Capitulo 4: Freya
Toda la maldita noche despierto.
Toda la noche, tumbado en su cama, mirando aquella maldita pared, tras la cual, sabía que se encontraba, tumbada en la cama, con aquella tela blanca acariciando su piel.
Cerraba los ojos, intentando dejar de mirar aquel mismo punto y entonces la imagen de ella lo avasallaba, tumbada en la cama, mientras acariciaba su piel, bajo el, mientras sentía cada curva de su cuerpo.
Finalmente se levanto y tras coger su espada de mala gana salió de su habitación.
Quinsi, que se habia quedado dormido, sentado en el suelo, junto a la puerta de la habitación de ella, salto bruscamente.
-Yo...yo ...-miro a su Laird nervioso y frunció el ceño cuando le vio pasar por delante de el como si no fuera nada y seguir su camino, con la espada en la mano. -¿Qué rayos le pasa? –bostezo y se apoyo en la pared.
Atravesó el castillo en plena oscuridad y se dirigió a la torre, de nuevo se interno en aquella habitación y descargo toda su frustración en su entrenamiento.
Varias horas después del amanecer, salió de allí y con un grito se dirigió a sus hombres, ordenando que preparan todo para salir a cazar. Entro y se dirigió al comedor, como siempre Gaya estaba allí, desayunando. Ella le miro y suspiro al ver que como siempre, tomaba un bollo y lo llevaba a su boca, después un sorbo de café y se salió de la sala.
Durante todo el resto del día, Aclair MacCarty, guio a un grupo de sus hombres a través del bosque, con la fina llovizna que se precipitaba sobre ellos, anunciando la inminente llegada de las tormentas y tras estas la fría nieve.
Cuando regreso al castillo, era bien entrada la tarde y su cabreo no se habia reducido.
Asqueado y deseando lavarse, entro dando un portazo y comenzó a subir las escaleras.
-¡Aclair! –Gaya se paró a los pies de esta, mirándole. El se giro y suspiro -¿No vas a ordenar que le lleven comida?
-Intento escapar –y él quería castigarla, quería castigarla por haberse metido en su cabeza y no dejarle tranquilo.
-Y acaba de salir de las fiebres ¿recuerdas? –Ella frunció el ceño
La realidad lo golpeo brutalmente.
¿Qué estaba haciendo?
Ella habia estado enferma, estaba herida y débil, habia tenido fiebre.
-Ve a revisar sus heridas y que se dé un baño –subió los escalones y cuando se adentro en el pasillo, observo a Dareck, apostado en la puerta -¿Qué tal la cabeza?
-Duele como mil demonios –El hizo una mueca
-Van a subirle el baño –fue una advertencia, hacia el –Y Gaya la revisara. Cuando este lista, llévala a la sala que da al jardín trasero. Nuestra invitada cenara conmigo esta noche.
Estaba apostada en la ventana, observando. Viendo la inmensidad de las tierras que la rodeaban, a los guerreros entrenando, los criados con los caballos. La llovizna mojaba el suelo de piedra.
No estaba fuera, pero podía sentir el frio del agua, cayendo sobre su piel, la humedad penetrando en sus huesos. Eso, estarían sintiendo ellos.
El sonido de la puerta al abrirse la hizo girarse rápidamente hacia ella. Sonrió levemente al ver aparecer la espada, después a un guerrero, observando el lugar desconfiado.
-Siento lo de la cabeza –hablo y el la miro bruscamente. –Pero tenía que intentarlo.
-Yo lo de tu encierro –el asintió –Pero tengo que cumplir órdenes.
Entonces el envaino su espada y abrió la puerta de par en par. Dos hombres entraron y situaron la bañera de madera al otro lado de la habitación, tras ellos entraron las dos muchachas con las que se habia cruzado en su huida y vertieron los cubos de agua caliente en la bañera. Los hombres salieron y volvieron a entrar con cubos, terminando de llenarla.
-Ya podéis iros, gracias –Gaya entro a la habitación, sosteniendo varias telas y una bolsa. Miro a Dareck y asintió, este salió cerrando y dejándolas a solas. Se giro hacia ella-¿Cómo te encuentras?
-¿Tu eres? –Alzo una ceja, observándola de arriba abajo
-Gaya –le sonrió levemente, se acerco a la cama y dejo la toalla y el vestido sobre esta.
Los ojos de ella volaron al vestido y frunció el ceño.
-Creo que te quedara bien –abrió la bolsa y dejo una esponja y jabón, junto a la bañera -¿Has tenido fiebre?
-Tu me cuidaste –Avanzo hacia ella, despacio.
-Si –fijo la vista en su abdomen -¿Puedo mirar la herida?
La observo, por un instante. Finalmente deslizo la camisola por su cuerpo y esta cayo a sus pies, dejándola completamente desnuda. Gaya se acerco a ella y se inclino para ver la herida.
-Te la hicieron hace tiempo, pero se habia infectado –Se incorporo y se aparto -¿Cómo te la hiciste?
No respondió, se quedo mirándola desconfiada.
-Muy bien, si no quieres decírmelo –señalo la bañera –Te vendrá bien.
Miro la bañera, el vapor del agua que salía de ella.
No recordaba la última vez que se habia dado un baño.
Se conformaba con bañarse en el agua helada del rio o tomar algo de nieve en un cubo, derretirla y bañarse en el frio y oscuro interior de una cueva.
-¿Estas bien? –Gaya frunció el ceño
-Si –respondió bruscamente, al tiempo que avanzaba hasta la bañera. Sumergió la mano en el agua y sintió su calidez. Introdujo un pie y después el otro y al sumergir su cuerpo y sentir el cálido liquido mojar su piel, un leve suspiro salió de sus labios. Se relajo por unos instantes, olvidando el lugar en el que se encontraba, hasta que escucho los pasos de ella, acercándose.
-Ten –Gaya le tendió la esponja –El jabón es de rosas, te encantara el olor.
Observo su mano, tomo el jabón y la esponja y se quedo mirándola pensativa.
-¿Eres su mujer? –vio como ella se tensaba y se sonrojaba.
-No –vio algo extraño reflejarse en sus ojos ¿anhelo? –Soy ... somos familia. –Nerviosa se giro y camino hacia la puerta –Que disfrutes de tu baño.
Disfruto del silencio, de la tranquilidad, de tener sola para ella aquella habitación. Se sumergió al completo en la bañera y se lavo despacio, acariciando su piel y oliendo la maravillosa fragancia de rosas que poco a poco impregnaba su piel.
Cuando salió de la bañera, su piel se estremeció levemente ante el frio y se sorprendió por ello. Estaba tan acostumbrada al frio y ahora habia tenido el contraste del agua cálida con el frio del lugar, aunque no se podía comparar con el frio que verdaderamente hacia en el exterior del castillo.
Camino hacia la cama y observo el vestido.
Lo tomo y se lo coloco, dejando que abrigara su piel.
Se sintió tan extraña, con aquella tela envolviéndola suavemente, moviéndose a su alrededor. Se giro y se quedo mirándose al espejo. Por un momento el vago recuerdo de ella, feliz, corriendo por el campo mientras sujetaba el vestido y su padre corriendo a su lado, inundo su mente. Pero pronto se vio sustituido por la sangre, los gritos y el cuerpo inerte de su padre, caído a los pies de él.
Varios golpes en la puerta la alertaron, se giro hacia ella y se quedo allí, mirando.
-Disculpad –Dareck abrió y adentro la cabeza, mirando hacia otro lado -¿Est... estáis lista?
-¿Lista para qué? –pregunto frunciendo el ceño.
Entonces él la miro y observo la sorpresa en su rostro, mientras la recorría de arriba abajo.
-E..el... el Laird quiere que le acompañe a cenar –recompuso su rostro y abrió la puerta totalmente, esperando.
-No tengo hambre –ella respondió bruscamente
-Me temo que eso no importa –y Dareck camino hacia ella y con cierta incomodidad, la tomo del brazo y la guio hasta salir de la habitación.
Observo los pasillos, bien cuidados, con destalles, alfombras. Se fijo en todas las puertas que quedaban a ambos lados, hasta que se pararon ante una. El golpeo la puerta dos veces y después la abrió, soltó su brazo y espero que ella entrara.
Le observo de reojo y al ver la impaciencia en su rostro, finalmente se adentro en la habitación.
A los pocos pasos, escucho la puerta cerrarse tras ella y tuvo la tentación de girarse y tratar de salir de allí. Pero se mantuvo firme, se quedo parada, en mitad de la sala, observando. Observando la mesa dispuesta en esta, las dos sillas a su alrededor, una frente a la otra y la comida, el asado con patatas, la verdura, el vino.
-Supongo que tienes hambre –el aliento de él le acaricio el cuello, al tiempo que su mano se situó en su espalda. ¿Dónde estaba? ¿De dónde habia salido? Se tenso inmediatamente. Al notarlo, el aparto la mano y camino por delante de ella, se paro junto a la mesa y señalo una de las sillas –Siéntate
-No, gracias –alzo la barbilla, con decisión.
