Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

10. Wil: Cena y fotografías

Lauren lleva media hora contándole a Aura sus últimas aventuras amorosas y no pueden parar de reír. 

Esta escena, con todos juntos sentados en la mesa del comedor de las Sanders-Vila, equivale a montarse en una máquina del tiempo y viajar diez años atrás. Decido que no es momento de ponerme a analizar lo que eso provoca en mis entrañas y simplemente disfrutar este raro y, por qué no admitirlo, especial momento que Ruth ha organizado para nosotros. 

Porque sí, estoy más que convencido de que ha sido todo idea de la incansable mujer de la madre de Aura. 

Si me quedaba alguna duda la respecto, cuando ésta me guiña el ojo desde el otro lado de una fuente con pato a la naranja y setas, se disipa por completo.

Yo no tenía ni idea de lo que planeaban nuestras familias. Cuando mi madre me ha llamado antes, no solo me ha dicho que acompañase a Aura a su casa, sino que me ha explicado que estaban todos ahí presentes con una especie de fiesta de bienvenida montada y que yo también debía quedarme.

Así que aquí estoy, sentado al lado de Aura como siempre hacía de pequeño, escuchando con disimulo como Lauren y ella comentan las últimas jugadas románticas de mi hermana o hablan de las amistades de Aura en Barcelona. Nuestros padres están sentados en frente, pendientes de la conversación con una sonrisa y poniendo los ojos en blanco ante ciertos comentarios de mi hermana pequeña.

Silvia está justo delante de mí y contemplo por el rabillo del ojo como juguetea con la comida de su plato, relativamente atenta a la conversación con una sonrisa suave repleta de una felicidad genuina. 

Ese es otro motivo por el cual han hecho este reencuentro ahora y no antes, aparte de por el hecho de que Aura y yo hayamos quedado por iniciativa propia (más o menos) y ella vaya a pasar unos meses aquí... Pero ese otro asunto habrá que abordarlo en otra ocasión. Silvia cruza una mirada conmigo y me dedica una sonrisa recatada. Se la devuelvo y no puedo evitar mirar a Aura de soslayo. No soy quien para juzgar las decisiones de nadie. A veces, solo puedes respetarlas y no decir nada al respecto. O al menos de eso trato de convencerme.

Tras unos minutos, Laurie empieza a discutir con mamá sobre su falta de interés en una relación estable y duradera, como siempre acaba ocurriendo, y Aura escucha la conversación con una pequeña sonrisa en los labios. Come un bocado de pan (siempre le ha encantado el pan; esa es una de las pocas cosas que tenemos en común) y desliza la mirada hacia mí. Los ojos le brillan de ilusión y por un momento me siento culpable. 

A causa de lo que pasó entre nosotros, de nuestro distanciamiento años atrás, estas cenas familiares no se han dado en cinco años.

Parece entender lo que pienso, porque se inclina hacia mí para hablarme en un tono bajo y ligeramente divertido.

—¿Tú lo sabías? —Doy por supuesto que habla de la fiesta sorpresa, si se le puede llamar como tal.

Niego con la cabeza.

—Qué va. Me lo ha dicho mi madre antes, por teléfono.

Aura abre mucho los ojos por la comprensión y después suelta una carcajada.

—Por Dios... y yo hablándote de mapaches homicidas viviendo entre los bonsáis.

No puedo evitar sonreír, divertido. Me inclino un poco hacia ella para contestarle del mismo modo.

—Si te sirve de consuelo, tendré pesadillas durante semanas por la imagen que me has pintado antes.

Aura vuelve a reír y la acompaño con una diminuta sonrisa divertida.

El tiempo pasa y los temas de conversación se mantienen neutros y nada reveladores, pero entretenidos y amenos. 

Siempre ha sido así. Los temas importantes, serios o privados, solíamos hablarlos en grupos pequeños, explicarlos a personas concretas. Yo siempre se lo contaba todo a Laurie y a Aura, y soy consciente de que la segunda es especialmente abierta con sus madres. 

