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34. Wil: cerrar puertas y rendiciones

La noche estaba yendo bien. Me sentía sorprendentemente agusto, más de lo que jamás habría imaginado. Reencontrarme con Adam y Theodora ha sido... fácil. Muchísimo más de lo que creía. 

Eso me hace reflexionar acerca de cómo a veces las cosas son en realidad mucho más sencillas de lo que parecen, y cómo somos nosotros los que, a veces, con nuestras ideas compulsivas y retorcidas, las hacemos complejas.

Me alegraba volver a tener a Adam a mi derecha y a Aura a mi izquierda. Me sigue pareciendo tan natural como respirar.

Pero entonces Kiko ha tenido que abrir la puta boca.

La tensión me agarrota los músculos mientras el ambiente del comedor se aligera poco a poco de nuevo y las conversaciones a nuestro alrededor se retoman, inocente y casuales. 

La mano de Aura entrelazada con la mía es un ancla a la que me aferro para evitar que la marea de recuerdos me ahogue. Debo recordarme que ahora todo es diferente. Ella se ha sentado a mi lado sin titubear, ha mostrado abiertamente su interés y cariño por mí, tanto ante mis amigos como a todos los demás. Estamos en un momento de nuestras vidas que nada se parece a la época del instituto. Todos, de una manera u otra, somos personas diferentes a los que éramos entonces. 

Por eso, me niego rotundamente a que Kiko vuelva a hundirme como lo hizo.

Así que aligero el firme agarre de mis dedos sobre los de Aura y le acaricio el dorso de la mano con suavidad con el pulgar. Ella desliza los ojos hacia mí con una cucharada de pastel a medio camino de su boca y yo tan solo sonrío un poco.

—¿Estás bien? —me pregunta en voz muy baja, inclinándose hacia mí tras devolver la cuchara al plato. El embriagador aroma de su colonia de vainilla me envuelve el corazón y me atenua los pensamientos. Asiento.

—Sí. Gracias —contesto en el mismo tono, y por primera vez en toda mi vida, creo que es verdad.

..........

La noche transcurre con normalidad y, tras la cena, nos trasladamos a un salón privado iluminado con luces azuladas atenuadas y decorado con una pequeña bola de discoteca que le otorga brillos plateados al lugar desde un rincón y un equipo a de karaoke en el centro de una pequeña tarima. 

Los cócteles empiezan a pasar de mano en mano gracias al servicio de habitaciones del hotel y a medida que los invitados van emborrachándose, las voces que resuenan por los altavoces a través de los micrófonos del karaoke son cada vez más numerosas, estridentes y aletargadas. Por algún motivo, lo encuentro relativamente divertido, aunque para sorpresa de absolutamente nadie no subo al improvisado escenario en ningún momento de la velada.

A diferencia de otros, yo no he bebido demasiado. A mi lado, Theodora se ríe mientras un Adam profundamente borracho y una Aura ligeramente achispada hacen un dueto espantoso de una canción de Lady Gaga.

Aura me señala de forma dramática en el estribillo como si me dedicara la canción y yo pongo los ojos en blanco con una sonrisita. Me tapo el rostro con una mano y finjo avergonzarme. Sin embargo, cuando al terminar se acerca de nuevo a donde Theodora y yo estamos sentados y se deja caer en el sofá a mi lado, descansando las piernas sobre las mías, la envuelvo con un brazo sin querer ni poder evitarlo.

—No hay nada en el mundo que pueda hacer para convencerte de que salgas ahí a cantar conmigo, ¿verdad? —inquiere con un mohín entre ridículo y adorable, apoyada al completo contra mi cuerpo. Yo me río.

—Me temo que no.

Y eso que Aura me ha visto cantar alguna que otra vez, sobre todo de pequeños. Pero aquí, con toda esta gente... No. Estaría totalmente fuera de mi zona de confort. No pienso hacerlo. Puede que últimamente me esté dejando llevar un poco más, pero tengo mis límites bastante claros.