-¿Me vas a obligar a sentarte? –Aclair la miro fijamente –Siéntate
-He perdido el apetito –ella respondo girándose en dirección a la puerta
-No tengo paciencia, muchacha –Atravesó la habitación y la agarro del brazo bruscamente, la miro furioso –Y tú tienes la capacidad de acabar con ella.
-Gracias –respondió apretando los labios en una fina línea.
Un gruñido salió de la garganta de Aclair, al tiempo que tiraba de ella por la habitación. La empujo contra la ventana y ella tuvo que poner las manos sobre el cristal para no golpearse. Entonces las manos de él se posaron sobre las de ella y su duro cuerpo se apretó contra su espalda, inmovilizándola contra la ventana.
Aclair acerco su rostro, al pelo de ella y sus ojos se cerraron brevemente, aspiro su aroma, acariciando sus rizos con su rostro, se movió levemente hasta llegar a su oreja y bajo por su cuello, sus labios se entreabrieron, con la urgente necesidad de lamer su cuello. Entonces abrió los ojos y miro al cristal, al frente.
-Allí –le hablo al oído, en voz baja, señalando con un dedo las montañas –En las cuevas –sintió como ella se tensaba –Se que están allí. Tu huiste en dirección contraria, para despistarnos, pero tu gente está allí. Así que vas a responder a mis preguntas, si no quieres que mis hombres los encuentren y los maten a cada uno. –apretó su cuerpo mas contra ella, sintiendo su trasero entra su pelvis. –Dime tu nombre –sus labios rozaron la oreja de ella –Tu nombre o sus vidas.
-Freya –apenas fue susurro, dicho contra el frio cristal, mientras sentía su aliento caliente, rozando su oreja, sintió que el apretaba sus manos sobre las de ella y subió el tono de su voz –Freya
-Freya –repitió su nombre, acariciando su cuello con la nariz –¿A qué clan perteneces?
Apretó los labios, mientras las lagrimas de impotencia se agolpaban en sus ojos.
La giro bruscamente, colocándola de cara a él, aun con su cuerpo impidiéndole moverse, pero su brazo subió hasta situarse sobre su cuello, inmovilizando su rostro y obligándola a mirarle.
-¿Qué clan? –pregunto con rostro frio, impasible.
-MacGabe –respondió en voz baja, pero supo que el la habia escuchado. Su imperturbable rostro, habia mostrado al fin algo. Reconocimiento. Apretó los dientes, mirándole a los ojos, mientras la rabia se apoderaba de ella -¿Te suenan verdad?
El la soltó y dio varios pasos atrás, mirándola.
-Los MacGabe están todos muertos –la miro con los ojos entrecerrados –No quedo nadie.
-Pues te equivocas. Sobrevivimos, pocos, pero algunos conseguimos huir de vosotros –vio como la culpa se reflejaba en sus ojos –Arrasasteis con nuestra aldea, matasteis a familias, niños. Lo destruisteis todo. –lo miro a los ojos fijamente –Destruiste mi mundo.
-Por eso quieres matarme –dio un paso hacia ella, pero el dolor que vio en sus ojos, le impidió acercarse –Hay mas, ¿Qué más?
-Tu –escupió aquella palabra, con asco, con odio –Tu mataste a mi padre. Te vi.
Aclair se quedo mirándola, por unos segundos. La culpa y el dolor se reflejaron en su rostro pero de repente dieron paso a la rabia. Agacho el rostro y paso las manos por su pelo, entonces volvió a alzar el rostro y la miro.
Avanzo hacia ella y se quedo muy cerca, mirándola.
-Mírame ¿crees que fui yo? –al ver que ella apartaba la vista, apretó los puños -¡¡Mírame!!
Y ella lo hizo, le miro.
Y sus ojos reflejaron, la rabia, el odio, el dolor, el ansia de venganza.
Ella lo odiaba.
Y eso lo golpeo con una violenta fuerza que hizo que se estremeciera de la cabeza a los pies. Se aparto bruscamente y en zancadas atravesó la habitación y salió de allí dando un portazo. Dareck que estaba esperando fuera se sobresalto.
-Llévala a su habitación –hablo con la mandíbula apretada mientras caminaba aprisa por el pasillo.
Salió del castillo y el frio de la noche lo golpeo. Atravesó el patio y se dirigió a la torre, entro a ella y tras bajar los escalones, una vez en su sala de entrenamiento, se libero.
Grito.
Grito de rabia e impotencia.
Mientras golpeaba todo a su alrededor, mientras destrozaba todo, como una tormenta recién desatada.
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