1. Aura: Mierda y pasado
Leo y releo las más de 10.000 palabras escritas en la pantalla de mi portátil y solo se me ocurre una palabra para describirlas: mierda. Eso es lo que es. Una puñetera basura envuelta en mierda.
Suelto un gemido de frustración y me dejo caer contra el respaldo del sofá. Cierro el ordenador de golpe y lo dejo sobre la mesita baja del comedor, donde también descansa mi pequeña libreta de cuero para las ideas y un bolígrafo de esos con publicidad que regalan gratis en algunos sitios.
Respiro hondo e intento calmarme.
Llevo con esta historia poco más de medio año, no hace falta que esté perfecta, pero... joder, tampoco me esperaba encontrar tremenda basura en la primera relectura.
Los personajes son ridículamente simples, la historia no es nada creíble y las descripciones son profundamente vacías.
Todas estas características no son tan graves en una comedia romántica, pero me he cansado de escribir comedias románticas. Quería cambiar; madurar y sentir que evoluciono como escritora profesional probando algo diferente. Se me ocurrió que una historia con un multiverso de ciencia ficción al estilo Marvel o Star Wars resolvería todos mis problemas existenciales y me haría sentir inteligente y completa.
Pues resulta que solo ha servido para dejarme la autoestima por los suelos.
Me levanto del sofá y decido que no es nada que unos fideos instantáneos y una cerveza no puedan arreglar.
..........
Y, efectivamente, tenía razón.
Cuando me tumbo en el sofá un rato después con la tripa llena y el regusto a curry en los labios, contemplo el ordenador con nuevos ojos.
Un reto.
Eso es lo que se me presenta con esta historia: Un reto jodidamente difícil e impuesto por mi absurda necesidad de demostrarme mi valía a mí misma.
Me incorporo de nuevo y vuelvo a abrir el portátil, decidida a volver a leer el texto y buscar al menos una frase decente entre el montón de bazofia sobre naves y robots que he escrito hasta ahora.
El primer párrafo ya me hace fruncir los labios.
¿Cómo una idea aparentemente tan buena en mi cabeza puede quedar tan ridícula plasmada en el papel?
El inicio de una canción de Guns n' Roses indicando la llegada de una llamada entrante a mi móvil interrumpe mi ciclo de pensamientos cuestionando todas mis decisiones vitales.
Es mamá.
Descuelgo y fuerzo una sonrisa para que no note mi dudoso estado motivacional de este momento. Aunque eso seguramente sea imposible.
—¡Mamá! —la saludo. Oigo un estruendo al otro lado de la línea y a continuación el saludo entusiasta de mi madre.
—Aurita, cariño, ¿Cómo va todo?
—Bien... -Frunzo el ceño ante el ruido de fondo que escucho en su lado de la línea y pienso en todas las posibles causas de su origen—. Oye, mamá... ¿Qué está haciendo Ruth?
Mi madre ríe entre dientes y suaviza el tono como siempre hace inconscientemente al hablar de su pareja.
—No está construyendo un cobertizo para guardar sus herramientas porque ahora le ha dado por la carpintería, no, para nada... —Pongo los ojos en blanco con una sonrisa ante su tono sarcástico.
Ruth es la persona más impredecible e inquieta que he conocido en toda mi vida. Tengo una cantidad exorbitante de anécdotas acerca de ella recolectadas a lo largo de mi infancia.
—Debes mantener ocupada a esa mujer, mamá, o un día aparecerá con un circo ambulante y los instalará en el jardín.
Ella ríe y oigo la voz de Ruth a lo lejos hablando en inglés. Mi madre contesta en el mismo idioma y oigo cómo la insulta con suavidad cuando Ruth le roba el teléfono de la oreja para hablar conmigo. Entonces yo también cambio inconscientemente a ese idioma, mi segunda lengua, tan natural para mí como el español.
Nunca he sabido decir con total seguridad si era una u otra mi primera lengua, porque ambos siempre han vivido entrelazados en mi corazón, en mi cabeza y en mi rutina.
Sin embargo, por algún motivo, mis novelas siempre las he escrito en español. Tal vez porque la universidad ya la hice aquí, en Barcelona...
Ese ir y venir de lenguas es una dinámica que llevamos manteniendo desde que tengo uso de razón.
Yo tenía un año cuando mi madre se mudó sola conmigo a Londres, y tres cuando Ruth entró en mi vida. La quiero como a una segunda madre, y sé que ella me quiere a mí como si fuera su propia hija. Al fin y al cabo, me han criado juntas. Mi madre se marchó de España a la edad de 18 años con una niña en brazos y una palmadita de buena suerte en la espalda por parte de su familia directa.
Una vez me contó que ella había querido a mi padre, pero fue algo corto y poco profundo, puesto que cuando se enteró de que mi madre estaba embarazada hizo desaparecer misteriosamente todas las maneras posibles de contactar con él.
"¿Por qué Londres?", le he preguntado muchas veces a mi madre.
"Porque quería huir." Y esa siempre es su respuesta.