Aura se ríe y toma un sorbito de su cóctel de piña y limón con ginebra.

Mientras tanto, Ashley y Josh suben al escenario a entonar una antigua canción de Britney Spears. Josh lo da todo y, a mi derecha, Adam ríe a carcajadas. Me planta la mano en un hombro y dice, en voz alta para hacerse oír por encima de la música:

—Ese tío hetero hetero te digo yo que no es. Mi radar no me falla.

Aura se echa a reír y yo sonrío, divertido, contemplando a la antigua proeza del fútbol y la popularidad desplazarse por el escenario como si fuera suyo entre vítores de sus antiguos colegas.

Cuántas cosas han cambiado... Y cuántas otras han seguido igual.

Miro a Aura de soslayo un segundo antes de fijarme en cómo Adam sube al escenario para cantar con Josh, quien lo abraza por los hombros y comparte el micrófono con él. Escondo una sonrisa tras la palma de mi mano.

Es entonces cuando me fijo en que Kiko ha salido a la gran terraza que hay a un lado de la sala privada para fumarse un cigarro. Me lo quedo mirando un momento antes de contemplar mi alrededor. 

Sé que ahora mismo estoy bien, no me siento abrumado, pero hay algo... una especie de espina...

—Ve a hablar con él —me dice Aura como si me leyera los pensamientos antes de apartarse de mí lo suficiente para que pueda levantarme del sofá. 

Aprieto los labios en una línea fina, pero asiento un momento antes de incorporarme y seguirlo al exterior.

El frío me cala al momento al colarse por debajo de mi camisa, que llevaba arremangada por culpa del calor del interior, y reprimo un escalofrío. La noche es oscura y fresca, como la gran mayoría de las noches londinenses, pero por lo menos no llueve. 

Las luces de la ciudad, el ruido del tráfico incluso en estas horas de la noche, es suficiente para mantener un ambiente vivo y colorido en la terraza del hotel. Hay un par de ex-alumnos compartiendo un cigarro en una esquina de la misma, pero aparte de ellos estamos solos. 

Me acerco a Kiko y me apoyo en la barandilla a su lado.

Miro hacia la carretera. unos cuantos metros más abajo. Nunca he tenido vértigo, las alturas me provocan una sensación muy parecida a la que me produce contemplar el vasto cielo nocturno; me calman, me dan perspectiva.

Kiko le da una calada a su cigarro y suelta el humo. Supongo que se habrá percatado de mi presencia, pero no hace ademán alguno de reconocerla.

Suspiro.

En el fondo, solo tengo una pregunta que hacerle. Una última cuestión que resolver antes de poder pasar página por completo de toda esta historia, la que tantas noches en vela me ha perseguido.

—¿Por qué? —le pregunto en voz baja, contemplando cómo un taxi recoge a una mujer con un bebé cinco pisos más abajo. 

Kiko no dice nada al principio e incluso llego a pensar que no va a responder. Hasta que lo hace.

—Tú eras como yo. Feo y empollón. Pero por algún motivo ella te prestaba atención —su voz es ronca y tan repleta de resentimiento que me sorprende.

Kiko estaba enamorado de Aura. Y me tenía envidia porque sabía lo cercana que era nuestra relación. Lo cercana que sigue siendo, incluso a pesar de sus burdos intentos por distanciarnos. Supongo que por eso ha hecho ese comentario antes en la cena.

Siento que el corazón se me encoge de incredulidad por el que una vez consideré un amigo.

—¿Envidia? Tú me conocías. ¿Hiciste aquello, sabiendo lo mucho que me dolería, por simple envidia? —murmuro, más para mí que para él. Kiko no dice nada, tan solo le pega otra calada al cigarro, y eso es respuesta suficiente.

Tal vez debería estar cabreado, pero lo único que siento es tristeza. Una profunda y sincera tristeza como pocas veces me he permitido sentir.

Por fin, tras tanto tiempo de dudas y vergüenza, entiendo que el problema de lo que pasó nunca estuvo en mí, sino en él. Y me da lástima. 

