27. Aura: Mañanas y quedadas inesperadas
Es la mañana de un frío sábado de noviembre y apenas he pegado ojo en toda la noche.
Cuando el amanecer empieza a asomar sobre los edificios de Londres, logro conciliar un poco el sueño.
Son las once de la mañana cuando mi madre irrumpe en mi antiguo cuarto con pasos sonoros y abre las cortinas de golpe. El sol de mediodía inunda la habitación y yo suelto un gruñido de frustración bajo las sábanas.
—Venga, Aurita. Esta no es casa de holgazanes —Mi madre se sienta a mi lado en la cama y me aparta la manta del rostro con brusquedad pero cariño—. Anoche volviste más tarde de lo que esperábamos. ¿Está todo bien?
No la miro a los ojos cuando contesto con voz un poco demasiado indiferente.
—Perfectamente. Me quedé un rato en el cóctel que organizó la Universidad después de la presentación de Wil, eso es todo.
Mi madre no insiste y la adoro aún más por ello. Tras una pausa, vuelve a hablar.
—He pensado que podríamos pasar el día juntas —propone, y me sonríe desde arriba con esa expresión de genuina ilusión tan parecida a la mía. Me acaricia la media melena despeinada con suavidad—. Ruth ha ido a visitar a unos antiguos amigos de Oxford y no volverá hasta tarde. ¿Qué te parece si vamos a visitar librerías de segunda mano por la ciudad, como hacíamos cuando eras pequeña?
Abro la boca para decir que no, porque tenía planeado centrarme en avanzar la corrección de la novela, puesto que los últimos días he estado demasiado dispersa con todo el tema de Wil como para ponerme en serio a trabajar, pero entonces la miro dos veces.
Escudriño su expresión y hay algo en el modo en que me lo está pidiendo, un brillo extraño en sus ojos y un matiz tembloroso en la voz que hace que me cueste mucho negarle esto.
—Vale —termino contestando, porque puedo ponerme a trabajar por la tarde.
La sonrisa de mi madre podría iluminar hasta la noche más oscura.
—Genial. Vístete. Te espero abajo.
Deposita un beso en mi frente y se marcha canturreando, dejándome tumbada en la cama, con el cansancio bien pegado a los párpados y la pereza retorciéndome los músculos.
Suspiro y me incorporo.
Busco el móvil a tientas. Lo encuentro y lo enciendo.
Me da un vuelco el corazón y me espabilo al segundo cuando veo la notificación de un mensaje suyo.
Wil Helmpollón <3: Buenos días. ¿Qué tal has dormido?
Una sonrisa inevitable se me extiende por el rostro.
Porque no tengo ni la más remota idea de lo que hay entre Wil y yo, pero solo sé que me encanta.
Y que no puedo esperar a verlo de nuevo. Y volver a besarlo. Y que se sienta lo suficientemente preparado como para dar el siguiente paso.
Sin embargo y por razones obvias, no voy a presionarlo. Me he pasado todas y cada una de las horas de oscuridad temiendo que se asustara de nuevo y volviera a desaparecer de mi vida.
No obstante, las circunstancias en las que ocurrió lo de ayer fueron extremadamente diferentes a las de Halloween. Y él también ha debido entender que no hay motivo para tener miedo cuando ambos queremos lo mismo.
Yo: ¡Buenos días! ¿Sinceramente? No he dormido muy bien. Tenía un poco de miedo de que no me contactaras otra vez.
Wil Helmpollón <3: ¿Por qué haría eso? Creo que tenemos algunas cuestiones pendientes...
Las mejillas se me encienden con fuerza y reprimo una carcajada. Porque estoy convencida de que Wil nunca hubiese dicho algo parecido en persona. Y de que ahora mismo estará arrepintiéndose de haber enviado ese mensaje, con el rostro arrebolado y escondido en su almohada, aterrado de ver mi respuesta.
Yo: Vaya, Doctor Ashton. Unos cuantos besos y ya te has vuelto todo un seductor.
Sonrío y dejo el móvil aparte.
Aunque no se lo digo, otro de los motivos por los que he estado dando vueltas en la cama hasta bien entrada la mañana ha sido la reflexión acerca de por qué no me he quedado a dormir en su sofá.
He llegado a la conclusión de que, aunque voy a respetar a Wil con todo lo que a su ritmo de intimidad física se refiere, no voy a olvidarme de mí misma. Y no me sentía a gusto al pensar en dormir en su sofá después de lo que ha pasado.
Anoche sentí el deseo hirviéndome en la sangre. Cuando empecé a moverme en su regazo, cuando noté la tensión de su cuerpo bajo el mío, quería... joder, anhelaba que no hubiera ni una pieza de ropa entre nosotros.
