14. Wil: Ascensores y ratas
La notificación que llega a mi móvil hace vibrar la mesa a mi lado y me levanto de un salto de la silla a la que llevaba las tres últimas horas pegado comprobando y comprobando datos en el ordenador.
Anne se ríe a mi espalda.
—¿Es ella?
—Ajá —es lo único que contesto antes de responder a su "Estoy en la puerta. ¡Esto es enorme, Wil! Dime dónde ir o acabaré en el parking". Un mensaje casual entre dos amigos. Eso parece. Pero, de algún modo, tengo el corazón en la boca y las palmas sudorosas mientras tecleo una respuesta al contacto aún agregado como Aurita la más bonita.
"Ve al ascensor de tu derecha y sube hasta la sexta planta. Te espero ahí."
—Enseguida vuelvo —les anuncio en un tono monótono y aparentemente indiferente a mis compañeros.
Anne le dedica una mirada significativa a Julio, otro estudiante de doctorado que comparte planta con nosotros. Es algo más mayor que la mayoría de los doctorandos, pero es una persona cordial y respetuosa. Nos llevamos bien, pero no tenemos una relación cercana, ni mucho menos.
Sinceramente y aunque con los compañeros hagamos de vez en cuando actividades fuera del ámbito universitario, como ir a tomar unas copas o hacer alguna salida al telescopio de Greenwich, la única persona con la que mantengo un vínculo algo más íntimo es con Anne.
Sin embargo, ella y Julio son los únicos que saben todo lo que Aura ha significado y aún representa para mí.
El cómo se lo dije, me niego a admitirlo en voz alta.
Cambio el peso de un pie al otro mientras la espero fuera del ascensor.
Joder, parezco un puto adolescente ansioso.
Pero es que estoy aterrado. Dejarla entrar en esta parte de mi vida, una de las pocas que siempre ha sido mía y solo mía...
Suena un pitido suave y se abre la puerta metálica ante mis narices.
Y ahí está, con un chaquetón de plumas de color crema, el pelo recogido de la frente con una pinza oscura y su sonrisa encantadora plantada en los labios.
—¡Hola! —Sale del cubículo y empieza a mirar a su alrededor—. Guau. Este sitio es alucinante. Parece una nave futurista.
No puedo evitar sonreír un poco mientras contempla fascinada una gran lámpara de lava que cuelga del techo de la salita de recepción de la planta de los doctorandos, emitiendo destellos morados por todo el espacio.
—Para eso has venido, ¿no? —le digo, y ella me dedica una sonrisa emocionada mientras asiente—. Ven, te presento a todo el mundo.
Mientras la guío por los intrincados pasillos blancos del edificio, veo cómo saca una libretita de cuero con mariposas en la portada y empieza a escribir algo en ella con suma concentración.
Me muerdo el carrillo para evitar sonreír de nuevo. Ya de niña se llevaba una libreta a todas partes. Anotaba cualquier detalle que le llamara la atención, cualquier persona, cualquier situación. Me hace gracia ver que sigue poniendo la misma expresión, con el ceño fruncido y la lengua entre los dientes, mientras lo hace.
—Eh, chicos —llamo a mis compañeros cuando llegamos a la sala de ordenadores. La mayoría de doctorandos están aquí las horas previas al almuerzo. Es un trabajo menos tedioso, más limpio.
Anne y Julio ya están de pie, esperándonos con amplias sonrisas inocentes plantadas en el rostro. Pongo los ojos en blanco en dirección a mi única verdadera amiga del trabajo con disimulo. Me giro hacia Aura para presentárselos.
—Aura, te presento a Anne Miller y a Julio Rodríguez. Los del fondo son James Raymond y Stephanie Grayson.
James y Stephanie hacen un gesto cordial con la mano a modo de saludo desde sus respectivos ordenadores mientras Anne se acerca y envuelve a Aura en un abrazo de oso.
—Bienvenida, cariño. Yo soy la única que vale la pena entre esta panda de raritos. —Entrelaza su brazo con el de Aura, quien la mira con una amplia sonrisa en los labios y suelta una carcajada.
Sabía que se llevarían bien desde el principio.
No puedo evitar suspirar ligeramente, pero frunzo el ceño cuando me fijo en que Julio está contemplando a Aura con los ojos entornados.
—¿Te conozco de algo? —le pregunta él entonces con educación.
Aura ladea la cabeza ligeramente, tratando de hacer memoria.
—No, creo que no. Se me da bien recordar las caras de la gente. —Eso es muy cierto. No he conocido nunca a nadie con mejor memoria para las caras y los nombres. Tal vez ese sea uno de los motivos por los que gusta tan rápido; desde el primer momento se refiere a ti por tu nombre como si te conociera de toda la vida.
