31. Aura: libros y convencimientos
Mis libros.
Todos y cada uno de ellos están aquí. Varios ejemplares, incluso.
Descansan en la estantería ordenados con esa característica obsesividad de Wil, pero son inconfundiblemente míos. Mi nombre sobresale por todas y cada una de las baldas de su pequeño mueble blanco, colgado en la pared de enfrente de la cama.
Aunque el deseo me está carcomiendo las entrañas en este momento, me he quedado parada al descubrir los tomos. No tenía ni idea de que Wil había comprado mis libros. De que me hubiese seguido la pista a lo largo de estos cinco años.
Pero están escritos en español, así que...
A pesar de todo, lo único que se me ocurre preguntar en este momento con un hilo de voz es:
—¿Los has leído?
No, por supuesto que no los ha leído. ¿Cómo iba a haberlos leído si las únicas palabras en español que conoce son el par de palabrotas o letras de canciones que le enseñé yo hace años?
—Sí.
Su susurro me confunde lo suficiente como para que aparte los ojos de los libros y los vuelva hacia él con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Qué?
Es todo lo que digo, tal vez un poco brusca de más. Wil se incorpora en la cama y no tardo ni medio segundo en añorar el reconfortante calor de su cuerpo junto al mío. Yo me siento también sobre el colchón y, por primera vez desde que he entrado aquí, tengo la cabeza lo suficientemente despejada como para echarle un buen vistazo a la habitación en la que nos hemos metido entre caricias y besos desesperados.
El cuarto de Wil.
Es pequeño y limpio y ordenado, pero vivo. Colorido. Tiene un escritorio con un ordenador de torre perfecto para videojuegos, una estantería con figuritas y cómics, otra más pequeña repleta de mis novelas entre otros libros, pósteres por todas partes y un espejo de cuerpo entero a los pies de la cama.
Levanto la mirada y veo el póster del espacio que le regalé yo cuando éramos pequeños. Esbozo una sonrisa diminuta pero extremadamente dulce antes de clavar los ojos en Wil de nuevo.
No me mira. Juguetea con los pelillos de la colcha de su cama durante un rato antes de levantar sus preciosos ojos verdes de vuelta hacia los míos. Su expresión vuelve a ser inescrutable.
—Wil. ¿De verdad has leído mis novelas? —pregunto de nuevo, pero con más suavidad esta vez. Me inclino un poco hacia él.
—Sí. Ya te lo he dicho —repite, algo molesto, y percibo que se está poniendo a la defensiva. Ladeo la cabeza.
—¿Cómo? —pregunto con genuina curiosidad.
Wil suspira y se levanta de la cama para agarrar uno de mis libros.
Me lo tiende y yo lo agarro, escudriñando la impoluta portada anaranjada. Lo conozco bien. Se trata de mi segunda novela publicada: Montes de sangre. Es una historia de amor dramática inspirada en la Guerra Civil Española y sus consecuencias, ambientada principalmente en el norte de la península.
Ha sido una de las historias más complejas que he narrado y, sin duda, la que más investigación ha requerido por mi parte (al menos hasta ahora). Me llevó meses de trabajo y terminó siendo mi novela menos exitosa. El público prefiere otra comedia romántica playera. Este negocio siempre ha resultado ser bastante injusto.
Sin embargo, yo le tengo un cariño especial a Alma y Enzo, los protagonistas de Montes de sangre.
—Éste es mi preferido —dice Wil, sentándose de nuevo a mi lado en su cama. Acaricia el título con la punta de los dedos y yo levanto la vista hacia él de nuevo. Sus palabras se quedan revoloteando alrededor de mi corazón como un colibrí curioso antes de penetrar en él del todo.
—¿En serio? —murmuro, y hay tanta vulnerabilidad en mi voz que estoy convencida de que Wil puede leer toda la extraña maraña de sentimientos que me invaden en este momento escritos por todo mi rostro.
Él tan solo esboza una diminuta media sonrisa.
—Sí. Todo el cariño que le pusiste a los personajes y a la ambientación es palpable en cada página. Y la historia es conmovedora —No soy capaz de articular palabra, por lo que Wil tan solo continúa, deslizando la vista por el resto de mis novelas, bien colocadas en la estantería por orden de publicación—. Aprendí español para poder leerlas —admite en voz baja, pero no débil. No arrepentida ni avergonzada. Como si no fuera para tanto. Como si no hubiese tenido alternativa—. Fui a una academia en el mismo campus de Cambridge. Me encantaba buscar trocitos de ti esparcidos por todas las páginas que has escrito. Era casi como un juego para mí. También me gustaba ir descubriendo todo aquello que estaba cambiando en tu manera de ver el mundo, tu evolución como escritora y persona.
