12. Wil: Antes (pt.2)
¿En qué momento le dije esas dos palabras?
"Podemos intentarlo"
Qué estupidez.
Pero había visto tanta, tantísima esperanza sin pulir en los ojos de nuestras familias que la perspectiva de dejar que se marchitase del mismo modo que lo hizo nuestra relación hace cinco años me había parecido práctica e inhumanamente cruel.
Por eso he accedido a volver a ver a Aura.
Pero mientras conduzco de vuelta a mi apartamento tras despedirme de Lauren, con el corazón aporreándome en el pecho como si fuera un puño tratando de despertarme de una pesadilla, mi cerebro revive todos y cada uno de los momentos que lo arruinarnos todo entre nosotros.
Una y otra y otra vez, hasta que me cuesta respirar y se me anegan los ojos de lágrimas.
..........
Teníamos diecisiete años y yo estaba loco por Aura de esa manera en que solo los adolescentes sienten el amor. Con todo su cuerpo y su corazón, con toda su alma, todo su ser, todo lo que son. Como si no hubiera hueco para nada más, mucho menos para la razón o la objetividad.
Y tal vez ese fue el problema, que yo quise ver cosas donde no las había sin pararme a pensar dos veces en ello.
En parte un efecto secundario de las hormonas, supongo.
El caso es que un día del segundo trimestre del último curso de instituto, Aura hizo una presentación para la asignatura de historia acerca del renacimiento español. Hablar en público siempre había sido natural para ella. Gesticulaba y se movía por el espacio con una sonrisa fácil y acaparando todas las miradas.
Yo era todo lo contrario.
Cuando terminó y la clase la aplaudió, el profesor anunció que el siguiente en hacer la presentación era yo.
El corazón se me subió a la garganta, palidecí ligeramente y se me secó la boca. Theodora, sentada a mi lado, Adam y Kiko detrás, me dieron apretones amistosos y me desearon suerte.
Pero yo no quería suerte; quería que explotara el instituto y yo con él, como siempre que todas las miradas se asentaban en mí por más de un segundo.
Aura, que seguía junto al ordenador del aula, me miró mientras avanzaba con pasos renqueantes hacia ella. Sentía las miradas de todos nuestros compañeros a mi espalda. Nunca supe si esas sensaciones eran imaginaciones mías.
Protegidos por el escritorio del profesor, Aura me tomó la mano un segundo y me obligó a mirarla a los ojos. Mis latidos se ralentizaron. Solo un poco.
—Wil, cielo, nadie te está prestando atención, te lo prometo. —Me sonrió, de esa manera profundamente dulce pero algo más recatada que había adquirido últimamente. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono bajo y suave, tranquilizador y sincero—. Cuéntamelo a mí. Como me cuentas todas tus cosas de planetas y estrellas gigantes. Cuéntamelo a mí. —repitió, y me perdí un segundo en sus siempre serenos ojos caramelo.
Asentí, y tras un apretón final en mi mano, se sentó en su pupitre, hacia el final del aula.
Logré hacer la presentación sin titubear tres veces cada frase y media, lo cual fue todo un logro tratándose de mí. La amplia sonrisa que me dedicó Aura, a quien había estado mirando todo el tiempo, y el efusivo aplauso (con vítores incluidos) de mi pequeño grupo de amigos me demostró que no había sido mi peor charla en público ni de lejos. Hasta la profesora me felicitó. Casi me avergoncé de que alabaran tanto algo tan mediocre.
Rojo como un tomate, volví a mi sitio junto a Theodora, quien me felicitó con una gran sonrisa en su rostro aniñado. Se lo agradecí en voz baja y, sin poder evitarlo, me volví sobre mi hombro para mirar a Aura.
Estaba hablando con su amplio grupo de amigos y el capitán del equipo de fútbol, un tiarrón de metro noventa con más músculo en los brazos que sustancia gris en el cerebro, tenía una mano sobre su muslo mientras le decía cosas demasiado cerca de su rostro para el bienestar de mi estúpido corazón de adolescente enamorado.
Sin embargo, durante una fracción de segundo, ella se volvió hacia mí, me guiñó un ojo y me sonrió con suavidad antes de volver a intervenir en la conversación con sus amigos "los populares con media neurona y las habilidades justas para no cagarse encima", tal y como se refería a ellos Adam.
