13. Aura: Borradores y mundos
Son las nueve de la mañana del martes y yo ya quiero que sean las diez de la noche para poder ir a dormir otra vez.
Creo que ya he hablado antes de mis problemas para madrugar; un rasgo más bien poco inglés, he de admitir. Otro motivo por el cual siempre me he sentido más identificada con los españoles. No hace falta ni mencionar el tema de las siestas.
Sin embargo, esta mañana me he puesto la alarma para obligarme a despertar y poder ponerme a trabajar en serio con mi novela.
Sentada enfrente de mi portátil abierto, las palmas descansando bajo mi barbilla y sintiendo los párpados pesados sobre mis ojos, trato de plasmar en palabras todos los conceptos que ayer me explicó Wil para contextualizarlos con mi trama.
Suena fácil, ¿verdad?
Me había puesto la alarma a las siete.
Llevo dos horas aquí sentada y lo único que tengo es un párrafo sobre cómo las ondas magnéticas producidas por los aparatos electrónicos pueden dañar las señales cerebrales de los seres vivos. Y ese dato ni siquiera es relevante para mi historia.
Con un gemido de frustración, apoyo la frente en el teclado y cierro los ojos.
Reflexiono. ¿Por qué coño me está costando tanto esto? ¿Es porque no me veo capaz de hacerlo? ¿Es porque no estoy verdaderamente motivada?
Motivación...
Decido pensar en aquello que siempre me ha motivado a escribir mis novelas hasta ahora románticas. Aquello que me entusiasma de narrar una historia es sobre todo una cosa: los personajes.
Plasmar en un texto, en acciones, pensamientos y sentimientos la complejidad del ser humano me parece simplemente fascinante.
Siempre he odiado los clichés. ¿El chico malo? ¿El empollón? ¿El mafioso? ¿La niña rica? ¿La reina del instituto? Los seres humanos somos mucho más que las etiquetas que nos pone el mundo en el que vivimos. Por lo tanto, mis personajes también deben serlo. Deben ser más que solo un explorador, un científico, un amante, un héroe, un villano. Deben ser humanos, con todo lo que eso conlleva, lo bueno y lo malo, el amor y el dolor, los errores y la suerte.
No puedo evitar pensar en la persona más compleja que conozco en ese sentido. La imagen de unos ojos verdes, fríos pero tristes y dulces de algún modo, aparece en mi retina. Esos ojos que lo contemplan todo con interés, con curiosidad, con confusión, con miedo a veces. Y pocas, muy pocas veces, con odio.
Una vez me echó esa mirada a mí. No he podido olvidarla en cinco años, y no creo que pueda hacerlo nunca.
Suspiro contra las teclas y me incorporo, porque he tenido una idea. Una idea que me produce tanta vergüenza como ilusión. Sonrío un poco, doblo los dedos, los dejo un segundo levitando sobre el teclado mientras los pensamientos se me ordenan en la cabeza y me pongo a escribir.
..........
Al cabo de un par de horas, cuando el sol ya empapa los tejados de la ciudad como pocas veces hace en esta época del año y puedo oír el rugido de la motosierra en el jardín que me indica que Ruth ya ha empezado con sus sesiones de carpintería matutinas, decido tomar un descanso.
Me levanto de la silla del escritorio de mi antigua habitación y me paro un segundo para mirar con atención mi entorno. Estas cuatro paredes me han visto crecer como escritora, han sido testigos del origen de mi pasión. Contemplaron mis primeros cuentos manuscritos sobre princesas y ratones y hadas, con pequeños dibujos coloridos hechos a mano por una servidora que daban entre miedo y vergüenza ajena. Dignos de un Novel.
Todavía recuerdo cómo lloré el día que conseguí terminar un borrador completo de una novela, a los catorce años. Esta, pero, jamás la publiqué, ya que cuando empecé a plantearme hacer de la escritura mi ámbito profesional ya consideraba esa primera creación demasiado infantil. Tenía muchas faltas de ortografía y los signos de puntuación eran prácticamente inexistentes. Son dos cuestiones a las que siempre les he puesto mucho cuidado, por lo que preferí embarcarme en un proyecto nuevo que tenía planeado desde hacía meses. Y esa sí que fue mi primera novela publicada con mi querida editorial española: Por un amor incoherente. No tuvo un gran alcance pero sí una recepción relativamente cálida para tratarse de una autora y novela desconocidas. La editorial decidió arriesgarse conmigo y a partir de ahí todo fue viento en popa.
En parte fue suerte, supongo. Porque soy consciente de que a la mayoría de escritores les cuesta años, si no décadas, conseguir un contrato relativamente fijo con una editorial más o menos competente.
Sonrío un poco al pensar en esos comienzos pero la expresión se me congela en el rostro al recordar que no pude compartirlo con la persona que más había tenido que aguantar mis verborreas acerca de libros, personajes, mundos, sueños...
Bajo la escalera y me encuentro a mi madre en la cocina. Está bebiendo un vaso de agua, las manos algo temblorosas
Me acerco a ella con el ceño ligeramente fruncido, ciñéndome bien la bata de estar por casa sobre el pijama. Hace frío. Definitivamente me he vuelto mucho más vulnerable a los bruscos cambios de temperatura de las islas británicas.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? ¿No trabajas? —Me acerco a ella y le dejo un beso en la coronilla. Yo no soy muy alta pero ella siempre ha sido incluso más bajita que yo. Me mira, esboza una sonrisa pequeña y me agarra las mejillas.
—Me he despertado con un poco de dolor de tripa y Ruth me ha forzado a quedarme en la cama. Iré un rato a las reuniones con las familias por la tarde —suspira—. Odio esas estúpidas tutorías. Todos los padres creen que saben más que nosotros acerca de cómo enseñar a sus hijos, y no entienden la idea de que los niños deben ser educados en casa, no en el colegio.
Resopla, molesta. No es habitual ver a mi madre enfadada, por lo que apoyo la cabeza en su hombro a modo de consuelo.
—Las familias normativas son un asco. —murmuro a modo de broma. Mi madre suelta una carcajada, pero entonces vuelve a ponerse seria. Me mira directamente a los ojos, iguales a los suyos propios.
—¿Cómo estás con todo este asunto? —Doy por supuesto que se refiere a la situación actual con Wil y su familia. No contesto de primeras y eso le da información más que suficiente para sacar sus propias conclusiones propias de una madre. Me abraza y yo me dejo hacer—. Todo irá bien, te lo prometo. Wil sigue queriéndote mucho más de lo que crees. Podéis intentarlo.
Parpadeo. Las mismas palabras que me dijo él ayer por la noche. Me muerdo el carrillo para evitar que se me aneguen los ojos en lágrimas. La miro un segundo desde arriba; mi mayor apoyo, mi salvadora en muchos sentidos.
Le sonrío.
—Podemos intentarlo. —murmuro.
Mi madre me devuelve la sonrisa, pero ésta le vacila en los labios. Parece que va a decir algo más. Espero un segundo, dos.
Ella solo me da una palmadita en el brazo y da media vuelta para ir a ver a su mujer que está cortando troncos en el jardín.
No insisto.
..........
El miércoles llega y apenas soy capaz de engullir bocado por los nervios. Voy a ir a ver a Wil a la universidad. Voy a ver su lugar de trabajo, voy a conocer a sus compañeros...
Me va a dar algo.
Me pongo los cascos en el trayecto en metro hasta la dirección que me envió él ayer por la noche. Fue un mensaje simple, con un saludo rápido y un buenas noches de despedida, pero la simple idea de volver a recibir notificaciones con mensajes suyos bastó para ponerme a dar vueltas de alegría por la habitación. Hasta que me fijé en que lo seguía teniendo agregado como Wil Helmpollón <33. Soy consciente de que ahora mismo, dado el punto de nuestra relación en el que nos encontramos, no es nada apropiado. Pero no soy capaz de encontrar la fuerza de voluntad necesaria para cambiarlo.
Recuerdo que ese juego de palabras tan ridículo con la segunda parte de su nombre y la palabra empollón me pareció brillante a los trece años. Me tiré meses llamándole así y partiéndome de risa cada vez que él me fulminaba con la mirada y yo le decía que no entendía mi talento.
No, definitivamente no voy a cambiar cómo lo tengo agregado.
Cuando ya se puede ver el enorme edificio gris de la Universidad de Londres al final de la avenida, trago saliva.
¿Por qué motivo le estoy dando tanta importancia a esto?
Ésta es la vida de Wil ahora, y yo no formo parte de ella. La idea se me hace entre inverosímil y ridícula, pero es la verdad. Yo formo parte de su pasado, y el mundo al que estoy a punto de entrar conforma su vida presente.
No puedo evitar preguntarme qué opinará él acerca de este extraño choque entre mundos, si le importará siquiera.
"Podemos hacerlo."
Sí, sí que podemos.
Porque, incluso tras estos cinco años con tanto dolor acumulado, un instinto de protección innato domina mis instintos cuando se trata de Wil. Voy a entrar ahí, y voy a asegurarme de que lo cuidan, de que lo quieren como sé que solo él se merece.
Como yo no supe hacerlo.
Mi sonrisa es genuina cuando entro en el edificio y le envío un mensaje de texto para comunicarle que ya estoy aquí.
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Hola, amores! FELIZ SAN VALENTÍN!
Como regalo para el día del amor, os dejo este capítulo cortito además de aquel actualizado el lunes.
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Un beso y gracias por leer!!
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