De repente, la comprensión ilumina los rasgos de Julio, se lleva una mano a los labios y suelta un ruidito de asombro.
—Dios mío —murmura—. ¿Eres Aura Sanders-Vila? ¿La escritora?
Prácticamente puedo sentir la timidez recorriendo el cuerpo de Aura de arriba a abajo. Una sonrisa cauta se le forma en los labios, pero un brillo ilusionado hace resplandecer su mirada.
—Sí. —No hay chulería en su tono, ni siquiera parece estar rebosante de felicidad. Solo aceptación, un orgullo sincero y amable que sobresale de todos y cada uno de los poros de su piel.
Quien sí que parece estar rebosante de felicidad es Julio. Se acerca a ella y la agarra de la mano. Entonces, se dirige a Aura en español.
—¡Mi mujer te adora! Somos de Uruguay, vinimos aquí para mi doctorado, y se ha leído todos tus libros. ¡Ha hecho que a mí también me encanten!
La sonrisa de Aura sería capaz de hacer ver poco brillante a la estrella más enorme del universo. A una puñetera gigante roja. A una estrella de neutrones. A una puta supernova.
—Gracias. Me alegro mucho.
Julio sigue hablando, pero esta vez cambia al inglés. Supongo que por respeto al resto de los presentes que no hablan el idioma. Yo, sin embargo, tras años con las Sanders-Vila, entiendo casi todo. Aura solía enseñarme palabrejas y canciones.
Y me niego a admitir que he estado practicando un poco por mi propia cuenta...
—¡Me estoy leyendo Poco más que una canción y un beso y me está encantando! Cómo los personajes son incapaces de reconocer lo que sienten, cómo se van acercando poco a poco... ¿Y el personaje de Josh? Mi mujer casi me deja por ese estúpido batería. Con todo respeto —añade a toda prisa recordando que está hablando con la creadora de dicho personaje. Pero Aura tan solo rompe a reír a carcajadas y se encoge de hombros.
—Esa era la intención.
Unos pasos resuenan por el pasillo, huecos y firmes, y una voz monótona y seria irrumpe en la sala.
—¿Qué es ésta cháchara? —Anne y yo compartimos una mirada exasperada cuando oímos la voz de Stephan Lee, nuestro jefe, entrar por la puerta de la sala de ordenadores. Todos nos volvemos hacia él.
El hombre, de unos cincuenta años y con un traje tan impecable como sus engominados cuatro pelos, nos contempla con su habitual expresión de pasiva y elegante indiferencia.
—Dr. Lee. Ella es...
—Aura Sanders-Vila. Encantada. —Aura me interrumpe y le tiende la mano con una sonrisa cordial a mi director de tesis—. Muchas gracias por permitir que me empape de la sabiduría de sus maravillosos alumnos. Estoy convencida de que me será de gran utilidad para mi proyecto.
De reojo, me percato de la expresión divertida que Anne está tratando de ocultar tras el cuello de su bata. La labia de Aura es admirable, como poco. Para alguien como yo, con tan poca habilidad en ese aspecto, resulta inconcebible cómo alguien puede decir palabras tan coherentes de manera improvisada.
Stephan Lee le aprieta la mano a Aura y asiente.
—El placer es nuestro por tenerla aquí, señorita Vila. El futuro doctor Ashton le mostrará las instalaciones y le explicará todo lo que desee saber. En cuanto al resto, —Fija su mirada oscura en Anne y Julio, quienes ya han vuelto con disimulo hacia sus respectivos ordenadores aún encendidos—, vuelvan al trabajo, porque cuanto antes acaben sus investigaciones, antes podrán éstas ser refutadas por otros.
Con una inclinación de cabeza, se marcha por donde ha venido sin hacer apenas ruido, como la sombra de un pájaro repeinado y altivo. Aura se queda mirando la puerta por donde ha desaparecido el hombre con los labios ligeramente fruncidos.
—Es un poco rarito —murmura, y Anne se ríe desde lejos. Yo le dedico una media sonrisa y me encojo de hombros antes de contestar a su comentario.
—Cuando llevas años en este mundillo, descubres que la gran mayoría de los científicos importantes lo son.
Aura me sonríe con cariño y Anne vuelve a hablar desde su sitio frente a su escritorio, con la silla girada hacia nosotros.
—¡Eso son puntos a tu favor, Helm! ¡Seguro que triunfas!
La fulmino con la mirada y ella tan solo me guiña un ojo antes de dirigirse a Aura de nuevo.
—A veces creemos que el Dr. Lee es un robot. O un NPC. —Sube los brazos en un gesto exagerado—. El tío parece tener las respuestas programadas. Siempre se despide diciéndonos eso de "Cuanto antes acaben sus investigaciones, antes podrán ser refutadas por otros".
Lo imita tan bien que todos los presentes rompen a reír. Yo sacudo la cabeza con una sonrisa antes de dirigirme a Aura.
—En fin. ¿Quieres que te enseñe los laboratorios?
Ella asiente con efusividad.
—¡Nos vemos en una hora para comer! —exclama Anne antes de fijar sus ojos oscuros en Aura; una mirada que pretende esconder mucho más de lo que parece—. Te quedas, ¿verdad?
Ella duda, solo un segundo, pero termina asintiendo con una sonrisa amable.
—Claro.
Y desaparecemos pasillo abajo.
..........
—Futuro Doctor Ashton... —Aura saborea las palabras en el paladar y sonríe—. Suena bien, ¿no crees?
Llevamos unos treinta minutos dando vueltas por la planta, entrando y saliendo de todos los laboratorios disponibles e incluso de algunos ocupados. Cualquier cosa que Aura no sepa, en la que muestre un mínimo interés, yo se la explico.
Hemos vuelto a una dinámica parecida a la del lunes. Centrados en la tarea que nos traemos entre manos, apenas hay tiempo para pensar en nada más.
Ahora, cuando le he explicado por encima el funcionamiento de los colisionadores y aceleradores de partícula, se ha mostrado entusiasmada por verlos. Sin embargo, para ir a la sala donde están siempre, hace falta subir unos pisos.
Y ahora tenemos que encontrar un tema de conversación para el trayecto por el interior del edifico.
Aura, cómo no, lo ha encontrado fácilmente.
—Supongo... llama de esa manera a todo el mundo. A veces es un poco molesto.
Ella se ríe con suavidad y llegamos a los ascensores.
—Tus amigos son majos —dice cuando las puertas metálicas se cierran a nuestra espalda, dejándonos en el interior.
—Supongo —repito, porque no voy a decirle que apenas los considero como tal.
Nos quedamos un segundo bastante largo e incómodo en silencio hasta que el ascensor vuelve a abrirse, pero ésta vez para dejar a entrar a riadas de científicos que se desplazan arriba y abajo por el edificio.
Recuerdo de repente que dentro de un par de horas hay un simposio de la materia oscura en la última planta y que los ascensores y pasillos estarán intransitables a causa de la cantidad de gente que habrá en ellos durante la siguiente media hora cómo mínimo.
Poco a poco, como una cucaracha retorciéndose en mis entrañas, empiezo a notar el familiar nudo de ansiedad asentándose en mi estómago cuando no deja de entrar gente en un espacio tan reducido como el del ascensor.
Odio los espacios pequeños con mucha gente.
Odio que la gente me toque.
Odio a la gente.
—Mierda... —murmuro sin poder evitarlo.
Nos apretujan contra el espejo y yo respiro hondo varias veces, como siempre hago en situaciones parecidas. Trato de calmarme respirando hondo tres veces.
Apenas consigo ralentizar los latidos atronadores de mi corazón.
—Es lo que tiene moverse entre plantas en hora punta cuando hay simposios o reuniones —le digo en voz baja a Aura, más que nada para intentar distraerme de los cuerpos que no dejan de apretujarnos y de robarnos el aire de los pulmones (o al menos esa es mi impresión).
Mis sentidos se sensibilizan ante cualquier estímulo. De repente, hay mucho ruido, hay muchos olores, hay mucha luz.
La miro de forma inconsciente y me doy cuenta de que estamos muy cerca. Sin embargo y aunque sé que no debería, prefiero pensar en lo bonitos que se ven sus ojos bajo la molesta luz blanca del ascensor antes que en la cantidad de cuerpos sudorosos que hay en este espacio tan pequeño.
La mirada que me echa Aura entonces me dice que sabe perfectamente todo lo que está pasando por mi cabeza en este momento.
—Wil —murmura, y noto sus dedos acariciando los míos en un toque tan suave, tan delicado, que por un segundo temo haberlo imaginado.
Y no puedo evitarlo, de verdad que no. O tal vez sí hubiese podido, pero en el fondo no quería.
Apoyo la frente en su hombro.
Ella se queda mortalmente quieta, pero no me aparta, y eso me basta.
Cierro los ojos y respiro hondo. Una vez. Dos. Su colonia de vainilla me llena las fosas nasales y produce un efecto analgésico en mis músculos tensos y mi cabeza a punto de reventar.
Noto entonces cómo su meñique se enrosca con suavidad alrededor del mío y se lo aprieto ligeramente.
Hemos vivido tantas situaciones similares de pequeños que, de algún modo, esto no parece nada fuera de lo normal. Parece algo simple, cotidiano, como si fuera lo que tiene que ser. Como si solo ella pudiera deshacer el aparentemente infinito enredo de mi cabeza con sus miradas dulces y sus sonrisas amables.
Pero me niego rotundamente a volver a darle ese poder sobre mí, dejar que vuelva a ser mi ancla en este tipo de situaciones. Ya había aprendida a gestionarlas por mi cuenta. No pienso dar un paso atrás...
Sin embargo, la reacción fisiológica de mi cuerpo parece opinar diferente.
En estas situaciones y aunque parezca contradictorio, lo que necesito es contacto; un contacto físico, tangible, un contacto real y que me haga poner los pies en el suelo para no hundirme en la espiral de ansiedad que amenaza con arrastrarme en estos momentos.
Sin embargo, debe ser un contacto suave. No necesito abrazos, ni apretones, nada que me haga sentir aprisionado. Solo presencia, solo un ancla que me impida caer.
Y ella ha sido eso para mí tantos años... durante las vacaciones, en el centro comercial, en algún que otro parque de atracciones, que este momento concreto parece lo más normal del mundo. Nada raro. Nada incómodo. Solo ella con su presencia tranquilizadora y sus toques amables y yo que no se vivir sin ellos.
Hasta que por fin llegamos a nuestra planta.
Cuando Aura se da cuenta, dado que yo le había dicho antes hasta qué piso debíamos subir, me agarra la mano con firmeza y echa a andar, abriéndose paso a empujones entre la gente del ascensor que seguirá ascendiendo hasta el simposio, murmurando disculpas bruscas.
Cuando salimos del ascensor, me suelta.
Y me descubro echando de menos su contacto. Cómo no. Respiro hondo varias veces y me lleno los pulmones de aire limpio.
—¿Estás bien? —Su tono refleja preocupación y urgencia—. Mierda, Wil, lo siento. No te hubiese dicho de ir a ver el colisionador si hubiese sabido que...
—¿Quieres callarte? —El mío, sin embargo, suena muy cansado. Y, por qué no admitirlo, ligeramente dulce. La miro directamente a los ojos como pocas veces hago con nadie—. Gracias.
Ella no contesta, solo asiente con suavidad y aparta la mirada, algo azorada.
..........
Al cabo de otra media hora de deambular por el piso del colisionador, enseñarle a Aura un par de demostraciones de su funcionamiento y presentársela a algunos físicos importantes que paseaban por ahí, volvemos a la planta inferior, donde está la cafetería y donde siempre me reúno con mis compañeros en los descansos.
No hemos mencionado ni de pasada el tema del ascensor.
Creo que ambos entendemos que hay cosas que van más allá de cualquier distanciamiento que pueda haber entre nosotros. Una situación como la previamente vivida es un claro ejemplo de ello.
Siempre, nos guste o no, seremos alguien importante de algún modo el uno para el otro.
Creo que esta es la primera vez que soy plenamente consciente de que es prácticamente imposible borrar a una persona por completo de tu vida. Y aún más cuando, en el fondo, tal vez no quieras hacerlo. Aún más cuando la has querido con todo tu ser.
Bajamos al piso de abajo, solos en el ascensor, ya que el simposio ha comenzado hace unos quince minutos y la mayoría de los invitados ya deben estar situados en sus asientos, bien quietecitos en el piso superior sin colapsar ningún espacio claustrofóbico.
De nuevo, no hacemos ningún comentario al respecto.
—La comida de la cafetería no está mal —me encuentro diciendo, tal vez para no recordar la oleada de calma que me ha invadido antes ante el familiar aroma de Aura. Me obligo también a mantener un buen metro y medio de distancia entre nosotros, cosa complicada en el reducido espacio del ascensor pero no imposible, por lo visto—. Las ensaladas son bastante decentes. Pero ni se te ocurra pedir la hamburguesa. Ni nada de carne, ya puestos.
Aura se ríe y ladea ligeramente la cabeza en una expresión divertida, su libreta de apuntes abrazada al pecho.
—¿Por qué?
—Tenemos la teoría de que están hechas con la carne de las ratas blancas que ya no les sirven para experimentar a los del departamento de biología. —Es broma. En parte. Todos esperamos que lo sea.
La carcajada de Aura resuena en el cubículo de metal y me saca una media sonrisa.
Entonces suelta una exclamación ahogada y apunta algo rápido en su libreta antes de dedicarme otra de sus amplias sonrisas ilusionadas. Enarco una ceja.
—Me has dado una gran idea para un monstruo alienígena con aspecto de rata gigante —exclama.
Le dedico una inclinación de cabeza a modo de respuesta.
—Para eso estamos.
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