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33. Aura: charlas e informalidades

La cena de reencuentro con los del instituto no empieza como esperaba.

Suponía que Adam y Theodora se alegrarían de volver a ver Wil, pero no imaginaba que habría una muestra de cariño y añoranza tan explícita como la que acaba de suceder delante de mí en cuanto Wil ha puesto un pie fuera del ascensor.

Sonrío y trato de volver a centrarme en Ashley, que me está comentando su última anécdota con una clienta especialmente quisquillosa de la peluquería en la que trabaja.

Le doy un pequeño sorbo a la copa de champán que alguien me ha colocado en la mano a los dos minutos de llegar al lugar, tras el animado reencuentro con todos mis compañeros. 

He estado hablando con mi antiguo grupo de amigos un buen rato, siempre manteniendo a Wil en mi campo de visión, hasta que me he cansado y me he deslizado junto a Ashley y un par de estudiantes de otra clase con los que había compartido grupo en un proyecto de Biología y con los que me llevaba muy bien. 

La parte positiva de haber hablado con todo el mundo durante mis años de instituto, de que la gran mayoría de ellos me consideren "amiga" en diferentes grados, hace que pueda ir saltando de grupo en grupo y charlar con todo el mundo sin parecer una entrometida.

Hay gente que no ha cambiado en absoluto y parece seguir teniendo quince años y hay otra que apenas la reconozco. 

Está siendo una experiencia curiosa, como poco. El paso del tiempo es un fenómeno imperceptible en el día a día, pero asombroso en una circunstancia como ésta.

Deslizo los ojos hacia un rincón de la sala, hacia los tres amigos que se ponen al día entre sonrisas dulces e inevitables y comentarios ingeniosos. Me muero por ir con ellos, pero soy consciente de que este es su momento.

Wil parece más tranquilo de lo que lo he visto en los últimos días. Tiene la cadera apoyada en un mueble decorativo innecesariamente ornamentado y los brazos cruzados ante el pecho mientras escucha a Theodora y Adam parlotear acerca de sus vidas estos últimos años. Su mirada es inescrutable pero tiene una minúscula sonrisa en los labios que rebosa un cariño tan sincero que me encoge el corazón.

Y eso sin mencionar lo guapo que está con ese traje. Pero ese es otro tema.

Aparto la mirada y vuelvo a centrarme en Ashley.

Justo entonces, la puerta del ascensor vuelve a abrirse y Kiko sale por ella con andares pesados y orgullosos.

Su sonrisa es tan amplia como superficial. Algunos lo saludan y él les choca la mano. Me sonríe pero yo lo ignoro deliberadamente.

Vuelvo a mirar a Wil y nuestras miradas se cruzan un segundo. 

Theodora muestra de manera abierta su hostilidad por el recién llegado fulminándolo con la mirada e incluso maldiciéndolo entre dientes. Adam tan solo abraza a Wil por los hombros y le enseña algo en el móvil para desviar su atención de su antiguo amigo.

Todo el mundo sabe que fue él quién subió la publicación del mensaje de Wil a las redes sociales, pero como a los demás no les afectó en absoluto y solo fue una anécdota más del montón que llenan los años de adolescencia, apenas le dan importancia. 

Pero para nosotros cuatro, él fue el detonante de todo lo que vino después. 

Si bien es cierto que no puedo culparlo de todo lo que pasó, sí que lo hago por traicionar a mi mejor amigo, de crear el escenario perfecto para romper nuestra amistad. 

Y sigo sin saber por qué lo hizo. Aunque supongo que a veces las personas egocéntricas dañan a los demás sin la necesidad de tener muchas intenciones profundas en el fondo.

Al cabo de un momento, anuncian que la cena va a empezar en cinco minutos y todos nos dirigimos hacia el comedor.

Me quedo rezagada del grupo principal mientras finjo buscar algo en mi bolso y termino a la altura de Wil y sus amigos. Empiezo a caminar a su lado, entrelazo los dedos a la espalda y ladeo la cabeza con una sonrisa.

—¡Hola! —Los tres se vuelven hacia mí, Wil con una pequeña sonrisa en los labios y Theodora y Adam sorprendidos.

—¡Ay, hola! —Theodora me devuelve el saludo con una sonrisa y me abraza. Adam hace lo mismo un segundo después.