Finalmente, pero, todo salió bien para mi madre y para mí. Se enamoró de la hija pequeña de los dueños de una de las sedes hoteleras más grandes del Reino Unido y se hizo profesora de español. Y yo crecí feliz. Y, para su alegría, al cumplir los dieciocho, decidí mudarme a Barcelona.
Cada verano desde que tenía memoria lo habíamos pasado en España, y yo me había enamorado. No de un chico (porque, sí, aunque ninguna de mis madres pueda considerarse lo que se dice heterosexual, yo les salí, para su desgracia y como muchas veces bromean, "normativa hasta la médula"), sino de todo el país. Su manera de vivir, más calmada, más dulce y cálida, así como de su clima. Su diversidad de idiomas y culturas, sus gentes abiertas y risueñas. La comida. ¿Hace falta hablar de la comida? (Ignoremos que acabo de cenar unos fideos instantáneos del supermercado).
El caso es que yo siempre había querido estudiar y vivir en el país de mi madre biológica. Así que mis estudios universitarios los hice aquí: Filología española en la Universidad de Barcelona.
Y ahora, con 23 años y cinco novelas románticas publicadas (parecerá que no, con lo de querer un cambio en mi ámbito profesional y todo eso, pero estoy profundamente orgullosa de mi núcleo de fans y de todo lo que he conseguido en ese país), estoy viviendo en un pisito de lo más adorable relativamente cerca de la playa de Barcelona. Y todo va bien. Todo es tranquilo. Tengo colegas de la universidad con los que salgo los fines de semana, alguna relación de vez en cuando pero que no me dura más de cuatro meses - y eso que lo intento, joder. Hace años que no me gustan los líos de una noche -, y soy feliz.
O al menos lo era, antes de ver la basura de escritora que soy en cuanto me pongo a escribir algo medianamente serio.
—¿Qué tal estás, ratoncita? —Ruth me pregunta en inglés desde el otro lado de la línea.
—Ahora mismo, mal. —Las dos empiezan entonces a bombardearme con preguntas preocupadas sobre mi vida, y las corto de raíz—. Tranquilas, tranquilas. —Suelto una risita—. Es solo que... ¿sabéis ese cambio en el entorno profesional que quería hacer?
—¿Te refieres a dejar de escribir escenas pornográficas impresionantemente explícitas entre dos personas heterosexuales que cumplen los estándares de belleza? —me dice Ruth con su tonito superficial y pícaro de siempre. Pongo los ojos en blanco pero disimulo una sonrisa.
—No, no me refiero a eso. Siempre disfrutaré escribiendo escenas pornográficas explícitas. —Con Ruth nunca me ha dado vergüenza hablar de este tipo de temas, a diferencia de con mi madre. Ruth lo sabe, por lo que la muy idiota pone el manos libres y exclama:
—¡Silvia, cariño, tu hija dice que le encanta escribir porno heterosexual!
Mi madre suelta una carcajada y yo quiero fundirme con los cojines marrones del sofá. Me paso una mano por la cara y resoplo.
—Ruth, mamá, ese no era el punto de lo que intentaba decir. —Ellas siguen burlándose un rato más hasta que mi madre finalmente pone orden y vuelve a escucharme. Siempre ha sido así—. Gracias. Lo que pretendía deciros es que he descubierto que escribir algo diferente no es lo mío. Soy malísima. La ciencia ficción es...
—¿Ciencia ficción? —exclama Ruth, y luego suelta una carcajada—. Vaya, Aurita, o todo o nada, ¿eh?
Frunzo el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Quieres un cambio, vale, lo pillo, ¡pero has ido a escoger uno de los géneros más complejos de narrar! —Oigo la impaciencia en su voz—. No solo necesitas una buena idea que resulte fascinante pero no ridícula, sino también cierta base de conocimientos científicos para que resulte creíble.
—¿Conocimientos científicos? —Abro mucho los ojos con una mueca. Yo y las ciencias nunca nos hemos llevado bien. Y aún así aquí estoy, deseando como una niña escribir una historia de universos y galaxias y naves futuristas.
—Son conocimientos científicos, no serpientes venenosas —se burla mi madre, riendo con suavidad ante mi tono. Suspiro.
—Pero yo no tengo ni idea de ciencia.
Oigo la sonrisa en la voz de mi madre cuando me contesta, la mujer que me inculcó mi amor por la lectura y los libros, porque esas son dos cosas distintas y es una diferencia que no todo el mundo aprecia.
—Cariño, muchos escritores de novela histórica, policíaca o de ciencia ficción pasan meses documentándose antes de escribir una novela, porque la verosimilitud es uno de los factores más importantes en sus géneros. Así que deberías plantearte hacer algo parecido antes de lanzarte de cabeza en un género desconocido para ti.
Frunzo los labios, porque por mucho que me moleste, sé que mamá tiene razón. Y me jode profundamente, porque la ciencia siempre me ha parecido una de las cuestiones más aburridas del mundo entero.
—¿Y cómo lo hago? —me pongo a cavilar en voz alta, como muchas veces hago sin darme cuenta—. No pienso ponerme a leer artículos porque le voy a coger demasiado asco al tema, pero todo mi entorno de aquí son de letras o humanidades, así que tampoco puedo pedir ayuda a un amigo...