Laurie, en cambio, nunca parece tener problemas serios en ningún ámbito. Siempre se la ve feliz, segura, tranquila. Me pregunto si no será una fachada de algo que nos está ocultando a todos. Y me pregunto también si tendrá a alguien con quien compartir sus preocupaciones, si es que las tiene. Me gustaría ser esa persona para Laurie del mismo modo en que ella lo ha sido para mí toda nuestra vida, pero soy consciente de que eso no es algo que se pueda forzar. Me digo a mí mismo que si ella necesitara algo, me lo pediría. 

No me paro a pensar en que hay personas, como a mí, sin ir más lejos, que nos cuesta profundamente expresar lo que sentimos. Y a veces, muchas veces, necesitamos un empujoncito para animarnos a compartirlo. Siempre me he convencido de que Lauren no es para nada como yo, que no le cuesta aceptar ni exteriorizar lo que siente. De lo que no me doy cuenta en este momento es de que mi hermana y yo venimos de la misma infancia, la misma genética. Y que aunque tengamos diferentes manera de afrontarlo, de lidiar con ello, muy en el fondo somos mucho más parecidos de lo que creíamos.

De todo esto, sin embargo, me percataré mucho más adelante.

A la hora de servir el postre y en medio del bullicio de la conversación, Silvia hace ademán de levantarse para ir a buscarlo. La detengo.

—Déjalo. Ya voy yo. —Me dedica una sonrisa ligeramente agradecida pero cauta cuando paso por su lado para ir a la cocina. No me lo he pensado dos veces. Me ha salido natural al ver el pato que le sobraba en el plato y la ligera expresión cansada en sus ojos, perfectamente disimulada si no se está un poco atento o no sabes qué buscar. 

Yo, sin embargo, siempre he sido extremadamente observador. Un don en mi ámbito de trabajo y una tortura en la mayoría de los contextos sociales.

Giro a la derecha en el pasillo, pasando por delante del baño de la planta baja, en dirección a la cocina. Conozco la distribución de aquella casa como si fuera la mía propia, y finjo no darme cuenta de que hacía años que no pisaba el suelo de parqué claro desgastado pero aún suave como el primer día que recubre todo el piso inferior, que no me apoyaba en las paredes de azulejos claros que cubre toda la cocina e incluso parte del salón, aunque algunos escépticos se atrevan a decir que no pegaba en absoluto. 

Yo siempre había pensado que hay belleza en el caos natural de aquel hogar, repleto también de fotografías de Aura en todos y cada uno de los años de su vida. También hay alguna foto mía. 

Concretamente, me paro enfrente de la que solía ser una de nuestras favoritas. Un Halloween de hace casi veinte años. Aura y yo, de la mano, disfrazados de pingüinos. Yo con una expresión de cauta felicidad y ella riendo a carcajadas. Odio disfrazarme, siempre lo he hecho. Y aún así, durante los primeros diecisiete años de mi vida, cada año me ponía el traje que ella elegía, compraba y decoraba para ambos con orgullo. Y debo reconocer que lo disfrutaba enormemente. 

Decido no prestarle demasiada atención al eco de la risa de mi antigua mejor amiga que llega desde el salón y entro en la cocina con un pequeño nudo en la garganta.

Cojo la macedonia con zumo de frutas que Silvia, seguramente con la ayuda de mi madre, habrán estado preparando bastantes horas aquella tarde y vuelvo al salón.

Cuando entro por la doble puerta de roble que separa el pasillo del comedor, Ruth me sonríe.

—¡Aquí está! Justo estábamos hablando de ti.

Dejo el bol de la macedonia en el centro de la mesa y me vuelvo a sentar al lado de Aura, que me mira con una sonrisa.

—¿Debería tener miedo? —Enarco una ceja en dirección a la mujer de Silvia, que suelta una carcajada, al igual que Lauren. Aura y Silvia también ríen. Mis padres me contemplan sonrientes.

—Solo queremos la opinión del chef oficial del vecindario acerca de esta cena. —Ruth ríe cuando mi madre pone los ojos en blanco. 

Aura me mira, sorprendida. 

Siempre he ayudado a mi madre a preparar las cenas y comidas, pero empecé a desarrollar mis dotes culinarios hace cinco años. Necesitaba que algún aspecto de mi vida no me recordara constantemente a Aura, y eso me lo proporcionó la cocina, el tirarme horas en los fogones probando cualquier receta que se me viniera a la mente y, al terminar, plantearme cómo mejorarla, qué salsas añadir o qué especias quitar hasta perfeccionarla. 

Siempre he pensado que la buena cocina se parece mucho a la ciencia; ensayo y error, desmentir teorías, comprobar hipótesis. Tal vez por eso se me ha terminado dando tan bien. O tal vez por eso soy un perfeccionista en ese ámbito. En cualquier ámbito, a decir verdad.

Esbozo una sonrisa pequeña.

—Decente. —digo, y Ruth lo celebra chocándole la mano a su mujer, quien suelta una risita callada. Siempre soy muy crítico con la comida, y nunca doy mi opinión de un plato a menos que me la pidan, porque odio mentir. Sin embargo, el pato a la naranja y las ensaladas que han dispuesta para la cena no estaban nada mal, seguramente gracias a la mano maestra de mi madre que las ha ayudado a prepararlas. 

Porque los dotes culinarios de Ruth son entre pobres e inexistentes.

—¿Cocinas? —me pregunta Aura, aún sorprendida. Los demás empiezan a hablar entre ellos a un volumen más alto de lo normal, seguramente para darnos intimidad y no interferir en nuestra rara interacción. Asiento.

—Empecé hace cinco años. —A Aura se le borra la sonrisa de los labios. La miro con cautela, esperando ver su reacción. Es la primera vez que el tema flota entre nosotros de manera más o menos explícita.

Me sorprendo queriendo que lo saque de una vez del baúl oscuro y sucio en el que está enterrado en nuestras cabezas, que abra la tapa de par en par y saque toda la mierda de entonces de su interior.

Pero no lo hace.

—¿Tienes algún plato estrella? —me pregunta en cambio, su sonrisa más tensa esta vez.

—No... —empiezo a decir, pero Lauren me interrumpe desde el otro lado de Aura.

—Sin duda las croquetas de jamón. —Mi hermana pone los ojos en blanco de placer al recordarlas—. ¿Qué tengo que darte para que me hagas un tupper con unas pocas para llevármelas a Cambridge, hermanito?

La fulmino con la mirada por haber confesado aquello.

—Haberlo pensado mejor antes de robarme el coche toda la semana. —le digo entre dientes y ella hace un mohín pero no insiste más.

Evito mirar a Aura directamente a los ojos. Las croquetas de jamón siempre han sido su plato preferido dentro de la variada y deliciosa cocina española. Un día que estaba especialmente nostálgico, me había puesto a buscar una receta en internet y había probado a hacerlas. Se tarda muchas horas y requiere paciencia y concentración, pero me había parecido extremadamente entretenido. Desde entonces, las sigo cocinando, pero ya no por nostalgia, sino por mi propio placer.

Cuando por fin me atrevo a mirarla un segundo, de soslayo, me doy cuenta de que tiene los ojos brillantes y una expresión entre asombrada y repleta de una ternura infinita.

—Ya me dejarás probar una. —murmura, y me tenso ante la promesa implícita en aquella simple e inocente frase de mantener el contacto conmigo. 

¿Estoy listo para eso siquiera? No sabría decirlo. 

Sin embargo, en este momento y bajo sus ojos de caramelo entusiasmados, tan solo puedo asentir un poco.

.........

Las horas pasan, y en algún momento entre el final de la cena y la hora de volver a casa, Ruth saca un álbum de fotos. Debo reconocer que me ha parecido algo gracioso cómo Aura y yo la hemos fulminado con la mirada exactamente a la vez y de la misma manera.