—¿Qué tal todo? —pregunto. La primera responde:

—Muy bien. Justo le estaba comentando a Wil que acabo de terminar la carrera de arquitectura. —Sonríe, un poco tímida—. Me ha tomado un par de años más de lo que debería, pero estoy muy contenta.

—Vaya, enhorabuena —digo de corazón. En clase de plástica era la mejor sin ningún tipo de duda. Todavía recuerdo alguno de sus proyectos con pajitas, tablas de cartón y dibujo técnico. Creaba cosas impresionantes para una cría de catorce años, así que estoy convencida de que va a triunfar en el ámbito. Tenía una visión espacial muy precisa. Miro a Adam entonces, esperando a que hable él. Está distinto, pero no en el mal sentido. Se le ve cómodo, se le ve seguro. Y me encantan sus botas de cuero. De hecho, decido decírselo—. Me flipan tus zapatos.

La sonrisa de Adam se torna de cauta a sincera. Claramente, desconfía ligeramente de mí por todo lo que pasó en el instituto. No lo culpo. Yo también lo haría si alguien hubiese hecho tanto daño a mi mejor amigo. Y me preguntaría qué probabilidades hay de que vuelva a hacerlo.

Miro un segundo a Wil, que contempla la interacción con tranquilidad, y me pregunto si les habrá contado algo de lo que ha estado pasando entre nosotros estas últimas semanas. Conociéndolo, lo dudo mucho. Pero sabiendo lo observador e inteligente que es Adam y lo mal que disimulo yo, se dará cuenta pronto.

—Gracias —me dice entonces, contemplándose las botas altas de piel negra y pulida. Vuelve los ojos oscuros hacia mí y se aparta un mechón negro como el carbón de la frente—. Yo he terminado medicina hace poco también. Voy a hacer la especialidad de oncología médica.

Abro los ojos, impresionada. Cáncer.

—Vaya. Una especialidad dura —comento, porque es verdad. Estoy convencida de que yo sería incapaz de tratar con pacientes que lidien con una enfermedad tan jodida como esa. Soy demasiado emocional, demasiado abierta con lo que siento.

Adam asiente.

—Sí. Pero quiero ayudar.

Me lo quedo mirando un segundo. Me parece admirable y valiente. 

Perdida en reflexiones silenciosas sobre ese tema, no me fijo en cómo Wil se remueve un poco incómodo a mi lado.

Por suerte, justo entonces llegamos al comedor decorado en exceso hasta el techo. En el centro de la estancia hay una enorme mesa de madera sobre la que descansan cubiertos dorados y entrantes variados de aspecto sofisticado. Canapés de paté y salmón, tostaditas con embutidos y quesos provenientes de muy lejos, e incluso un par de bandejas con marisco sazonado.

Suelto un silbido impresionado mientras los invitados van tomando asiento. Es inesperadamente lujoso. Me había imaginado que la cena trataría de un menú de diez euros con pasta mal cocinada y carne dura.

Wil se sienta en un lado de la mesa y no dudo ni medio segundo en sentarme a su lado. Somos adultos, y tengo claro que nunca, jamás, voy a volver a ocultar el cariño que le tengo a mi mejor amigo. 

Si Wil se percata de mi deliberada posición, no hace ningún comentario al respecto.

Noto los ojos inteligentes de Adam sobre mí, siempre tan perspicaces, y compartimos una rápida mirada cargada de entendimiento. Él y Theodora se sientan al otro lado de Wil. 

A nuestro alrededor van tomando asiento el resto de nuestros antiguos compañeros.

Me inclino hacia Wil para hablarle en voz baja.

—Me pregunto cuánto les habrá costado todo esto a los que lo han organizado. Es un lujo.

—Pauline está entre ellos. ¿Te extraña? —contesta en el mismo tono. Sonrío y echo un vistazo a la cabecera de la mesa. Una chica pelirroja enfundada en un elegante vestido de tubo dorado se yergue en su asiento con una sonrisa orgullosa como si fuese la anfitriona del lugar. 

Pauline tiene más dinero que toda la familia de Ruth junta, y eso es mucho decir. Siempre se ha creído un poco superior a todos los demás por ello, pero tampoco me ha parecido nunca una mala persona. Es una suerte, supongo. Malicia y poder es una de las combinaciones más letales que puede existir en un ser humano.

