Ayudar
La puerta de Mirabel se desvaneció ante los ojos de los presentes. Ella no recibió un don. Nadie entendía qué es lo que había pasado.
¿Mirabel Madrigal no había sido digna de un milagro?
Julieta y Agustín durmieron esa noche junto a la niña, quien quedó rendida entre llantos y lamentos, descansando los ojos luego de una pesada noche.
Bruno aún podía recordar con exactitud la manera en la que los luminosos ojos de Mirabel se aguaban al observar a su abuela por una explicación, el cual jamás llegó.
—¿Tener una visión? —negó con la cabeza antes de que las palabras salieran de sus labios—. No, no. Es una muy mala idea. No me arriesgaré a que una de mis visiones condene a alguien más y menos a una inocente niña.
Alma observó la flama de la vela, iluminando la habitación desde el marco de la ventana.
—No te pido que tengas una visión sobre Mirabel, Bruno. Te pido que veas qué es lo que sucederá con la magia. —juntó las palmas de sus manos en súplica—. Busca la razón por la que nuestro milagro esté debilitándose para poder impedirlo.
—Mamá...
—Por favor, Brunito.
Supo de inmediato que llegaría arrepentirse de llevar a cabo su pedido en el momento exacto en que la mujer con canas sostuvo sus manos entre la suya. Bruno guardó silencio, maldiciendo en su interior por dejarse convencer por un gesto tan patético como una caricia en su palma y un apodo de su infancia. Tan manipulable.
—Lo voy a intentar.
Alma sonrió aún con la angustia reflejada en cada arruga en su rostro. Echó un vistazo a la vela antes de abandonar la habitación de su madre, manteniendo el temblor de sus manos ocultos de la mujer.
Otra visión. Otra desgracia.
Bruno no dejaba de repetirse entre balbuceos que intentara calmarse, golpeando la madera de su puerta en busca de atraer la buena suerte una vez llegó a ingresar en ésta. Las escaleras lo ayudaron a mantener la calma mientras lo subía, logrando en aquél largo recorrido hasta su cuarto de visiones convencerse que al menos en esta ocasión no dañaría a otra persona.
—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Yo sé que sí. Puedo hacerlo. —masculló por enésima vez lanzando sal sobre sus hombros.
La arena al rededor suyo comenzó a elevarse formando un torbellino, las imágenes empezaron hacerse presente arrastrando las esperanzas del hombre hasta el subsuelo. La vela en peligro, grietas en el pueblo, montañas quebrándose, gritos... Logró distinguir a Félix salvando a un niño de ser aplastado por una de las puertas antes de que la visión cambiara de escenario. Y ahí estaba ella, Mirabel. La imagen de la casa detrás de ella se agrietó y luego volvió a sanar. La secuencia se repetía constantemente confundiendo aún más a Bruno.
¿Porqué Mirabel aparecía como el centro de sus visiones? Él lo que buscaba era hallar la causa por la que la magia estaba pereciendo, no ver a su sobrina de mayor.
La imagen de Mirabel y Casita se materializó, alcanzando a tomarlo entre sus delgadas manos. Notó que la visión plasmada aún seguía cambiando si lo movía de un lado a otro.
¿Mirabel era la clave? ¿ O la culpable tal vez?
No tenía sentido.
Ahora más que nunca odiaba que el uso de su don no fuera específico o al menos cronológico. Interpretar las visiones nunca fue fácil para Bruno por más que pasaran los años.
Si no lograba tener una respuesta concreta asumirían lo peor con aquella imagen, porque eso es lo que siempre hacían con cualquier cosa que él realizaba, suponer que algo malo pasaría. Y lamentablemente tenían razón en ello.
Eso fue lo que le hicieron creer desde muy pequeño.
Aunque esta vez no sólo se trataba de su persona, sino también de la pobre niña que no había recibido un don esa misma noche, la única Madrigal sin magia. No podía imaginarse cómo la tratarían los demás por dicho suceso, si a él lo odiaban por tener uno y no ser beneficioso con ello, ¿qué le esperaba a Mirabel por simplemente no poseer uno?
Sujetó con fuerza la placa verdosa en sus manos, moviéndolo una vez más y admirando el cambio de imagen en éste. No parpadeó, estaba abrumado, molesto, preocupado, triste... Era un torbellino de emociones.
«¿Ahora qué hago?» Pensó Bruno.