—¡Lo tengo! —exclama Ruth, cortando mi línea de pensamiento. Mi madre murmura algo acerca de una mala idea y yo enarco una ceja.
—¿Qué tienes? —digo con cautela, porque las ideas de Ruth tienden a ser tan brillantes como peligrosas.
—Ya sé cómo puedes documentarte. —Hace una pausa dramática y pongo los ojos en blanco—. ¡Wilhelm Ashton! No hace falta que me des las gracias.
Palidezco y mi rostro se contrae en una mueca desconcertada. Los fideos que he tomado hace unos minutos para cenar se me revuelven en el estómago.
—¿Wilhelm Ashton? ¿El Wilhelm Ashton de toda la vida?
—¡Si, el mismo! Sus padres nos han contado que se está sacando un doctorado en física experimental. Si se lo pides, seguro que no le importa.
Aprieto los labios y uso mi tono más sarcástico para contestar.
—¿Tú crees? ¿Tú crees que no le importará? ¿Después de nuestra maravillosa historia del instituto?
—Tonterías, han pasado 5 años de aquello. Si no lo ha superado, que se lo haga mirar.
No sé por qué motivo siento la necesidad de defenderlo ante aquel comentario.
—La mierda que le hicieron da para unos cuantos años de terapia como mínimo, así que entendería perfectamente que no tuviera ningunas ganas de ver a la persona causante de aquello.
—Aura, cielo, lo que pasó no fue culpa tuya, ya lo hemos hablado... —Mi madre siempre tan conciliadora. Pongo los ojos en blanco.
—Si, si, vale, pero no pienso volver a ver a Wilhelm Ashton.
—Tú piénsatelo, es una idea brillante —contesta Ruth—. Pensabas volver a Londres en navidad, ¿no? Pues no te cuesta nada venir un mes antes o así y tomarte un par de cafés con el cerebrito del instituto para que te hable de rollos científicos del espacio. Y tu antiguo amigo, por el amor de Dios. No seas cría, Aurita. Te pasaré su contacto por mensaje.
Y tras eso, oigo cómo se aleja con sus características pisadas firmes y seguras. Mi madre recupera el control del teléfono y me habla con más suavidad.
—¿Sabes? Ruth tiene parte de razón. Sería una solución fácil.
Suspiro.
—De fácil nada —murmuro para mí. Pero lo cierto es que sí que sería sencillo irme más días de lo previsto a Londres. Ventajas de ser tu propia jefa. Lo que no sería fácil era la segunda parte... volver a ver a Wil—. Me lo pensaré, díselo a tu mujer hiperactiva, ¿vale?
Mi madre ríe y se despide con un te quiero rápido y un beso al aire. Al colgar, me dejo caer en el sofá con un suspiro y clavo la mirada en el techo. El móvil me vibra al momento y lo miro. Ruth me ha enviado el correo electrónico y el número de teléfono de Wilhelm Ashton. No debe recordar que el número yo ya lo tengo. Sigue agregado como Wil Helmpollón <3, y me quedo mirando el contacto unos momentos de más.
Esa noche, a eso de las doce, doy vueltas en mi cama tratando de conciliar el sueño. Recuerdo a Wil, lo profundamente culpable que me sentí en aquella época, el dolor en sus ojos verdes, que se volvieron opacos y aún más inaccesibles que de costumbre, risas, muchas risas, y heridas tan profundas... No quiero hacerle revivir aquello. Para alguien como Wil debió ser demasiado duro, aunque nunca hablamos desde entonces y no tengo ni idea de cómo lo vivió él. No, verlo sería una idea horrible. Por él. Porque yo debo significar una etapa de su vida que seguro que quiere desechar a un rincón oscuro y polvoriento de su brillante cerebro.
No, definitivamente no debo verlo.
Pero...
Soy humana. Y soy yo, por el amor de Dios. La curiosidad siempre me ha podido. Y, joder, me muero de curiosidad por verlo. Saber cómo está ahora, tal vez incluso preguntarle por aquello...
Frunzo los labios. No voy a enviarle un mensaje, eso es demasiado personal, pero un correo tal vez pueda parecer inofensivo, ¿no? Un correo formal, de profesional a profesional. No tiene por qué salir mal. No, no saldrá mal.
Me levanto, aunque sea noche cerrada en Barcelona, me pongo una sudadera antigua sobre el pijama de pingüinos para no coger frío y me siento en el escritorio. Abro el portátil y respiro hondo.
Escribo el correo que me cambiará la vida.
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Hola, amores!
Este es el inicio de la historia. Decidme si os parece interesante la premisa. A mí me divierte mucho escribirla, ya veréis cómo va avanzando!
Como es el principio, voy a subir dos capítulos seguidos. (El siguiente será desde el punto de vista de Wilhelm jejeje y espero que os guste. Iré cambiando POV's).
Trataré de actualizar con regularidad, por si acaso alguien disfruta leyendo esto la mitad siquiera que yo escribiéndolo, pero como estoy en la Universidad habrá períodos que podré escribir menos, lo siento.
Un besazo y gracias por leer!
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