Y dormir en su sofá después de compartir un sentimiento tan intenso como ese era... extraño, como mínimo.
Con el corazón acelerado ante el simple recuerdo de sus labios y con una estúpida sonrisa plantada el rostro, me levanto de la cama y me visto.
..........
Ese día, mi madre y yo vamos revoloteando de tienda en tienda como dos polillas lo harían ante diferentes fuentes de luz.
El olor a libro usado, tan diferente al de libro nuevo pero igualmente agradable nos impregna las fosas nasales por tercera vez cuando entramos en una pequeña librería de segunda mano llamada Willow's situada en un callejón del centro de Londres.
Mi madre ya ha comprado tres ediciones antiguas de diferentes novelas de Jane Austen y está en busca de una cuarta, mientras que yo solo le hago compañía con una sonrisa, la bufanda bien calada ante el rostro y un paraguas rojo en la mano.
Para sorpresa de absolutamente nadie, está lloviendo en Londres.
Saludo al cajero con la cabeza cuando entramos en la tiendecita y dejo el paraguas junto a la puerta. Me paso una mano por el pelo ligeramente mojado y veo como mi madre ya se ha adentrado entre los sinuosos pasillos del lugar.
La sigo a paso tranquilo, mirando alrededor y empapándome con tantos mundos descubiertos y por descubrir.
Lo cierto es que esta salida está siendo más relajante de lo que creía...
—¡Aurita, cielo, mira! —exclama mi madre, girándose hacia mí y sujetando en alto un par de ejemplares de unos libros con portadas moradas y letras rosas chillonas que me resultan extremadamente familiares.
Lo cojo de sus manos y leo el título. Es el primer tomo de una saga llamada Escuela de Baile que yo leía a los siete años de edad.
Suelto una carcajada sorprendida y lo ojeo.
Todos los amantes de la lectura tenemos alguna saga, algún libro, alguna historia, que marcó un antes y un después en nuestra vida como lectores. En mi caso, estas princesas bailarinas supusieron el despertar de mi pasión por las novelas un poco dramáticas y sentimentales.
El corazón se me encoge de nostalgia en el pecho. Siempre he pensado que ese es un sentimiento curioso, agridulce, difícil de describir. Feliz por lo que has tenido y disfrutado pero triste por haberlo perdido.
Sonrío un poco y decido comprarme ese ejemplar de segunda mano, arrugado por las manos ilusionadas de alguna niña pequeña que seguramente se considere ahora demasiado mayor como para tener este tipo de novelas en su estantería.
Como me consideré yo en su momento.
Mi madre y yo salimos de la tienda agarradas del brazo, yo con mi pequeña bolsita en la mano y ella con una cantidad ridícula de ediciones diferentes del mismo libro. Mi madre siempre ha adorado el concepto de libro en sí; más allá de leer, más allá de la magia de una buena historia, ella cree que el formato en que ésta se narra le añade el toque final a la magia de las palabras.
"Una portada será lo que te evoque todos los recuerdos, cielo. Te hará recordar cómo lloraste por ese personaje, todo lo que sentiste mientras devorabas esas páginas. Al final, todo lo que nos queda de un buen libro son las sensaciones que nos despertó."
Esas palabras me las había dicho mi madre cuando yo era pequeña y le había preguntado acerca de su amor por las ediciones diferentes y las portadas. Y su reflexión había calado tan profundo en mi interior que había llegado a adoptarla como propia.
..........
No es hasta el atardecer de ese sábado, a eso de los seis y media de la tarde, que no volvemos a casa. Mi madre dice estar un poco cansada, y avanza con paso un poco renqueante e inseguro. La acompaño al sofá y le doy un beso en la coronilla.
—Tienes que hacer más deporte, mamá. Últimamente te cansas muy rápido —le digo con una expresión relativamente severa antes de subir a mi habitación con la intención de avanzar unas cuantas horas en la novela.
Ciertamente, no hay nada mejor que un buen reencuentro con tu amor por los libros para animarte con más ímpetu que nunca a continuar con tu proyecto vigente.
Sin poder evitarlo, cojo el móvil.
Sonrío al ver su mensaje. El último se lo envíe yo hace unas cuantas horas, donde le decía que iba a pasar el día paseando entre estanterías con mi madre. Su contestación era de media hora después.
Wil Helmpollón <3: ¡Pasadlo muy bien! Escríbeme cuando vuelvas a casa.
Así que eso hago.
Y, como me contesta al segundo, hablamos durante un buen rato. Me cuenta la receta de espaguetis de calabacín que va a probar esta noche y yo le hablo del ejemplar de Escuela de Baile que me he llevado conmigo de la tiendecita de segunda mano. Wil me dice que recuerda esas novelas, lo mucho que me divertían, el ridículo flechazo que tenía por el hermano mayor de la protagonista.