Debía tener una respuesta, no podía decepcionar a su madre. No otra vez.
Su boca se secó, el aire abandonó sus pulmones y de tanto observar la visión por un largo rato lo mareó.
Tomó asiento antes de presenciar otro mareo, dejando de lado la placa para concentrarse en su respiración. Su ritmo cardíaco no era normal y el temblor en sus dedos sólo lo alarmó, dando paso al miedo invadir su ser. Su mente se hallaba inquieta, formando escenarios catastróficos que sólo lo hacía desesperarse más de la cuenta, acelerando con verdadera inquietud su corazón que empezaba a doler.
¿Qué debía hacer? ¿Mostrarle lo que vio a la familia?
¿Pero qué hay de su sobrina? No puede hacerle eso a Mirabel.
Bruno enredó los dedos entre su oscura melena, jalándolo levemente para pensar en una solución que no perjudique a la pequeña.
Esa noche no durmió. No pudo hacerlo. Juraría que sus ojeras se tornaron más oscuros por esa razón.
Tomó la placa esmeralda por decimocuarta vez en la madrugada, repasando mentalmente lo que haría con ella.
Se puso de pie y sin ningún remordimiento reflejado en el rostro, lo lanzó al suelo. Los fragmentos se hundieron en la arena tratando de ocultarse de su cansada vista. Había tomado una decisión, nadie vería el contenido de esa visión, ni siquiera la abuela. No le haría eso a su sobrina, ya causó suficientes daños a muchas personas y Mirabel no entraría a esa lista.
- - - - - - - - - - 「🔮⏳」- - - - - - - - - -
A la mañana siguiente, Julieta fue en busca de Bruno en su cuarto, llevándole una taza de café, pan y huevos, como acostumbraba desayunar él. Y por supuesto, migajas de pan extra para sus ratitas amigas. Era extraño que tardara en bajar a desayunar, ya no frecuentaba comer junto a toda la familia pero eso no quitaba el hecho de ir a saludar a todos para luego volver a su habitación.
El segundo aviso de extrañes le llegó cuando tocó su puerta y nadie respondió.
—¿Bruno, puedo pasar? —de nuevo silencio.
Julieta avisó de todos modos que entraría y así lo hizo. Recorrió la mirada entre toda la enorme habitación.
Lo llamó una vez más sin obtener respuesta, ni siquiera le habló al mencionar la comida. La preocupación empezó a escalar por su pecho al comprobar que él no se encontraba ahí. Volvió a la cocina para dejar el desayuno sobre la mesa y preguntar a quien pasara si lo habían visto salir temprano o algo similar.
Nadie sabía nada de él.
—Mamá, no encuentro a Bruno. ¿Lo has visto por acá? —Julieta apretó la falda celeste que tenía puesto ese día, fallando con hacer que su voz no sonara afligida.
Alma arrugó la frente y dejó de hacer sus cosas para prestarle atención.
—¿A qué te refieres con que no lo encuentras? ¿Ya revisaste en su cuarto?
—Unas tres veces —confesó—, y nadie lo ha visto desde anoche.
El rostro de la mujer mayor se tensó, resaltando las arrugas en los costados de sus ojos aún más al curvar las cejas con preocupación.
No hallaron a Bruno ese día. Ni al día siguiente. O el día seguido de ese.
Él se había ido, abandonó a la familia. O eso es lo que su propia madre había dicho al mismo tiempo que examinaba a la pequeña Mirabel en frente suyo, culpándola en silencio por lo que había pasado.
Alma asumió que lo que sea que Bruno haya visto en sus visiones fue tan grave que huyó para no enfrentarlo ante todos y por supuesto, la niña que no había recibido un don esa misma noche tenía algo que ver. Eso tenía sentido para la mujer.
Bruno siempre intentó honrar al milagro, tal como su madre se lo había pedido, tratando de servir a la comunidad para traer orgullo a su familia. Pero sus acciones no sirvieron para nada, sólo veían lo peor de él y su madre encabezaba aquella lista.
Bruno Madrigal nunca pensó que llegaría el día en que decidiera alejarse de su familia. Aunque siendo sincero consigo mismo, ya lo había hecho desde hacía tiempo.
Se había perdido, tal vez para siempre. Había perdido el rumbo de su propia vida.
¿Ahora qué sería de él?
Fracasó. Lo perdió todo.
Y él sólo quería ayudar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro