32. Wil: miedos y reencuentros
Aún trato de entender por qué accedí a esto.
Es el primer fin de semana de diciembre y me estoy arrepintiendo terriblemente de haber aceptado asistir a la estúpida cena de reencuentro con la gente del instituto.
Tal vez tuviera algo que ver el hecho de que tenía la mente ligeramente abotargada tras una sesión particularmente intensa de besos y caricias en el sofá de mi apartamento, pero creo que fue la profunda convicción que resplandecía en los ojos dulces de Aura lo que terminó de convencerme.
Ella de verdad parece creer que es una buena idea, y desea que yo esté ahí con todo su corazón.
Como cuando era pequeño, me sigue resultando prácticamente imposible negarle nada cuando me mira así. Con tanta ilusión y tanto cariño.
Pero ahora, abrochándome con dedos temblorosos una camisa blanca bastante formal ante el espejo de mi habitación, desearía haberme mantenido firme en mi negación con todas mis fuerzas.
Esta última semana ha sido como un sueño extraño y adictivo del que nunca quiero despertar.
Aura y yo nos hemos visto a menudo. Me ha acompañado a comprar ropa elegante moderna a un centro comercial del centro de la ciudad porque, según ella, la camisa que llevé en la presentación de mi tesis "parecía propia de los años 60".
Recordar sus labios sobre los míos en el probador de la tienda y el modo en el que me miró cuando salí con la prenda puesta es más que suficiente para encenderme las mejillas.
Sigo sin ver la diferencia entre aquella camisa que prácticamente me hizo quemar con gasolina y una cerilla y este pedazo de seda impoluto, pero lo cierto es que me queda bien. La tela se me ciñe al cuerpo con suavidad y resalta ligeramente el amago de músculos que hay debajo.
Carraspeo y decido dejarme un par de botones abiertos para que quede más informal. Me pongo la chaqueta y me tomo un momento para respirar hondo unas cuantas veces.
Todo irá bien.
Apenas me he permitido pensar en esto desde que acepté la invitación. ¿Qué pensará todo el mundo de mí? ¿Seguirán creyendo que soy un baboso bicho raro? ¿Y cómo se comportará Aura cuando volvamos a estar rodeados de nuestros antiguos compañeros?
¿Estarán Adam y Theodora enfadados conmigo? ¿Querrán verme la cara siquiera?
Obligo a mi cerebro a que se calle un rato, porque no creo poder soportar su incesante parloteo resonando por mi cabeza mientras esté rodeado de tantos recuerdos vivientes.
El móvil vibra sobre el colchón y una canción de Dire Straits rompe el silencio de mi apartamento. Veo "Aurita la más bonita" en la pantalla.
Lo cojo sin dudar.
—Dime —digo al descolgar, mi tono ligeramente brusco por los nervios. El estrés me vuelve arisco, mucho más frío y distante. Aura, sin embargo, parece estar tan acostumbrada a esta parte de mí como a la más abierta y cálida. Eso me tranquiliza.
—Wil, cielo, voy un pelín tarde. No te preocupes, será mejor si llegamos pasada la hora de quedada. Así nadie se fijará en nosotros —responde, y oigo el ruido del tráfico de la ciudad al otro lado de la línea. Suspiro un poco.
Aura y la puntualidad no son buenos amigos. Ese rasgo que tanto me exaspera en la mayoría de las personas me parece incluso tierno en ella.
—Vale. Aquí te espero —contesto secamente, y cuelgo.
Me siento en el colchón y escondo el rostro entre las palmas.
Respira, Helm, respira...
No está funcionando.
Me levanto y empiezo a cambiar las sábanas de la cama. Necesito algo que hacer para no hundirme en los pensamientos intrusivos que revolotean demasiado cerca de mi corazón con estos minutos de espera.
El hotel que han reservado los antiguos delegados de nuestro curso, claramente aún los más responsables del grupo, para llevar a cabo la cena y posterior fiesta está a un par de manzanas de mi apartamento.
Cuando Aura me lo comentó hace un par de días, tumbada entre mis piernas mientras leíamos tranquilamente en el siempre húmedo césped de Hayden Park, di gracias en silencio a un Dios en el que nunca he creído. Así al menos, si necesito volver a casa rápidamente, puedo hacerlo sin problema en cualquier momento.
Cuando termino de alisar las sábanas nuevas, suena el timbre de mi apartamento. El corazón me trastabilla en al pecho, agarro el móvil, las llaves y la chaqueta y me acerco al interfono. Veo la preciosa sonrisa de Aura en la pantalla. Pulso el botón para hablar por el interfono.
—Voy —digo y la veo asentir.
Bajo por el ascensor y salgo al frío punzante de las tardes de invierno londinenses.
—Hola —me saluda Aura, y me planta un beso en la mejilla. En un acto reflejo, la agarro con suavidad por la cintura en una especie de abrazo. Lleva una chaqueta negra y un precioso vestido largo de un profundo verde pistacho, a juego con un sofisticado maquillaje del mismo color.
Tendría un aspecto cálido si no fuese porque se ve a la legua que está helada.
A pesar de los punzantes nervios que ya están empezando a corroerme las entrañas, no puedo reprimir una sonrisa diminuta.
—¿Tienes frío? —le digo con suavidad, subiéndole un poco el cuello de la chaqueta. Ella me contempla desde abajo con la nariz y las mejillas coloradas por el frío.
