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28. Wil: Retos y caricias

La carcajada que suelto es tan amarga que me sobresalta un poco.

Una cena con los del instituto.

Vuelvo a reír.

—Vaya. Qué bien —mi tono de voz es sarcástico como pocas veces. Aura me mira con los labios ligeramente fruncidos.

—¿Por qué no? Piénsalo. Tal vez no estaría mal. Es a finales de noviembre para que no coincida con las vacaciones y pueda ir todo el mundo y...

—No —la corto de raíz. Nunca empleo este tono con ella, pero necesito ser tajante con esto. 

Aura no se amedrenta. Se yergue en el sofá y me sostiene la mirada. Esos preciosos ojos melosos tan decididos y dulces y optimistas.

—Wil, lo digo en serio. Tal vez sería la oportunidad perfecta para retomar el contacto con Adam y...

—Yo también voy en serio. Y he dicho que no —vuelvo a cortarla, y esta vez aparto los ojos de ella. Porque pensar en Adam y Theodora aún me duele como pocas cosas lo hacen.

—Vale —murmura, y de repente me apetece abrazarla. Suelto un resoplido que es más bien un suspiro cansado y me paso la mano por el pelo.

—Aura. Me conoces... —intento explicarme y, como siempre, me frustra mi incapacidad para hacerme entender—. No tengo ningún tipo de deseo de volver a recordar todo aquello. Fue demasiado para mí. Y yo...

—No me debes ninguna explicación. Perdona, no es cosa mía. No debería haber dicho nada. Haz lo que quieras.

Vuelvo los ojos hacia ella y veo que tiene una pequeña sonrisa conciliadora en los labios. Yo tan solo asiento y me inclino para volver a poner la película en marcha.

Pero mi cabeza está muy, muy lejos de la batalla de Luke Skywalker con Darth Vader.

Mis pensamientos revolotean por mis años de instituto. Pienso en mi ridículo cuelgue por Aura, en los dibujos de superhéroes de Adam que llenaban todos y cada uno de mis cuadernos de matemáticas por aquel entonces, en el rostro aniñado y alegre de Theodora, en lo bien que me sentí al hablar con ella acerca de mis sentimientos. 

Pero luego recuerdo todo lo que vino después. Rememoro la vergüenza, enquistada y pastosa en mis entrañas, la confusión y la impotencia. La profunda tristeza por haber perdido aquello que más me importaba. La soledad, fría y oscura como la noche más cerrada de invierno.

Y sé que no hay manera alguna de que sea capaz de ir a esa estúpida cena de reencuentro.

..........

No es hasta al cabo de unos veinte minutos, cuando la música de los créditos de la película resuena por el colorido salón de casa de las madres de Aura, que no me doy cuenta de que ella se ha acercado a mí deslizándose por los cojines del sofá.

Unas cada vez más reconocibles mariposas me revolotean por el estómago ante su cercanía, pero trago saliva para acallarlas un poco.

—Wil. ¿Estás bien? Oye, lo siento. No hubiese dicho nada si hubiese sabido que te afectaría...

Me inclino y la beso, porque creo que podría acostumbrarme a esto de callarla con mis labios cuando empieza a murmurar sus pensamientos en voz alta. Sentir cómo su voz se pierde en mi garganta es una de las sensaciones más placenteras que he experimentado en mi vida. Una que no creí que jamás lograría tener.

—Solo estoy... pensando un poco de más. Eso es todo —le digo al cabo de unos segundos cuando me separo. La miro y sonrío un poco cuando me percato de que tiene las mejillas acaloradas y los ojos brillantes.

—¿Y hay algo que yo pueda hacer para distraerte? —su voz es suave, casi como un ronroneo, en un tono que yo no le había oído emplear antes. Al menos conmigo. Su voz hace que me hierva la sangre en las venas. 

Contemplo sus labios y mis ojos se deslizan por su cuerpo. Esa clásica camiseta de Harry Potter que tanto asocio con ella, su aroma a vainilla que impregna toda esta casa...

