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2. Wil: Lluvia y pasado

Salgo de la universidad cuando ya está oscuro. Miro el reloj: son las diez de la noche. Hace frío y, como no, el cielo está tan encapotado que algunas gotas finas se cuelan entre las nubes de vez en cuando. Me cuelgo la mochila de un hombro y meto la otra mano en el bolsillo de la chaqueta. Obviamente, no he traído paraguas, porque siempre me lo dejo en el maletero del coche.

Suspiro y camino hacia el metro. Justo hoy, mi oportuna hermanita ha decidido venir desde Cambridge de visita y robarme el coche para ir a ver alguna estupidez de teatro navideño con su novia. ¡Navideño! Estamos en septiembre, por el amor de Dios. Parece que la gente cada vez tiene más prisa por sucumbir al consumismo. Y yo, que tengo que ir a trabajar, me aguanto y cojo el siempre hacinado transporte público de Londres. Solo de pensarlo me da pereza.

La parada está a un par de calles y la lluvia empieza a arreciar, pero sigo avanzando a paso calmado. Yo no corro. Nunca corro. No pienso correr ni aunque caigan pequeñas arañas radioactivas del cielo. En un paso de cebra en rojo me paro y me quedo calado hasta los huesos, si no lo estaba ya. Resoplo, más que molesto.

Justo entonces un coche para en frente de mí. Lo reconozco tras un segundo vistazo. Esbozo una sonrisa amistosa y me asomo a la ventana del copiloto, que la conductora ha bajado para poder hablar conmigo.

—Vaya, Helm, te veo bien. —La mujer joven que conduce el vehículo, con el pelo rizado recogido en un moño deshecho, me sonríe también.

—No te regodees demasiado, Anne —le digo a mi compañera de trabajo y contrincante por la plaza relativamente fija que ofrece la universidad. Sin embargo, nunca nos hemos tratado con envidia. De hecho, ella tal vez sea de las únicas personas que me atrevería a llamar amiga hoy en día. Ese es un título que me ha costado horrores entregar estos últimos años, pero con Anne siempre ha sido... natural, fácil, de algún modo.

—No pensaba hacerlo. Si te enfermas, superarte en el curro será demasiado aburrido —Hace un gesto con la cabeza en dirección al asiento del copiloto y me dedica una sonrisa—. Sube, te llevo. Pero si me estropeas la tapicería me la pagas.

Pongo los ojos en blanco, porque el coche de Anne no es precisamente un Mercedes. Soy consciente de que su situación económica nunca ha sido demasiado prometedora, pero eso solo hace que la admire aún más por llegar hasta donde ha llegado profesionalmente.

—Gracias. Stephan estaría orgulloso de ti —digo entrando en el coche. Stephan es mi director de tesis y nuestro jefe. No para de repetirnos que la competitividad en su extremo y el creerse el mejor en ciencia es contraproducente; la clave de los avances científicos está en refutar las teorías de los demás y las propias. Si no, llegaríamos al dogmatismo. Palabras textuales del gran Stephan Lee.

Anne me mira de reojo antes de volver a poner el coche en marcha.

—¿A dónde?

—Solo llévame a la parada de metro. No hace falta que...

—Cállate. ¿A dónde? —repite simulando un tono dulce. Suspiro y le doy la dirección. Nos quedamos unos minutos en silencio antes de que ella lo vuelva a romper.

—Bueno, pequeño genio, dime. ¿Qué se te ha perdido a estas horas en la universidad? —Me hace gracia que me llame pequeño genio. Me saca cuatro años y se considera la savia de los dos. Ignoro el apodo y miro por la ventanilla cómo las gotas hacen una pequeña carrera al resbalar por el cristal. Me da un poco de vergüenza admitir por qué me he quedado, así que digo una verdad a medias.

—Quería revisar los últimos resultados del experimento de la semana pasada —confieso como si tal cosa. Anne me mira con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, su piel oscura brillando frente a la potente luz de los semáforos y del Londres nocturno.

—Te he visto revisarlo tres veces ya. ¿Hacía falta?

Me ruborizo ligeramente y evito el contacto visual con mi compañera. Llevaba días dándole vueltas a los resultados. Me sentía incómodo al pensar que se me había pasado algo y tenía la necesidad de volver a comprobarlo... y he sucumbido a ella. Siempre me pasa lo mismo, pero Anne no tiene por qué saber todas mis cosas raras. Ya sabe demasiadas.

Me encojo de hombros y cambio a su tema favorito: su investigación.

—¿Qué tal te va a ti?

Se le ilumina la mirada y empieza a parlotear como un loro durante los 20 minutos de trayecto hasta mi piso acerca de sus últimos avances. La escucho con atención porque soy consciente de que todos los científicos somos exactamente iguales hablando de ese tema; nos entusiasmamos y no callamos hasta que vemos a alguien bostezar.

Al cabo de unos minutos, el móvil me vibra en el bolsillo. Le echo un vistazo de reojo. Es un correo. No le doy más importancia en un primer momento porque estoy más que acostumbrado a recibir correos. Sin embargo, cuando el coche se sumerge en un silencio cómodo tras la verborrea de Anne, lo abro.

Y debo leer el nombre del emisor cinco veces para asegurarme de que mi cerebro y mi vista cansada de estar revisando tablas de datos en el ordenador durante horas no me están jugando una mala pasada.

@aurasvila

Podría ser otra persona. Podría ser cualquier persona. Sí, no puede ser ella. O de eso intento convencerme antes de leer el contenido del correo:

Estimado Wilhelm Ashton,

Soy Aura Sanders-Vila. Supongo que te acordarás de mí y que te sorprenderá que me ponga en contacto contigo después de tantos años. La cuestión es que necesito orientación teórica en el ámbito científico como inspiración para la verosimilitud de una novela que tengo en desarrollo. Mis madres me comentaron tu gran recorrido académico estos últimos años y me recomendaron contactar contigo para pedirte que me ayudaras con esta pequeña tarea de investigación que necesito llevar a cabo.

Por favor, contéstame a este correo para indicarme si te interesaría ayudarme y para poder concretar los detalles.

Muchas gracias.

Con cariño, Aura Sanders-Vila.

Me quedo helado. ¿Aura contacta conmigo después de tanto tiempo para pedirme ayuda? Y además, ¿no estaba viviendo en Barcelona? ¿A qué se supone que se refiere con concretar los detalles? ¿Vendrá ella a Londres? ¿Nos veríamos en personas o hablaríamos por llamada o correo?

Mi estúpido cerebro empieza a ir a 200 km por hora como siempre le pasa cuando algo me deja descolocado o no entra en mis planes. ¿Qué hago? ¿Contesto o...?

—Helm —Anne me llama desde el asiento del conductor, mirándome con las cejas ligeramente enarcadas. Me doy cuenta entonces de que estamos parados. Hemos llegado a mi casa. Aún desconcertado por el correo de Aura, murmuro un agradecimiento y una despedida y salgo del coche. 

Subo a mi apartamento. Al abrir la puerta, me recibe el clásico olor a cerrado de un piso que no se ha ventilado en todo el día. Dejo la chaqueta empapada en la lavadora y me desnudo en el salón para no mojar más el suelo. Funciono en modo automático, intentando que no me golpee la oleada de recuerdos que amenaza con destruirme, y con ellos las emociones que me persiguieron todo ese tiempo en el pasado y que han dejado filamentos negativos rondando por mi interior: el rencor, la soledad, la tristeza, la decepción, el dolor y la confusión... pero sobre todo la profunda vergüenza, que me abruma e inhibe los sentidos. Todos los pensamientos juntitos en la puta olla de huevos revueltos en la que se torna mi corazón y mi (normalmente) brillante cerebro al pensar en todo lo que pasó.

Me dirijo a la ducha y me doy un remojón con agua ardiendo (como siempre hago, incluso en verano, incluso fuera de Londres). Suspiro entre el vapor, algo más calmado. Me relaja profundamente, siempre lo ha hecho. Me lavo el pelo rápidamente con un champú cítrico con olor a limones frescos y menta y salgo para calentarme las sobras de un plato de pasta que cociné ayer para cenar.

Como mirando a la pared. 

Lavo los platos. 

Friego. 

Me meto en la cama. 

El móvil me vuelve a vibrar y me lanzo hacia él a tal velocidad que casi me caigo del colchón, pensando que podría ser otro correo suyo. No lo es. Solo es un mensaje de mi hermana dándome las gracias por el coche y diciéndome que lo ha dejado aparcado delante de la casa de nuestros padres. Suelto un gruñido de frustración y me froto los ojos con los puños hasta ver las estrellas.

Y finalmente tomo una decisión.

Aunque sea medianoche, me siento frente al ordenador de mi habitación y escribo.

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Hola, amores!

Segundo capítulo del estreno de esta comedia romántica! 

¿Qué os parecen los personajes de momento?

¿Qué creéis que puede haber pasado entre ellos en el pasado?

Descubrid su historia las próximas semanas! Un beso enorme y gracias por leer!

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