Aura está sentada en el sofá, el álbum abierto en su regazo. Mi madre me ha empujado por los hombros para plantarme a su lado y, aunque entiendo que les haga ilusión que podamos intentar estar todos juntos otra vez, odio que me fuercen a este tipos de situaciones. 

Me tenso al lado de Aura, el resto a nuestro alrededor, contemplando la fotografía de ella con tres años poniéndole nata en el pelo a una Lauren de uno, que ríe a carcajadas sin entender lo que pasaba.

Cuando empiezan a salir fotografías de nosotros dos, una detrás de otra, con 3, 4 y 5 años, el nudo de mi estómago sube hasta mi garganta y debo tragar con fuerza para disolverlo un poco. 

Miro a Aura de reojo. Tiene la mandíbula apretada y los ojos fijos, abiertos e incluso algo emocionados, en una fotografía nuestra con unos seis años. 

Estábamos sentados en este mismo sofá, con un enorme atlas de astronomía en el regazo, y yo señalaba algo y hablaba. Aura tenía la cabeza apoyada en mi hombro y sonreía un poco. Seguramente no debía estar entendiendo ni una palabra de lo que le explicaba y solo se fijaba en los colores de la nebulosa que habría en el papel, pero aún así siempre me escuchaba.

Levanta la cabeza hacia mí y nuestros ojos se cruzan solo un segundo antes de que yo aparte a la mirada y la clave en literalmente cualquier lado del salón salvo ella.

Muy maduro por mi parte, lo sé, pero la oleada de recuerdos que amenaza con invadirme parece imposible de reprimir.

Y efectivamente lo es, porque cuando alguien pasa la página del álbum de fotos y veo las siguientes imágenes, el pasado me engulle sin poder hacer nada por evitarlo.

..........

Tenía unos catorce años la primera vez que sentí algo parecido al deseo sexual. Dado que nunca me había relacionado con demasiadas personas de mi edad y siempre había tratado de evitar el contacto físico con la mayoría, nunca me había parado a pensar dos veces en ese tema.

Empezó un verano cálido en España. Habíamos acompañado por primera vez a la familia Sanders-Vila en sus vacaciones anuales a ese país y Aura estaba entusiasmada de poder enseñarme toda esa cultura que tanto adoraba. Habíamos alquilado un apartamento en la Costa Brava y era la primera vez que convivíamos todos juntos más de unas horas. Obviamente, dormíamos en habitaciones individuales, pero mi cerebro petado a hormonas adolescentes y relativamente pillado por Aura en aquel entonces no paraba de darle vueltas al asunto.

Sin embargo, la guinda del pastel llegó un día que fuimos a la playa.

Había visto a Aura en bañador alguna otra vez, si, pero éramos muy pequeños como para que eso importara. Y en aquel preciso momento, como sus atributos femeninos ya empezaban a tomar forma, cuando se quito el vestido playero por la cabeza y se quedó solo con un precioso bikini rojo con flecos y de forma triangular que tengo perfectamente clavado en la memoria, no pude apartar los ojos de ella. 

Fui incapaz de dejar de mirarla. Incluso cuando tiró de mí para que fuéramos al agua me sorprendí, por primera vez en toda mi vida, mirándole el culo a una chica. Y me dio mucha, muchísima vergüenza. Me tiré todo el día rojo como un tomate, y después de lo que hice esa noche en mi habitación, con tiento y miedo pero sin poder evitarlo, algo que había intentado hacer alguna vez pero con lo que no había tenido mucho éxito, no fui capaz de mirarla a los ojos durante el resto del viaje.

Y aquello inició la segunda etapa de mi estúpido enamoramiento por ella. Pasó de ser algo que consideraba platónico, en lo que me negaba a pensar demasiado, a ser algo mucho más tangible, más real. Me pasé los siguientes cuatro años de mi vida pensando en ella con ese estúpido bikini de flecos, corriendo por la playa, salpicando por todas partes, hablando en español con esa gran sonrisa suya... y a veces incluso me atrevía a ir mucho más allá.