—Tal vez —me encuentro diciendo sin poder evitarlo, porque el instituto y todas mis rarezas parecen haber quedado relegadas a un rincón secundario de mi cabeza, escondidas hasta que la sangre vuelva a subirme al cerebro y me pueda permitir volver a pensar en ellas.

La sonrisa de Aura se amplía y al segundo siguiente se acomoda en mi regazo con lentitud. 

Hay algo en su manera de moverse, en sus gestos suaves, dulces pero profundamente seductores, que me tiene hipnotizado.

Me sonríe desde arriba y baja los labios hacia los míos. Me quito las gafas en un gesto inconsciente y las dejo junto a los cojines del sofá. La espero con una sonrisa.

Esta vez, cuando nos besamos, mis manos apenas titubean. La agarro de las caderas con firmeza y la pego a mí.

Cuando el calor empieza a aumentar entre nuestros cuerpos, me atrevo a deslizar una mano hacia el interior de su camiseta con sumo cuidado. Por primera vez en toda mi vida, me estremezco de placer el rozar otra piel desnuda.

Creo que Aura deja de respirar un segundo y por un momento temo haber hecho algo mal. Pero entonces ella se aparta de mí justo lo necesario para quitarse la camiseta de Harry Potter por la cabeza.

Y no lleva sujetador debajo.

Mis ojos la recorren entera, como si nunca más fuesen a tener la oportunidad de contemplar algo tan hermoso. Ella suelta una risita un poco nerviosa.

—Tampoco son gran cosa... —murmura, pero yo estoy embelesado. No digo nada y tan solo poso las manos en su espalda desnuda para atraerla un poco más hacia mí.

—Eres preciosa —susurro sin poder evitarlo. Ha sido un pensamiento en voz alta, como los que tiene ella, pero eso no quita que sea cierto. Aura se ruboriza con fuerza.

—Cállate —susurra con los labios pegados a los míos para después besarme con ardor. 

La mirada se le oscurece y la respiración se le acelera. Soy consciente de que mi estado no es mucho mejor que el suyo, pero contemplar tan de cerca su deseo, sentirlo en la manera en que posa sus manos en mi cuello al profundizar el beso y en el ligero vaivén de sus caderas, es un tipo muy distinto de satisfacción en el que no había pensado nunca.

Noto mi propia excitación aumentar por momentos, y las puntas de los dedos me hormiguean con las ganas, profundas y primarias, de tocarla como nunca he tocado a nadie.

Deslizo las manos por su columna hasta sus costados.

—¿Puedo...? —le pregunto en voz muy baja, pero no débil. Por algún motivo, el miedo y la inseguridad parecen haber quedado relegados a un segundo plano en mi interior. Tal vez porque, en el fondo, es una situación muy simple; solo son mis manos y el cuerpo desnudo de Aura.

Por toda respuesta, ella me sonríe un poco desde arriba y me agarra de la muñeca para guiar mi mano hacia su pecho.

Y cuando la toco de este modo por primera vez, algo en mí se rompe y se recompone al mismo tiempo. Como si hubiese descubierto un rincón de mí mismo que no sabía que existía.

Ella jadea con suavidad cuando acerco los labios a su cuello. La beso y deslizo la lengua por su piel sin dejar de tocarla con una suavidad que casi puede parecer un poco inusual en este contexto. Pero no me veo capaz de hacerlo de otro modo.

Mi otra mano se posa en su vientre y acaricia el dobladillo de sus pantalones. Puedo notar cómo se estremece ante mi contacto. Abre un poco más las piernas en mi regazo y sé que es una invitación.

Y esta vez, sentados en el sofá en el que tantas veces hemos bromeado de pequeños, con los recuerdos pesados como una manta cálida a nuestras espaldas, no reculo.

Mi mano resbala hacia el interior de sus pantalones. 

Y entonces me detengo. 

Aura levanta los ojos hacia mí, su mirada acuosa.

—Yo no... —Me aclaro la garganta—. Dime cómo hacerlo.

Creo que la sonrisa que me acaba de dedicar podría haber sido la más bonita que ha esbozado en toda su vida.

Con suavidad y sin dejar de mirarme, me agarra la mano entre la suya y arrastra ambas hacia su ropa interior.

Y me enseña cómo tocarla. Me dice los puntos exactos que le gustan, el ritmo que la hace estremecer, la presión precisa con la que se derrite.

Nunca he adorado mi brillante cerebro tanto como ahora. Porque soy capaz de recordar a la perfección cada una de sus reacciones ante mis movimientos y, en un tiempo sorprendentemente corto, logro construir un ritmo propio que la hace temblar en mi regazo, balancear las caderas contra mi mano e incluso gemir con suavidad.

Y yo no puedo dejar de mirarla.

—¿Puedo... tocarte yo a ti también? —pregunta Aura entonces, con la mirada nublada por el placer.

—Puedes hacerme lo que te dé la gana... —es lo que no puedo evitar murmurar, carcomido por el deseo. Ella suelta una risita y no tarda ni un segundo en acercar la mano a mi entrepierna.

La primera vez que me acaricia, el mundo se derrite por los bordes de mi visión y un escalofrío me recorre de arriba a abajo. Entreabro los labios en una especie de jadeo y ella sonríe.

En algún punto entre caricias apasionadas y besos desenfrenados, su frente descansa sobre la mía y sus labios revolotean por mi rostro, nuestros alientos se entremezclan en una espiral de deseo y cariño. Veo cómo cierra los ojos y yo hago lo mismo.

La sensación hormigueante que me recorre el vientre se multiplica por cien, como una ola de calor que se aproxima a una velocidad vertiginosa. Nos acariciamos con más fuerza, con más ganas a medida que el placer se acumula entre nosotros.

Creo que yo soy el primero en terminar, pero no sabría decirlo a ciencia cierta debido a la espesa bruma que me embota los sentidos y me impide, durante los siguiente veinte segundos, pensar en nada que no sea el profundo placer que me recorre el cuerpo.

No dejo de tocarla en ningún momento, no hasta que siento como se estremece con fuerza y clava los labios en los míos en un beso crudo y repleto de una pasión que no había experimentado nunca.

Los siguientes segundos los pasamos muy juntos, jadeando con suavidad y regodeándonos en la calidez del momento.

Entonces Aura suelta una risita. 

Abro los ojos y la miro, ligeramente extrañado. Por un segundo, la inseguridad se cierne sobre mí en una oleada de pensamientos angustiosos: ¿Y si esto ha sido una broma para ella? ¿Y si le ha parecido horrible? ¿Y si cree que soy un pervertido, como creían todos en el instituto? ¿Y si...?

Pero entonces los labios de Aura se posan sobre los míos en una cascada de besos diminutos, suaves y profundamente dulces que son capaces de hacer callar hasta a mi incansable cerebro.

—Gracias por confiar en mí para esto —murmura entonces, y mis ojos se clavan en los suyos. Esbozo una sonrisa diminuta pero sincera.

No digo nada porque no sé qué decir. Y me da la impresión de que las palabras podrían romper lo que sea esto que está ocurriendo entre nosotros.

Deseo, me dice mi cabeza. Lo que está ocurriendo es deseo. Uno reprimido desde la tierna adolescencia que ha visto su oportunidad de nadar hasta la superficie y salir en forma de caricias irrefrenables.

Mi corazón herido se escuda en eso. En el pasado y en el miedo. En la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de ser como los demás, de encajar, de no sentirnos diferentes. Una necesidad que me ha carcomido las entrañas y los pensamientos desde hace más de cinco años.

Porque si todo el mundo puede tener relaciones informales puramente físicas, ¿por qué no podría yo también tener algo así?

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Hola!

Os presento el primer capítulo un poco más subido de tono de esta novela. Como habréis podido comprobar, me gusta escribir escenas de sexo bonitas, no rudas ni innecesariamente explícitas. Aún más en el caso de esta historia. Así que si buscáis escenas picantes extremadamente salvajes, este no es vuestro libro jajaja. 

Vota y comenta si te ha gustado.

Un beso y gracias por leer! 

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