—En absoluto. —Luego añado, volviéndome un poco para mirarlo y esbozando una sonrisita cómplice—: Mientras no te pongas a criticar toda la comida como haces en los restaurantes...

Wil me fulmina con la mirada, pero esboza un amago de sonrisa. No me permito pensar en lo cerca que está su rostro del mío.

—A veces los platos caros carecen de la deliciosa simplicidad de lo casero, ¿sabes? —replica y yo me río, porque estoy de acuerdo con eso.

—Odio que siempre tengas razón.

La sonrisa de Wil se amplía un poco, pero tan solo agarra un canapé y le pega un mordisco a modo de respuesta.

No me quedo mirando su boca fijamente mientras mastica.

Cuando traga, vuelve a hablar.

—No está mal, supongo. Un poco salado.

Pongo los ojos en blanco pero yo también me estiro para coger algo de picar. Todos los invitados ya han tomado asiento y se distribuyen de manera uniforme a lo largo de la mesa, así que pronto empiezan a atacar las diferentes bandejas repletas de comida de todas las formas y colores antes de que se acaben.

No pasan ni cinco minutos de conversaciones informales y bocaditos sabrosos cuando me fijo y reconozco al chico alto y musculoso, con facciones atractivas y manos grandes que está sentado enfrente de mí.

Le dedico una sonrisa amable y recuerdo su nombre porque Wil y yo hablamos de él hace... ya más de un mes. Cómo pasa el tiempo.

—Hola, Josh —lo saludo y él me sonríe de vuelta. 

Wil sigue comiendo como si nada, pero percibo la ligera tensión en sus hombros, la opacidad en su mirada mientras su cerebro empieza a funcionar a toda velocidad, recordando, recordando...

Probablemente reviviendo en su cabeza cómo yo le comía la boca al deportista sentado justo delante nuestro entre tragos de alcohol y bailes despreocupados hace media década.

Le planto una mano en el muslo por debajo de la mesa y da un pequeño respingo, tan sorprendido que me enternece.

—¿Qué tal todo? ¿Sigues con Melanie? —le pregunto a Josh, y él niega.

—No, no para nada. Eso duró unas semanas —Carraspea un poco. Es más inseguro de lo que recordaba. Tal vez aquello que le hizo adquirir toda esa popularidad en el instituto no ha terminado de funcionar fuera de él, y ahora está un poco perdido.

—¿Y con el fútbol? —Sigo inquiriendo por amabilidad, y mientras él me explica que se está sacando un cursillo de entrenador infantil tras un par de años de deambular sin terminar de decidirse a estudiar nada concreto, la mano de Wil se desliza hacia la mía en su regazo.

Me digo que el vuelco que me da el corazón en el pecho es solo por la sorpresa. Esto es un gesto de apoyo mutuo entre dos amigos, de comprensión tras tantos años dolidos por una historia que ahora nos rodea en forma de recuerdos andantes.

Pero si así fuera, no entrelazaría nuestros dedos ni nos quedaríamos así durante más tiempo del que probablemente pretendíamos en un principio.

..........

La noche avanza entre conversaciones casuales, anécdotas y mucha comida. También bebida. Hay tres botellas de vino a mi alcance, unas veinte en total repartidas por toda la mesa. Así que el alcohol no deja de fluir.

Todo el mundo está cómodo, de buen humor, y nadie parece tener ningún tipo de mala intención. 

Con el paso de los platos y las horas, Wil se va relajando a mi lado al comprobar que nadie le presta ningún tipo de atención especial después de lo que pasó. Todos han continuado con su vida como si nada. 

Supongo que apenas les importa el hundimiento de una persona secundaria para ellos, o pueda que ni siquiera sean conscientes de lo profundamente mal que lo pasó Wil en aquella época. Para la mayoría no fue para tanto, solo otro chiste, otra anécdota que comentar en borracheras.

Trato de no cabrearme pensando en ello, pero ver la sonrisa tranquila que se va formando en el rostro de Wil a medida que la noche avanza es más que suficiente para enfriarme el temperamento.