Yo: ¡Wil, me estás distrayendo! Quería ponerme a escribir un rato.
Lo envío con una sonrisa.
Wil Helmpollón <3: Mierda. Con todo lo que ha pasado no te he preguntado sobre ese tema. Perdona. ¿Cómo vas con tu novela?
Hay algo en ese mensaje que me parece profundamente dulce. Mi sonrisa se suaviza.
Yo: Creo que bastante bien. Tal vez consiga terminar un borrador relativamente más definitivo antes de que acabe el año.
Wil Helmpollón <3: ¡Qué bien! Pues no te distraigo más. Hablamos luego.
Le envío un sticker de un perezoso haciendo un corazón con las manos y él me contesta con otro de un suricata.
Me río porque me hacen mucha gracia los suricatas. Y él lo sabe. Me parece adorable cómo se yerguen a dos patas para escudriñar su alrededor.
Respiro hondo, pongo el móvil en silencio y lo lanzo al colchón de la cama a mi espalda.
Me pongo un poco de música suave en los cascos y me concentro.
Busco cualquier pequeño indicio de incoherencia o error entre las cientos de páginas escritas en mi ordenador igual que un suricata otea el horizonte en busca de un depredador.
..........
Al día siguiente, un lluvioso domingo de noviembre, me despierto con una nota al lado de mi cama. Es de mi madre.
La abro con el ceño ligeramente fruncido y la leo.
"Aurita, cielo, esta noche he tenido que ir con Ruth a Oxford porque una tía suya ha fallecido. Como ayer estabas tan concentrada, no quise molestarte y te he dejado descansar. Nos vemos esta noche. ¡Un beso!"
Una pequeña oleada de enfado me recorre el cuerpo. Hubiese ido a apoyar a mi segunda madre sin dudar ni un momento. Pero luego, tras reflexionar un momento y pensando en ella en profundidad, me doy cuenta de que mi presencia hubiese sido un impedimento más que una ayuda para que Ruth pudiese mostrar sus emociones cómodamente.
Siempre ha sido una persona que, a pesar de su extroversión, repliega los sentimientos hacia el interior. Yo la he visto llorar pocas veces a lo largo de mi vida.
De repente, me viene el recuerdo de esa vez hace relativamente poco que la vi con los hombros encogidos y la mirada acuosa en la cocina junto a mi madre, y me doy cuenta de que probablemente esa tía suya ya estaba enferma por aquel entonces.
Me levanto de la cama y decido enviarle un mensaje de apoyo a Ruth, aunque probablemente no lo vea hasta la noche. Me alegra que tenga a mi madre con ella, por lo menos.
Y entonces, tras comer un par de tostadas y prepararme un café de máquina con más azúcar que leche, me doy cuenta de lo que puede suponer que mis madres no vayan a estar en casa durante todo el día.
Me siento un poco (solo un poco) culpable por utilizar este hecho en mi propio beneficio, pero...
Con una sonrisa y las mejillas ligeramente encendidas, vuelvo a coger el móvil.
Yo: ¡Buenos días, marmotilla! ¿Sabías que los suricatas comen cucarachas?
Yo: Por cierto, mis madres no estarán en casa en todo el día.
Wil tarda quince segundos en leer mis mensajes y veinte minutos exactos en llamar al timbre de casa.
Me he vestido con ropa cómoda pero algo más apropiada que un pijama para recibir visitas y me dirijo a la puerta de entrada con una sonrisa plantada en los labios.
Llevo el pelo medio recogido con una pinza y una camiseta enorme de Harry Potter que compramos cuando fuimos con la familia de Wil a visitar los estudios en los que se rodaron las películas. Wil y yo lo gozamos como niños, aunque ya debíamos tener unos doce años por aquel entonces. Y compramos todos los souvenirs que había.
Esta camiseta era para Ruth, en teoría, pero desde entonces la he estado usando yo para estar por casa. Y me encanta. Tiene un león y una serpiente en la parte delantera y un tejón y una águila en la parte de atrás, representando las cuatro casas de Hogwarts.
Llego hasta la puerta con pasos ligeros y la abro.
Wil está plantado en mi porche con una pequeña sonrisa en los labios. Se la devuelvo y lo contemplo sin disimulo.
Lleva una camiseta lisa, roja pero bastante entallada, el pelo despeinado y las gafas de pasta sobre los ojos. Es como si hubiese salido de casa exactamente igual a como estaba en ella.
—Vaya, nuevo récord —empiezo a decir—. En veinte minutos has logrado...
Wil da un paso adelante, me agarra el rostro entre las manos y me calla con un beso. Abro mucho los ojos a causa de la sorpresa, pero tan rápido como se ha acercado, Wil se aparta. Tiene las mejillas ardiendo.