La imaginaba con sus labios carnosos alrededor de mi cuello, su mano explorando mi cuerpo, más abajo, donde más tarde acabaría su boca...

A veces fantaseaba con besarla yo a ella entre las piernas, cogerla por la cintura y llevarla hasta la cama que tanto tiempo habíamos compartido de pequeños, hablando de todo y nada, pero estas veces yo pensaba en hacer de todo con ella menos hablar... cosas que nunca había hecho con nadie, pero que tampoco tenía ningún interés en hacer si no era con Aura.

Y mientras mi cabeza volaba, por las noches y a veces por el día, mi mano se deslizaba dentro de mis pantalones dos veces por semana como mínimo, y me acariciaba a mí mismo fingiendo que eran sus dedos los que lo hacían, sus labios los que cubrían los míos para acallar mis suaves jadeos de placer.

Y contemplaba una foto nuestra colgada en la pared al lado de mi cama, su amplia sonrisa, sus ojos brillantes, cada vez que me corría.

..........

Aura y ese estúpido bikini de flecos supusieron mi despertar sexual.

Por eso, contemplar una imagen de nosotros dos nadando en el mar de Valencia, sus flecos rojos flotando en el agua alrededor de su cuerpo, nuestras familias rodeándonos, se acaba de convertir en uno de los momentos más incómodos de toda mi vida.

Supongo que Aura debe notarlo de algún modo, porque cierra el álbum de fotos con un golpe seco sobre su regazo y lo aparta a un lado.

—¡Bueno, suficientes fotos! —exclama con esa voz algo más aguda que pone siempre que está nerviosa.

El resto empieza a hablar al segundo del primer tema que se les haya venido a la mente y Aura y yo nos quedamos callados, aún sentados juntos en el sofá, los brazos pegados y las espaldas tensas.

Se inclina un poco hacia mí para hablarme en voz baja.

—Lo siento.

Me quedo muy quieto a causa de la sorpresa y mi cerebro empieza a dar vueltas. 

¿Por qué se está disculpando exactamente? 

¿Por el pasado? 

¿Por ésta situación tan incómoda que seguramente Ruth ha orquestado? 

¿Por seguir sentada tan cerca de mí? 

¿Por haber venido a Londres? 

¿Por haberme pedido de quedar en un primer lugar aunque fuese por motivos profesionales?

—Por todo esto. —Hace un pequeño gesto con la cabeza a nuestro alrededor y mi cabeza derrapa sobre las miles de preguntas que han pasado por ella en la última milésima de segundo, ante la mirada algo preocupada que Aura me dedica acompañada de una minúscula sonrisa dulce.

Yo tan solo niego con la cabeza, los labios apretados en en una línea fina y el cerebro mucho más calmado, restándole importancia.

Entonces la miro. Por primera vez desde que ha vuelto a mi vida tan de sopetón, me detengo a mirarla de verdad.

Su pelo oscuro corto por los hombros, que no parece haber manera de que no se le caiga por la frente, sus labios carnosos siempre fruncidos en una expresión tranquila y dulce resaltados por un brillo de labios sutil y que parece oler a cereza. Sus ojos melosos igual de brillantes pero algo menos atrevidos, menos fogosos, perfilados por una suave línea oscura sobre sus largas pestañas.

Esos rasgos, los mismos que tanto he querido, que me sé de memoria, clavados a fuego como los tengo en mi retina, convertidos en una persona tan distinta y a la vez tan parecida a su portadora original que me descubro anhelando saber más de ella. 

Saberlo todo de ella.

Por eso, por esa sensación que me ha acariciado el pecho, la sombra del recuerdo de lo que una vez sentí, aparto la mirada.

----------

Hola, amores!

Décimo capítulo y los recuerdos se ponen interesantes...

Ya falta muy poquito para descubrir qué pasó entre mis tortolitos adolescentes.

Vota y comenta si te ha gustado!

Un beso y gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro