescado.

El silencio, en mi casa, es cotidiano. Mis padres siempre han sido bastante reservados con sus opiniones y sentimientos, y toda la inteligencia intelectual que han necesitado a lo largo de su vida para llegar ambos a ejercer como abogados de un bufete relativamente prestigioso es toda la emocional que les ha faltado con Lauren y conmigo. Por ejemplo, ninguno de ellos ha mencionado jamás ni una palabra de todo lo que sucedió hace cinco años con Aura. Estoy convencido de que no fue por falta de interés, si no por simple desconocimiento de cómo abordar el tema conmigo. Hay veces que no sé qué habría hecho sin mi hermana, la única persona un poco más cálida de los cuatro, porque me temo que yo soy más bien parecido a mis padres.

Lo más curioso de todo es cómo llegaron ellos a hacerse amigos de la extravagante y encantadora pareja que tenemos de vecinas.

Si no recuerdo mal, me contaron que todo empezó por una plaga de zorros pequeños. Se habían construido una pequeña madriguera entre ambas propiedades, y hubo una discusión acerca de quién debería pagar los gastos por su eliminación. En algún punto de esa situación, Silvia y mi madre congeniaron, así que terminaron pagando a medias y, tiempo después, celebrando las fiestas juntos. 

Es algo atípico, como mínimo, que unas personas tan diferentes acaben construyendo una relación tan estrecha, pero, como dice Silvia siempre que sale el tema, ¿no es eso lo bonito de la vida, al fin y al cabo?

Así que Aura lleva en mi vida desde que tengo memoria (o llevaba, porque tras lo que pasó y cinco años de cero contacto ya no estoy seguro de conocerla en absoluto). La veía en muchas comidas, cada mañana cuando iba al colegio y más tarde al instituto, la veía cuando quedaba con sus amigos y pasaban a recogerla, cuando salía de casa para ir de fiesta, cuando traía a algún chico a escondidas...

—Te quedas a cenar, ¿no? —la voz de mi madre interrumpe la espiral angustiosa en que se convierte mi cabeza cuando pienso en Aura más de un segundo, gracias al cielo. Me lo pienso un poco y no se me ocurre ningún motivo para no quedarme a comer pescado al horno.

—Sí, vale.

··········

Son las diez de la noche y no queda ni rastro de la lubina cuando Laurie llega a casa.

Estoy en mi antigua habitación, aún decorada como entonces, con posters de videojuegos y películas de lo más frikis. Tengo el ordenador encendido y estoy revisando un último informe de unos análisis del laboratorio cuando el huracán conocido como Lauren Asher abre de golpe la puerta del cuarto.

—¡Wil! —exclama y me abraza por el cuello para plantarme un sonoro beso en la coronilla.

—Hola. —saludo sin girarme. Mi hermana siempre me ha sabido leer mejor que nadie. Si la miro a los ojos, se dará cuenta de mi angustia y de que llevo un par de horas plantado en la enana silla de mi antigua habitación, esperándola, y encima me obligará a admitirlo.

Yo solo necesito hablar con ella, soltarle mis preocupaciones y que me de su visión práctica y socialmente aceptable que tanto me cuesta obtener de nuestros padres.

—¿Qué te pasa?

Genial. Ahora ni siquiera le hace falta verme la cara para calarme.

—Nada. —Hago una pausa y ella espera a que siga hablando. Tenemos esta dinámica más que dominada; Laurie siempre ha entendido mi dificultad para abrirme—. Aura quiere quedar conmigo. —murmuro, y me siento como si volviera a tener diecisiete años. Inseguro, poca cosa, ridículo, jodidamente aterrado. Odio reconocer esas emociones en mí de nuevo.

Lauren no dice nada. Luego me obliga a girarme en la silla y de repente la tengo cara a cara, sentada en mi antigua cama. Me contempla con sus profundos ojos verdes tan parecidos y a la vez tan distintos a los míos (los de Lauren brillan, tan cálidos, tan cercanos. Los míos son demasiado fríos. Siempre lo han sido).

—Primero de todo, apaga la maquinaria de aquí dentro, que te va a salir humo por las orejas. —Me da un golpecito en la frente y no puedo evitar sonreír un poco. Asiento y finjo concentrarme.

—Vale, ya está apagada. —Laurie ríe y me da una palmada en el muslo antes de acomodarse en frente de mí.

—Te voy a preguntar esto una sola vez, y quiero que seas completamente sincero conmigo, ¿de acuerdo, hermanito? —Vuelvo a asentir y ella enarca una ceja, para nada convencida. Al final desiste y habla—. ¿Aún sientes algo por ella?