—No —miente, y yo tan solo me la quedo mirando un segundo con las cejas arqueadas y una media sonrisa. Siempre se acaba rindiendo. Aura sabe mentir tan poco y tan mal como yo—. Bueno, un poco. Pero he decidido que prefería ir mona a parecer un maniquí cubierto por todas las prendas de invierno de una tienda de ropa —se queja con los labios fruncidos, y no puedo evitar el beso que le planto en la coronilla.
—Tú siempre vas mona —contesto, porque de verdad lo creo. Incluso cuando parece un muñeco de nieve de la cantidad de abrigos y bufandas que lleva encima. Aura sonríe y entrelaza el brazo con el mío para empezar a andar.
Y así, tan rápido como se han mitigado hace un momento, los nervios vuelven a dominarme en una profunda oleada de ansiedad.
Trato de acallarlos, de esconderlos, pero cuando llegamos al elegante hotel a un par de calles de distancia, tengo el corazón en la boca y la respiración encajada entre el pecho y la garganta, incapaz de subir ni bajar.
—¿Estás bien? —me pregunta ella en un susurro cuando pasamos por recepción a entregar nuestras invitaciones, enviadas por correo a todos los asistentes a la cena hace un par de días.
Yo tan solo asiento, pero no la miro, porque sé que si lo hago, podrá ver claramente hasta que punto el pánico está empezando a desbordarme.
Despacio, me lleva a los ascensores.
Cuando las puertas metálicas y ornamentadas se cierran a nuestra espalda, me falta el aire. Es una sensación tan conocida que me constriñe el pecho de miedo.
Aura se percata de ello, se separa un poco de mí y me agarra la mano.
—Wil —dice con esa suavidad que siempre ha empleado conmigo. Ese tono me resulta tan familiar que logra calmarme un poco. Lo justo para prestarle atención.
—No puedo —la voz me sale en un jadeo tan aterrorizado que me sorprende incluso a mí mismo. Aura se acerca un paso y me posa una mano en la mejilla. Sus ojos se centran en los míos, y mantiene la expresión amable.
—Vale. No pasa nada. Nos vamos.
Pero justo entonces la puerta del ascensor se abre y estamos en el piso cinco, el de las recepciones y los eventos. Y está lleno de gente.
Todos están un poco más mayores, con peinados distintos y expresiones más maduras, pero los reconozco a todos.
Son los rostros que han llenado mis pesadillas durante los últimos cinco años, siempre burlones y crueles.
—Wil. Tranquilo. Nos vamos —repite Aura en voz baja, acariciándome el dorso de la mano con el pulgar en un gesto tranquilizador y fingiendo serenidad.
Por el rabillo del ojo la veo acercarse a los botones del ascensor, probablemente para cerrarlo y que nos devuelva al vestíbulo del edificio, pero entonces alguien repara en nosotros.
Es su amiga Ashley.
Aura tenía razón, está cambiada.
Nunca se portó mal conmigo. No éramos amigos, pero me trataba con amabilidad. Cuando se acerca rápidamente con una amplia sonrisa, agarra la mano de Aura y nos arrastra a ambos fuera del ascensor, el corazón se me detiene en el pecho.
Porque allí, cerca de los ascensores, como si estuvieran esperando algo o a alguien, hay dos rostros que reconozco demasiado bien.
Theodora está preciosa. Tiene la melena rubia un poco más corta pero igualmente larga y sedosa, y su rostro aniñado sigue siendo tan amable como recordaba. Sus ojos, sin embargo, han adquirido una madurez innegable en los últimos años.
Y Adam... Adam sigue siendo Adam. El pelo oscuro le ha crecido bastante y lo lleva recogido sobre la nuca. Va ligeramente maquillado y lleva una camiseta atrevida junto con unos pantalones de cuero muy ajustados.
Se ha encontrado a sí mismo y el corazón se me hincha de orgullo en el pecho en un acto reflejo al reconocer a mi gran amigo del instituto en su expresión cuando nuestros ojos se encuentran por primera vez en cinco años.
Theodora se lleva una mano a los labios y veo que está llorando.
No tenía ni idea de qué esperar de este encuentro.
Creía que estarían enfadados conmigo. Que no querrían saber nada de mí. Tal vez incluso me echarían en cara el hecho de que rompiera todo contacto con ellos en el pasado.
Pero lo que ninguna de las situaciones horribles que había estado imaginando en mi cabeza había predicho era que Theodora viniera corriendo hacia mí, me envolviera el cuello con los brazos y rompiera a llorar en mi camisa nueva.
—Lo siento, Wil. Lo siento tanto... —murmura contra la tela. Algo atolondrado, la abrazo de vuelta con un brazo.
Adam se acerca a nosotros más despacio. Me mira con una pequeña sonrisa.
—¿Estás aquí de verdad o has conseguido por fin crear un holograma de ti mismo para evitar toda interacción social?
Sin poder evitarlo, me río un poco. Es entonces cuando me doy cuenta de que yo también tengo los ojos anegados en lágrimas. Porque hace años, le comenté mi fantasía de crear un doble de mí mismo que me librase de ir a clase o a cualquier otro evento en el que tuviese que interactuar con otros humanos.
—Parece que conseguir eso es más difícil de lo que pensaba —contesto con la voz ligeramente tomada.
La sonrisa de Adam se amplía y se acerca a Theodora y a mí.
Y cuando nos envuelve a ambos con los brazos con fuerza, yo escondo la cabeza en su hombro y me permito reconocer, por primera vez en años, lo mucho que los había echado de menos.
Y me pregunto... me pregunto si a veces las cosas no son muchísimo más fáciles de lo que nos planteamos.
..........
Hola!
Este capítulo es corto pero importante. A partir de aquí, ¿qué puede pasar en la cena?
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Un beso y gracias por leer!
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