Vuelve los ojos hacia mí de nuevo y se encoge de hombros, quitándole importancia.
El muy idiota.
El muy dulce e inteligente y maravilloso idiota.
Por primera vez, no tengo pensamientos que barbotear en voz alta. No tengo una respuesta.
Así que no digo nada.
Dejo Montes de sangre a un lado sobre la cama y gateo por el colchón hasta llegar a sus labios. Le doy un beso pequeño, casto y dulce. Wil me mira con los ojos bien abiertos, pero tampoco dice nada.
No soy del todo consciente de cómo termino arrodillada frente a él. Solo sé que Wil me contempla con la respiración agitada y la mirada oscurecida, y que esa expresión lo es todo para mí.
Puesto que las palabras parecen habérseme quedado atascadas entre la garganta y el pecho, ¿por qué no intentar algo diferente para demostrarle lo mucho que aprecio lo que acaba de contarme?
Despacio, muy despacio, desabrocho los botones de sus pantalones. Le sostengo la mirada sin pestañear. En silencio, trato de hacerle entender que puede apartarme en cualquier momento, pero no lo hace. Tan solo agarra la sábana de la cama entre sus puños y suelta un jadeo ahogado cuando le bajo un poco la ropa interior.
Lo acaricio, primero con mi mano y luego con mis labios. Wil gime y ese sonido, tan puro y sincero, hace que el calor se me acumule entre las piernas con más intensidad. Pero esta noche no trata de mi placer.
Lo acaricio con la lengua, despacio, tentativamente al principio. Cuando veo que Wil desliza una de sus manos hasta mi media melena y me la sujeta con suavidad para apartármela del rostro, esbozo una diminuta sonrisa y lo acojo al completo entre mis labios.
—Joder —murmura, con la voz ahogada de placer—. Aura.
Mi nombre subiendo por su garganta en esa especie de súplica desesperada es aliciente más que suficiente para animarme a aumentar el ritmo de mis atenciones. Wil me agarra el pelo con un poco más de fuerza y noto que está conteniéndose.
Eso me enciende como pocas cosas lo han hecho nunca.
Al cabo de unos minutos, Wil me agarra por la barbilla y me aparta de su erección. Yo lo miro, momentáneamente confundida. Tiene las mejillas coloradas y la respiración le sale en jadeos entrecortados.
—Espera. Voy a... —trata de decir, pero yo sonrío y lo interrumpo devolviendo mis labios a donde estaban. Will suelta un gemido ahogado, levanta las caderas de la cama un par de veces y tiembla con la fuerza de su placer.
Al cabo de un par de segundos, se desploma sobre el colchón. Yo sonrío y escalo de vuelta a su lado en la cama.
Lo contemplo desde arriba con la cabeza ladeada y un ligero matiz de suficiencia en mi expresión cariñosa.
Wil tiene un brazo sobre los ojos, las mejillas ardiendo y el pecho le sube y le baja en respiraciones agitadas, tratando de recobrar el aliento.
Cuando baja el brazo y lo deja caer sobre el colchón, nuestros ojos se encuentran y mi sonrisa se amplía. Me tumbo a su lado, sin tocarlo. Contemplamos en silencio el techo de su habitación.
Oigo el susurro de las sábanas y creo que se ha girado para mirarme.
—¿Te ha gustado? —pregunto con suavidad sin devolverle la mirada, porque sé que es la primera vez que ha experimentado esto.
Por toda respuesta, Wil me agarra de la barbilla y me gira la cabeza hacia él. Sus labios se posan sobre los míos en un beso pequeño, tierno, repleto de muchas más cosas de las que debería.
Lo miro y no puedo evitar sonreír ampliamente.
—Me tomaré eso como un sí —murmuro, y deposito un beso diminuto en la punta de su nariz. Wil sigue sin decir nada. Envuelve un brazo alrededor de mi cintura y me mantiene pegada a él.
—Te quedas a dormir, ¿no? —pregunta en voz baja al cabo de un momento.
Tal vez debería dudar. Tal vez debería preguntarme si es una buena idea.
Pero no lo hago.
En cambio, tan solo me acurruco contra su cuerpo aún ligeramente agotado tras la bruma de su orgasmo.
—Claro. Si tú quieres.
Wil tampoco titubea antes de contestar:
—Siempre. —Mi corazón trastabilla apenas una fracción de segundo ante esa palabra, pero después Wil añade, como si quisiera rebajar la intimidad del momento—: Pero recuerda avisar a tus madres. No querría que volvieran a echarte la bronca por desaparecer toda una noche.
..........
Me despierto en una cama desconocida pero envuelta en un olor extremadamente familiar.
Me remuevo entre las sábanas y abro un poco los ojos.
Las mantas de Wil.
