22. Wil: estrellas y más estrellas
—¡Joder!
Lanzo el guión de más de diez páginas impreso por ambas caras sobre la cama y me siento en el borde del colchón con un suspiro. Hundo la cabeza entre los hombros y respiro hondo un par de veces. Me paso la mano por entre los mechones de pelo marrón claro algo despeinados en un gesto nervioso.
Llevo dos putas horas ensayando mi presentación para la tesis doctoral y, aunque domino el tema mejor que un jugador de rugby su campo de juego, soy incapaz de improvisar un texto decente sin trabarme tres veces cada dos frases en el proceso. O de aprenderme un guión y que no suene antinatural y forzado.
Sobre todo si me imagino ante toda una multitud.
Sus ojos clavados en mí, sus cuchicheos para nada disimulados acerca de a saber qué desperfecto tanto en mi aspecto como en mi presentación... La ansiedad me carcome los sentidos si pienso demasiado en eso.
Levanto la mirada y me contemplo en el espejo. Ese gran cacharro de un par de metros de altura que me compré específicamente para ensayar esta maldita presentación, y que me da más sustos de madrugada que respiros en mi preparación.
Decido dejarlo por hoy, porque en cuanto empiezo a frustrarme dejo de ser productivo al completo.
Me levanto y guardo el dossier repleto de letras subrayadas en naranja (mi rotulador preferido desde que tengo memoria) en el cajón de mi escritorio.
Entonces, por fin, me atrevo a coger el móvil.
Desde que le pregunté a Aura si le apetecía venir conmigo, Anne y el resto de doctorandos a una salida al campo que no tiene nada que ver con la Universidad hace un par de horas, no he vuelto a encender la pantalla.
La tarde anterior, planeando la salida, Anne había dejado caer la sugerencia de invitar a Aura a la excursión como quien no quería la cosa, y Julio, para sorpresa de absolutamente nadie, había estado insistiendo en lo maravillosa que era la idea hasta que yo había accedido a proponerle el plan.
Estuve fulminando a Anne con la mirada el resto del día, pero ella se hizo la desentendida.
Sabe perfectamente que odio que me fuercen a actividades sociales no premeditadas, sobre todos cuando involucran a Aura, aunque es verdad que a veces puedo necesitar un pequeño empujoncito para atreverme a llevarlas a cabo...
La cuestión de las croquetas, sin embargo, salió por total cuenta propia, y me siento extremadamente orgulloso de ello. Apenas lo pensé un par de veces antes de llevárselas a su casa. Y todavía no me he arrepentido de haberlo hecho, lo que considero todo un logro.
Cuando leo su mensaje, sonrío un poco.
Aurita la más bonita: ¡Me encantaría! ¡Qué guay! Así podré describir mejor el cielo nocturno en mi novela ;)
Yo: Genial. Pasamos a buscarte a las ocho.
Aurita la más bonita: Vale.
Aurita la más bonita: Pero... ¿vosotros siempre quedáis a esa hora o qué?
Me río con suavidad.
Yo: Pues la verdad es que sí. Las 8 nos va muy bien con nuestros horarios de la Universidad y tal...
Aurita la más bonita: Ah. Tiene sentido, supongo.
Yo: Abrígate. Hará frío.
Aurita la más bonita: Sí, mamá.
Pongo los ojos en blanco con una sonrisa y le envío un sticker de un gato haciendo un gesto obsceno. Me devuelve uno de un cerdito lanzando besitos en forma de corazón.
..........
Es viernes y llevo una hora dando vueltas por Londres para recoger a varios de mis compañeros del doctorado en sus respectivas casas.
Stephanie y yo nos hemos organizado para llevar solo dos coches a la excursión; ella se encarga de recoger a unos cuanto y yo a otros pocos. Será efectivo, sobre todo porque ella pedirá prestada una furgoneta de nueve plazas a su padre.
Anne va sentada de copiloto a mi lado, controlando la emisora de radio y sacándome de quicio al quitar las canciones justo antes de que terminen.
—¿Quieres parar?
Le pego un manotazo suave sobre el dorso de la mano cuando paramos en un semáforo antes de que pueda darle al botón para cambiar a una emisora diferente a la que está sonando en este momento.
—Es que me aburren las canciones largas —se queja, cruzando los brazos antes el pecho y recostando la espalda en el asiento.
Suelto un resoplido.