No necesitó un gran motivo para hacerme daño; tan solo el de odiarse a sí mismo.

—Espero que encuentres la paz contigo mismo algún día. Y que nadie más salga herido por el camino —Es todo lo que le digo antes de dar media vuelta para volver a entrar al salón privado en el que la intensidad de la fiesta ahí montada pronto va a empezar a decaer. No tengo nada más que discutir con este chico. Tan solo quiero volver con las personas que sé que de verdad me aprecian.

Y a medida que me alejo de Kiko y de la terraza, un paso y luego otro, mis zapatos elegantes resonando sobre las baldosas granates del suelo del hotel, una pequeña sonrisa se me forma en los labios.

Ya está, me digo a mí mismo.

Ya está.

..........

Cuando vuelvo con mis amigos, repantingados en el sofá y riendo de un par de ex-compañeros que están haciendo un striptease al son de una canción de Rihanna, Aura me sonríe con delicadeza. Me hace un hueco a su lado y yo me acomodo sobre los cojines. Ella me escudriña el rostro y percibo su preocupación. Dejo caer la cabeza en el respaldo del sofá y la inclino hacia ella. 

Le dedico una sonrisa pequeña, perezosa, pero profundamente sincera.

—¿Sabías que Kiko estaba enamorado de ti? —le digo, y ella frunce los labios y suspira.

—Me lo había imaginado —murmura antes de juguetear con un mechón de mi pelo—. Menudo capullo.

Sin poder evitarlo, le dejo un beso casto en la coronilla. Ella se sobresalta un poco, pero enseguida su expresión se torna de sorprendida a profundamente dulce. Me abraza con fuerza.

Ignoro las miradas deliberadas de Theodora y Adam desde el otro lado del sofá.

Justo entonces, Kiko sale de la terraza y se dirige a la salida del hotel sin despedirse de nadie, completamente solo. 

Nuestros ojos cruzan una mirada, pero él la desliza un momento hacia Aura, acurrucada en mis brazos, antes de apartarla, casi como si estuviera avergonzado. 

Se marcha del lugar, de mi vida y de mis pensamientos sin mirar atrás.

..........

La noche avanza y yo empiezo a hablar con algunos compañeros a parte de Adam, Theodora y Aura. Tal vez sea porque la mayoría van medio borrachos, pero son encantadores conmigo. Me comentan que admiraban mi inteligencia, que sabían que llegaría lejos, que estoy muy guapo... mis sonrisas educadas son más sinceras de lo que me esperaba.

Algunos ni siquiera me recuerdan, lo que me parece maravillosamente bien. Hablar con ellos es como conocer a alguien nuevo, por lo que estoy más cómodo que con aquellos que sí saben quien soy, por paradójico que pueda parecer.

Aura no se aleja demasiado de mí en toda noche. Revolotea a mi alrededor como una polilla ante un farolillo, probablemente tratando de asegurarse de que no necesita rescatarme de ninguna situación incómoda para mí. Trato de hacerle entender que estoy bien, pero es inútil. 

De vez en cuando, compartimos alguna mirada, alguna sonrisa, algún que otro comentario cómplice en voz muy baja.

Hasta que, en un momento dado, ella se acerca y entrelaza el brazo con el mío mientras comento con una compañera la delicada salud de nuestro antiguo profesor de historia, a quien, por lo visto, han diagnosticado recientemente de leucemia. Esa revelación vuelve a hacerme reflexionar sobre la innegable velocidad del paso del tiempo. Además, la cuestión del cáncer es bastante delicada para mí ahora mismo, así que agradezco la interrupción que la presencia de Aura supone. 

Me disculpo con la chica cuyo nombre creo que empezaba por la letra U pero que no soy capaz de recordar bien y me dejo arrastrar por Aura.

La fiesta finalmente ha bajado de intensidad, el karaoke hace ya unos veinte minutos que está apagado y el servicio de habitaciones está empezando a recoger los vasos de cristal tirados por las mesas. Los borrachos dormitan en esquinas, muchos han vuelto a su casa y otros tantos han ido a buscar alguna habitación libre de nuestra planta del hotel. 

Por lo visto, Pauline ha alquilado todo el puñetero quinto piso del edifico para que nos podamos quedar a dormir aquí, y no solo los salones de fiesta. Hay mucha gente que ha viajado desde pueblos de las afueras de Londres o incluso más allá, por lo que disponer de un sitio donde descansar y pasar la resaca antes de volver a su hogar es una comodidad a agradecer. 

Además, el reencuentro ha supuesto la oportunidad perfecta para retomar viejos amores o descubrir nuevos, y muchas de las camas es probable que ya estén ocupadas y compartidas.

De hecho, hace tiempo que no veo a Adam por el salón principal, así que es muy probable que se haya escabullido con alguien.

Aura, como si me leyera los pensamientos, comenta:

—¿Con quién crees que se habrá ido tu amigo? Kyle no le quitaba los ojos de encima, y tampoco lo veo por aquí. —Mira a su alrededor. Yo sonrío un poco y niego con la cabeza.

—No está con Kyle. Se ha marchado hace un rato.

Justo entonces, nos cruzamos con Theodora. Ella había estado hablando con un grupo de chicas con las que coincidió en la extraescolar de teatro durante los primeros años del instituto.

—Chicos, voy a buscar una habitación libre y a descansar un rato. Tengo un par de horas de coche por la mañana para volver a casa y no quiero dormirme en la carretera —comenta, y le da un rápido abrazo a Aura de despedida. A mí se me queda mirando un segundo antes de abrazarme con fuerza. Aura me suelta el brazo para que yo pueda devolvérselo con comodidad.

—Te hemos echado muchísimo de menos, Wil —me dice mi antigua amiga en voz baja, y yo la abrazo un poco más fuerte antes de que se separe para dirigirse a las habitaciones.

—Buena suerte encontrando una libre —bromeo a su espalda, y ella me dedica una mirada exasperada por encima del hombro.

Entonces vuelvo a centrarme en Aura. Tiene esos preciosos ojos melosos y dulces clavados en mí.

—¿Qué tal? —me pregunta en voz baja, y sé que no es una pregunta casual. 

Por eso, la guío hacia la terraza y nos acomodamos en el suelo. A esta hora de la noche, está completamente vacía. El frío nos cala hasta los huesos y Aura, con su precioso vestido verde cibroiéndola hasta los tobillos, se acurruca a mi lado entre escalofríos. La abrazo con suavidad y pienso en una respuesta sincera para su pregunta.

—Yo... creo que bien —decido contestar. Bajo el rostro hacia el suyo. Me está contemplando atentamente, decidiendo si estoy siendo honesto o si, por el contrario, tengo todos los muros alrededor de mi corazón levantados de nuevo. Le sonrío un poco y trato de, por una vez en mi vida, ser totalmente transparente con los que siento del mismo modo que lo es ella—. Supongo que debería darte las gracias por haber insistido tanto en que viniera a la cena.

Mi voz es extremadamente suave cuando hablo, tal vez incluso desprenda más dulzura de la que pretendía. 

La sonrisa que me dedica Aura entonces es tan preciosa como genuina.

—Bueno, convencerte no fue demasiado difícil. —Me contempla con una sonrisilla y su tono rebosa picardía. Me ruborizo ligeramente cuando recuerdo que accedí prácticamente al momento después de que me lo preguntara tras ciertas... actividades.

—Cállate —murmuro, y ella suelta una carcajada.

Me gira el rostro hacia el suyo y sus labios atrapan los míos en un beso sorprendentemente apasionado. Llevamos toda la noche revoloteando alrededor del otro, sin más intimidad que pequeños abrazos y caricias, pero comiéndonos con los ojos.