La habitación de Wil.
Miro a mi izquierda, donde mi amigo de toda la vida ha dormido a mi lado, y encuentro la cama vacía.
Me incorporo y me froto los ojos. Contemplo mi somnoliento reflejo en el espejo de cuerpo entero que descansa en la pared de su habitación.
Frunzo un poco el ceño. Menudo aspecto.
Me levanto y voy al baño para lavarme la cara y los dientes y pienso en anoche.
Anoche...
Cuando accedí a dormir en su casa de nuevo, creí que nos acostaríamos. Pero tras el... favor que le hice a Wil, y una vez cada uno se hubo puesto el pijama (una vieja camiseta suya en mi caso), no me pareció necesario.
Wil parecía cansado y un poco vulnerable entre las impecables sábanas de su cama, y a mí, en lugar de tirármelo, me apetecía más bien achucharlo hasta dejarlo sin aliento.
Hablamos mucho, como en los viejos tiempos. De todo y de nada. También nos besamos.
Y cuando caímos vencidos por el sueño, sus brazos me rodearon y yo me aferré a él como un koala a la rama del árbol que considera su hogar.
No me he permitido pararme a pensar en qué coño estamos haciendo, y no voy a reflexionar sobre eso ahora.
No cuando lo estoy disfrutando tanto.
No cuando he recuperado a mi mejor amigo.
No voy a volver a echarlo todo a perder.
Cuando salgo del lavabo con mejor aspecto, el aroma de café recién hecho y huevos rotos me atrae hacia la cocina como una polilla hacia la luz.
Nunca me cansaré de ver a Wil cocinar.
Su tranquila concentración, la paz en su rostro siempre preocupado, en su cerebro siempre activo, ahora concentrado en una única tarea placentera.
Me permito contemplarlo desde la entrada un par de segundos antes de hacerme notar.
—Buenos días, mi pequeño chef.
Wil me mira por encima del hombro y sonríe un poco.
—Hola, marmotilla.
Pongo los ojos en blanco con una sonrisa ante el apodo. Es cierto que él madruga mucho más que yo.
Me siento en la encimera a su lado y contemplo la sartén chisporroteante de aceite y huevos.
—¿Qué haces? —inquiero, y robo una rodaja del tomate que estaba cortando en una tabla de madera junto a los fogones.
—Tostadas —contesta, y justo en ese momento el sonidito agudo que anuncia el final del proceso de tostar un par de rebanadas de pan me hace sonreír.
Wil me mira un momento antes de inclinarse para recoger el pan cuadrado y ponerlo en dos platos. Unta un poco de aguacate y coloca el tomate y los huevos encima con un mimo que me parece enternecedor. Luego, le añade sésamo y toda una serie de especias desconocidas para mí pero que le dan un aspecto mucho más profesional y elaborado al plato.
—Podrías estar envenenándome y yo no tendría ni idea —le digo, saltando de la encimera para ir a buscar un vaso de agua. Wil resopla a modo de risa.
—También he hecho café. A ti te he puesto una gota en una taza de leche, por mucho que vaya en contra de mis principios—dice, y me lanza una mirada entre divertida y molesta por encima del hombro. Yo me río.
Wil, con su pasión por la amargura terrosa de un buen café solo, nunca ha entendido mis preferencias en ese ámbito.
Lo miro y me señala con la cabeza el par de tazas blancas del otro lado de la cocina. Agarro una y sonrío. No me sorprende en absoluto que toda la vajilla del piso de Wil sea exactamente igual de blanca e impoluta.
Le doy un trago al café y, aún con la taza en la mano, vuelvo hacia Wil para darle un beso en la mejilla.
Trato de fingir que no he visto el diminuto rubor que le ha subido por el rostro. Sigue concentrado en las tostadas.
Entonces, algo se me pasa por la cabeza.
—Oye. Ayer estaba demasiado distraída para preguntarte nada más al respecto, pero... ¿el hecho de que tomaras clases de español significa que ahora también hablas el idioma?
Me he estado preguntando si tan solo había aprendido lo suficiente como para entender textos complejos en español o si también había practicado la escucha y habla de la lengua.
Wil esconde una sonrisa.
—Supongo que podría decirse que sí. Más o menos —dice y yo sonrío ampliamente. Wil siempre ha sido extremadamente humilde. Si él dice que algo se le da "más o menos bien", significa que es un genio en la materia.
Me acerco a él de nuevo y lo contemplo desde abajo. Wil evita cruzar sus ojos con los míos deliberadamente.
—Ya no hay nada más que hacerle a esas tostadas. Mírame —digo, y él me fulmina con la mirada. No me importa—. Dime algo en español.
—No —dice con rotundidad y yo hago un puchero. Entonces empiezo a hablar yo en ese idioma.
