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Tobías llevaba caminados unos diez kilómetros desde su encuentro con el niño maldito. Tenía las piernas entumidas y le costaba permanecer consciente. Al menos pronto el sol se pondría, la noche sería su aliada, podría seguir utilizando el sigilo para abrirse paso por la ciudad y descubrir cuál era el fin de toda esa masacre.
De repente, mientras caminaba por la carretera, Tobías sintió el tacto de una mano que reposaba en su hombro. Su reacción fue rápida y se dio la vuelta para encarar a quien estuviera a sus espaldas, pero allí no había nada ni nadie. Luego de un instante sintió otra mano en su otro hombro, se volvió a dar la vuelta pero seguía sin encontrar nada.
Tras meditarlo un poco, llegó a la conclusión de que era su propia mente la que le estaba engañando. No podía ser esa mujer, ese no era su estilo, ella prefería mostrarse siempre que tenía la oportunidad de atormentarlo, era su mejor forma de imponerle su superioridad.
Unas sombras con forma humanoide no tardaron en aparecer, eran muy similares a las que aparecieron en el laboratorio de Zack, cuando estaba encerrado en esa celda.
Tenía muy claro que esas cosas no podían hacerle daño, pero parecían demasiado reales.
—Esto es una ilusión— se dijo Tobías a si mismo mientras mermaba el paso. Su visión también comenzaba a nublarse. Daría lo que fuera por un vaso con agua fría —Todo es una... Ilusión.
Un segundo después, se desplomó sobre el asfalto, provocando un ruido seco cuando su cuerpo rebotó contra la gravilla.
Se sentía... Extraño, como si no fuera el mismo. Ahora se encontraba acostado en una colina. La hierba le acariciaba las mejillas y el cielo estaba despejado, con la claridad que ofrece el mediodía. La brisa del verano era refrescante. Se incorporó y pudo apreciar mucho mejor el espectáculo terrenal que tenía delante:
Una montaña escarpada cubría el horizonte, más abajo, en sus cimientos, los robles se alzaban espesos sobre las coloridas flores que le daban vida al pequeño bosque.
Tobías se levantó, no porque necesitará hacerlo ni por instinto, simplemente le nació estirarse un poco por el mero placer de sentir la leve flexión de sus músculos. ¿Cuando era la ultima vez que se había sentido tan tranquilo y sereno? Sin duda había pasado mucho tiempo. Pero ahora, por alguna razón, estaba allí, en otro pedacito de mundo en el que se encontraba solo, como siempre.
Inspiró con fuerza y luego comenzó a caminar sin rumbo alguno, con la pequeña esperanza de que lo que estaba viendo fuera real, aunque tenía muy claro que solo era otra ilusión. Lo mejor que podía hacer allí era averiguar el motivo de su llegada a ese plano, pero en realidad eso tampoco le importaba demasiado.
—Solo queda disfrutarlo mientras pueda— dijo Tobías, cerrando sus ojos y disfrutando del pequeño regalo que le estaba dando el universo.
Al abrir los ojos nuevamente, frente a él ya no habían montañas, árboles, flores ni nada parecido. Delante había una imponente iglesia con un diseño antiguo. La peculiaridad era que estaba ardiendo con la fuerza de mil soles, Tobías podía verlo, pero no sentir el aumento de la temperatura. En realidad, no estaba asustado ni sorprendido, simplemente expectante.
Volvió a cerrar sus ojos y al abrirlos, había cambiado de escenario una vez más. Esta vez se encontraba atado de manos contra una biga de madera. A pocos metros, tenía a veinte hombres apuntando hacia él con sus rifles.
—¡Disparen!— ordenó el general. Un segundo después, el eco de las balas aturdió los oídos de Tobías, quien volvió a cerrar los ojos antes de que los proyectiles llegaran a herirlo.
Al abrirlos, un olor salado y marino inundó sus fosas nasales. Se encontraba parado en la borda de un barco. Tobías tenía su espalda apoyada contra uno de sus compañeros de batalla en ese entonces, no podía recordar su nombre y ambos estaban desarmados... Estaban rodeados por todas partes, sus captores llevaba espadas y pistolas de pólvora en sus manos.
Los piratas cargaron contra ellos al mismo tiempo, pero Tobias tampoco se inmutó. Simplemente dejó que se le echaran encima para luego volver a cerrar sus ojos y viajar a otro recuerdo.
Ahora estaba dentro de un avión de guerra. Un ataque enemigo había abierto un agujero en el lateral, lo que provocó el inminente descenso del vehículo aéreo. Sus compañeros gritaban mientras se aferraban con fuerza a sus cinturones de seguridad, pero Tobías se mantuvo tranquilo y sereno una vez más. En ese entonces incluso se habría reído, por esa época se encontraba más desenfrenado, solo buscaba solucionar las cosas con la violencia, sin importar el costo ni las vidas perdidas en la batalla.
Pero ahora, viendo la escena con otros ojos, se daba cuenta de lo equivocado que estaba. No quiso quedarse para revivir el final de ese recuerdo: El avión terminaría estrellándose en Francia, todos los soldados muertos, un único sobreviviente.
Cerró sus ojos y al abrirlos nuevamente se encontraba en las calles del bajo mundo, específicamente en el distrito de Brooklyn. En ese entonces eran muy famosas las peleas clandestinas, la gente simplemente iba allí para liberar su furia, y claro, tenía que estar Tobías... Solo lo hacía por diversión, por el placer de sentir como los huesos de sus rivales se rompían gracias a sus nudillos de acero. Era despiadado, cruel, un marginado que se había perdido en el hedonismo.
Estaba de pie frente a un rival que medía unos dos metros como mínimo. Esto obviamente no sería problema para él, pero aun así se quedó quieto observando como todos a su alrededor insultaban, gritaban y alentaban a los dos hombres que había en el ring. El ambiente estaba cebado de alcohol, drogas, y muchas, mucha sangre. Tobías no recordaba que su decadencia había sido tan marcada, tampoco tenía recuerdos de lo deplorable que se veía, ¿En que momento había caído tan bajo?
Al final, como en sus recuerdos anteriores, se quedó sereno y pasivo, esta vez sin cerrar sus ojos, dejando que la mole que tenía delante le golpeara directo en la nariz. Tal vez la rompió, pero Tobías no sintió ningún dolor, justo como esperaba.
Cayó sobre el asfalto ensangrentado y se golpeó la cabeza de lado. Por un momento vio el mundo al revés y de pronto la sensación que antes había sentido desapareció. Ahora el dolor había regresado a su cuerpo en un torrente y le costó muchísimo abrir los ojos para enfocar su entorno.
Estaba en un cuarto. No, se trataba de un pasillo, lo estaban transportando en una camilla. Las paredes y el techo eran blancas en su totalidad, lo que podía indicar que se encontraba dentro de algún hospital o algo por el estilo.
Intento ponerse en pie, como si acabara de despertar en su cama, pero las correas que sujetaban sus brazos y piernas se lo impidieron.
Volteó su cabeza para ver quienes arrastraban la camilla, y allí había un hombre con uniforme verde militar. A su derecha, otro hombre también uniformado. Ambos se mostraban serios y no parecían reparar en el hecho de que Tobías había despertado.
Estaba a punto de gritarles a esos hombres cuando alguien entró en su campo de visión. Fue un destello, un borrón fugaz, pero fue suficiente para reconocer su figura aporreada, suficiente para distinguir el color castaño de su pelo.
—Helena— exclamó Tobías estupefacto.
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