No obstante, esa pequeña interacción, tan minúscula como todas las otras que Aura y yo compartíamos en el instituto repleto de las miradas intensas y juzgadoras de nuestros compañeros adolescentes, fue más que suficiente para plantarme una sonrisa de idiota en el rostro y un rubor en las mejillas durante el resto del día.
No vi la mirada que compartieron Theodora y Kiko ante mi reacción.
Aquella tarde, pero, sí que recibí el mensaje de la primera.
Theodora: Wil, tio, a ti te mola Aura?
Recuerdo que estaba en mi cuarto jugando a The last of us cuando recibí la notificación, y casi dejé que me mataran de la sorpresa al leerla de refilón.
Yo: ¿Qué? No, claro que no.
Theodora: Y una mierda. Puedes contármelo, Wil.
Llevaba años cargando con el peso de estos sentimientos yo solo. Años tragándomelos y dejando que se enquistasen en mi pecho hasta convertirse en una burbuja a punto de explotar. La perspectiva de hablar del tema con alguien, de poder soltar todo lo que llevaba guardándome tanto tiempo, fue demasiado tentadora como para dejarla pasar.
Y cómo desearía haberlo hecho...
Yo: Vale. Bueno, puede ser. Si. Un poco, supongo.
Theodora: LO SABÍA.
Yo: Pero no se lo digas a nadie.
Theodora: Vale, vale, si. Pero cuéntame los detalles!!!
Escribo, borro, vuelvo a escribir, vuelvo a borrar.
Hasta que imprimo mi corazón en la pantalla de mi móvil, el primer error en toda la lista de decisiones horrible que envuelven esta historia.
Yo: Pues... ya hace un tiempo que me gusta. Años, a decir verdad. Ya sabes que somos amigos desde pequeños y ella siempre lo ha sido todo para mí en ese aspecto. Con Aura soy feliz, y me conoces lo suficiente como para saber que no lo soy a menudo. Con ella estoy tranquilo siendo yo mismo. Siento que el corazón se me calma, de alguna manera, si eso tiene sentido, y la cabeza se me relaja. Ella saca lo mejor de mí, hace que me guste ser como soy. Bajo su mirada, me veo como una persona interesante, que vale la pena escuchar y querer. Y ella... Ella es fascinante. En serio. Tiene una manera de ver el mundo, crítica pero a la vez esperanzadora, que hace que tenga una opinión única de las cosas. Podría tirarme horas escuchándola hablar. O simplemente mirándola. Porque para colmo es preciosa. Sus ojos son los más dulces y sinceros que he visto nunca. Me encanta su colonia de vainilla y las veces que se ríe con todo el cuerpo, con todos los músculos, con todas las ganas. Nunca he besado a nadie, porque no me apetece besar a nadie que no sea ella. Estoy enamorado hasta las trancas, Theodora, y no sé qué hacer al respecto. Pero tampoco me preocupo demasiado, porque el simple hecho de sentir lo que siento me da la ilusión suficiente para levantarme por las mañanas.
Y cuando le di a enviar, apagué el teléfono, escondí el rostro en el colchón de mi cama y ahogué un grito. Jamás había pronunciado esas palabras con tanta claridad, ni siquiera en mi cabeza.
Y ahora acababa de admitírselas al universo.
Y lo peor de todo es que no tenía miedo.
..........
La pesadilla comenzó la mañana siguiente.
Aura y yo estábamos en el autobús como cada día, de camino al instituto, y ella me enseñaba vídeos de gatos asustándose de un pepino que le hacían mucha gracia. Yo, recordando todas y cada una de las palabras que le escribí a Theodora la noche anterior sobre ella, no era capaz de mirarla a la cara durante más de cinco segundos.
Llegamos al insituto y, como siempre, nuestra dinámica cambió drásticamente. Aura se marchó con sus amigos y yo me fui con Theodora, quien esperaba junto a un poste a la entrada del edificio y me guiñó un ojo cuando me coloqué a su lado.
Se me encendieron las mejillas, pero no conseguía que la sonrisita se me borrara de la cara.
No me fijé en cómo la mayoría del instituto reía mirando las pantallas de su móvil, ni cómo palideció Aura, a unos metros de nosotros, cuando le enseñaron el contenido causante de tanto entretenimiento entre carcajadas. No me percaté de lo rápido que sus ojos volaron hacia mí.
Hasta que Adam llegó corriendo con su propio móvil encendido también en la mano.
—La cuenta de memes del instituto ha subido una historia. Por lo visto, Aura tiene un admirador secreto. Se ha filtrado un mensaje algo cursi pero yo creo que es bastante mono... —Tenía una sonrisa divertida pintada en los labios, pero se le borró de un plumazo al ver que Theodora y yo habíamos dejado de respirar.
—Déjame ver eso. —Ella le robó el móvil de las manos a Adam con urgencia. Yo leí la publicación por encima de su hombro.
El mundo se ladeó.
Sentí náuseas.
Porque mi corazón, desnudo como nunca se lo había dejado ver a nadie, estaba colgado por toda la red del instituto. Y de repente fui muy consciente de las risas y comentarios de nuestro alrededor, dirigidos al anónimo admirador secreto de la reina del instituto. Porque la publicación solo era una captura del mensaje. No ponía el nombre de quién lo había escrito. Una pequeña bendición.
Sin embargo, las palabras de mis compañeros flotaron a nuestro alrededor. Ahondaron, más profundo de lo que deberían.
"Qué estupidez, es asqueroso."
"¿Quién habla así de adolescente? Menudo tío raro. Qué intenso."
"Dios, qué miedo. Pobre Aura. Seguro que es un bicho raro."
"Si yo fuera Aura lo denunciaría."
Y lo peor de todo es que no lo entendía. Jamás fui capaz de entender por qué el amor, a esas edades, era visto como algo a ocultar, algo de lo que avergonzarse. Es un sentimiento bonito. Al menos, lo que a mí me provocaba, en las entrañas, en el corazón, era bonito.
Entonces, ¿por qué motivo está mal visto que lo exprese? No me conocen. No nos conocen, ellos no saben...
Y en medio de mi confusión inicial, noté una mano delicada y temblorosa en mi hombro.
Y al girarme, ahí estaba ella, los ojos muy abiertos, la tez algo cenicienta, las mejillas ardiendo. Porque ¿Cómo no va a reconocer Aura mi manera de hablar sobre ella, de expresarme?
Por un momento creí que los mandaría a todos a la mierda. Por un momento creí que les diría que callasen, que no sabían nada de nosotros, que no tenían ningún derecho a juzgar los sentimientos de otra persona.
Pero solo se quedó ahí plantada, mirándome con un resquicio, diminuto pero real, de miedo.
Y entonces me pregunté, por primera vez en toda mi vida, si mi amor por ella era válido. Si tal vez esos comentarios que resonaban por los pasillos no tendrían razón, si yo no sería un bicho raro. Por primera vez, dudé de la veracidad de mi relación con Aura. ¿De verdad nos entendíamos tanto como creía? ¿De verdad nos respetábamos, nos admirábamos mutuamente y nos queríamos tanto como siempre había creído?
No le di más tiempo para pensar qué decir. Qué hacer.
Di media vuelta y me largué del instituto.
Me pareció oír que mis amigos me llamaban, pero los ignoré. Y ellos tampoco me siguieron.
No fue hasta tres horas después, solo en casa y encerrado en mi habitación, con la mente completamente en blanco y la vista fija en la pared blanca, que no me pregunté cómo se había filtrado el mensaje que le había enviado el día anterior a Theodora.
Cogí el móvil y lo encendí. Lo había dejado apagado y bocabajo en el colchón, así que al parpadear la pantalla empezaron a llegar todos los mensajes y llamadas perdidas de las últimas horas de golpe.
537 mensajes.
124 llamadas; 79 de Aura, 21 de Theodora y 24 de Adam.
Ni una de Kiko. No entré en ningún chat salvo en el de Theodora. Sentía que mi cuerpo funcionaba en modo automático. No pensaba, solo actuaba; mis ojos opacos e inexpresivos.
Leí por encima algunos mensajes suyos:
Theodora: Joder, joder, joder, Wil, lo siento muchísimo.
Theodora: La he cagado, la he cagado pero bien. Por favor, perdóname, Es culpa mía, soy idiota, soy una idiota...
Theodora: Le envié captura de nuestra conversación a Kiko porque llevábamos días hablando del tema y estaba super contenta de que por fin me lo hubieras confesado. Él era nuestro amigo, nunca pensé...
Theodora: Me pediste que no se lo contara a nadie. Es culpa mía. Joder, Wil, lo siento tanto...
Theodora: Mierda, mierda, seguro que me odias.
Theodora: Ódiame, no pasa nada, lo entiendo, pero contesta el maldito teléfono.
Theodora: Grítame si te apetece, me da igual, pero di algo.
Theodora: WIL CONTESTA EL TELÉFONO, POR FAVOR.
Theodora: Estamos muy preocupados por ti, dinos algo.
Theodora: Queremos dejarte espacio, en serio, pero nos va a dar algo. Contéstanos, por favor.
A partir de ahí, los mensajes se volvían más desesperados, al igual que los de Adam, que no había sabido nada del tema hasta esta mañana cuando ha visto la publicación.
Al menos, ahora ya sabía cómo se había filtrado el mensaje.
Suspiré y volví a apagar el móvil.
Me quedé ahí tumbado, la cabeza tan vacía como el corazón. No era capaz de pensar en nada, de sentir nada. Era una cáscara vacía. No estaba enfadado, ni triste, ni decepcionado, ni avergonzado, ni confundido.
O tal vez lo estaba tanto, tantísimo, que no era capaz de sentirlo, de diferenciarlo. Como cuando un sonido es tan agudo que sus ondas sonoras no entran dentro de nuestro rango de percepción auditivo.
De algún modo, en medio del vacío de mi interior, o en medio del agotador pero imperceptible ruido emocional que llenaba mi pecho logré conciliar el sueño.
Hasta que me despertó la voz de mi hermana.
Debía ser por la tarde, pero yo seguía tumbado en la cama, los ojos soñolientos, la garganta apretada en un nudo grueso y doloroso que parecía haberse asentado ahí durante las escasas horas de sueño inquieto.
—Wil. —Mi hermana, de quince años por aquel entonces, no entendió mi situación. O tal vez la entendía mejor que yo, dada la mirada que me echó desde la puerta. No había olvidado que ella iba al mismo instituto que yo. Dos cursos por debajo, pero mismo centro, al fin y al cabo. Y seguramente había visto la publicación.
Solté un gruñido a modo de respuesta.
—Aura ha venido a verte.
Debería haberme incorporado de golpe, debería haberme escondido bajo la cama, en el armarios, desaparecer de algún modo.
Pero no lo hice. Me quedé ahí tumbado y miré de soslayo la figura que se recortó contra el umbral de la puerta.
—Wil... —Su voz era más débil de lo que la había oído nunca. Débil y rota. Emocionada. Insegura—. Por favor, habla conmigo.
No dije nada pero tampoco impedí que se acercara. Sin embargo, sí que giré la cabeza en dirección contraria a ella. Un gesto que tal vez condenó todo lo que sucedería después.
Porque Aura se detuvo.
—Yo... —La oí respirar hondo. No debía saber bien qué decirme—. Verás, la gente es imbécil. Pero tú y yo no. Nosotros somos nosotros, sin florituras, sin los ridículos juicios morales de los adolescentes. Y si no lo entienden, que se jodan. —Palabras simples pero efectivas. El nudo de mi garganta se apretó hasta el punto de que me costaba respirar. Su voz sonó muy baja, muy quebradiza, al borde del llanto—. No voy a perderte por esto, Wil. Me niego.
Tomó aire con fuerza de nuevo.
—Tengo que irme. Hay... —hizo una pausa, titubeante, insegura. Casi pude ver la mueca que esbozó antes de continuar—. Hoy es el cumpleaños de una amiga y habíamos montado una fiesta en mi casa. Es lo último que me apetece pero... —Otro suspiro—. Estaré toda la tarde y toda la noche en casa.
Cosa rara en la rutina de Aura, la verdad.
—Un mensaje, Wil —continuó—, uno solo, digas lo que digas, sea cuando sea, y estaré aquí en cinco minutos. Para hablar, o para... lo que necesites. Siempre.
Tragué saliva, pero el nudo que se retorcía en mi pecho tan solo aumentó.
Oí sus pasos desaparecer pasillo abajo.
El resto de la tarde está borroso en mis recuerdos. Mis padres entraron y me preguntaron si quería comer algo. Dije que no. Si se habían enterado ya entonces o no de lo que había pasado, nunca lo supe.
Mi hermana se tumbó a mi lado, espalda contra espalda, hasta que fue su hora de dormir.
Y entonces llegó la mía.
Las 22:00h, 22:30h, 23:00h, 0:00...
2:00 a.m.
Y yo era incapaz de volver a conciliar el sueño.
Cogí el móvil. Más llamadas de mis amigos. Ni un mensaje de Kiko. Entré en el chat de Aura pero no leí los cientos de mensajes enviados a lo largo del día. Me quedé mirando la pantalla, el nombre del contacto.
Aurita la más bonita <333.
Se había añadido ella misma de esa manera cuando nos habían regalado unos móviles a la vez, hacía unos cuatro años, y yo no lo había cambiado. No había encontrado motivos para hacerlo.
Pensé en escribirle. No quería hablar, pero sí verla. Porque nosotros éramos nosotros, y nadie lo entendía. A veces, ni siquiera yo mismo lo entendía. Pero sí sabía que yo también me negaba a perderla. Me negaba a perderla por el simple hecho de quererla. Aquello no tenía ningún sentido para mí.
Así que me puse una chaqueta, me calcé unas zapatillas rápidamente, sin pensar, casi sin sentir, y salí por la puerta trasera de mi casa en dirección a la de Aura.
¿Por qué lo hice? Es una buena pregunta. ¿Nunca has hecho estupideces estando enamorado? ¿Nunca has echado la vista atrás y te has preguntado una y otra y otra vez por qué coño tomaste esa decisión tan ridícula?
Pues, mientras caminaba por el frío aire de la madrugada londinense, mis pies enfundados en mis sandalias de Star Wars deslizándose por las hierbas mal cortadas del patio trasero de su casa, las luces de la fiesta en su interior atenuadas por el cristal y las cortinas traslúcidas de las ventanas, yo no me hice ningún tipo de pregunta parecida.
Tampoco recuerdo qué es lo que pretendía. ¿Que me abrazara delante de sus estúpidos amigos y los mandara a la mierda alegando que yo era más importante para ella? ¿Que gritase a los cuatro vientos nuestra amistad y volviera conmigo a mi casa para jugar al Mario Bros? ¿Que me dejara acercarme a ella y besarla?
No tengo ni idea. Pero cuando entré por la puerta trasera y me encontré de golpe en el apogeo de una fiesta adolescente, desmadrada y con olor a alcohol y sudor, supe que hice mal, muy mal, soberanamente mal, en ir.
Porque allí, en el centro de la improvisada pista de baile que dominaba el salón en el que tantas veces habíamos reído y jugado Aura y yo, mi mejor amiga, la primera y única persona de la que jamás me he enamorado, le estaba comiendo la boca al capitán del equipo de fútbol como si le fuera la vida en ello.
Al separarse, tomó tres tragos largos de la bebida que tenía en su mano y siguió bailando y cantando al son de una música espantosa y moderna, toda con la misma base, toda con la letra igual de obscena. Tan diferente a las canciones que cantaba conmigo, que había aprendido a amar gracias a mi insistencia por que las escuchase una y otra vez, por que aprendiese sus matices, el valor de un buen bajo, las maravillas que un solo de una guitarra eléctrica produce en una balada romántica.
Me quedé ahí parado, los ojos abiertos, tantos sentimientos invadiendo cada rincón de mi cuerpo que no era capaz, en absoluto, de identificarlos y actuar en consecuencia.
No vi el flash hasta que fue demasiado tarde.
No oí las risas hasta que Aura se volvió hacia mí, hasta que vi el terror, absoluto y puro como pocas, tal vez ninguna vez lo había visto antes en su expresión.
Caminó hacia mí. Más bien corrió hacia mí. Pero yo ya había dado media vuelta y volvía al refugio que suponía para mí mis cuatro paredes terriblemente decoradas de mi cuarto.
Me agarró el brazo, deteniéndome en medio de su jardín. Su aliento formaba volutas de vaho a su alrededor. Unos lagrimones rodaban y rodaban sin para por sus mejillas.
—Wil... espera...
No le di tiempo a hablar. Me zafé de su agarre. El universo daba vueltas, las estrellas, mis eternas compañeros, parecían borrosas. Mi corazón parecía borroso.
—¡Déjame! —exclamé. El primer tono desagradable que le había dedicado nunca a nadie, y fue a ella. A la persona que más quería.
Por eso, Aura se quedó congelada.
Me volví hacia mi mejor amiga, enfadado. Esta vez, sí que distinguí cómo una rabia profunda me invadía los sentidos. No era toda dirigida hacia ella, ni mucho menos, pero fue Aura quien estaba delante de mí para pagar los efectos de su inminente explosión.
—No eres el centro de atención de todo el mundo. Me importa una mierda a quién le comes la boca. Tú me importas una mierda. Y si quieres relacionarte con esos gilipollas descerebrados a los que finges llamar amigos y acatar sus ridículas normas sociales, si de verdad eso es tan importante para ti, entonces no te atrevas a dirigirme la puta palabra nunca más. Porque eso significa que no te conozco en absoluto.
Por primera vez, tenía la expresión contraída en una mueca de ira y dolor por partes iguales. Aura no dijo nada. Solo se quedó allí parada, la sorpresa y la pena más profunda patentes en sus ojos, y me dejó marchar.
A partir de entonces, todo fue de mal en peor.
Yo fui de mal en peor.
Porque la imagen del momento exacto en el que a mí se me resquebrajaba el corazón en aquella fiesta se hizo viral por todo el instituto: "El bicho raro que aspira a la corona", me llamaban.
Adam y Theodora, sentados a mi lado en clase, los mandaban a la mierda si se atrevían a decir algo al respecto frente a mí.
Pero yo las oía. Las risas, los comentarios.
Adam siempre me decía lo mismo: "Todo se olvidará en dos semanas, ya verás. Así son las cosas de internet."
Al final resultó ser un mes. Un mes con mi foto colgada por todas partes con diferentes titulares: Cuando mi madre me dice que hay coliflor para cenar, cuando sacas un 3 en el examen en el que habías dicho que sacarías un 9...
Pero yo oía otros mensajes: cuando aspiras a algo que no te corresponde, cuando te crees mejor de lo que eres, cuando confías en las personas, cuando te enamoras de alguien superior a ti...
Un mes parece poco, y tal vez no sea gran cosa si estás al otro lado de la broma. Si eres de los que ríe y no le da más importancia.
Pero ese mes bastó y sobró para dejar mi autoestima, esa felicidad cauta que siempre había sentido, a mí, en general, como persona, por los suelos.
Aura intentó hablar conmigo casi cada día durante los tres meses que faltaban para fin de curso. No le dirigí ni una mirada.
¿Fue exagerado? Tal vez. Pero fue lo único que pude hacer en aquel momento. Mientras sentía un muro crecer y crecer y crecer a mi alrededor, lo único que supe hacer fue esconderme. De ella, de mis amigos, de mí mismo.
Me hice pequeñito, pequeñito, pequeñito. Hasta casi desaparecer.
Por las noches, un cuerpo bajito y cálido se pegaba a mi espalda. Laurie fue un punto de referencia, un salvavidas durante aquellos meses.
Tal vez otras personas podrían crear sus murallas basadas en el humor, en admitir abiertamente que todo aquello era verdad y reírse de la situación. En gritar a los cuatro vientos que no había por qué avergonzarse de querer a alguien, en mandar a todo el mundo a la mierda, en enfadarse más y mejor que yo, en soltar toda la rabia e impotencia. En no dejar que se enquistase en su corazón como una infección que se expandía por todo mi cuerpo.
Pero yo no era como otras personas.
Yo era yo.
Y yo les creí. Cada comentario acerca de aspirar a algo que no me correspondía, de creerme mejor de lo que era, de ser un bicho raro, me lo creí.
Y me hundí de todas las maneras en las que una persona como yo, introvertida, insegura, neurótica a más no poder, podía hundirse.
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Hola!
Me ha dolido el corazón al escribir este capítulo...
Quién creéis que se ha equivocado en esta situación? Cómo habríais reaccionado vosotros?
Un beso y gracias por leer!
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