—Por favor. Wil. En serio. Dime algo. Seguro que se te da genial. Te prometo que no me burlaré. Bueno, no mucho —Wil pone los ojos en blanco, lo que significa que me entiende. Cuando suspira, exasperado, yo doy un par de saltitos de alegría, porque sé que esa expresión significa que he ganado.
—¿Qué quieres que te diga? —dice en español y yo doy un gritito. Tiene un acento precioso. Muy suave, casi musical.
Me niego a admitir en voz alta que puede que me ponga un poquito.
—Lo que sea. Dime qué estás haciendo ahora —replico en español sonriéndole como una idiota.
Wil me dedica una mirada de rendición y contesta, tras pensar un segundo:
—Estoy cocinando. Y hablando contigo en español porque eres un poco pesada.
Rompo a reír.
..........
Más tarde, a eso de media mañana, seguimos en su piso. No veo el momento de volver a casa de mis madres y dejarlo aquí, sin nada que hacer.
Wil me ha estado comentando lo extraño que le resulta tener tanto tiempo libre ahora que no tiene que volver a la Universidad hasta después de Año Nuevo, y yo no he tardado ni medio segundo en proponerle pasar el tiempo conmigo.
—Podemos ir a ver las luces de Navidad. Ya llevan un mes puestas —digo con la mejilla apoyada sobre su pecho.
Después de desayunar, apenas hemos tardado cinco minutos en volver a buscarnos con los labios y las manos. Ahora, yacemos en su pequeño sofá, aún con la ropa revuelta y las mejillas coloradas, acurrucados muy juntos.
Wil resopla.
—Estamos a finales de noviembre, y hace nada fue Halloween. Es como si la gente no pudiese pasar más de dos días sin una fiesta a la vuelta de la esquina —replica y yo sonrío.
—Bienvenido al consumismo —murmuro y Wil suelta una risita contra mi pelo. Al cabo de un momento, sin embargo, contesta con suavidad:
—Supongo que no estaría mal ver las luces de vez en cuando. Hace años que no paso por el centro en estas fechas. Demasiada gente.
Hago un sonidito de comprensión.
—Eso es verdad. Pero a mí siempre me ha encantado la Navidad en Londres. En Barcelona no está mal, pero es diferente. Aquí parece todo un decorado de una comedia romántica navideña. Es genial.
Noto la sonrisa de Wil contra mi coronilla.
—¿No puedes dejar de pensar en comedias románticas ni siquiera fuera del trabajo?
—Soy escritora. Nunca estoy fuera del trabajo.
Tras ese casual intercambio, nos quedamos un momento en silencio.
La bruma del placer compartido hace apenas un par de minutos sigue flotando sobre nosotros, aletargando nuestros sentidos y endulzando nuestras caricias. Wil me roza el brazo distraídamente con la punta de los dedos y yo jugueteo con el borde de su camiseta.
—Wil —lo llamo entonces. Él hace un sonidito para hacerme entender que me está escuchando—. Ven conmigo a la cena de Navidad del instituto —digo en voz baja, y sus caricias se detienen. Me giro para mirarlo. Tiene los labios ligeramente fruncidos pero sé que se lo está pensando. Agarro su rostro entre mis manos y lo obligo a mirarme a los ojos—. Todo irá bien, Wil. Lo sé. Yo estaré contigo. Y si te sientes mínimamente incómodo en cualquier momento, nos largamos sin dudar. Pero quiero que tengas la oportunidad de volver a ver a Adam y Theodora.
Cuando hace un par de días ambos confirmaron su asistencia a la cena por el grupo de mensajería que crearon los antiguos delegados del curso, supe que debía convencer a Wil. Por culpa de mis errores del pasado, una amistad tan bonita como la suya se echó a perder. Aquello no debió haber pasado, y haré todo lo que esté en mi mano para arreglarlo, incluso años después.
Wil, por toda respuesta, escudriña mi mirada. Siempre he sido un libro abierto con respecto a lo que siento, y esta vez pretendo que vea la convicción en mi mirada. Él suelta un suspiro.
—No puedes preguntarme estas cosas después de darme un orgasmo. No es justo. Estoy sesgado.
Trato de evitar reír porque no es el momento.
—¿Eso es un sí? —inquiero, esperanzada. Wil tarda unos segundos que se me hacen eternos en contestar.
—Supongo que sí... —murmura finalmente y yo tan solo sonrío con los labios y el corazón, lo abrazo con fuerza y beso cada rincón de su rostro.
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Hola!
No sé por qué, pero este capítulo me parece de lo más adorable.
La cena... eso puede acabar muy mal o muy bien.
Vota y comenta si te ha gustado.
Un beso y gracias por leer!
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