Sonrío contra sus labios y le devuelvo el beso con ardor, acunándole el rostro entre las manos con una suavidad contradictoria. Su olor atenuado a colonia de vainilla me envuelve los sentidos y deslizo la lengua contra la suya. Aura me enreda los dedos en el pelo y tira un poco, lo justo para provocarme una oleada de calor que me atraviesa las entrañas y se acumula más abajo.

Le deslizo las manos por la espalda y la atraigo un poco más hacia mí.

El frío del exterior desaparece por completo de mis huesos, relegado a un segundo plano. Me inclino ligeramente hacia ella para profundizar el beso y Aura jadea contra mi boca. Me trago el sonido y disfruto de la sensación de la tela de su vestido verde contra mis palmas.

Deseo arrancárselo.

Ese pensamiento me sobresalta. No suelo pensar así de nadie ni mostrar un deseo tan crudo. Pero ella, su cuerpo y sus besos, esos preliminares a la intimidad completa de los que ya hemos gozado varias veces los últimos días pero de los que nunca hemos pasado...

Por primera vez, soy consciente de que lo quiero todo. Al completo.

Deslizo los labios por su barbilla y beso la piel suave de su cuello con una suavidad ligeramente contradictoria al deseo que me invade todos y cada uno de mis pensamientos. Aura suspira, acariciándome el pelo. Deslizo los labios por su mentón hasta besarle el lóbulo de la oreja en un gesto que pretende ser juguetón. El escalofrío que le recorre el cuerpo me demuestra que ha cumplido su objetivo.

—Tal vez deberíamos buscar una habitación... —No reconozco mi propia voz. Ronca, necesitada. Más desesperada de lo que nunca la había oído. Aura se queda quieta y me aparta con suavidad, lo justo para mirarme a los ojos. Los suyos están tan opacados por el deseo como los míos. Quiere comprender mis intenciones del todo.

—Para... ¿dormir?

No puedo evitar la pequeña carcajada que me brota de los labios.

—No. —Sueno más decidido que en toda mi vida. Porque lo estoy. Porque el pasado es el pasado y el presente es el presente, y mi yo de ahora no se siente una mierda, al menos en este instante, y por primera vez desea a alguien con todo el cuerpo y tal vez un poco del corazón, aunque no me atreva a admitir esa segunda parte.

Aura sonríe y vuelve a besarme. Una vez, dos. Luego una tercera. Sonrío ante el cariño que desprende el gesto y entonces se levanta. Me tiende una mano sin perder la sonrisa.

—Vamos a buscar un cuarto libre.

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Llevamos cerca de cinco minutos buscando habitación y no podemos dejar de tocarnos. En cada pasillo que recorremos, me veo obligado a detenerme un momento y la beso, o ella me abraza, o la agarro por la cintura con fuerza mientras avanzamos a trompicones. 

Nos ha entrado la risa floja al descubrir una décima habitación ocupada.

Justo entonces, descubrimos a otra pareja en el fondo del pasillo. Se besan con ganas y entran a una habitación sin percatarse de nuestra presencia.

Son dos chicos. Uno corpulento y otro con el pelo negro como el carbón y una faldilla larga.

—Anda, no me jodas —murmura Aura, y nos miramos un segundo, atónitos.

Porque Adam y Josh acaban de entrar a una habitación a hacer solo Dios sabe qué. El popular futbolista estrella del instituto y el friki de los superhéroes.

Rompemos a reír a la vez.

—Shhh. Shhh. —Trato de hacerla callar mientras sus carcajadas se me contagian.

Hago el intento de girar el pomo de la primera puerta que encuentro y, para mi alivio, ésta se abre hacia dentro, mostrando una habitación vacía e impoluta con una enorme cama negra en el centro.

Cierro la puerta a nuestra espalda y echo el cerrojo. Aura sigue riendo, y yo no puedo evitar besarla con ganas para que el sonido se pierda en mi pecho.

Caemos sobre la cama entre besos y carcajadas.

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Hola!

Me sabe mal dejar la escena así... no os preocupéis, habrá algún detalle en el siguiente capítulo.

Vota y comenta si te ha gustado!

Un beso y gracias por leer!

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