—Perdona. ¿Qué decías?
Ni lo sé ni me importa. Pero obviamente no voy a decirle eso. Su beso me ha dejado aturdida. Mucho más de lo que debería.
—Da igual —consigo decir, y me muevo a un lado para que entre en el rellano.
Wil me mira un segundo con cautela, analizando mi expresión. No sé qué ve en ella, porque esboza una mueca algo extraña y se pasa una mano por el pelo castaño claro en un gesto nervioso.
—Oye, lo siento, en serio. Llevaba todo el fin de semana queriendo...
Esta vez es mi turno de callarlo, porque está diciendo tonterías. Doy un paso al frente, me pongo de puntillas y presiono mis labios sobre los suyos.
—Cállate. No te atrevas a disculparte —hablo con una sonrisita junto a su rostro, mis boca apenas sobrevolando la suya, y Wil sonríe un poco.
—Lo siento —repite y yo pongo los ojos en blanco.
—Eres idiota —murmuro, y nos fundimos en un beso más suave, más controlado que los anteriores. No tengo ni idea de quien se ha acercado primer esta vez, pero a ninguno de los dos parece importarnos lo más mínimo; lo único relevante parece ser que nuestros labios logren encontrarse a medio camino.
Wil descansa una mano sobre mi espalda y se inclina un poco para profundizar el beso. Pega su cuerpo al mío y noto una oleada de deseo y calor deslizándose desde mi garganta hasta mi vientre, revoloteando en forma de miles de mariposas multicolores en mi pecho.
Me separo de él con dificultad y nos quedamos mirando un segundo.
—Quiero hacerlo —me dice sin un ápice de duda en sus preciosos ojos verdes—. Si es lo que tú también quieres, entonces yo...
Vuelvo a besarlo.
—Wil... ¿eres consciente de lo que supondría? —le pregunto en un susurro, porque creo que ni siquiera yo lo soy. No tengo ni la más remota idea de a dónde puede llevarnos esto. Pero parece demasiado bonito como para detenerlo ahora.
Veo el cerebro de Wil funcionar a mil por hora dentro de su cabeza, pero su expresión no muestra nada. Su máscara de fría cordialidad le cubre los rasgos por unos segundos.
—No supondría nada —dice entonces. Clava los ojos en los míos y habla en un tono firme como pocas veces emplea. Como si tratara de convencerme. Como si tratara de convencerse—. Porque no sería nada. Solo... nosotros. Como siempre lo hemos sido, pero mejor.
No tengo ni la más remota idea de lo que está hablando. Las palabras nunca han sido su fuerte, y supongo que en una cuestión tan delicada como la del corazón, aún menos
—Vale —digo sin embargo, y cuando sus ojos me escanean de arriba a abajo, mi cuerpo embutido en esa antigua camiseta de Harry Potter, la máscara se le resquebraja en una sonrisita ladina.
—¿Te apetece que terminemos de ver la película de Star Wars en la que te quedaste dormida?
..........
Dos horas y un bol y medio de palomitas después, estamos sentados en el sofá de casa de mis madres, como tantas veces lo hemos estado de pequeños, hombro con hombro y con las manos enterradas en el montón de maíz horneado, riéndonos de la primera tontería que se le pasa por la cabeza a Wil o simplemente regodeándonos en la intimidad de un gesto tan simple como apoyar las piernas en el regazo de la otra persona al tumbarse en los cojines del sofá.
No es al cabo de un buen rato, con el regusto de la sal de las palomitas en la lengua y con los ojos pesados de tenerlos clavados en la pantalla durante tanto tiempo, que no me vibra el móvil en los pantalones.
Lo agarro un segundo, simplemente para ver quién es de soslayo, y los ojos se me abren como platos a causa de la sorpresa.
Dudo un segundo. Alterno la mirada entre la pantalla de mi teléfono móvil y Wil.
Obviamente, él se da cuenta y se inclina para pausar la película con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurre? —pregunta, y se acerca un poco por los cojines del sofá. Levanto la mirada hacia él con una expresión extraña.
No tengo ni idea de qué puede salir de esto. Muchas cosas malas, muchas cosas buenas, un poco de todo. Como de la mayoría de situaciones inciertas.
Titubeo un par de veces antes de hablar, en voz baja y con los ojos clavados en la pantalla de mi móvil, en el grupo recién creado al que me acaba de añadir Ashley.
—Han organizado una cena navideña de reencuentro con los del instituto.
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Hola!
Esa cena puede salir muy mal... o muy bien. Dentro de poco lo descubriremos jeje.
Nos vemos la semana que viene con un capítulo en el que sube un poco la temperatura...
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