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35. Aura: placeres y agradecimientos

Wil me está besando como no me han besado en toda mi vida. Con una mezcla de ansia y cariño abrumadora, casi contradictoria.

Pero me derrite entera, por dentro y por fuera.

Lo abrazo con fuerza, lanzo el bolso a un lado y me aferro a él como si fuera un maldito salvavidas. 

El colchón es cómodo y amplio, cubierto por unas sábanas oscuras que le dan un toque de sobria elegancia y sobriedad a la habitación. En otro momento tal vez me hubiese fijado más en ellas e incluso me hubiese molestado en tomarles una foto para que me sirvieran de inspiración, pero ahora mismo apenas me percato en cómo las refinadas telas se arrugan bajo el peso de nuestros cuerpos caldeados.

Wil se tumba encima de mí, cubriéndome por completo con su cuerpo, y desliza las manos por mis piernas hasta levantarme el vestido y arremolinarlo en mi cintura. No separa los labios de los míos en ningún momento.

Suelto un jadeo ahogado cuando descansa un muslo entre mis piernas y hace una ligera presión con el cuerpo. Por un momento me pregunto si no se habrá informado un poco acerca de lo que vuelve locas a la mayoría de las chicas en estas situaciones. La idea me enternece y me excita a partes iguales.

Entre besos desesperados, le quito la chaqueta del traje y la lanzo a algún punto inconcreto del impoluto suelo de la habitación de hotel.

Entonces, en un esfuerzo sobrehumano, le planto una mano en el pecho con suavidad y lo detengo. 

Con la respiración acelerada, Wil se me queda mirando con esos preciosos ojos verdosos repletos de deseo. Trago saliva con fuerza.

—¿Estás seguro de esto? —le pregunto con delicadeza, a lo que él tan solo sonríe. Una sonrisa amplia y sincera como pocas habrá esbozado en su vida. Me agarra la barbilla con cariño y me da un beso suave, dulce, completamente diferente a los que compartíamos hace un momento.

Pero entonces se aparta con un gruñido de frustración.

—Pero no tengo condones —se queja, y yo ahogo una carcajada. Juego un poco con un mechón de pelo de su nuca.

—¿Qué pensarías si te dijera que hace días que llevo un par en la cartera por si acaso?

Wil se me queda mirando un segundo, anonadado, y rompe a reír.

—¿En serio?

Asiento y él se yergue un poco en la cama para dejarme suficiente espacio para salir de debajo de su cuerpo. 

Con piernas temblorosas y el deseo más que acumulado en las entrañas, recojo el bolso del suelo y saco mi cartera, blanca y pequeña. En un bolsillo interior, al lado de mi carnet de la biblioteca municipal de Barcelona, hay un par de condones que puse ahí el mismo día que Wil me dejó tocarlo por primera vez.

Saco uno y se lo enseño con una media sonrisa y las cejas enarcadas. Él trata de reprimir una risa sincera y se tapa los ojos con la mano como si le diera vergüenza.

—No me lo puedo creer... —murmura, y yo vuelvo a la cama para sentarme a su lado. Le quito las manos del rostro y lo miro a los ojos. Aún me cuesto un poco acostumbrarme a verlo con lentillas, pero está tan guapo como con gafas. Y sigue siendo mi Wil.

Sonrío.

—Me adoras.

—Eres idiota.

Y me besa.

Y a partir de entonces quedamos envueltos en una bruma de deseo y algo más, algo que flota entre nosotros, dentro y fuera de nuestros cuerpos, que guía todos y cada uno de nuestros movimientos y nuestras palabras.

Porque Wil y yo hablamos y reímos mucho durante esta primera vez completa. No es objetivamente perfecta, pero nada lo es, y yo no cambiaría ni medio segundo de ella.

La ropa desaparece casi por completo al cabo de unos minutos y me siento en su regazo. Él parece más emocionado que nervioso, y por la forma en que me mira sé que quiere esto tanto como yo.

Abro el condón y, como hace bastante tiempo que no mantengo relaciones sexuales y él no lo ha hecho nunca, nos cuesta unos cuantos intentos ponérselo.