—No. —Es demasiado rotundo, pero es la verdad. O al menos eso creo. La introspección y entender mis propios sentimientos nunca ha sido mi fuerte... Pero de lo que no dudo ni un ápice es de que me niego a volver a sentir algo así. Ni por ella ni por nadie. Sé bien a lo que condujo la última vez.

Lauren se me queda mirando un segundo de más y menea los brazos en el aire en un gesto exasperado.

—¿Entonces por qué le das tantas vueltas? Piensa en ello como un simple reencuentro entre ex-compañeros. Nada más.

—Pero... - titubeo. —¿Quedar ella y yo a solas? ¿Te parece buena idea?

—Da igual lo que a mi me parezca. Si crees que te sentirás incómodo, siempre puedes decírselo. Aura te aprecia y no es tonta. Lo entenderá perfectamente. —Abro la boca para hablar pero me interrumpe con una mirada afilada. La cierro y la dejo continuar—. Pero si crees que podría ser una oportunidad para reconciliarte con tu pasado, no con ella, sino contigo mismo, aprovéchala, idiota. Y, sinceramente, ¿quieres mi opinión personal? Queda con ella todas las veces que quiera. Os teníais mucho cariño, Wil, pienses lo que pienses tú acerca de lo que pasó. Es una pena que todo lo negativo aplaste para siempre lo maravillosa que era vuestra relación.

En este momento apenas proceso sus palabras. Me quedo en la superficie de ellas, en lo que se entiende en una primera escucha, y apenas indago en el significado real que pueden llegar a albergar sobre mi persona y mi percepción de lo que pasó y de mí mismo.

Por eso, solo pongo los ojos en blanco.

—Pero éramos unos críos entonces.

—Mejor me lo pones. ¡Ahora sois adultos! Y estoy convencida de que te mueres de curiosidad por verla, ¿o me equivoco?

Frunzo los labios, molesto de que me conozca tan bien. Al cabo de unos segundos en los que pienso en todo y en nada a la vez, suspiro y vuelvo a hablar.

—Vale, sí, le diré que me parece bien vernos.

Mi hermana sonríe ampliamente y me suelta una palmada amistosa en el hombro con un guiño antes de dirigirse a la puerta. La detengo.

—Laurie —Me mira—. Gracias.

Su sonrisa es dulce y sincera como pocas veces.

—Deja de preocuparte tanto, Wil. Si vuelves a caer, estaré ahí para volver a recogerte.

No añado nada más porque no hace falta y no soy bueno con las palabras.

En cuanto sale por la puerta me pregunto si ella se habrá enamorado alguna vez de verdad, a pesar de todas las chicas que han pasado y pasarán por su vida.

El ruido de un motor al encenderse hace que me gire para mirar por la ventana del cuarto.

Un taxi desaparece calle abajo y se me sube el corazón a la garganta cuando veo a la pasajera que acaba de dejar en la acera de enfrente.

Aura está arrastrando una enorme maleta de lunares por el camino del patio delantero de la casa de sus madres. Ríe con ganas cuando Silvia y Ruth salen corriendo al portal y la placan con un abrazo y cientos de besos antes de que suba las escaleritas siquiera.

Me la quedo mirando desde la intimidad de mi antigua habitación en penumbra. Está aún más guapa que en el instituto. Con el pelo oscuro más corto y algo ondulado, vestida como si fuese una escritora del siglo pasado, con ropas marrones y blancas y una gabardina larga. Tiene un aire de madurez que envuelve sus gestos y expresiones, pero la ilusión y el cariño que acompañaban cada una de sus acciones parece seguir intacto. También se la ve serena, pero con un pequeño rictus de preocupación en la comisura de los labios que no estaba ahí de más joven.

Y cuando mira fugazmente hacia mi ventana, dejo de respirar por un segundo. Seguramente no me haya visto. No tiene por qué saber ni que estoy aquí, pero aún así, volver a sentir esos ojos melosos sobre mí... Es tal la oleada de recuerdos y emociones contradictorias que me envuelve que cierro las cortinas con brusquedad y me masajeo las sienes con dos dedos, más que dispuesto a salir a hurtadillas a por mi coche y huir de este maldito barrio. Más bien de Reino Unido en general.

Vuelvo a pensar en mi hermana y en el amor. Respecto a mí, sí que me he enamorado. Una sola vez, en el instituto.

Y me niego rotundamente a volver a hacerlo.

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Hola!!

Aquí el capítulo 4. La cosa empieza a ponerse interesante... 

Decidme, ¿Qué os parecen los personajes?

¿Alguna idea acerca de su pasado?

Un beso y gracias por leer <33. Nos vemos el lunes 18/12

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