—Me da igual. Son tres minutos. Escoge una emisora y déjala como mínimo diez.
Noto cómo me fulmina con la mirada cuando el semáforo se pone en verde y muevo la palanca de marchas para arrancar.
—Vale —refunfuña, y veo por el rabillo del ojo cómo me saca la lengua. Sacudo la cabeza en un gesto exasperado para ocultar una pequeña sonrisa.
Después de detenernos para recoger a Julio, giro a la izquierda para dirigirme hacia la calle de casa de mis padres e ir a buscar a Aura.
Anne no dice nada, pero estoy convencido de que esa incansable mata de pelo oscuro y rizado suya debe estar ocultando centenares de pensamientos acerca de ella y nuestra situación. Sin embargo, no pienso preguntar al respecto. Sus comentarios pueden llegar a ser casi tan terroríficos e inesperados como los de Ruth.
Cuando paro el coche en frente de mi antigua calle, Anne suelta una carcajada impresionada.
—Joder. Esta gente sí que sabe llamar la atención
La miro de soslayo y me percato de que está contemplando embelesada la colorida fachada de la casa de las madres de Aura, tan diferente a las del resto del vecindario.
Esbozo una pequeña sonrisa y cojo el móvil.
Yo: Estamos en la puerta.
Aurita la más bonita: Voy!!
Al segundo, cuando aparece por la puerta, no puedo evitar deducir que debe haber estado esperándonos en el rellano o el salón. Nos sonríe y entra por la puerta trasera del coche para sentarse junto a Julio.
—Buenas noches, mis queridos frikis —saluda y comparte una mirada cómplice con Anne. Debe ser algún tipo de broma privada que desarrollaron la otra noche en el pub.
—Buenas noches, mi querida chica blanca heterosexual normativa.
Definitivamente es una broma privada. Aura reprime una sonrisa justo cuando pongo el coche en marcha.
—¿Quiero saber a qué viene eso? —pregunto con los ojos clavados en la carretera y las manos sobre el volante.
—No —dicen ellas a la vez, y Anne vuelve a cambiar la emisora de la radio. La fulmino con la mirada en un semáforo.
—¿Qué? Ya han pasado diez minutos.
Suelto un suspiro exasperado, pero no digo nada. Sé de primera mano lo poco controlables que son las rarezas obsesivas de ese tipo.
Mientras nos vamos alejando del tráfico, el bullicio y la horrorosa contaminación lumínica de Londres, el cielo, hasta ahora tan traslúcido como una mampara sucia, se va tornando en una suave manta oscura con diminutos puntitos de luz que se multiplican por momentos.
Anne dormita a mi izquierda y la música envuelve el coche en un ambiente agradable y profundamente tranquilo. Si no estuviera conduciendo, yo también podría echar una cabezadita.
Miro por el espejo retrovisor cómo Aura se quita los zapatos y encoge las piernas sobre el asiento para acomodarse mientras habla con Julio, con la cabeza apoyada en la ventana y su característica sonrisa genuina plantada en el rostro.
Cuando sus ojos caramelo se juntan con los míos por el cristal del espejo, su expresión se suaviza ligeramente y se torna más dulce. Me dedica una pequeña sonrisa antes de devolver su atención a mi compañero. Yo también vuelvo los ojos hacia la solitaria carretera a la que hemos llegado hace una media hora.
Aún estamos intentando alejarnos un poco más de la civilización, para encontrar el punto despejado más amplio y cercano a la ciudad. "Cercano" significa dos horas en coche, pero merece la pena.
Lo única que hay que hacer es rezar porque no esté nublado como es habitual en las islas. Sin embargo, Anne y yo revisamos veinte veces el tiempo e incluso preguntamos a un amigo de ella que es meteorólogo para asegurarnos de escoger el día con mayor probabilidad de encontrar un cielo relativamente despejado.
Y de momento estamos teniendo mucha suerte.
Las estrellas salpican el firmamento como luciérnagas titilantes, tan bonitas como la primera vez que las vi, igualmente fascinantes e inalcanzables.
Por el rabillo del ojo, veo como a Anne se le cae la cabeza en medio de un sueño inquieto y se despierta de golpe tras un ronquido.
Aura y Julio ríen y yo esbozo una sonrisita.
—Callaos, capullos —murmura antes de acomodarse de nuevo en el asiento para seguir dormitando.
—No te pongas tan cómoda. Estamos al llegar —le digo, y justo entonces vemos la furgoneta gris de Stephanie aparcada a un lado libre de matojos de la carreterita campestre.
Aparco al lado del coche de su padre y vemos cómo los otros ya han empezado a montar el equipo de observación. Gracias a la camioneta de Stephanie hemos podido traer un par de telescopios y unas cuantas sillas, cosa extremadamente útil para unos frikis de la observación planetaria como nosotros, que nos tiraríamos 24 horas seguidas con los ojos clavados en la lente de un telescopio.
Nos encontramos con Stephanie, James y un par de compañeros más y empezamos a ayudarlos con el equipamiento.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —Cargando con una caja de lentes de repuesto, me vuelvo hacia Aura cuando oigo su voz. Lleva una sudadera de lana gruesa y aún así parece tener frío, porque no deja de bajarse las mangas para taparse las manos.
—Nada, no te preocupes. Ya casi terminamos. Solo debemos...
Anne me interrumpe desde el otro lado de la camioneta.
—¡Y una mierda! —exclama —. No hay princesas en la ciencia. Ayúdame con las sillas, cariño.
Aura suelta una carcajada y se dirige hacia ahí tras dedicarme una sonrisa. Yo tan solo me encojo de hombros y llevo la caja hacia el puesto de observación que hemos dispuesto, unos metros más alejado de los coches.
..........
Llevamos tres cuartos de hora contemplando el cielo nocturno y yo ya siento cómo la paz, la confianza y la tranquila felicidad me invade el cuerpo al igual que cada vez que conecto con el universo de esta manera.
Tenemos una regla no escrita en este tipo de excursiones; se habla lo menos posible, y siempre en voz baja. Es una salida con finalidad tanto científica como lúdica, pero para algunos, como en mi caso, también se trata de una especie de retiro espiritual.
Estamos sentado en sillas de playa incrustadas en la fría tierra del campo, aplastando unos cuantos matojos helados, y nos vamos turnando para mirar por el telescopio.
Aura ha dicho que no le apetecía; prefería ver el conjunto al detalle.
La entiendo; dependiendo del día, el cielo es una experiencia en sí mismo y no se aprecia como la suma de sus partes.
En este momento, la miro de soslayo un segundo.
Está encogida sobre sí misma, la capucha calada sobre la cabeza, los brazos enrollados sobre su propio torso para darse calor, y el rostro vuelto hacia el cielo. No sonríe, pero tiene una expresión pacífica en el rostro, serena.
Los ojos le brillan ligeramente y parece tener todo un universo estrellado paralelo reflejado en ellos; otro universo que podría tirarme horas contemplando.
Porque por algún motivo está aún más preciosa que de costumbre.
Al cabo de unos minutos, se levanta un poco de viento y hace bambolear con suavidad los aparatos de observación antes de colarse entre nuestras prendas de abrigo. No es nada exagerado ni inesperado, nada extremadamente molesto, pero parece ser suficiente para que Aura se levante y se aleje, dispuesta a subir a la parte trasera de la camioneta donde el propio vehículo proporciona cobijo ante el frío.
Vuelvo la vista a mis compañeros y veo que Anne me está observando. Hace un gesto mal disimulado con la cabeza en dirección a Aura y yo frunzo los labios con disimulo.
Por qué le contaría nada...
Sin embargo, le hago caso. Tal vez porque solo necesitaba un pequeño incentivo para atreverme a seguirla.
Me levanto de la silla y camino despacio hacia la camioneta, mis botas crujiendo sobre la tierra y los matojos resecos que cubren el suelo del campo.
Llego hasta Aura y apoyo los antebrazos en un lateral de la pared baja que rodea la parte trasera y descubierta de la camioneta de Stephanie.
Aura me sonríe. Tiene la nariz tan roja como un tomate y me parece adorable.
—Te dije que te abrigaras.
—¡Me he abrigado! Llevo una camiseta térmica, un jersey y la sudadera. —Se abraza a sí misma de nuevo—. Es solo que me he vuelto débil ante las temperaturas tan estúpidas que tenéis aquí.
Sonrío un poco. Entonces subo a la camioneta y empiezo a rebuscar en una caja de madera de un rincón. Saco una manta gris que siempre traemos con nosotros en excursiones de este tipo por si acaso y se la tiendo.
—Toma.
Ella la coge y se la echa sobre los hombros con un murmullo de agradecimiento. Titubea un segundo antes de añadir:
—¿Quieres sentarte? —Da un par de palmadas en el suelo del vehículo a su lado y no permito pensarlo dos veces antes de deslizarme por el metal junto a ella.
Sin mediar palabra, Aura nos envuelve a los dos en la manta como puede.
—Joder. Esta manta es mucho más grande de lo que parece —murmura y yo suelto una risita.
Al cabo de unos minutos, consigue abrigarnos bien con ella y se acurruca un poco a mi lado para aprovechar el calor que emana mi cuerpo junto al suyo.
Apoyo la cabeza en la pared de la camioneta detrás de nosotros, la conecta con los asientos traseros del vehículo, y vuelvo la vista al cielo.
Agradezco profundamente que la oscuridad nos envuelva, ya que hace menos probable que Aura sea capaz de ver el ligero, ligerísimo, apenas perceptible rubor que me ha teñido las mejillas.
—¿Qué es lo que te gusta de mirar el cielo?
Pregunta en voz baja y deslizo los ojos hacia ella.
Está muy cerca, y tiene la cabeza ladeada de esa manera tan suya, tan curiosa, tan dulce. Le dedico una pequeña sonrisa y vuelvo los ojos de nuevo hacia las estrellas sobre nuestras cabezas.
—Me... calma. Creo. Más allá de cuestiones científicas que estoy convencido que te parecerán aburridísimas —Puedo percibir la sonrisa en sus ojos cuando los noto clavados en mí—, me tranquiliza.
Hablo en voz baja, suave, casi en un susurro.
—Siempre he sido una persona bastante... neurótica. Con tendencia a darle vueltas a las cosas y a obsesionarme un poco con cuestiones irrelevantes —esbozo una media sonrisa—. Aunque supongo que eso ya lo sabes. El caso es que mirar hacia arriba, contemplar la inmensidad, la imposibilidad del universo, siempre me ha hecho... dejar de pensar. O dejar de darle tanta importancia a ciertas cosas, mejor dicho. Soy capaz de entender mi vida desde... otra perspectiva. Una más amplia, más serena. Por eso vengo aquí cuando me siento muy abrumado.
Dejo de hablar y de repente me avergüenzo un poco. No suelo dar tantas explicaciones y mucho menos tan profundas. Tan íntimas. Pero es Aura, y ella y yo siempre hemos sido así.
Al menos lo éramos.
Por algún motivo, eso tampoco parece haber cambiado. Junto a tantas otras cosas...
Carraspeo.
—Da igual. De cualquier modo, se me da muy mal explicarme, así que...
—Yo creo que no —Aura me contesta en el mismo tono que he empleado yo antes para hablar; prácticamente un susurro dulce. Se me atasca el aire en los pulmones cuando apoya la cabeza en mi hombro—. Yo creo que te explicas mucho mejor de lo que crees. Pero solo si estás tranquilo. Y con estos puntitos de luz sobre la cabeza pareces estarlo.
No digo nada y la miro de soslayo.
Recuerdo entonces todas las veces que su presencia en el instituto me ayudó a calmar mis incesantes nervios antes de hablar en público. Cómo su sonrisa amable y su mirada repleta de cariño me habían animado a dar un paso al frente y enfrentar la angustia que me carcomía por dentro en esos momentos.
—Ya, bueno. En la presentación de mi tesis voy a estar en medio de un auditorio, cerrado entre cuatro paredes de madera y con decenas de asistentes observándome —El solo pensamiento de ello me hace palidecer—, así que no creo que esté demasiado tranquilo...
—Puedo ir y colgarte un póster del espacio para que lo mires, si quieres.
Tardo un segundo en procesar su respuesta y suelto una carcajada genuina, muy poco común en mí.
—¿Por qué no agujereas el techo y creas un tragaluz directamente? —bromeo entre risas, porque su comentario me ha parecido sorprendentemente tierno y sincero.
Oigo la sonrisa en su voz cuando habla.
—No estoy de coña, Wil. Si te ayuda, puedo intentar hacer algo.
La sonrisa se me suaviza en el rostro y bajo el rostro hacia ella de nuevo. Tiene los ojos clavados en el cielo y la mejilla enterrada en mi hombro. Deslizo la mirada por sus ojos oscuros, sus pómulos poco afilados, sus labios claros y carnosos, que ahora ya sé que tienen un tacto tan suave como el de una pluma pero tan cálido como el de una bata forrada en invierno...
Trago saliva y aparto la mirada.
—Sería suficiente si tú estás —murmuro y me arrepiento al instante. Es un comentario demasiado vulnerable, demasiado expuesto, muy peligroso en relación al umbral de amistad en el que nos estamos balanceando últimamente.
Ella, sin embargo y a diferencia de mí, no parece hacer ningún tipo de interpretación enrevesada al respecto.
Tan solo se incorpora y me mira con una sonrisa que brilla más que todas los puntitos gaseosos gigantes que iluminan el firmamento.
—¿De verdad? ¡Pues ahí estaré! ¿Cuándo es?
—No hace falta que vengas. Era... broma. Es una hora de presentación y no creo que te interese y tendrás otras cosas que hacer...
—Oh, cállate —Me pega un manotazo en el brazo —. Se te olvida que yo ya soy toda una experta en tu campo.
La miro con una ceja ligeramente enarcada y ella rompe a reír.
—No me mires así. He tenido al mejor profesor del mundo; el futuro Doctor Wilhelm Ashton. Y me encantaría ver cómo consigue ese título formalmente —Su sonrisa se suaviza y descansa una mano en mi hombro en un gesto cariñoso. Aura siempre ha sido de las pocas personas con las que nunca me ha molestado el contacto físico casual; soy consciente de que se trata de un lenguaje de amor muy importante para ella—. Porque estoy convencida de que lo lograrás, Wil. Completamente convencida.
La miro un segundo. Sus ojos relucen de determinación y cariño, y suelto un suspiro cuando me percato de que nada de lo que diga podrá hacerla cambiar de opinión.
—Haz lo que quieras. Tampoco puedo impedírtelo —Y ciertamente me ayudaría tenerla ahí. Más de lo que ella cree, estoy seguro.
Su sonrisa es como ver el amanecer tras una noche oscura y desesperante.
Entonces suelta un jadeo ahogado y se incorpora de golpe, señalando el firmamento.
—¡Wil, una estrella fugaz! ¡Hay que pedir un deseo!
Sonrío, pero no aparto la vista de ella.
Ya ha empezado la lluvia de meteoros. Mis compañeros, a unos metros de nosotros, empiezan a moverse por entre los telescopios y los aparatos de observación, soltando exclamaciones ilusionadas y regulando las lentes y las posiciones de los objetos.
—Eso hemos venido a ver, ¿sabes? Y puedes intentar pedir un deseo, pero que sepas que las estrellas fugaces suelen tardar unas décimas de segundo en desaparecer —comento en un tono ligeramente sarcástico pero también profundamente dulce.
Ella me fulmina con la mirada y mi sonrisita se amplía un poco.
Aura pone los ojos en blanco pero no dice nada. Tan solo se acomoda de nuevo en el suelo de la camioneta, envolviendo su cuerpo helado con la manta raída mientras vuelve a apoyarse en mí, prácticamente encogida a mi derecha, y clava la mirada en el cielo.
Nos quedamos en silencio contemplando la lluvia de meteoros deslizarse por la oscura manta del cielo nocturno ante nuestros ojos. Un silencio cómodo nos envuelve, tan solo roto por los pequeños respingos entusiasmados de Aura cada vez que vemos una estrella fugaz relativamente más grande.
En algún momento, envuelto en medio de esa calma extraña que recae sobre mis huesos cada vez que me fundo con el universo y las estrellas, deslizo un brazo sobre los hombros de mi antigua mejor amiga y primer amor y descanso la mano en su cintura para mantenerla pegada a mi cuerpo y darle un poco más de calor.
Ella se tensa apenas un segundo antes relajar el cuerpo contra mí como si de un helado derritiéndose se tratase.
Y mientras Aura contempla el firmamento con el ceño ligeramente fruncido por la concentración, seguramente intentando formular un deseo durante los pocos segundos que dura la estela de una estrella en cruzar el cielo, como una pincelada de una brocha sobre un lienzo oscuro y moteado, yo no puedo apartar la mirada de ella.
Y pienso que sí, el espacio y las estrellas pueden ser enormemente complejas. Pero no hay nada tan enrevesado como lograr entender el inverosímil universo de un corazón.
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Hola!
Este capítulo ha sido un pelín largo, lo siento, pero me ha gustado mucho.
Os gusta mirar al cielo? Os produce la misma calma que a Wil o por el contrario os abruma y os da un poco de miedo?
Un beso! Gracias por leer!
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