—No parecía tan difícil cuando nos hicieron ponérselo a un pepino en el instituto —comenta cuando finalmente lo consigo, a lo que suelto una carcajada sincera. No me atrevo a comentarle que él es ligeramente más grande que un pepino.

Me inclino y, con una amplia sonrisa, lo beso.

Y a partir de ahí todo es historia. 

No tardo mucho en empezar a moverme encima de él, y Wil se tensa y se derrite bajo mi cuerpo. Me agarra con firmeza de las caderas y sus suaves gemidos contra mis labios me bajan por la espalda hasta arremolinarse en mi estómago en la forma de un orgasmo sorprendentemente rápido.

Justo entonces Wil sonríe un poco, nos da la vuelta en la cama con una suavidad que me encoge el corazón y se posiciona encima de mí.

Cuando empuja y empieza a moverse, le envuelvo la cintura con las piernas de manera inconsciente y lo abrazo con fuerza.

—Joder, Wil... —gimo, a lo que él responde con un beso tan intenso que estoy convencida que pretende evocar mucho, muchísimo más que simple lujuria.

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Me despierto envuelta en unas mantas de seda que no reconozco junto a un cuerpo cálido cuyo olor se me hace tan familiar como el oxígeno que respiro.

Tardo unos cuantos segundos en recordar dónde estoy y quién me acompaña, y cuando lo hago se me extiende una sonrisita tonta pero inevitable por los labios. 

No me muevo, porque sé que Wil sigue dormido. Lo noto en sus suaves resoplidos y el ligero movimiento de su pecho al respirar.

Tiene un brazo envuelto con delicadeza entorno a mi cintura y me mantiene pegada a su cuerpo. Levanto los ojos y me topo con su tranquilo rostro dormido.

Levanto un brazo y le aparto un mechón de la frente, recordando cada minuto de anoche. Su expresión de placer, el ligero rubor en sus mejillas y el deseo resplandeciendo detrás de esos ojos hace poco tan inescrutables.

Lo contemplo fijamente un momento. 

Las pestañas, los labios, la nariz ligeramente torcida, las pequeñas, diminutas pequitas que le recubren el puente de la nariz. ¿Cómo pudo ser considerado nunca alguien poco atractivo? 

Aunque bien es cierto que la actitud toma un papel de gran importancia en la percepción del físico de una persona. Wil es guapo, pero en el instituto, con su rostro serio, sus gafas de pasta enormes y su pelo inusualmente largo, pasaba completamente desapercibido. Pero nunca para mí, por mucho que tardase en darme cuenta de que lo veía como algo más que a un amigo. Aunque también cabe la opción de que esté ligeramente sesgada al respecto; lo aprecio demasiado como para no encontrarlo atractivo.

Y ahora... ¿ahora qué? ¿Somos amigos?

No me permito siquiera empezar a reflexionar sobre eso porque justo entonces Wil se remueve a mi lado y abre los ojos.

—Buenos días, marmotilla —digo en voz muy baja, a lo que él sonríe un poco, aún medio dormido, y esconde el rostro en mi pelo, abrazándome con fuerza.

—¿Qué hora es? —murmura con la voz ronca por el sueño. Un diminuto nudo de deseo se me coloca entre las piernas.

—Ni idea.

—Mmh. Creo que voy a darme una ducha.

Me separo un poco para mirarlo y le peino un par de mechones rebeldes. Ya le está empezando a crecer un poco más el pelo en comparación a hace un par de meses, en septiembre, cuando nos reencontramos. 

Parece que hubiesen pasado años desde entonces. 

Parece que nunca nos hubiésemos distanciado y a la vez que fuésemos dos completos desconocidos, que nuestro pasado hubiese tenido lugar en otra vida.

—Aún nos queda un condón. ¿Quieres que te acompañe? —inquiero con una media sonrisa insinuante. Wil ríe un poco y se encoge de un hombro, pero luego se queda mirando al techo.

—¿No es peligroso hacerlo en la ducha? —pregunta, y parece genuinamente preocupado. Suelto una carcajada y le doy un par de besos en la mandíbula.

—No tiene por qué. Puedo enseñarte cómo.