Wil va hablando con Adam y Theodora de todo y nada, y yo me uno a la conversación a menudo, cuando alguien más no ha acaparado mi atención.

En otros momentos, Wil y yo compartimos algún comentario o broma privada que nos hace acercarnos un poco más de la cuenta el uno al otro, bajar la voz y compartir sonrisas cómplices. También nos tocamos más de lo que seguramente deberíamos, pero no podría importarme menos.

Cuando empiezan a servir los postres, Wil descansa la mano en mi muslo y acaricia con el pulgar la suave tela de mi vestido verde en un gesto distraído. Y, aunque conociendo a Wil estoy convencida de que no lo está haciendo a propósito sino que simplemente le ha salido como un gesto de afecto natural, a mí me sube el calor por las entrañas y se me retuerce en el pecho y la entrepierna a partes iguales. 

Finjo que no pasa nada mientras contemplo a Wil de soslayo entre sorbitos de vino dulce para postres.

La tarta de tres chocolates que sirven está deliciosa, e incluso Wil termina reconociéndolo. Se trata de un mousse multicolor con un pequeño toque a almendras y frambuesas entremezclado con el amargor del chocolate negro y el dulzor del blanco.

—Recuérdame que le pida la receta a Pauline —me dice tras tomar una cucharada de pastel. Yo le dedico una sonrisa.

—¿Podré ayudarte a hacerlo? —inquiero, porque me muero de ganas de exasperar a Wil en la cocina con mis prácticamente inexistentes aptitudes culinarias. 

Él se me queda mirando con una ceja enarcada, pero termina encogiéndose de hombros.

—Supongo que sí. Siempre y cuando no me quemes la casa.

Suelto una carcajada.

—No prometo nada —contesto, apoyando la mejilla en la palma de la mano para contemplarlo un poco mejor mientras saborea la tarta.

Es entonces cuando me percato de que tiene una pequeña mancha de chocolate en el labio superior y no se ha dado cuenta de ello.

—Tienes algo ahí —digo, y levanto un dedo para limpiárselo con el pulgar en un gesto cariñoso completamente inconsciente.

Wil abre mucho los ojos y se me queda mirando. El color le sube por las mejillas y desvía la vista hacia su plato.

—Gracias —murmura, y su repentina timidez me enternece.

No pasa ni un minuto antes de que Kiko abra la boca.

Afortunadamente, está sentado un poco lejos de nosotros y no hemos tenido la obligación de interactuar con él en toda la noche. Su presencia, sin embargo, es como la de un mosquito molesto que lleva revoloteando por nuestros pensamientos durante estas últimas horas.

Y cuando habla, sin embargo, maldigo la inmensidad de la habitación y el echo de que esté tan lejos de nosotros; tiene que hablar alto para que lo oigamos, y su voz resuena y se amplifica por toda la sala a causa del eco que rebota en las ornamentadas paredes del cuarto.

—Vaya, Wil, parece que sigues sin poder separarte de tu dueña —comenta, y se ríe. El muy capullo se ríe. Wil se queda helado a mi lado y se le opaca la expresión. Aparte de eso, no hace muestra alguna de haberlo oído. La mano se le cae de mi pierna pero yo entrelazo sus dedos con los míos sin titubear.

Los demás se han quedado relativamente en silencio. El ambiente parece tensarse ligeramente, pero puede que solo sean imaginaciones mías. Por el rabillo del ojo, veo que Adam aprieta el tenedor con tanta fuerza que se le están poniendo los nudillos blancos.

Este no es momento de confrontaciones, delante de todo el mundo. Por eso, esbozo una sonrisa extremadamente falsa y me dirijo al antiguo amigo de Wil.

—Qué mala es la envidia, ¿verdad, Kiko? —replico apoyando la cabeza en el hombro de Wil como si no fuese más que una broma entre colegas, pero consigo que se le borre la sonrisa de un plumazo, que suelte un resoplido y cambie el tema de conversación con los de su alrededor.

Wil me aprieta la mano, solo un poco, pero su mirada sigue siendo inescrutable mientras se termina el pastel.

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¡Hola! 

Otro capítulo más publicado, otro capítulo menos para el final.

La cena sigue avanzando y parece que no está siendo un completo desastre... ¿o si?

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Un beso y gracias por leer!

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