Percibo una curiosidad científica en su mirada que me hace muchísima gracia y me enternece un poco. Me levanto de la cama, completamente desnuda, y agarro el segundo condón de mi cartera.

—Vamos, anda. —Le tiendo una mano a Wil, quien escudriña mi cuerpo con algo extremadamente parecido a la adoración antes de entrelazar su mano con la mía y dejar que lo arrastre al baño de la habitación de hotel.

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Cuando bajamos por el ascensor hasta la cafetería común del hotel donde Adam y Theodora le dijeron ayer a Wil que irían a tomar un café por la mañana, el cuerpo todavía me vibra con las caricias que hemos compartido hace apenas veinte minutos en la habitación.

Wil ha descubierto rápidamente que tener sexo en la ducha no supone ningún peligro para la salud si lo haces en las posturas correctas. Y me ha costado muy poco demostrárselo.

Y Wil... joder, Wil aprende rápido. Creo que he bendecido la maravillosa memoria de su brillante cerebro de empollón una treintena de veces como mínimo en las últimas horas.

Le dedico una rápida mirada de soslayo y sonrío ligeramente al verlo tan relajado. Creo que no había tenido este aspecto en toda su vida. La tensión persistente sobre sus hombros parece haberse esfumado y el ligero ceño fruncido de preocupación que casi siempre le decora la frente ha desaparecido como si nunca hubiese estado ahí.

Tenemos las manos entrelazadas y hay algo profundamente íntimo en ese gesto aparentemente tan simple. Pero a la vez resulta tan cómodo y natural como los pasos que damos con nuestros pies al avanzar pasillo abajo.

—¿Crees que Adam se habrá despertado junto a Josh o no fue nada más que sexo rápido y borracho? —le pregunto a Wil en voz baja cuando nos acercamos a la mesa de sus amigos y vemos que están los dos solos frente a unas tacitas blancas de café.

Fue una sorpresa extremadamente divertida descubrir al que era uno de los deportistas más populares del instituto  liarse con ganas con uno de los antiguos amigos frikis de Wil. Algo totalmente impensable hace unos años. Es curioso como poco, aunque a mí me parece esperanzador; no deja de ser una prueba más de lo ridículos que resultan los roles sociales del instituto.

Wil esboza una media sonrisa y contesta, con los ojos clavados en su amigo:

—Creo que Adam se ha escabullido de la cama antes de que Josh se despertase.

Me río, porque esa situación encajaría perfectamente con las personalidades que han perfilado los dos chicos a lo largo de estos últimos cinco años y que apenas empezamos a descubrir anoche.

Justo entonces, Theodora nos ve y nos saluda con la mano y una amplia sonrisa. Nos sentamos a la mesa.

—Buenos días, dormilones —nos saluda Adam, esbozando una sonrisita insinuante. Wil aparta la mirada y se sonroja ligeramente, y es muy probable que con esa reacción tan adorablemente natural nos haya delatado. 

Sin embargo, me encanta descubrir que me importa una mierda. Por mí como si colgamos una pancarta en medio del hall del hotel donde ponga escrito, en letra enorme y cursi: "Wilhelm Ashton y Aura Sanders-Vila han tenido sexo impresionante y han gastado los dos condones que ella compró para ambos". Y tal vez incluso añadiría que tengo la intención de comprar tres cajas enteras más y gastarlas antes de año nuevo.

—¿Qué tal has dormido tú, Adam? ¿Y Josh? —Descanso la barbilla en la palma de la mano y le dedico una mirada sugerente de manera deliberada. Los ojos oscuros de Adam relucen un momento a causa de la sorpresa, pero luego ríe.

—Como como dos bebés. He de decir que no me esperaba que fuera pasivo en la cama, pero ha sido una grata sorpresa.

Wil se tapa el rostro con una mano para esconder una sonrisa y yo suelto una risita.

—Vaya —es todo lo que comento. Luego me vuelvo hacia Theodora, que nos contempla a los tres con los ojos muy abiertos—. ¿Qué tal has dormido tú?

—Mal, porque por lo que veo soy la única que no ha tenido sexo en este maldito hotel.

—¿Podemos cambiar de tema, por favor? —interviene Wil

Sonrío un poco ante su mueca ligeramente avergonzada y algo desesperada, pero como sé que en parte lo dice en serio, le hago caso.

La intimidad física, por mucho que sea algo que él y yo compartamos a menudo últimamente, nunca ha sido ni será algo primordial ni completamente natural para él. Ni en sus relaciones ni cara al exterior. 

Pero esto es algo que él probablemente todavía no haya entendido ni aceptado acerca de sí mismo. Porque el sexo domina una gran parte de nuestra sociedad; el ocio, el dinero, el tiempo libre. Y, ahora mismo, Wil parece estar intentando todo lo posible encajar en este mundo dominado por las relaciones físicas entre personas y librarse de esa etiqueta de "bicho raro" que tanto daño le ha hecho en el pasado.

Saber todo eso de él, no obstante, hace que a veces me pregunte si de verdad quiere tener esta intimidad física conmigo o solo lo está haciendo porque cree que debe hacerlo... 

Sin embargo, soy demasiado cobarde para preguntárselo y arriesgarme a que lo que sea que tengamos acabe.

En algunos aspectos, creo que entiendo y conozco a Wil mejor de lo que se entiende él a sí mismo. Pero en otros, sigue siendo un total misterio para mí.

Y esa dualidad es tan adictiva como la más potente de las drogas.

Me quedo pensando en eso mientras Wil, Adam y Theodora hablan de retomar el contacto y comprueban que sus números de teléfono siguen siendo los mismos.

Justo entonces, Wil comparte una mirada conmigo, y la genuina y agradecida ilusión que veo en sus preciosos ojos verdes me derrite el corazón. 

Me está dando las gracias por haber insistido tanto en que viniera a la cena.

Le guiño un ojo.

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Esa tarde, me siento frente al ordenador con una sonrisa y me propongo terminar de revisar diez capítulos de mi novela como mínimo.

Con todo lo que está pasando, estoy empezando a perder de vista el objetivo principal que me llevó a hacer este viaje de vuelta a casa en primer lugar; terminar un borrador del que esté relativamente orgullosa.

De momento, creo que la novela va bastante bien.

Coloco el cursor en el capítulo diez y empiezo a leer. 

Hago pequeños ajustes aquí y allá; una coma, un acento, un adjetivo, algún que otro sinónimo. Con cada relectura, le voy tomando más cariño a mis personajes. Hay un par de parejas protagonistas y un personaje secundario al que voy dando más importancia a medida que avanza la historia. Es un personaje fascinante, complejo e inteligente...

Al cabo de un par de horas, con los ojos enrojecidos tras fijarlos tanto tiempo en la pantalla blanca repleta de letras, encuentro una incongruencia.

Hay un punto de la novela en el que los protagonistas descubren una cueva en lo alto de una montaña de nuestro planeta en la que habitan unos extraños seres azules. En un párrafo de ese capítulo, hago referencia al hecho de que esos seres respiran captando vapor de agua de la atmósfera, pero un poco más adelante explico su mecanismo de transformación del nitrógeno atmosférico en energía reutilizable para hacer pequeñas explosiones gaseosas.

Obviamente, yo no tengo ni la más remota idea de química y todo esto está basado en los elementos que me explicó Wil que componían la atmósfera terrestre.

Reviso el documento que contiene toda la información obtenida de Wil, escrita de manera desordenada y confusa, y no consigo sacar nada en claro.

Miro la hora en el ordenador y veo que son las diez de la noche. Me pregunto si Wil no estará metido ya en la cama (como diría mi madre; estos ingleses y sus horarios de niño pequeño...). Sin embargo, me digo que no pierdo nada por intentarlo.

Por eso, cojo el móvil, entro en su contacto y no dudo en llamarlo.

Sonrío cuando oigo su voz al otro lado de la línea; puede que también estuviese buscando una excusa para volver a hablar con él.

..........

Hola!

Ya avisé que mis escenas subidas de tono no serían innecesariament explícitas, pero me parece que así están perfectas. Me parece más dulce y acorde con los personajes. ¿Opiniones?

Vota y comenta si te ha gustado!

Un beso y gracias por leer!

P.D. FELIZ NAVIDAD Y FELIZ AÑO NUEVO <3

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